LOS JURAMENTOS Y VOTOS LÍCITOS

(1)

A. Un juramento lícito es una parte de la adoración religiosa en la cual la persona que jura con verdad, justicia y juicio, solemnemente pone a Dios como testigo de lo que jura, y para que le juzgue conforme a la verdad o la falsedad de lo que jura: Dt. 10:20; Ex. 20:7; Lv. 19:12; 2 Cr. 6:22, 23; 2 Co. 1:23.
(2)
A. Los hombres sólo deben jurar por el nombre de Dios, y al hacerlo, han de usarlo con todo temor santo y reverencia. Por lo tanto, jurar vana o temerariamente por este nombre glorioso y temible, o simplemente jurar por cualquier otra cosa, es pecaminoso y debe reprobarse: Dt. 6:13; 28:58; Ex. 20:7; Jer. 5:7.
B. Sin embargo, en asuntos de peso y de importancia, para confirmación de la verdad y para poner fin totalmente a una contienda, la Palabra de Dios justifica el juramento, por eso, cuando una autoridad legítima exija un juramento lícito en tales casos, el juramento debe hacerse: He 6:13-16; Gn. 24:3; 47:30,31; 50:25; 1 R. 17:1; Neh. 13:25; 5:12; Esd. 10:5; Nm. 5:19,21; 1 R. 8:31; Ex. 22:11; Is. 45:23; 65:16; Mt. 26:62-64; Ro. 1:9; 2 Co. 1:23;Hch. 18:18.
(3)
A. Todo aquel que haga un juramento justificado por la Palabra de Dios debe considerar seriamente la gravedad de un acto tan solemne, y no afirmar en el mismo nada sino lo que sepa que es verdad, porque por juramentos imprudentes, falsos y vanos se provoca al Señor y por razón de ello la tierra gime: Ex. 20:7; Lv. 19:12; Nm. 30:2; Jer. 4:2; 23:10.
(4)
A. Un juramento debe hacerse con palabras comunes cuyo sentido es claro, sin equívocos ni reservas mentales: Sal 24:4; Jer. 4:2.
(5)
A. Un voto (que no ha de hacerse a ninguna criatura, sino sólo a Dios). Nm. 30:2,3; Sal 76:11; Jer. 44: 25,26.
B. Ha de hacerse y cumplirse con todo cuidado piadoso y con fidelidad: Nm. 30:2; Sal 61:8; 66:13, 14; Ec. 5:4-6; Is. 19:21.
C. Pero los votos monásticos papistas de celibato perpetuo, pretendida pobreza y obediencia a las reglas eclesiásticas, distan tanto de ser grados de perfección superior que son realmente trampas supersticiosas y pecaminosas en las que ningún cristiano debe enredarse: 1 Co. 6:18 con 7:2, 9; 1 Ti. 4:3; Ef. 4:28; 1 Co. 7:23; Mt. 19:11, 12.

LOS JURAMENTOS Y LOS VOTOS

Siendo niño recuerdo haber oído la fábula sobre George Washington y el cerezo. Cuando el pequeño George se enfrentó a su padre angustiado por la destrucción antojadiza de un cerezo, el pequeño dijo: "No sé decir una mentira; yo corté al árbol".
Me llevó años darme cuenta que la confesión de Washington era en realidad una mentira. Decir "no sé decir una mentira" ya es mentir sobre la capacidad que uno tiene para mentir. Hay muchas cosas que George Washington no podía hacer: no podía volar; no podía estar en más de un lugar al mismo tiempo, etc.
Pero sin duda que George Washington podía decir una mentira. Era un hombre. Todos los seres humanos son capaces de mentir.
La Escritura nos dice que "todo hombre es mentiroso" (Salmo 116: 11). Esto no significa que todos mientan todo el tiempo.
También tenemos la capacidad de decir la verdad. El problema surge cuando se nos pide que confiemos en la palabra de alguien, y no podemos saber con certeza si nos está diciendo la verdad.
Para resaltar la importancia de la verdad al hacer promesas y dar testimonios importantes, recurrimos a los juramentos y los votos. Antes de testificar en un juicio, el testigo debe prestar juramento. Él o ella prometen "decir la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad. Que así me ayude Dios".
En el juramento, se apela a Dios y solo a Dios como el testigo supremo de la aseveración. Dios es el guardián de los votos, los juramentos y las promesas. Él es la fuente de toda verdad y es incapaz de mentir. Lo que era falso en el caso de George Washington, es verdadero en el caso de Dios. Dios no puede mentir (Tito 1:2; Hebreos 6:17-18). Dios tampoco soporta a los mentirosos.
Nos advierte sobre el riesgo de prometer con ligereza o con falsedad: "Cumple 10 que prometes. Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas" (Eclesiastés 5:4-5). Los Diez Mandamientos incluyen una ley contra el dar falso testimonio (Éxodo 20: 16).
Como nuestra entera relación con Dios se basa en las promesas de la alianza, Dios consagra el tema de los votos, los juramentos y las promesas. Para el bienestar de la sociedad es necesario que se establezca la confianza en cualquier relación humana (como el matrimonio y los acuerdos comerciales). Un juramento legítimo es parte de la adoración por la cual las personas, buscando asegurar la veracidad de lo que dicen, buscan el respaldo de Dios como testigo de lo que afirman y prometen. Lo que esto implica es que si quienes prestan juramento luego mienten, Dios los castigará de manera rápida y severa.
La iglesia cristiana siempre ha afirmado el valor de los juramentos y los votos. Los ministros de Westminster enumeraron las siguientes limitaciones y estipulaciones escriturales:
Los hombres solo deben jurar por el nombre de Dios, y por lo tanto deben hacerlo con todo santo temor y reverencia. Por lo tanto, el jurar en vano o con ligereza, por ese nombre glorioso y tremendo, o el jurar por cualquier otra cosa, es pecado y debe ser aborrecido. Sin embargo, como en materia de peso y oportunidad, el juramento está respaldado por la Palabra de Dios, tanto en el Nuevo Testamento como en el Antiguo; un juramento legal, impuesto por una autoridad legal, en dicha materia, debe ser prestado.
Una estipulación adicional es que un juramento no debería ser hecho con reservas mentales o equívocas. Dios no acepta los dedos cruzados, sino que espera la honestidad. Un juramento no puede prestarse con ligereza. Debería ser reservado para las ocasiones más solemnes, para las promesas solemnes. Hasta los gobiernos reconocen esto al insistir en la prestación de juramentos para el caso del matrimonio y antes de prestar testimonio frente a un tribunal. Pero además, aun en ocasiones menos solemnes, el creyente es llamado a la honestidad -para que su sí, sea sí; y su no, sea no. Esta es la responsabilidad de un fiel discípulo de Cristo.
RESUMEN
1. Los seres humanos tienen la capacidad de mentir.
2. Dios, la fuente de la verdad, no puede mentir y es el guardián de la verdad.
3. Los juramentos y los votos son parte legítima de la adoración.
4. Los juramentos deberían ser prestados únicamente por el nombre de Dios. Ninguna criatura puede ser el último testigo de la verdad.
5. Los juramentos no deberían ser hechos con ligereza o con reservas.
PASAJES BÍBLICOS PARA LA REFLEXIÓN

Deuteronomio 10:20, 2 Crónicas 6:22-23, Esdras 10:5, Mateo 5:33-37, Santiago 5: 12.