EL DECRETO DE DIOS

(1)

A. Dios, desde toda la eternidad, por el sapientísimo y santísimo consejo de su propia voluntad, ha decretado en sí mismo, libre e inalterablemente: Pr. 19: 21; Is. 14: 24-27; 46:10, 11; Sal 115: 3; 135:6; Ro. 9:19.
B. Todas las cosas, todo lo que sucede: Dn. 4:34, 35; Ro. 8:28; 11:36; Ef. 1:11.
C. Sin embargo, de tal manera que por ello Dios ni es autor del pecado ni tiene comunión con nadie en el mismo: Gn. 18:25; Stg. 1:13; 1 Jun. 1:5.
D. Ni se hace violencia a la voluntad de la criatura, ni se quita la libertad o contingencia de las causas secundarias, sino que más bien las establece: Gn. 50:20; 2 S. 24:1; Is. 10:5-7; Mt. 17:12; Jun. 19:11; Hch. 2:23; 4:27, 28.
E. En lo cual se manifiesta su sabiduría en disponer todas las cosas, y su poder y fidelidad en llevar a cabo sus decretos: Nm. 23:19; Ef. 1:3-5.

EL PRINCIPIO ETERNO DE DIOS.

El título de este articulo quizá no sea suficiente explicito para indicar su tema. Ello es debido en parte, al hecho de que muy pocas personas cristianas, hoy en día, están acostumbradas a meditar sobre las perfecciones personales de Dios. Relativamente pocos de aquellos que leen la Biblia ocasionalmente, saben de la grandeza del carácter divino, que inspira temor e incita a la adoración. Que Dios es grande en sabiduría, maravilloso en poder, y sin embargo, lleno de misericordia, es tenido por muchos como algo casi del dominio publico; pero tomar en consideración algo parecido a un conocimiento adecuado de su Ser, su Naturaleza, sus Atributos, tal como se revelan en la Santa Escritura, es cosa que poquísimas personas cristianas han alcanzado en estos decaídos y degenerados tiempos. Dios es único en su excelencia. “¿quien como tú, Jehová, entre los Dioses? ¿Quién como tú, Magnifico en Santidad, terrible en sus loores, hacedor de maravillas”? (Éxodo 15: 11)
“En el principio, Dios” (Génesis 1: 1). Hubo un tiempo, Sí “tiempo” puede llamársele, cuando Dios, en la unidad de su naturaleza (aunque existiendo igualmente en tres seres divinos) “personas” habitaba solo. “En el principio, Dios” No había cielo, donde su gloria es manifestada particularmente ahora. No había tierra que ocupara su atención. No había ángeles que cantaran sus alabanzas, ni universo que se sostuviese por la palabra de su poder. No había nada ni nadie sino Dios; y esto, no durante un día, un año, o una época, sino “desde el siglo” Durante una eternidad pasada, Dios estuvo solo: Completo, Suficiente, Satisfecho en sí mismo, no necesitando nada. Si un universo, o Ángeles, o seres humanos le hubiesen sido necesarios en alguna manera, hubiese sido llamados a la existencia desde toda la eternidad. Nada añadieron esencialmente a Dios al ser creados. Él no cambia (Malaquías 3. 6), por lo que su gloria substancial no puede ser aumentada ni disminuida.
Dios no estaba bajo coacción, obligado, ni necesidad alguna de crear. El hecho de que quisiera hacerlo fue puramente un acto soberano de su parte, no producido por nada fuera de de sí mismo; no determinado por nada sino por su propia buena voluntad, ya que Él “hace todas las cosa según el consejo de su voluntad” (Efesio 1: 11). Que Él creara fue simplemente par su gloria manifestativa. ¿Cree alguno de nuestros estudiantes que hemos ido más allá de lo que la Escritura nos autoriza? Entonces, nuestra apelación será a la Ley y al testimonio: “Levantaos, bendecid a Jehová vuestro Dios desde el Siglo hasta el Siglo; y bendigan el nombre Tuyo, glorioso y alto sobre toda bendición y alabanza” (Nehemías 9: 5). Dios no sale ganado nada ni siquiera con nuestra adoración. Él no necesitaba esa gloria externa de su gracia que procede de sus redimidos, porque es suficientemente glorioso en Sí mismo sin ella. ¿Qué fue lo que le movió a predestinar a sus elegidos para la alabanza de su gloria de su gracia? Fue como nos dice Efesios 1: 5, “El puro afecto de su voluntad”.
Sabemos que el elevado terreno que estamos pisando es nuevo y extraño para casi todos nuestros estudiantes y lectores; por esta razón, haremos bien en movernos despacio. Recurramos de nuevo a las Escrituras. Al final de Romanos 11: 34-35, donde el Apóstol concluye su larga argumentación sobre la salvación por la pura y soberana gracia, pregunta: “Porque ¿Quién entendió la mente del Señor? ¿O quien fue su consejero? ¿O quien le dio a Él primero, para que le sea pagado. La importancia de esto es que es imposible someter al Todopoderoso a obligación alguna hacia la criatura; Dios no sale ganado nada con nosotros. “Sí fueres justo, ¿Qué le darás a Él? ¿O que recibirá de tu mano? Al hombre como tú dañará tu impiedad, y al hijo del hombre aprovechará tu justicia” (Job 35: 7-8), pero no puede en verdad, afectar  a Dios, quien es Bendito en Sí Mismo. “Cuando hubieres hecho todo lo que os he mandado, decid: siervos inútiles somos” (Lucas 17: 10), nuestra obediencia no ha aprovechado en absoluto a Dios.
Es más, nuestro Señor Jesucristo no añadió nada al ser y gloria esenciales de Dios, ni por lo que hizo, ni por lo que sufrió, porque el en sí mismo tiene toda su plenitud de Dios, tanto como en existencia eterna y gloriosa. (Juan 1: 1-3). Es verdad, bendita y gloriosa verdad que nos manifestó la gloria del Dios Padre, pero no añadió nada a Dios. Él mismo lo declara explícitamente y sin apelación y sin apelación posible al decir: “Mi bien a ti no aprovecha” Salmos 16: 2). Todo este salmo es de Cristo. La bondad o justicia de Cristo aprovechó a sus santos en la tierra, (Salmos 16: 3), pero Dios estaba por encima y más allá de todo ello, pues es “El Bendito” (Marcos 14: 61).
Es absolutamente cierto que Dios es honrado y deshonrado por los hombres; no en su Ser substancial, sino en su carácter oficial. Es igualmente cierto que Dios ha sido “glorificado” por la creación, la providencia y la redención. Esto no lo negamos, ni nos atrevemos a hacerlo. Pero todo ello tiene que ver con su Gloria manifestativa, y nuestro reconocimiento de ella. Con todo si Dios así lo hubiera deseado, habría podido continuar solo por toda la eternidad, sin dar a conocer su gloria a criatura alguna. El que lo hiciera así o no, fue determinado solamente por su propia voluntad. Él era perfectamente Bendito en si mismo antes de que la primera criatura fuera creada, o llamada a la vida. Y, ¿Qué son para Dios todas las obras de sus manos, incluso ahora? Dejemos otra vez que la Escritura conteste.
“He aquí que las naciones son reputadas como la gota de un acetre, y como el orín del peso; he aquí que Él hace desaparecer las islas como polvo. Ni el Líbano bastará para el fuego, ni todos sus animales para el sacrificio. Como nada son todas las gentes delante de Él; y en su comparación serán estimadas en menos que nada, y que lo que no es. “¿A qué pues haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis?” (Isaías 40: 15-18). Este es el Dios de la Escritura; sí, todavía es “El Dios desconocido” (Hechos 17: 23) para las multitudes descuidadas. “Él está sentado sobre todo el globo de la tierra, cuyos moradores son como langostas; Él extiende los cielos como una cortina, los tiende como una tienda para morar; Él torna en nada los poderosos, y a los que gobiernan la tierra hace como cosa vana”. (Isaías 40: 22-23). ¡Cuan infinitamente distinto es el Dios de la Escritura del “dios” de los pulpitos corrientes de lo contemporáneo.
El testimonio del Nuevo Testamento no difiere nada del que hallamos en el Antiguo: no podría ser de otro modo, teniendo ambos el mismo Autor. También ahí leemos: “La cual a su tiempo mostrará el Bienaventurado y solo Poderoso, Rey de reyes, y Señor de señores; quien sólo tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver; al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén. (1ª Timoteo 6: 15-16). El tal debe ser reverenciado, glorificado y adorado. Él está solo en su majestad, es único en su excelencia, incomparable en sus perfecciones. Él lo sostiene todo, pero, en sí mismo, es independiente de todo. Él da a todos pero no es enriquecido por nadie.
Un Dios tal no puede ser conocido mediante la investigación; Él sólo puede ser conocido tal como el Espíritu Santo lo revela al corazón, por medio de la palabra. Es verdad que la creación revela un creador, y que los hombres son totalmente “inexcusables”, sin embargo, todavía tenemos que decir con Job: “He aquí, estas son partes de sus caminos; ¡más cuan poco hemos oído de Él¡ Porque el estruendo de sus fortalezas, ¿Quién lo detendrá”? (Job 26: 14). Creemos que le llamado argumento según su designio, usado por algunos “Apologistas” sinceros, ha producido mucho más daño que beneficio, ya que han intentado bajar al Gran Dios al nivel de la comprensión finita, y de este modo se ha perdido de vista su excelencia única.
Se ha trazado una analogía con el salvaje que encuentra un reloj en la selva, quien después de un examen detenido, deduce que existe un relojero. Hasta aquí esta muy bien. Pero intentemos ir más lejos: supongamos que el salvaje trata de formarse una concepción de este relojero, sus afectos personales y maneras su disposición, conocimiento y carácter moral; todo lo que en conjunto forma una personalidad. ¿Podría nunca pensar o imaginar un hombre real; al hombre que fabrico el reloj, y decir: “Yo le conozco?” Tal pregunta parece Fútil pero, ¿Está el Dios eterno e infinito mucho más al alcance de la razón humana? Ciertamente, no. El Dios de la Escritura puede ser conocido solamente por aquellos a los cuales Él mismo se da a conocer.
Tampoco el intelecto puede conocer a Dios. “Dios es espíritu” (Juan 4: 24), y, por lo tanto, sólo puede ser conocido espiritualmente. El hombre caído no es espiritual, sino carnal. Está muerto a todo lo que es espiritual. A menos que nazca de nuevo, que sea llevado sobrenaturalmente de la muerte a la vida, milagrosamente trasladado de las tinieblas a la luz, no puede ver las cosas de Dios (Juan 3: 3), y mucho menos entenderlas (1ª Cor. 2: 14). El Espíritu Santo ha de resplandecer en nuestros corazones (no en el intelecto) para darnos “el conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2ª Cor. 4: 6). E incluso el conocimiento espiritual es solamente fragmentario. El alma regenerada ha de creer en la gracia y conocimiento de nuestro Señor Jesucristo (2ª Ped. 3: 18).
La oración y propósito principal de los Cristianos ha de ser el 2andar como es digno del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios” (Col. 1: 10). 

 (2)
A. Aunque Dios sabe todo lo que pudiera o puede pasar en todas las condiciones que se puedan suponer: 1 S. 23:11, 12; Mt. 11:21, 23; Hch. 15:18.
B. Sin embargo nada ha decretado porque lo previera como futuro o como aquello que había de suceder en dichas condiciones: Is. 40:13, 14; Ro. 9:11-18; 11:34; 1 Co. 2:16.
(3)
A. Por el decreto de Dios, para la manifestación de su gloria, algunos hombres y ángeles son predestinados, o preordenados, a vida eterna por medio de Jesucristo, para alabanza de la gloria de su gracia: 1 Ti. 5:21; Mt. 25:34; Ef. 1:5, 6.
B. A otros se les deja actuar en su pecado para su justa condenación, para alabanza de la gloria de su justicia: Jun 12:37-40; Ro. 9:6-24; 1 P. 2:8-10; Jud. 4.

DEFINICIÓN DE LOS DECRETOS DE DIOS

“Y sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que le aman, esto es, a los que son llamados conforme a su propósito” (Rom. 8:28) “conforme al propósito eterno que realizó en Cristo Jesús, nuestro Señor”. (Efe. 3:11) EL decreto de Dios es su propósito o su determinación respecto a las cosas futuras. Aquí hemos usado el singular, como hace la Escritura, porque sólo hubo un acto de su mente infinita acerca del futuro.
Nosotros hablamos como si hubiera habido muchos, porque nuestras mentes sólo pueden pensar en ciclos sucesivos, a medida que surgen los pensamientos y ocasiones; o en referencia a los distintos objetos de su decreto, los cuales, siendo muchos, nos parece que requieren un propósito diferente para cada uno. Pero el conocimiento Divino no procede gradualmente, o por etapas: (Hech. 15:18;). “Conocidas son a Dios desde el siglo todas sus obras”
Las Escrituras mencionan los decretos de Dios en muchos pasajes y usando varios términos. La palabra “decreto” se encuentra en el Sal. 2:7, (Yo publicaré el decreto;). En Efe. 3:11, leemos acerca de su “determinación eterna”. En Hech. 2:23, de su “determinado consejo y providencia”. En Efe. 1:9, el misterio de su “voluntad”. En Rom. 8:29, que él también “predestinó”. En Efe. 1:9, de su “beneplácito”.
Los decretos de Dios son llamados sus “consejos” para significar que son perfectamente sabios. Son llamados su “voluntad para mostrar que Dios no está bajo ninguna sujeción, sino que actúa según su propio deseo, en el proceder Divino, la sabiduría está siempre asociada con la voluntad, y por lo tanto, se dice que los decretos de Dios son “el consejo de su voluntad”.
Los decretos de Dios están relacionados con todas las cosas futuras, sin excepción: todo lo que es hecho en el tiempo, fue predeterminado antes del principio del tiempo. El propósito de Dios afectaba a todo, grande o pequeño, bueno o malo, aunque debemos afirmar que, si bien Dios es el Ordenador y controlador del pecado, no es su Autor de la misma manera que es el Autor del bien.
El pecado no podía proceder de un Dios Santo por creación directa o positiva, sino solamente por su permiso, por decreto y su acción negativa. El decreto de Dios es tan amplio como su gobierno, y se extiende a todas las criaturas y eventos. Se relaciona con nuestra vida y nuestra muerte; con nuestro estado en el tiempo y en la eternidad.
De la misma manera que juzgamos los planos de un arquitecto inspeccionando el edificio levantado bajo su dirección, así también, por sus obras, aprendemos cual es (era) el propósito de Aquel que hace todas las cosas según el consejo de su voluntad. Dios no decretó simplemente crear al hombre, ponerle sobre la tierra, y entonces dejarle bajo su propia guía incontrolada; sino que fijó todas las circunstancias de la muerte de los individuos, y todos los pormenores que la historia de la raza humana comprende, desde su principio hasta su fin.
No decretó solamente que debían ser establecidas leyes para el gobierno del mundo, sino que dispuso la aplicación de las mismas en cada caso particular. Nuestros días están contados, así cómo también los cabellos de nuestra cabeza. (Mat. 10:30). Podemos entender el alcance de los Decretos Divinos si pensamos en las dispensaciones de la Providencia en las cuales aquellos son cumplidos. Los cuidados de la Providencia alcanzan a la más insignificante de las criaturas y al más minucioso de los acontecimientos, tales como la muerte de un gorrión o la caída de un cabello. (Mat. 10:30).
Consideremos ahora algunas de las características de los Decretos Divinos. Son, en primer lugar, eternos. Suponer que alguno de ellos fue dictado dentro del tiempo, equivale a decir que se ha dado un caso imprevisto o alguna combinación de circunstancias que ha inducido al Altísimo a tomar una nueva resolución.
Esto significaría que los conocimientos de la Deidad son limitados, y con el tiempo va aumentando en sabiduría, lo cual sería una blasfemia horrible. Nadie que crea que el entendimiento Divino es infinito, abarcando el pasado, presente y futuro, afirmará la doctrina de los decretos temporales. Dios no ignora los acontecimientos futuros que serán ejecutados por voluntad humana; los ha predicho en innumerables ocasiones, y la profecía no es otra cosa que la manifestación de su presencia eterna.
La Escritura afirma que los creyentes fueron escogidos en Cristo antes de la fundación del mundo (Efe. 1:4), más aun, que la gracia les fue “dada” ya entonces: (2Tim. 1:9). “Fue él quien nos salvó y nos llamó con santo llamamiento, no conforme a nuestras obras, sino conforme a su propio propósito y gracia, la cual nos fue dada en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo”. En segundo lugar, los decretos de Dios son sabios.
La sabiduría se muestra en la selección de los mejores fines posibles, y de los medios más apropiados para cumplirlos. Por lo que conocemos de los Decretos de Dios, es evidente que les corresponde tal característica. Se nos descubre en su cumplimiento; todas las muestras de sabiduría en las obras de Dios que son prueba de la sabiduría del plan por el que se llevan a cabo. Como declara el salmista: (Sal. 104:24). “¡Cuán numerosas son tus obras, oh Jehová! A todas las hiciste con sabiduría; la tierra está llena de tus criaturas”. Sólo podemos observar una pequeñísima parte de ellas, pero, como en otros casos, conviene que procedamos a juzgar el todo por la muestra; lo desconocido por lo conocido.
Aquel que, al examinar parte del funcionamiento de una máquina, percibe el admirable ingenio de su construcción, creerá, naturalmente, que las demás partes son igualmente admirables. De la misma manera, cuando las dudas acerca de las obras de Dios asaltan nuestra mente, deberíamos rechazar las objeciones sugeridas por algo que no podemos reconciliar con nuestras ideas (Rom. 11:33).
“¡Oh la profundidad de las riquezas, y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos!" En tercer lugar, son libres. (Isa. 40:13,14). “¿Quién ha escudriñado al Espíritu de Jehová, y quién ha sido su consejero y le ha enseñado? ¿A quién pidió consejo para que le hiciera entender, o le guió en el camino correcto, o le enseñó conocimiento, o le hizo conocer la senda del entendimiento?”
Cuando Dios dictó sus decretos, estaba solo, y sus determinaciones no se vieron influidas por causa externa alguna. Era libre para decretar o dejar de hacerlo, para decretar una cosa y no otra. Es preciso atribuir esta libertad a Aquel que es supremo, independiente, y soberano en todas sus acciones. En cuarto lugar, los decretos de Dios son absolutos e incondicionales. Su ejecución no esta supeditada a condición alguna que se pueda o no cumplir. En todos los casos en que Dios ha decretado un fin, ha decretado también todos los medios para dicho fin.
El que decretó la salvación de sus elegidos, decretó también darles la fe, (2Tes. 2:13). “Pero nosotros debemos dar gracias a Dios siempre por vosotros, hermanos amados del Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, por la santificación del Espíritu y fe en la verdad” (Isa. 46:10); “Yo anuncio lo porvenir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no ha sido hecho. Digo: Mi plan se realizará, y haré todo lo que quiero”. Pero esto no podría ser así si su consejo dependiese de una condición que pudiera dejar de cumplirse. Dios “hace todas las cosas según el consejo de su voluntad” (Efe. 1:11).
Junto a la inmutabilidad e inviolabilidad de los decretos de Dios. La Escritura enseña claramente que el hombre es una criatura responsable de sus acciones, de las cuales debe rendir cuentas. Y si nuestras ideas reciben su forma de La Palabra de Dios, la afirmación de una enseñanza de ellas no nos llevará a la negación de la otra. Reconocemos que existe verdadera dificultad en definir dónde termina una y donde comienza la otra. Esto ocurre cada vez que lo divino y lo humano se mezclan. La verdadera oración está redactada por el Espíritu, no obstante, es también clamor de un corazón humano.
Las Escrituras son la Palabra inspirada de Dios, pero fueron escritas por hombres que eran algo más que máquinas en las manos del Espíritu. Cristo es Dios, y también hombre. Es omnisciente, más crecía en sabiduría, (Luc. 2:52). “Y Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres” Es Todopoderoso y sin embargo, fue (2Cor. 13:4 “crucificado en debilidad”). Es el Espíritu de vida, sin embargo murió. Estos son grandes misterios, pero la fe los recibe sin discusión. En el pasado se ha hecho observar con frecuencia que toda objeción hecha contra los Decretos Eternos de Dios se aplica con la misma fuerza contra su eterna presciencia. “Tanto si Dios ha decretado todas las cosas que acontecen como si no lo ha hecho, todos los que reconocen la existencia de un Dios, reconocen que sabe todas las cosas de antemano.
Ahora bien, es evidente que si El conoce todas las cosas de antemano, las aprueba o no, es decir, o quiere que acontezcan o no. Pero querer que acontezcan es decretarlas”. Finalmente trátese de hacer una suposición, y luego considérese lo contrario de la misma. Negar los Decretos de Dios sería aceptar un mundo, y todo lo que con él se relaciona, regulado por un accidente sin designio o por destino ciego.
Entonces, ¿qué paz, que seguridad, qué consuelo habría para nuestros pobres corazones y mentes? ¿Qué refugio habría al que acogerse en la hora de la necesidad y la prueba? Ni el más mínimo. No habría cosa mejor que las negras tinieblas y el repugnante horror del ateísmo. Cuán agradecidos deberíamos estar porque todo está determinado por la bondad y sabiduría infinitas!
¡Cuánta alabanza y gratitud debemos a Dios por sus decretos! Es por ellos que “Sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que le aman, esto es, a los que son llamados conforme a su propósito” (Rom. 8:28). Bien podemos exclamar como Pablo: “Porque de él y por medio de él y para él son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amen”. (Rom. 11:36).
(4)
A. Estos ángeles y hombres así predestinados y preordenados están designados particular e inalterablemente, y su número es tan cierto y definido que no se puede aumentar ni disminuir: Mt. 22:1-14; Jun. 13:18; Ro. 11:5, 6; 1 Co. 7:20-22; 2 Ti. 2:19.
(5)
A. A los humanos que están predestinados para vida, Dios (antes de la fundación del mundo, según su propósito eterno e inmutable y el consejo secreto y beneplácito de su voluntad) los ha escogido en Cristo para gloria eterna, meramente por su libre gracia y Amor: Ro. 8:30; Ef. 1:4-6,9; 2 Ti. 1:9.
B. Sin que ninguna otra cosa en la criatura, como condición o causa, le moviera a ello: Ro. 9:11-16; 11:5,6.

ELECCIÓN INCONDICIONAL

Cuando se utilizan los términos Predestinación o elección Divina, muchas personas se estremecen; y se imaginan al hombre aprisionado en las garras de un Destino horrible e impersonal. Otros –aun algunos los que creen en la doctrina- piensan que esto está muy bien pero para las aulas de teología, pero que no tiene por qué mencionarse desde el púlpito. Preferirían que la gente lo estudiara en secreto en su propia casa.*
Una actitud tal no es bíblica y se origina en la falta de conocimiento de la que la Biblia dice acerca de la elección. Porque la elección, lejos de ser una doctrina horrible, si se entiende bíblicamente, es quizás la mejor enseñanza, la más cálida y más alegre de toda la Biblia. Esta hará que el cristiano alabe a Dios y le agradezca su bondad al salvarlo gratuitamente, ya que como pecador lo que merecía era el infierno.
* Como la predestinación está asociada tan íntimamente con Juan Calvino, es muy instructivo ver la actitud humilde, piadosa y temerosa de Dios que el reformador tuvo hacia el tema. Fue tan deliciosamente bíblica y humana, que lo he citado extensamente en la parte final del estudio.
A fin de entender lo que la Biblia dice acerca de la elección divina, examinémosla bajo los siguientes aspectos:
I. Lo qué es.
II. Base bíblica.

I. LO QUE ES

Para poder entender claramente lo que es la elección incondicional, ayudará el conocer el significado de algunos términos:
A. PREDETERMINACIÓN.
Predeterminación significa el plan soberano de Dios, por medio del cual éste decide todo lo que va a suceder en el universo entero. Nada sucede en este mundo por casualidad. Dios está detrás de todas las cosas. Él decide y hace que las cosas sucedan. No se sitúa al margen, temiendo quizá lo que pueda suceder a continuación. No, Él ha predeterminado todas las cosas “según el designio de su voluntad” (Ef. 1.11): el movimiento de un dedo, el pálpito del corazón, la risa de una niña, el error de una mecanógrafa-incluso el pecado. (Vea Gn. 45.5-8; Hch. 4.27-28; y el cap. 6 de este libro.)
B. PREDESTINACIÓN.
La predestinación es parte de la predeterminación. En tanto que la predeterminación se refiere a los planes que Dios tiene para todas las cosas que suceden, la predestinación es la parte de la predeterminación que se refiere al destino eterno del hombre: cielo o infierno. La predestinación se compone de dos partes: elección y reprobación. La elección tiene que ver con los que van al cielo, y la reprobación con los que van al infierno.
C. ELECCIÓN INCONDICIONAL.
Para entender este término, consideramos cada palabra:
1. Elección. Todos sabemos que es una elección nacional: escoger entre candidatos a uno para que sea presidente. Elegir significa escoger, seleccionar, optar. La elección divina significa que Dios escoge a algunos para que vayan al cielo. A otros los pasa por alto y éstos irán al infierno.
2. Incondicional. Una elección condicional es una elección que está condicionada por algo que hay en la persona que es elegida. Por ejemplo, todas las elecciones políticas son elecciones condicionales, la selección del votante está condicionada por algo que el candidato es o ha prometido.
Algunos candidatos prometen el cielo si son elegidos. Otros prometen solamente ser buenos representantes y hacer todo lo que crean mejor. Otros apelan al hecho de que son de un grupo determinado o de una clase social determinada. Así pues las elecciones humanas son siempre elecciones condicionales, ya que la decisión del votante se basa en las promesas e índole del que va a ser elegido.
Pero, por sorprendente que pueda parecer, la elección divina es siempre elección incondicional. Dios nunca basa su elección en lo que el hombre piensa, dice, hace o es. No sabemos en qué basa Dios su selección, pero no es algo que esté en el hombre. No es que ve algo bueno en un hombre específico, algo que induce a Dios a decidir elegirlo.
¿Y no es esto maravilloso? Supongamos que la elección que Dios hace para el cielo se basara en algo que teníamos que ser o pensar o hacer. ¿Quién se salvaría entonces? ¿Quién podría presentarse delante de Dios y decirle que ha hecho alguna vez algo siquiera por un instante, que fuera realmente bueno en el sentido más profundo de esta palabra? Todos nosotros estamos muertos en nuestros pecados y transgresiones (EF. 2).
No hay nadie que haga el bien, nadie (Ro. 3) Si la elección de Dios se basara en una sola cosa buena que se encuentra en nosotros, entonces nadie sería elegido. Entonces nadie iría al cielo; todos irían al infierno. Porque nadie es bueno. Por lo tanto, agradezcamos a Dios su elección incondicional.
Para dejar bien claro lo que quiere decir elección incondicional, es necesario referirse al arminianismo. No me agrada tener que hacerlo, porque puede parecer que sea enemigo de los arminianos. Por el contrario, creo que los arminianos pueden ser cristianos nacidos de nuevo. * Ellos creen que hay un Dios trino, que Jesús es Dios, y que murió por los pecados del hombre, sostienen la salvación por la fe sola y no por las obras. Por consiguiente, todos los verdaderos creyentes los que confían en Jesús como salvador suyo deberían sentirse en verdadera comunión cristiana con los arminianos. Son uno en Cristo.
Aunque los arminianos son cristianos sinceros, están completamente equivocados respecto a las siguientes doctrinas de depravación total, elección incondicional, expiación limitada, gracia irresistible y perseverancia de los santos. Y la única razón por la que mencionamos el arminianismo es para mostrar con mayor claridad las enseñanzas bíblicas.
* El arminianismo recibió el nombre del teólogo Holandés, Jacobus Arminius, quien vivió de 1560 a 1609. Desarrolló los Cinco Puntos del Arminianismo, contra los cuales se pronunció el concilio de la iglesia de Dort (Holanda) en 1618-19.
Porque lo blanco nuca es tan blanco como cuando se contrapone a lo negro. Así también, las verdades bíblicas del Calvinismo nunca se ven tan claras como cuando se le contrapone a las ideas erróneas del arminianismo. De esta manera, no es sino con renuencia que menciono tanto al arminianismo, pero lo hacemos por amor y aprecio por ellos. Simplemente deseamos presentar el gozo pleno de la fe cristiana que no sea oscurecido con la idea errónea de la elección condicional.
Según el Arminiano, la elección divina y si creen en la elección es incondicional. Creen que Dios prevé quien creerá en Cristo, y entonces, basado en ese conocimiento previo, Dios decide elegir a los creyentes para el cielo. Creen que a veces el hombre natural y no regenerado posee suficiente bondad en sí mismo para que, si el Espíritu Santo lo ayuda, desee elegir a Jesús. El hombre elige a Dios, y entonces Dios elige al hombre. La elección de Dios queda condicionada por la elección del hombre. El Arminiano, pues enseña la elección condicional; en tanto que el calvinista enseña la elección incondicional.

II. BASE BÍBLICA

Los Cinco Puntos del Calvinismo están íntimamente ligados entre sí. El que acepta uno de los puntos aceptará los demás. La elección incondicional se desprende necesariamente de la depravación total.
Si los hombres son totalmente depravados y sin embargo, algunos se salvan, entonces es obvio que la razón de que algunos se salven y otros se pierdan descansa enteramente en Dios. Todo el género humano continuaría perdido si quedara abandonado a sí mismo y Dios no escogiera a algunos para que se salvaran. Porque por naturaleza el hombre está espiritualmente muerto (Ef. 2) y no sólo enfermo. No posee en sí mismo ni vida ni bondad espirituales. No puede hacer nada que sea verdaderamente bueno nada, ni siquiera entender las cosas de Dios y de Cristo, y mucho menos desear a Cristo o la salvación.
Sólo cuando el Espíritu Santo regenera al hombre tener fe en Cristo y ser salvo. Por consiguiente, si la depravación total es bíblicamente verdadera, entonces la fe y la salvación consiguiente se dan sólo cuando el Espíritu Santo actúa por medio de la regeneración. Y la decisión respecto a que a qué personas serán objeto de su acción debe pertenecer por completo, ciento por ciento, a Dios, ya que el hombre, como está espiritualmente muerto, no puede pedir ayuda. Esto es elección incondicional: La elección de Dios no depende de nada de lo que el hombre hace.
A. JUAN 6.37, 39
Jesús prometió a sus oyentes, “Todo lo que el padre me da, vendrá a mí; y al que a mi viene, no le hecho fuera, Y ésta es la voluntad del padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada sino que lo resucite en el día postrero.”
Se ve muy claramente que aquellos que resucitarán en el último día- todos los creyentes verdaderos- el Padre se los da a Cristo. Y sólo aquellos que el Padre a Cristo pueden venir a él. La salvación está por completo en las manos del Padre. Él es quien se los da a Jesús para que se salven. Una vez que hayan sido entregados a Jesús, éste se preocupará entonces de que ninguno de ellos se pierda. Así pues, la salvación depende por completo de que el Padre entregue a algunos a Cristo. Esto no es más que la elección incondicional.
B. JUAN 15.16.
Cristo dijo, “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros.”
Si hay algún texto que señale claramente la elección incondicional es éste. El Arminiano dice que él escoge a Cristo. Cristo dice, “No, vosotros no me elegisteis a mí. Al contrario, yo os elegí a vosotros.”
Es cierto que el cristiano elige a Cristo. Cree en él. Es decisión suya. Y sin embargo Cristo dice, “No, no me elegisteis vosotros a mí.” La observación negativa de Cristo es una forma de decir que si bien el cristiano cree a veces que él mismo es el factor decisivo en elegir a Cristo, la verdad es que en último término, es Cristo quien escoge al creyente.
Y entonces después de esto, el creyente elige a Cristo. Nosotros pensamos que todas las cosas buenas que hacemos en la vida, tal como creer en Cristo las logramos por nuestros propios medios; pero debemos recordar que Dios es quien produce en nosotros tanto el querer como el hacer, según su buena voluntad (Fil. 2.12, 13). Juan lo expresó de otra forma en su primera carta, “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.” El amor de Dios es anterior al amor del hombre. Este es el amor selectivo de Dios.
C: HECHOS 13.48.
Lucas informó, “Creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna.”
He aquí otro texto de una claridad total para quienquiera que lea la Biblia sin nociones preconcebidas acerca de la elección. Lucas cuenta las conversiones ocurridas en Antioquía donde Pablo y Bernabé habían predicado. Al informar acerca de los resultados del ministerio de ellos emplea las palabras del texto citado.
Esto ha turbado a los arminianos hasta tal punto que sus teólogos han tratado de retorcer las palabras para hacerlas decir, ”Todos los que creyeron estaban ordenados para vida eterna”; y el predecesor del unitarianismo, Socino (1539-1604), de hecho tradujo de esta forma, pero esto violenta totalmente el texto. Esta traducción armonizaría muy bien con la teoría arminiana según la cual Dios prevé quiénes van a creer y luego los predetermina. Pero la Biblia dice exactamente lo contrario: “Creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna.” La sencillez cabal de este texto es sorprendente.
D. 2 TESALONICENSES 2.13.
El apóstol Pablo afirmó, “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad.”
Adviértase ante todo que se dice que el Señor amó a los tesalonicenses. Este es ya amor selectivo. Este término “amados por” nunca se emplea para el caso del no creyente, o del mundo, en ninguno de los pasajes de la Biblia. Dios nunca llama a Judas o al mundo que lo rechaza, “amados por el Señor.” Este término se reserva para aquellos que aman a Jesús y que han sido salvados por su muerte. Esto es ya un indicio del amor eterno y selectivo de Dios.
Luego adviértase que Pablo dice expresamente que Dios escogió a los tesalonicenses, dando a entender que pasó por alto a otros.
Además, Pablo escribe que Dios los escogió desde el principio; es decir desde antes de la fundación del mundo (Ef. 1.4)-desde la eternidad. Alguien dirá, “Seguro que los escogió desde la eternidad, que preordenó quiénes irían al cielo; pero lo hizo basado en el conocimiento previo. Dios previó quienes creerían en Cristo y basado en esto los escogió.”
Esta forma de razonar pasa por alto la enseñanza clara de Pablo. Pablo no dice que Dios escogió a los tesalonicenses porque eran santos o creyeron. Al contrario, dice exactamente lo opuesto. Dios los escogió “para salvación”. Algunas de las versiones modernas lo traducen “para ser salvados” (Versión Popular). La salvación viene sólo por fe; de manera que cuando Pablo dice que Dios escogió a los tesalonicenses “para ser salvados”, esto, desde luego, implica que Dios eligió darles el único medio para conseguir esa salvación a saber, la fe.
Si Dios eligiera dar a alguien el resultado sin darles los medios para conseguirlo, la elección no tuviera significado. Por si hubiera todavía algunos que dudaran de la que la fe sea un don de Dios y no fruto de los esfuerzos del hombre (Ef. 2.8), Pablo dice expresamente que Dios los escogió para salvación “mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad”. En otras palabras, salvación, santificación y fe forman un todo que les vino a los tesalonicenses de parte de Dios. Así pues, 2 Tesalonicenses enseña una elección de Dios que no depende de nada que haya en el hombre, ni de su santificación ni de su fe. No, la elección de Dios es incondicional.
E. EFESIOS 1.4-5.
Pablo dice que Dios padre nos ha bendecido con toda bendición espiritual, “según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinados para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad.”
Adviértase con qué vigor habla Pablo de la elección. Dice que Dios “nos escogió”, no que nosotros escogimos a Dios. Luego agrega que Dios nos ha “predestinado”. Además, la elección soberana se subraya más con la afirmación de que Dios nos escogió en Cristo; es decir, nos escogió no debido a nosotros mismos sino por causa de Cristo Jesús.
Quizá algunos arminianos continuarán arguyendo que Dios sí predestinó a algunos, pero que esto se basó en el conocimiento que Dios tenía de quienes iban a creer. Por consiguiente, la decisión depende realmente del hombre y no de Dios. Pero adviértase que Pablo no dice que Dios nos escogió porque somos santos, sino, para que fuésemos santos y sin mancha. Y la santidad incluye la fe, porque no hay santidad sin fe. Efesios 1 se opone por completo a lo que dice el Arminiano, y excluye la elección que se base en algo que haya en el hombre-obras o fe.
Esta conclusión se refuerza más cuando Pablo agrega que esta elección y predestinación fueron “según el puro afecto de su voluntad”. Dios no escogió al hombre porque previó que hubiera en él algo que valiera la pena, como la fe, porque entonces hubiera dicho que nos predestinó “según la fe prevista en el hombre”. Por el contrario, Pablo omite cualquier alusión al hombre y dice que la razón se encuentra solamente en “el puro afecto” de Dios.
Para hacer resaltar con más fuerza esta elección soberana de Dios, que no se basó en nada que exista en el hombre, Pablo agrega la expresión, “de su voluntad”. Esto no fue necesario para su razonamiento. Había dicho que la elección había sido según el puro afecto de Dios; esto era suficiente para indicar que la elección de Dios se basaba en razones que estaban totalmente en el mismo. Pero luego agrega “de su voluntad”, lo cual indica todavía con más vigor la libertad de la elección de Dios, el hecho de que la razón hay que buscarla sólo en su voluntad.
F. ROMANOS 8.29, 30.
Pablo afirma, a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo…Y a los que predestinó a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó: y a los que justificó, a éstos también glorificó.”
Si hay algún versículo que parezca apoyar el concepto Arminiano de la predeterminación basada en el conocimiento previo, es éste. Pero sólo mediante una lectura superficial se llegaría a esta conclusión. Porque la palabra traducida en la versión antigua como “antes conoció” es una expresión griega y hebrea que significa “amar antes”. Cuando la Biblia dice que Adán “conoció” a Eva, no quiere decir que Adán conoció lo alta que era y la clase de temperamento que tenía. No, significa que Adán amó a Eva. Y cuando David dice que Dios “conoce el camino de los justos; mas la senda de los malos perecerá” (Sal, 1), no dice que Dios conoce al justo y no conoce al malo. Dios conoce todas las cosas y a todas las personas, incluyendo a los malos. Propiamente David quiere decir que Dios ama el camino de justo y odia el camino del malo, al cual castigará.
En forma semejante, cuando dios dice por medio de Amós, “a vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra” (3.2), no niega su omnisciencia, diciendo que no conoce a nadie más intelectualmente. No se trata de una metáfora que significa, “de entre todas las familias de la tierra solamente os he amado a vosotros.”
Del mismo modo, cuando pablo dice en romanos 8.29, “a los que antes conoció, también los predestinó”, Pablo utiliza la expresión bíblica de “conocer” en lugar de “amar” y quiere decir “a los que antes amó, los predestinó.” Si “conoció” significara aquí sólo conocimiento intelectual, entonces Dios no lo conocería todo; porque entonces no conocería a los que no ha predestinado para la justificación y glorificación. Lo que Pablo dice en Romanos 8 es que hay una cadena áurea de salvación que comienza con el amor eterno y selectivo de Dios y continua por eslabones irrompibles a través de la predeterminación, el llamamiento efectivo, la justificación, hasta la glorificación final en el cielo.
En lugar de apoyar el punto de vista Arminiano de que la predeterminación se basa en el conocimiento previo, Romanos 8 está de acuerdo en forma definitiva con el resto de la Escritura en el sentido de que la predeterminación del creyente se basa en el amor eterno de Dios. Gracias a Dios de que existe esta cadena ininterrumpida de salvación. El que cree en Cristo sabe que forma parte de ella.
G. ROMANOS 9:_6-26.
Todos los textos mencionados previamente son excelentes para mostrar que Dios no elige a las personas porque haya algo en ellas que lo atraiga. Pero la afirmación más espléndida de todas se encuentra en Romanos 9.
El problema principal de Romanos 9-11 es éste: “¿Cómo pueden los israelitas, quienes poseyeron todas las bendiciones de Dios en el pasado, estar espiritualmente perdidos? ¿Ha olvidado Dios sus promesas a Israel?” Pablo responde con un no rotundo. “No que la palabra de Dios haya fallado” (9.6). Entonces dedica el resto del capítulo a mostrar que la salvación no se obtiene porque uno sea descendiente físico de de Abraham, sino que se recibe de la gracia soberana de Dios. Y esto es lo que deseamos mostrar: El primer indicio se encuentra en el hecho de que Rom. 9.7 Pablo habla de la elección soberana de Isaac en lugar de Ismael. Dios habló en forma soberana y selectiva, “en Isaac te será llamada descendencia.”
Luego Pablo señala la misma elección soberana en el caso de Jacob y Esaú. Jacob y Esaú tenían los mismos padres e incluso habían nacido a la vez: eran gemelos. Sin embargo Dios en forma soberana escogió a Jacob y pasó por alto a Esaú.
Para mostrar que la elección de Dios no se basó en un conocimiento previo, Pablo escribe que Dios dio a conocer su elección a Rebeca antes de que nacieran los mellizos y antes de que hubieran hecho nada, ni bueno ni malo (9.11). “Así fue dice Pablo, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama” (9.11). Dios no escogió a Jacob porque vio de antemano que sería bueno o creería. La fuente de la elección no se halla en el hombre, sino en “el que llama”, es decir Dios simplemente afirma, “A. Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” (9.13).
Como seres humanos quisiéramos preguntar, “¿Pero por qué Dio? Y Dios simplemente responde reiterando el hecho, “A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” y no da ninguna razón que satisfaga la pregunta inquieta que se hace el hombre.
Pablo percibe el sentimiento de insatisfacción que sin duda se despertará en la mente de los que van a escuchar su carta. Percibe que algunos pensarán espontáneamente, “¿Qué clase de Dios es éste? No es justo amar a uno y aborrecer a otro incluso antes de que nazcan y antes de que tengan oportunidad de demostrar lo que son.” Por eso en el versículo siguiente (14) Pablo se pregunta: “¿Qué, pues, diremos? ¿Qué hay injusticia en Dios?” Éste es el meollo: La elección incondicional parece implicar la idea de un Dios injusto y por consiguiente no puede ser. Así razona el hombre.
Antes de que pasemos a examinar la respuesta de Pablo ante tal acusación, reflexionemos un momento en el hecho de que esta misma pregunta que Pablo se hace presupone la elección incondicional. La cuestión de la injusticia en Dios nunca, nunca se suscita dentro de la teoría arminiana. Porque según el Arminiano, Dios no elige arbitrariamente, ya que prevé quién será bueno o malo, o quién creerá. La elección de Dios se basa en algo que el hombre hace o cree. Su predeterminación es completamente justa; se decide sobre los méritos del hombre.
La acusación de injusticia hecha a Dios se suscita sólo si la elección es incondicional; porque al hombre le parece necio hablar de un Dios bueno y justo que simplemente escoge a Jacob y pasa por alto a Esaú, especialmente cuando Jacob no es mejor que Esaú, ni tiene más méritos que él. Esto es una locura, piensa. Dios debe ser injusto.
Por consiguiente, el hecho mismo de que Pablo plantee la pregunta acerca de la injusticia presupone que habla acerca de la elección incondicional. Según la teoría arminiana de la elección incondicional, no habría posibilidad de plantear el problema de la injusticia. Pero Pablo lo hace, con lo que demuestra que está enseñando la elección incondicional.
La respuesta de la palabra infalible de Dios a la pregunta de Pablo no es retractar lo dicho respecto a la soberanía de la elección de Dios, ni tratar de ofrecer una explicación racional al hombre que duda. Pablo simplemente afirma “En ninguna manera.” Ni se atrevan a decir o a pensar que Dios es injusto. No lo es. Es un Dios bueno y santo, y jamás es injusto.
Quizá no lo podemos entender todo aquí. Después de todo, sólo somos humanos; no somos Dios. ¿Acaso puede sorprender que siendo pecadores y mezquinos no entendamos todo lo que se refiere a Dios? ¿Acaso sus caminos no son más elevados que los nuestros tanto como el firmamento infinito está muy por encima de la tierra?
Incluso Pablo afirma de otra forma la elección incondicional por parte de Dios con una expresión del Antiguo testamento. “Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca” (9.15). Y más adelante dice, “de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece” (9.18) Según la Biblia, la elección depende en forma exclusiva de Dios. Es libre de amar al que quiera y pasar por alto al que quiera, no debido a lo bueno o malo que haya en el hombre, sino por sus propias buenas razones.
Sería posible considerar como suficientes las pruebas alegadas en cualquiera de los numerosos puntos mencionados en Romanos 9. Pablo ha demostrado en forma concluyente que la salvación no del que actúa, sino del que llama, y que la elección es incondicional. No hace falta proseguir con otros argumentos. Y sin embargo parece como si Pablo tuviera en mente a los arminianos cuando escribió el versículo 16. Porque Pablo lo dice en forma tan inequívoca que no puede haber ningún mal entendido, “Así que no depende del hombre que quiere, desea o decide; ni tampoco del que corre. Depende exclusivamente de Dios quien tiene misericordia.
Si todavía hay alguien que dude de estas afirmaciones explícitas de la Biblia de que nuestra salvación está totalmente en manos de Dios, y que no depende ni en lo más mínimo del que quiere o del que corre, que lea una y otras vez Romanos 9.16. Porque ésta es la Palabra de Dios.
(6)
A. Así como Dios ha designado a los escogidos para la gloria, de la misma manera, por el propósito eterno y libérrimo de su voluntad, ha preordenado todos los medios para ello: 1 P. 1:2; 2 Ts. 2:13; Ef. 1:4; 2:10.
B. Por lo tanto, los que son escogidos, habiendo caído en Adán, son redimidos por Cristo: 1 Ts. 5:9, 10; Tit. 2:14.
C. Eficazmente llamados a la fe en Cristo por su Espíritu obrando a su debido tiempo, son justificados, adoptados, santificados: Ro. 8:30; Ef. 1:5; 2 Ts. 2:13.
C. guardados por su poder, mediante la fe, para salvación: 1 P. 1:5.
D. nadie más es redimido por Cristo, o eficazmente llamado, justificado, adoptado, santificado y salvado, sino solamente los escogidos: Jun. 6:64,65; 8:47; 10:26; 17:9; Ro. 8:28; 1 Jun. 2:19.
(7)
A. La doctrina del profundo misterio de la predestinación debe tratarse con especial prudencia y cuidado: Dt. 29:29; Ro. 9:20; 11:33.
B: Para que los hombres, al ocuparse de la voluntad de Dios revelada en su Palabra y, al obedecerla, puedan, por la certidumbre de su llamamiento eficaz, estar seguros de su elección eterna: 1 Ts. 1:4, 5; 2 P. 1:10.
C. De este modo, esta doctrina proporcionará motivo de alabanza, reverencia y admiración a Dios: Ef. 1:6; Ro. 11:33.
D. Y de humildad: Ro. 11:5, 6,20; Col. 3:12.
E. Y diligencia: 2 P. 1:10.
F. Y abundante consuelo a todos los que sinceramente obedecen al evangelio: Lc. 10:20.
EN LA PREDESTINACIÓN TODOS OBTIENEN LO QUE DESEAN.
A veces la gente se queja de que la predestinación es una doctrina dura que obliga a la gente a hacer lo que no quiere hacer. Dicen que si desearan creer, no podrían, a no ser que Dios los hubiera predestinado; y si desearan no creer, Dios los iba a obligar ir al cielo. Así pues, ¿de qué sirve el creer?
Debe decirse con toda firmeza que todos consiguen precisamente lo que desean. Para decirlo en la forma más brusca posible: Los condenados están contentos de estar en el infierno. Nadie está en el infierno en contra de su voluntad. Todos los que están ahí están contentos de ello.
No interprete mal esa afirmación. Los condenados saben que después de la muerte todos van o al cielo o al infierno. No les gusta el infierno, pues de lo contrario no sería infierno
*Tampoco Dios posee voluntad libre, Dios no puede escoger hacer el mal, porque es sólo bien.
No les gusta el infierno, pues de lo contrario no sería infierno. Es el lugar donde los gusanos nunca mueren y donde le fuego nunca se apaga. En el infierno sólo hay agonía eterna. Es infernal. De manera que a los condenados no les gusta estar ahí. Pero hay algo que odian más que ese mismo tormento: a Dios Padre, Dios hijo y Dios Espíritu Santo.
El último lugar en ele que quisieran estar es en el cielo. No pueden digerir la idea de arrepentirse de sus pecados y de amar a Dios y a los demás más que a sí mismos. No desean estar en el infierno, pero cuando saben que la alternativa del infierno es ir al cielo con corazón puro, prefieren permanecer en el infierno. Es pues, cierto que todos consiguen lo que desean: Los cristianos están contentos de estar con Dios, y los condenados están contentos de no estar con Dios.
Cuántas veces el no cristiano se queja de la enseñanza de la predestinación, suele ser una racionalización hipócrita de su rechazo de Cristo. Yo preguntaría:
¿Qué desea? ¿Está arrepentido de sus pecados? ¿Confía en Cristo como Salvador? ¿Ama a Dios y desea ir al cielo? Si la respuesta es sí, entonces debería saber que es cristiano. Ya ha creído. Y “al que a mí viene, no le hecho fuera”, dice Jesús. Tiene lo que desea.
Si responde que no a esas preguntas, entonces preguntaría, “¿Por qué se queja? Tiene todo lo que desea. No desea a Cristo, no desea el cielo. Bien, tiene exactamente lo que desea.”

VENTAJAS PRÁCTICAS

Estas enseñanzas bíblicas acerca de la elección son difíciles de entender. Si alguien sigue dudando de ellas, debería recordar que la salvación no depende de creer todo lo que la Biblia dice acerca de la elección incondicional. Podemos tener confusión de ideas e incluso negar algunas verdades bíblicas, y sin embargo ser salvos. La salvación no depende de poseer el conocimiento de un teólogo. Depende sólo de si uno ha puesto verdaderamente la confianza en Jesucristo para que lo salve de sus pecados. Por consiguiente, tanto los arminianos como los calvinistas que se arrepienten de sus pecados y acuden a Cristo para conseguir la salvación irán al cielo.
Pero si yo fuera Arminiano, desearía saber con certeza lo que dice la Biblia acerca de la elección; porque es innegable que el Arminiano pierde mucho de la riqueza de la vida cristiana debido a sus puntos de vista. Véase como ocurre esto de estas dos formas:
A. ALABANZA AGRADECIMIENTO A DIOS.
Si uno cree que Cristo murió por sus pecados y que con la ayuda parcial del Espíritu santo ha llegado a esa convicción, estará sumamente agradecido con Dios. Pero suponga que, además de estar agradecido con Cristo por haber muerto en la cruz por usted, cayera en la cuenta de que nunca hubiera amado a Jesús a no ser que él lo hubiera amado primero, que nunca lo hubiera elegido a no ser que el lo hubiera elegido a no ser que el le hubiera dado fe en ÉL.
Entonces lo amaría mucho más. Su humildad sería mucho mayor porque sabría que ni es suficientemente bueno para distinguir algo bueno que está ante sus ojos. Su agradecimiento sería mucho mayor porque tendría mucho más de que estar agradecido. Su decisión de vivir una vida mejor sería mucho más firme porque habría más razones por las que estar agradecido. Cuán bueno es Dios no sólo en perdonarnos los pecados sino también en darnos fe en Cristo de modo que podamos conseguir el perdón de los pecados. ¡Que bueno es Dios¡
B. LA CONFIANZA DE SER SALVO.
Si en último término nuestra salvación dependiera de nuestra libre voluntad de aceptar a Cristo, y si dios suministrara la expiación vicaria de Cristo, pero no nuestra fe, entonces estaríamos en una condición deplorable. Pensemos en esto - ¡que el seguir siendo cristianos o no, dependiera de nosotros¡ ¡Qué pensamientos tan terrible¡ ¿La salvación depende de nosotros, quienes por naturaleza estamos corrompidos y no amamos a Dios? ¿De nosotros, que como cristianos todavía tenemos al hombre viejo en nosotros? ¿De nosotros, quienes dudamos, vacilamos, y pecamos? ¿La salvación depende de nosotros? Oh, no, que no sea así. Creo hoy, pero quizá mañana no creeré.
Quizá sucumbiré ante los deseos pecaminosos en vez de seguir fiel a Cristo. Quizá mis profesores escépticos me convencerán de que la Biblia no es la verdad. Éstas pueden ser las turbaciones del que piensa que en último término su fe depende fundamentalmente de sí mismo y que no la ha recibido de Dios.
Pero el calvinista sabe que toda su salvación depende de Dios y no de sí mismo. Sabe que no sólo Cristo murió por sus pecados, sino también que Dios le dio la fe. Sabe que el que ha comenzado la buena obra en él la continuará hasta el día del juicio (Fil. 1.6) Así pues, el Arminiano no puede poseer el gozo y consuelo de salvación porque hace descansar su fe en sí mismo y no en Dios.
Alabemos a Dios, de quien provienen todas las bendiciones, incluyendo la fe, que es el medio de garantizar las bendiciones de la expiación de Cristo. Alabemos a Dios por su amor selectivo.

MEDITANDO SOBRE DIOS

“¿Alcanzarás tú el rastro de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso? Es más alto que los cielos: ¿qué harás? Es más profundo que el infierno: ¿cómo lo conocerás? Su dimensión es más larga que la tierra, y más ancha que la mar” (Job 11:7-9). En los estudios anteriores, hemos observado algunas de las admirables y preciosas perfecciones del carácter Divino.
Después de esta meditación sencilla y deficiente de sus atributos, ha de ser evidente para todos nosotros que Dios es, en primer lugar, un ser incomprensible, y, maravillados ante su infinita grandeza, nos vemos obligados a usar las palabras de Sofar: “¿Alcanzarás tú el rastro de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso? Es más alto que los cielos: ¿qué harás? Es más profundo que el infierno: ¿cómo lo conocerás? Su dimensión es más larga que la tierra, y más ancha que la mar” Cuando dirigimos nuestro pensamiento a la eternidad de Dios, a su ser inmaterial, su omnipresencia y su omnipotencia, nos sentimos anonadados.
Pero la imposibilidad de comprender la naturaleza Divina no es razón para desistir en nuestros esfuerzos reverentes y devotos para entender lo que tan benignamente ha revelado Dios de sí mismo en su Palabra. Sería locura el decir que, porque no podemos adquirir un conocimiento perfecto es mejor no esforzarnos en alcanzar parte.
‘Nada aumenta tanto la capacidad del intelecto y del alma humana como la investigación devota, sincera y constante del gran tema de la Divinidad. El más excelente estudio para desarrollar el alma es la ciencia de Cristo crucificado y el conocimiento de la divinidad en la gloriosa Trinidad”. Citando a C. H. Spurgeon, este gran predicador bautista del siglo pasado, diremos que:
“El estudio propio para el cristiano es el de la Divinidad: La ciencia más elevada, la especulación más sublime y la filosofía más importante en la que el hijo de Dios puede ocupar su atención es el nombre, la naturaleza, la persona, la obra y la existencia del gran Dios al que llama Padre.” En la meditación de la Divinidad hay algo extremadamente beneficioso para la mente. Es un tema tan vasto, que hace que nuestros pensamientos se pierdan en la inmensidad; tan profundo, que nuestro orgullo queda ahogado.
Podemos comprender y dominar otros temas; al hacerlo, nos sentimos satisfechos, decimos: He aquí soy sabio, y seguimos nuestro propio camino. Sin embargo, nos acercamos a nuestra ciencia magistral y nos damos cuenta que nuestra plomada no alcanza su profundidad, y que nuestros ojos de lince no pueden llegar a su altura, nos alejamos pensando: Nosotros somos de ayer, y no sabemos, (Mal. 3:6). Sí, nuestra incapacidad para comprender la naturaleza divina debería enseñarnos a ser humildes, precavidos y reverentes.
Después de toda nuestra búsqueda y meditación, hemos de decir como Job: “He aquí, éstas son partes de sus caminos; ¡mas cuán poco hemos oído de él!” (Job 26:14). Cuando Moisés imploró que le mostrara su gloria, él le respondió: “Yo proclamaré el nombre de Jehová delante de ti” (Exo. 33:19), y, como alguien ha dicho, “el nombre es el conjunto de sus atributos”.
Podemos dedicarnos por completo al estudio de las diversas perfecciones por las cuales el Dios nos descubre su propio ser, atribuírselas todas, aunque tengamos todavía concepciones pobres y defectuosas de cada una de ellas. Sin embargo, en tanto que nuestra comprensión corresponde a la revelación que él nos proporciona de sus varias excelencias, tenemos una visión presente de su gloria.
En verdad, la diferencia entre el conocimiento que de Dios tienen los santos en esta vida y el que tendrán en el cielo es grande; con todo, ni el primero ha de ser desestimado, ni el segundo exagerado. Es cierto que la Escritura declara que le “veremos cara a cara” y que “conoceremos como somos conocidos” (1Cor. 13:12).
Pero deducir de esto que entonces conoceremos a Dios como él nos conoce a nosotros es dejarnos seducir por la mera apariencia de las palabras, y prescindir de la limitación que ellas mismas imponen necesariamente en tema como éste.
Hay una gran diferencia entre decir que los santos serán glorificados, y que serán hechos divinos. Los cristianos, aún en su estado de gloria, serán criaturas finitas, y, por lo tanto, incapaces de comprender completamente al Dios infinito. “En el cielo, los santos verán a Dios con ojos espirituales, por cuanto El será siempre invisible al ojo físico; le verán más claramente de como le veían por la razón y la fe, y más extensamente de lo que han revelado hasta ahora sus obras y dispensaciones; pero la capacidad de sus mentes no serán aumentadas hasta el punto de poder contemplar a la vez y en detalle toda la excelencia de su naturaleza.
Para comprender la perfección infinita sería necesario que fuesen infinitos. Aún en el cielo su conocimiento será parcial; sin embargo, su felicidad será completa porque su conocimiento será perfecto, en el sentido de que será el adecuado a la capacidad del ser, aunque no agote la plenitud del fin, creemos que será progresivo, y que, a medida que su visión se desarrolle, su bienaventuranza aumentará también; pero nunca alcanzará un límite más allá del cual no hay nada más por descubrir; y, cuando los siglos hayan transcurrido, él será todavía el Dios incomprensible.
En segundo lugar, en el estudio de las perfecciones de Dios se pone de manifiesto que es todo suficiente. Lo es en sí y para sí mismo. El primero de todos los seres no podía recibir cosa alguna de otro. Siendo infinito, está en posesión de toda perfección posible.
Cuando el Dios trino estaba sólo, él era el todo para sí. Su entendimiento, amor y energía estaban dirigidos a sí mismo. Si hubiese necesitado algo externo, no hubiese sido independiente, y, por tanto, no hubiese sido Dios. Creó todas las cosas “para él” mismo (Col. 1:16). Con todo, no lo hizo para suplir alguna necesidad que pudiera tener, sino para transmitir la vida y la felicidad a los ángeles y a los hombres, y para admitirles a la visión de Su propia gloria. Verdad es que exige la lealtad y la devoción de sus criaturas inteligentes; sin embargo, no se beneficia de su servicio, antes al contrario, son ellas las beneficiadas (Job 22:2,3).
Dios usa medios e instrumentos para cumplir sus propósitos, no porque su poder sea insuficiente, sino, a menudo, para demostrarlo de modo más sorprendente a pesar de la debilidad de los instrumentos. La absoluta suficiencia de Dios hace de El objeto supremo de nuestras aspiraciones. La verdadera felicidad consiste solamente en el disfrute de Dios. Su favor es vida, y su cuidado es mejor que la vida misma.
“Mi parte es Jehová, dijo mi alma; por tanto en él esperaré” (Lam. 3:24); la percepción de su amor, su gracia y su gloria es el objeto principal de los deseos de los santos, y el manantial de sus más nobles satisfacciones. Muchos dicen: “¿Quién nos mostrará el bien?” Haz brillar sobre nosotros, oh Jehová, la luz de tu rostro. Tú has dado tal alegría a mi corazón que sobrepasa a la alegría que ellos tienen con motivo de su siega y de su vendimia.” (Sal. 4:6-7).
Sí cuando el cristiano está en su cabal juicio, puede decir: “Aunque la higuera no florezca ni en las vides haya fruto, aunque falle el producto del olivo y los campos no produzcan alimento, aunque se acaben las ovejas del redil y no haya vacas en los establos; con todo, yo me alegraré en Jehová y me gozaré en el Dios de mi salvación” (Hab. 3:17-18).
En tercer lugar, en el estudio de las perfecciones de Dios resalta el hecho de que El es Soberano Supremo del universo. Alguien ha dicho, con razón, que, “ningún dominio es tan absoluto como el de la creación. Aquél que podía no haber hacho nada, tenía el derecho de hacerlo todo según su voluntad.
En el ejercicio de su poder soberano hizo que algunas partes de la creación fueran simple materia inanimada, de textura más o menos refinada, de muy diversas cualidades, pero inerte e inconsciente. El dio a otras organismo, y las hizo susceptibles de crecimiento y expansión, pero, aún así, sin vida en el sentido propio de la palabra. A otras les dio, no sólo organismo, sino también existencia consciente, órganos del sentido y movimiento propio. A éstos añadió en el hombre el don de la razón y un espíritu inmortal por el cual está unido a un orden de seres elevados que habitan en las regiones superiores.
El agita el cetro de la omnipotencia sobre el mundo que creó. Alabe y glorifique al que vive para siempre; porque su señorío es sempiterno, y su reino por todas las edades. Y todos los moradores de la tierra por nada son contados; y en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, hace según su voluntad: ni hay quien estorbe su mano y le diga: ¿qué haces? (Dan. 4:3435).
La criatura, considerada como tal, no tiene derecho alguno. No puede exigir nada a su Creador, y como quiera que sea tratado, no tiene razón en quejarse. No obstante, al pensar en el señorío absoluto de Dios sobre todas las cosas, no deberíamos de olvidar nunca sus perfecciones morales. Dios es justo y bueno, y siempre hace lo que es recto. Sin embargo, ejerce su soberanía según su voluntad imperial y equitativa.
Asigna a cada criatura su lugar según parece bien a sus ojos. Ordena las diversas circunstancias de cada una según sus propios consejos. Moldea cada vaso según su determinación inmutable. Tiene misericordia del que quiere, y al que quiere endurece. Dondequiera que estemos, su ojo está sobre nosotros. Quienquiera que seamos, nuestra vida y posesiones están a su disposición.

Para el cristiano es un Padre tierno; para el rebelde pecador será fuego que consume. “Por tanto, al Rey de siglos, inmortal, invisible, al solo sabio Dios sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amen” (1Tim. 1:17).