INTRODUCCIÓN
En algún momento, en diferentes
circunstancias y grados todos experimentamos la adversidad en nuestras vidas.
Ejercitar la confianza en Dios en
medio de la prueba, ha sido para mí un proceso. Hace varios años, para fortalecer
mi propia confianza en Dios, inicié un estudio sobre el tema dela soberanía de
Dios en los asuntos de su pueblo, el cual ha sido de gran ayuda, y ahora
lo comparto con ustedes en este libro que es el fruto de tal análisis.
Invertí aproximadamente cuatro
años en este estudio y pude observar que otros creyentes estaban enfrentando
las mismas inquietudes que yo había tenido. Surgían entonces
algunos interrogantes: ¿En realidad controla Dios todas las circunstancias de
nuestras vidas, o las cosas "malas" tan sólo ocurren porque vivimos en
un mundo condenado por el pecado? Sien verdad Dios controla las eventualidades
de nuestras vidas, ¿por qué permitió que?¿Puedo confiar en Dios cuando se
presentan contratiempos en las diferentes áreas de mi vida?
Este libro surgió como resultado
d buscar solución a mis dificultades, y de observar que gran cantidad de
creyentes tenían preguntas y dudas similares. Está escrito desde la perspectiva
de un hermano y compañero, para aquellos que se preguntan en muchas ocasiones:
"¿En realidad, puedo confiar en Dios?"
LA RESPUESTA ES UN ROTUNDO: SI
También he podido observar que
algunos de mis amigos han pasado por adversidades peores que las mías. No he
escrito este libro con mis conocimientos, lo he hecho como un estudio bíblico acerca
de Dios, su soberanía, sabiduría y amor para el momento el que nos afligen las
adversidades.
Confiando en Dios, está escrito
para el cristiano común, que no necesariamente ha experimentado un problema muy
grande pero que, con frecuencia, se encuentra con las dificultades y angustias
propias de la vida tales como: embarazo frustrado, pérdida del trabajo,
accidentes automovilísticos, hijos rebeldes, el profesor injusto en la
universidad, etc.
Sabemos la adversidad es difícil
aunque podemos también saber con certeza que Dios tiene el control de todas
nuestras circunstancias.
Este libro tiene una doble
finalidad: Primero, anhelo de glorificar a Dios, reconociendo su soberanía y su
bondad. Segundo, deseo de animar al pueblo de Dios al demostrar, basado en la
Escritura, que El tiene el control de sus vidas, que Él los ama y que obra en Todas
las circunstancias para su bien.
Uno de los atributos que
analizaremos para mejor sentido a tan maravilloso estudio es la soberanía de
Dios.
LA SOBERANÍA DE DIOS
“Mi consejo
permanecerá, y haré todo lo que quisiere” (Isa. 46:10) La Soberanía de Dios
puede definirse como el ejercicio de su supremacía. Dios es el Altísimo, el
Señor del cielo y de la tierra está exaltado infinitamente por encima de la más
eminente de las criaturas. El es absolutamente independiente; no está sujeto a
nadie, ni es influido por nadie. Dios actúa siempre y únicamente como le
agrada. Nadie puede frustrar ni detener sus propósitos. Su propia Palabra lo
declara explícitamente: “En el ejército del cielo, y en los habitantes de la
tierra, hace según su voluntad: ni hay quien estorbe su mano” (Dan. 4:35).
La soberanía
divina significa que Dios lo es de hecho, así como de nombre, y que está en el
Trono del universo dirigiendo y actuando en todas las cosas “según el consejo
de su voluntad” (Efe. 1:11). Con gran razón decía el predicador bautista del
siglo pasado Carlos Spurgeon, en un sermón sobre Mat. 20:15, que: “No hay
atributo más confortador para Sus hijos que el de la Soberanía de Dios. Bajo
las más adversas circunstancias y las pruebas más severas, creen que la
Soberanía los gobierna y que los santificará a todos.
Para ellos, no
debería haber nada por lo que luchar más celosamente que la doctrina del
Señorío de Dios sobre toda la creación -el reino de Dios sobre todas la obras
de sus manos. El trono de Dios, y su derecho a sentarse en el mismo. Por otro
lado, no hay doctrina más odiada por la persona mundana, ni verdad que haya
sido más maltratada, que la grande y maravillosa, pero real, doctrina de la
Soberanía del infinito Jehová.
Los hombres
permitirán que Dios esté en todas partes, menos en su trono. Le permitirán
formar mundos y hacer estrellas, dispensar favores, conceder dones, sostener la
tierra y soportar los pilares de la misma, iluminar las luces del cielo, y gobernar
las incesantes olas del océano; pero cuando Dios asciende a su Trono sus
criaturas rechinan los dientes. Pero nosotros proclamamos un Dios entronizado y
su derecho a hacer su propia voluntad con lo que le pertenece, a disponer de
sus criaturas como a él le place, sin necesidad de consultarlas. Entonces se
nos maldice y los hombres hacen oídos sordos a lo que les decimos, ya que no
aman a un Dios que está sentado en su Trono.
Pero es a Dios
en su Trono que nosotros queremos predicar. Es en Dios, en su Trono en quien
confiamos”. Sí, tal es la Autoridad revelada en las Sagradas Escrituras. Sin
rival en Majestad, sin límite en Poder, sin nada, fuera de sí misma, que le
pueda afectar. “Todo lo que quiso Jehová, ha hecho en los cielos y en la
tierra, en los mares y en todos los abismos” (Sal. 135:6). No obstante, vivimos
en unos días en los que incluso los más “ortodoxos” parecen temer el admitir la
verdadera divinidad de Dios. Dicen que reconocer la soberanía de Dios significa
excluir la responsabilidad humana; cuando la verdad es que la responsabilidad
humana se basa en la Soberanía Divina, y es el resultado de la misma. “Y
nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho” (Sal. 115:3).
En su
soberanía escogió colocar a cada una de sus criaturas en la condición que
pareció bien a sus ojos. Creó ángeles: a algunos los colocó en un estado
condicional, a otros les dio una posición inmutable delante de él (1Tim. 5:21),
poniendo a Cristo como su cabeza (Col. 2:10). No olvidemos que los ángeles que
pecaron (2Ped. 2:4). Con todo, Dios previó que caerían y, sin embargo, los
colocó en un estado alterable y condicional, y les permitió caer, aunque El no
fuera el autor de su pecado.
Asimismo,
Dios, en su soberanía colocó a Adán en el jardín del Edén en un estado
condicional. Si lo hubiera deseado podía haberle colocado en un estado incondicional,
en un estado tan firme como el de los ángeles que jamás han pecado, en uno tan
seguro e inmutable como el de los santos en Cristo. En cambio, escogió
colocarle sobre la base de la responsabilidad como criatura, para que se
mantuviera o cayera según se ajustase o no a su responsabilidad: la de obedecer
a su Creador. Adán era responsable ante Dios (Dios es ley en sí mismo) por el
mandamiento que le había sido dado y la advertencia que le había sido hecha.
Esa era una
responsabilidad sin menoscabo y puesta a prueba en las condiciones más
favorables. Dios no colocó a Adán en un estado condicional y de criatura
responsable porque fuera justo que así lo hiciera. No, era justo porque Dios lo
hizo. Ni siquiera dio el ser a las criaturas porque eso fuera lo justo, es
decir, porque estuviera obligado a crearlas; sino que era justo porque El lo
hizo así. Dios es soberano. Su voluntad es suprema. Dios, lejos de estar bajo
una ley, es ley en sí mismo, así es que cualquier cosa que él haga, es justa. Y
¡ay del rebelde que pone su soberanía en entredicho! “Ay del que pleitea con su
Hacedor, siendo nada mas un pedazo de tiesto entre los tiestos de la tierra!
¿Dirá el barro al que lo labra: Qué haces?” (Isa. 45:9).
Además, Dios
es Señor, como soberano, colocó a Israel sobre una base condicional. Los
capítulos 19, 20 y 24 de Éxodo ofrecen pruebas claras y abundantes de ello.
Estaban bajo el pacto de las obras. Dios les dio ciertas leyes e hizo que las
bendiciones sobre ellos, como nación, dependieran de la observancia de las
tales. Pero Israel era obstinado y de corazón incircunciso. Se rebelaron contra
Jehová, desecharon su ley, se volvieron a los dioses falsos y apostataron. En
consecuencia, el juicio divino cayó sobre ellos y fueron entregados en las
manos de sus enemigos, dispersados por toda la tierra, y hasta el día de hoy,
permanecen bajo el peso del disfavor de Dios.
Fue Dios,
quien en el ejercicio de su soberanía, puso a Satanás y a sus ángeles, a Adán y
a Israel en sus respectivas posiciones de responsabilidad. Pero, en el
ejercicio de su soberanía, lejos de quitar la responsabilidad de la criatura,
la puso en esta posición condicional, bajo las responsabilidades que él creyó
oportunas; y, en virtud de esta soberanía, El es Dios sobre todos. De este
modo, existe una armonía perfecta entre la soberanía de Dios y la
responsabilidad de la criatura. Muchos han sostenido equivocadamente que es
imposible mostrar donde termina la soberanía de Dios y empieza la
responsabilidad de la criatura.
He aquí donde
empieza la responsabilidad de la criatura: en la ordenación soberana del
creador. En cuanto a su soberanía, ¡no tiene ni tendrá jamás
“terminación"! Vamos aprobar aún más, que la responsabilidad de la
criatura se basa en la soberanía de Dios. ¿Cuántas cosas están registradas en
la Escritura que eran justas porque Dios las mandó, y que no lo hubieran sido
si no las hubiera mandado? ¿Qué derecho tenía Adán de comer de los árboles del
jardín del Edén? ¡El permiso de su Creador (Gén. 2:16), sin el cual hubiera
sido un ladrón! ¿Qué derecho tenía el pueblo de Israel a demandar de los
egipcios joyas y vestidos (Ex. 12:35)? Ninguno, sólo que Jehová lo había autorizado
(Ex. 3:22). ¿Qué derecho tenía Israel a matar tantos corderos para el
sacrificio? Ninguno, pero Dios así lo mandó.
¿Qué derecho
tenía el pueblo de Israel a matar a todos los cananeos? Ninguno, sino que Dios
les habían mandado hacerlo. ¿Qué derecho tenía el marido a demandar sumisión
por parte de su esposa? Ninguno, si Dios no lo hubiera establecido. ¿Qué
derecho tuviera la esposa de recibir amor, atención y cuidados, ninguno, si
Dios no lo hubiera establecido. Podríamos citar muchos más ejemplos para
demostrar que la responsabilidad humana se basa en la Soberanía Divina.
He aquí otro
ejemplo del ejercicio de la absoluta soberanía de Dios: colocó a sus elegidos
en un estado diferente al de Adán o Israel. Los puso en un estado
incondicional. En un pacto eterno, Jesucristo fue hecho su cabeza, tomó sobre
sí sus responsabilidades y actuó para ellos con justicia perfecta, irrevocable
y eterna. Cristo fue colocado en un estado condicional, ya que fue “hecho
súbdito a la ley, para que redimiese a los que estaban debajo de la ley” (Gál.
4:4,5), sólo que con esta diferencia infinita: los hombres fracasaron, pero él
no fracasó ni podía hacerlo. Y, ¿quién puso a Cristo en este estado
condicional?
El Dios Trino.
Fue ordenado por la voluntad soberana, enviado por el amor soberano y su obra
le fue asignada por la autoridad soberana. El mediador tuvo que cumplir ciertas
condiciones. Había de ser hecho en semejanza de carne de pecado; había de
magnificar y honrar la ley; tenía que llevar todos los pecados del pueblo de
Dios en su propio cuerpo sobre el madero; tenía que hacer expiación completa
por ellos; tenía que sufrir la ira de Dios, morir y ser sepultado. Por el
cumplimiento de todas esas condiciones, le fue ofrecida una recompensa: (Isa.
53:10-12).
Había de ser el
primogénito de muchos hermanos; había de tener un pueblo que participaría de su
gloria. Bendito sea su nombre para siempre porque cumplió todas esas
condiciones; y porque las cumplió, el Padre está comprometido en juramento
solemne a preservar para siempre y bendecir por toda la eternidad a cada uno de
aquellos por los cuales hizo mediación su Hijo Encarnado. Porque El tomó su
lugar, ellos ahora participan del Suyo. Su justicia es la Suya, su posición
delante de Dios es la Suya, y su vida es la Suya. No hay ni una sola condición
que ellos tengan que cumplir, ni una sola responsabilidad con la que tengan que
cargar para alcanzar la gloria eterna. “Porque con una sola ofrenda hizo
Perfectos para siempre a los santificados” (Heb. 10:14).
He aquí pues
que la soberanía de Dios expuesta claramente ante todos en las distintas formas
en que él se ha relacionado con sus criaturas. Algunos de los ángeles, Adán e
Israel fueron colocados en una posición condicional en la que la bendición
dependía de su obediencia y fidelidad de Dios. Pero, en marcado contraste con
estos, a la “manada pequeña” (Luc. 12:32) le ha sido dada una posición
incondicional e inmutable en el pacto de Dios, en sus consejos y en su Hijo; su
bendición depende de lo que Cristo Hizo Por ellos. “El fundamento de Dios está
firme, teniendo este sello: conoce el Señor a los que son suyos” (2Tim. 2:19).
El fundamento
sobre el cual descansan los elegidos de Dios es perfecto: nada puede serle
añadido, ni nada puede serle quitado (Ecl. 3:14). He aquí, pues, el más alto y
grande exponente de la absoluta soberanía de Dios. En verdad, El “del que
quiere tiene misericordia; y al que quiere endurece” (Rom 9:18).
1ª PARTE
¿PUEDE CONFIAR EN DIOS?
Invócame En El Día De
La Angustia; Te Libraré, Y Tú Me Honrarás. Salmo 50: 15.
El pueblo de Dios no es inmune al
dolor. El problema del dolor es tan antiguo y universal como la historia del
hombre. Hasta la creación, nos dice Pablo: "fue sujetada a vanidad.gime a
una, y a una está con dolores de parto hasta ahora" (Romanos 8:20-22).
Entonces, surge la pregunta:"¿Dónde
está Dios en todo esto?" ¿Puede usted verdaderamente confiar en Dios
cuando la adversidad golpea y llena su vida de dolor? ¿Realmente puede venir al
rescate de aquellos que le buscan? Como afirma el texto anotado al empezar este
capítulo, ¿libera a aquellos que lo invocan en el día de angustia? ¿Rodea su inagotable
amor a la persona que confía en El? (Ver Salmo 32:10).
¿Puede usted confiar en Dios? La
pregunta misma tiene dos posibles interpretaciones antes que pretendamos
contestarla. Primera: ¿Es Dios confiable en épocas de adversidad?
La segunda interpretación sería:
¿Es tal su relación con Dios y su confianza en El, que cree que está con usted
en su adversidad, aunque no vea ninguna evidencia de su presencia y poder?
No es fácil confiar en Dios en
momentos de prueba. Nadie disfruta el dolor y, cuando éste viene, queremos que
pase a la mayor brevedad. Incluso el apóstol Pablo le suplicó tres veces a Dios
para que le quitara el “aguijón de la carne”, antes de que entendiera que la gracia
de Dios era suficiente. José le pidió al copero del faraón "sacarle de
esta casa"
(Génesis 40:14). Y el escritor de
Hebreos establece muy sinceramente que "ninguna disciplina al presente
parece ser causa de gozo, sino de tristeza" (Hebreos 12:11).
Experimenté uno de esos períodos
de adversidad durante el tiempo que estuve trabajando en este primer capítulo,
y encontré que era difícil confiar en Dios. Parecía ser una dolencia física que
se agravaba con una enfermedad de toda la vida. Apareció en un momento muy inoportuno,
y durante varias semanas no respondió a ningún tratamiento médico.
En ese lapso de tiempo y a medida
que suplicaba continuamente a Dios por alivio, recordaba las palabras de
Salomón: "Mira la obra de Dios; porque ¿quién podrá enderezar lo que él
torció?" (Eclesiastés 7:13). Dios había traído un hecho
"torcido" a mi vida, y me hice consciente de que sólo El tenía el
poder para enderezarlo. ¿Podría confiar en El, solucionara o no mi
"situación", y aliviara o no mi angustia? ¿Creía en realidad en un
Dios que me amaba y sabía lo que era mejor para mí, quien tenía el control de
mi situación?
¿PODRÍA CONFIAR AUNQUE NO
COMPRENDIERA?
Además, ¿podría animar a otros a
confiar en El cuándo estuvieran atravesando por situaciones adversas?¿O toda la
idea de confiar en Dios es solamente un lema cristiano que no permanece firme
ante los sucesos difíciles de la vida?¿Puede usted en realidad, confiar en
Dios?
Compadezco a quienes consideran
difícil confiar en El en la adversidad. He estado así, sólo para conocer algo
de la angustia, la desesperación y la oscuridad que llena nuestras vidas cuando
nos preguntamos si Dios realmente se preocupa de las situaciones difíciles que
enfrentamos. He invertido una gran parte de mi vida adulta animando a las
personas a seguir la santidad y a obedecer a Dios; pero reconozco que a menudo
parece más difícil confiar en El que obedecerle.
La voluntad de Dios que nos
muestra la Biblia es racional y razonable; pero las circunstancias en las que
debemos confiar en El, generalmente parecen irracionales e inexplicables.
Reconocemos con prontitud que la ley de Dios debe ser buena para nosotros, aun
cuando no queramos obedecerla. Las situaciones de nuestras vidas con frecuencia
parecen ser terribles, sombrías, y algunas veces calamitosas y trágicas.
También resulta aceptable
obedecer a Dios dentro de unos límites definidos de lo que consideramos su
voluntad revelada. Confiar en Dios se produce en un terreno que no tiene
límites. No conocemos la extensión, duración o frecuencia del dolor, ni de las
circunstancias adversas en las que frecuentemente debemos confiar en El.
Sin embargo, es tan significativo
confiar en Dios como obedecerle. Cuando somos desobedientes desafiamos su
autoridad y menospreciamos su santidad. Pero, cuando no confiamos en El,
dudamos de su soberanía y cuestionamos su bondad. Cuando el pueblo de Israel
tenía hambre habló mal de Dios diciendo: "¿Podrá poner mesa en el
desierto? ¿Podrá dar también pan? Los dos siguientes versículos nos dicen:
"Por tanto, oyó Jehová, y se indignó. Por cuanto no habían creído a Dios,
ni habían confiado en su salvación" (Sal. 78:19-22).
Para creer en Dios, debemos ver
siempre nuestras circunstancias adversas a través de los ojos de la fe, y no
del sentido común. Así como la fe de la salvación viene por oír el mensaje del
evangelio (Romanos 10:17), la fe para confiar en El, en las situaciones difíciles,
viene de la Palabra de Dios (de lo que El dijo). Es sólo por aplicar las
Escrituras a nuestros corazones por el Espíritu Santo, que recibimos la gracia
de confiar en Dios en los momentos de sufrimiento.
Las Escrituras Enseñan Tres Verdades Esenciales
Acerca De Dios Con Respecto A La Adversidad, En Las Que Debemos Creer, Si Vamos
A Confiar En El En Situaciones Difíciles:
· Dios es absolutamente soberano.
· Dios es infinitamente sabio.
· Dios es perfecto en amor.
Alguien ha expresado estas
verdades en relación con nosotros de la siguiente forma:
"Dios En Su Amor Siempre Desea Lo Mejor
Para Nosotros, En Su Sabiduría Siempre Sabe Lo Que Es Mejor, Y En Su Soberanía
Tiene El Poder Para Hacer Que Suceda".
La soberanía de Dios se confirma
en casi todas las páginas de la Biblia de manera expresa o implícita. Mientras
la estudiaba preparándome para escribir este libro nunca creí haber terminado
la lista de versículos acerca de ella, pues cada vez que abría las Escrituras aparecían
nuevas referencias. En los siguientes capítulos veremos muchos de estos
pasajes, pero por ahora sólo reflexionaremos en uno:
¿Quién Será Aquel Que Diga Que Sucedió Algo Que
El Señor No Mandó? ¿De La Boca Del Altísimo No Sale Lo Malo Y Lo Bueno? (Lamentaciones
3:37-38).
Este pasaje de la Escritura
ofende a muchas personas porque encuentran difícil aceptar que lo bueno y lo
malo vengan de Dios. Con frecuencia la gente se pregunta: "Si Dios es un Dios
de amor, ¿cómo permite semejante calamidad?" Pero Jesús mismo afirmó la
soberanía de Dios en la calamidad cuando Pilato le dijo: "¿No sabes que
tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?"
Respondió Jesús: "Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese
dada de arriba". (Juan 19:10-11).
En un sorprendente acto de amor
hacia nosotros, Dios permitió el sacrificio de su Hijo por nuestros pecados.
Sin embargo, frecuentemente pasamos por alto que para Jesús fue una experiencia
sumamente dolorosa, más de lo que podamos imaginar. En la humanidad de Jesús,
este sacrificio fue suficiente para hacerlo orar "Padre mío, si es
posible, pase de mí esta copa". (Mateo 26:39), pero no vaciló en reconocer
el control y la soberanía de Dios.
Si los creyentes aceptamos la
afirmación bíblica de la soberanía de Dios en lo bueno y en lo malo, eso
bastaría para sentirnos confortados. ¡No importa por qué clase de calamidad o problema
en particular estemos atravesando; pero sí podemos estar seguros de que nuestro
Padre tiene un propósito amoroso. Como dijo el rey Ezequías. "He aquí, amargura
grande me sobrevino en la paz, mas a ti agradó librar mi vida del hoyo de
corrupción". (Dios lo sanó a Exequias) (Isaías 38:17). Dios no ejerce su
soberanía caprichosamente, sino sólo en la forma en que su infinito amor sabe
que es mejor para nosotros. Jeremías escribió: "Antes si aflige, también
se compadece según la multitud de sus misericordias; porque no aflige ni
entristece voluntariamente a los hijos de los hombres" (Lamentaciones
3:32-33).
La soberanía de Dios es ejercida
también en infinita sabiduría, más allá de nuestra comprensión. Después de
estudiar la suprema pero inescrutable relación con su pueblo, (los judíos) el
apóstol Pablo se rinde ante el misterio de las acciones de Dios con estas palabras:
¡Oh profundidad de las riquezas
de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e
inescrutables sus caminos! (Romanos 11:33).
Pablo reconoció lo que nosotros
debemos aceptar si vamos a confiar en Dios, cuyo plan y forma en que lleva a
cabo sus designios están más allá de nuestra capacidad de comprensión y
entendimiento. Debemos aprender a confiar en El aún cuando no entendemos.
En los siguientes capítulos
analizaremos más detalladamente estas tres verdades: La soberanía, el amor y la
sabiduría de Dios. Pero el propósito principal de este libro no es analizar
estas maravillosas realidades. Lo más importante para nosotros es llegar a estar
tan convencidos de ellas que las apliquemos en las circunstancias diarias de la
vida, y que aprendamos a confiar en El en medio del dolor, cualquiera que sea
la forma que éste tome.
Aunque nuestro dolor sea trivial
o traumático, temporal o interminable, debemos aprender a confiar en Dios y
glorificarle en estas situaciones, sin tener en cuenta la naturaleza de ellas.
Pero hay un pensamiento final
antes de empezar nuestros estudios sobre la soberanía, el amor y la sabiduría
de Dios. Para confiar en Él, debemos conocerle íntima y personalmente. David
dijo en el Salmo 9:10: "En ti confiarán los que conocen tu nombre, por
cuanto tú, oh JEHOVÁ, no desamparaste a los que te buscaron". Conocer el
nombre de Dios es conocerle en una forma íntima y personal. Es mucho más que
sólo saber cosas acerca de Él. Es llegar a una relación personal más profunda
con El, como resultado de buscarlo en medio de nuestro dolor, y descubrir que
es confiable.
Sólo en la proporción en que le
conozcamos de esta forma personal, llegamos a creer en El. A medida que lea y estudie
los siguientes capítulos, y relacione lo que está aprendiendo de Dios con sus situaciones
personales, ore para que el Espíritu lo haga comprender sus aspectos, para conocerle
mejor y así confiar en El de manera absoluta.
2ª PARTE
¿ESTÁ DIOS EN CONTROL?
La Cual A Su Tiempo Mostrará El Bienaventurado
Y Solo Soberano, Rey De Reyes, Y Señor De Señores. 1ª Timoteo 6:15
El libro, Cuando las Cosas Malas
le Suceden a la Gente Buena, escrito por el rabino Harold Kushner, fue aclamado
ampliamente como el mejor vendido en 1981. La crítica literaria lo describió
como: Enternecedor, que llega al corazón, sabio y compasivo, es la obra que la
humanidad necesita. Esta trata de explicar una tragedia ocurrida a la familia
del rabino, y concluye diciendo que el autor del libro de Job "obligado a
escoger entre un buen Dios poderoso que no es completamente poderoso, o un Dios
que no es totalmente bueno.
Escoge creer en un Dios
bondadoso". Según el punto de vista del rabino acerca de la enseñanza de
Job, "Dios desea que el justo disfrute una vida pacífica y feliz, pero a
veces, incluso El, no puede hacer que eso suceda, y le es muy difícil evitar
que la crueldad y el caos reclamen sus víctimas inocentes".
Naturalmente, el rabino Kushner
no está solo en su observación del control soberano de Dios sobre todos los
acontecimientos de nuestras vidas. Los cristianos, y los que no lo son, frecuentemente
hablan de tribulaciones y accidentes, de circunstancias fuera de nuestro control
(y presumiblemente también del de Dios), de cosas que suceden eventualmente. A través
de los siglos, la enfermedad, el sufrimiento y el dolor han hecho surgir
preguntas acerca del dominio y cuidado de Dios por su creación.
La presunción implícita en la
mente de muchos es: Si Dios es poderoso y bueno, ¿por qué hay tanto
sufrimiento, dolor y angustia en el mundo? Dios es bueno y no Todopoderoso o poderoso
y no del todo bueno. No puede ser las dos cosas.
LA PROVIDENCIA DE DIOS
La Biblia nos enseña que lo
encontramos en dos formas: Dios es soberano (Todopoderoso) y es bueno. La
instrucción de la Biblia en este aspecto es reafirmada bajo el tema que los
teólogos llaman la providencia de Dios. Este es un término que con frecuencia
usamos los creyentes para reconocer su aparente intervención en nuestros asuntos.
Por ejemplo, cuando doy mi testimonio, siempre digo algo parecido a:
"Cuando reconocí que no podía vivir la vida cristiana solo, en la Armada,
Dios, en su providencia, me permitió conocer a Los Navegantes" (una organización
Cristiana).
Al hacer esta afirmación quiero
enfatizar que Dios controló y arregló ciertas circunstancias de mi vida, de tal
manera que un resultado específico, en este caso, ponerme en contacto con Los Navegantes,
era inevitable que sucediera.
No obstante, hay dos
procedimientos erróneos en la forma en que nos referimos a la providencia de
Dios. Por un lado, casi siempre relacionamos "la providencia de Dios"
con acontecimientos aparentemente "buenos". Fue bueno para mí conocer
a Los Navegantes, y por lo tanto estoy contento de atribuírselo a la
providencia de Dios. Pero usted por lo general nunca oye decir algo así como,
"en la providencia de Dios tuve un accidente y quedé paralítico".
Como el rabino Kushner, rehusamos atribuirle las cosas "malas" a la intervención
de la mano de Dios.
El segundo procedimiento con el
uso popular de la expresión "la providencia de Dios", consiste en que
inconsciente o deliberadamente, creemos que El interviene en situaciones específicas
en nuestras vidas; pero la mayoría de veces es según nosotros, sólo un espectador
interesado. Cuando pensamos de esa manera, aún sin quererlo, limitamos el control
de Dios en nuestras vidas a un suceso de parar y continuar, entrar y salir.
Nuestra actitud inconsciente es la de creer que en otras situaciones somos
"amos de nuestro destino" o, por el contrario, víctimas de
circunstancias adversas o personas desconsideradas que se cruzan en nuestro
camino.
Sin embargo, la iglesia ha usado
históricamente la providencia de Dios para referirse a su constante protección
y gobierno sobre toda la creación. El famoso teólogo J. I. Packer, define la
providencia de Dios como "la incesante actividad del Creador por medio de
la cual, en abundante gracia y benevolencia, sostiene a sus criaturas en una
existencia ordenada; guía y gobierna todos los eventos, circunstancias y actos
libres de los ángeles y los hombres dirigiendo todas las cosas a un objetivo:
Su propia gloria". Observe los términos absolutos que Packer usa:
"Incesante actividad", "todos los eventos... todos los actos",
"dirige todas las cosas". En esta definición es evidente que no
existe un concepto de parar y seguir, es decir, no existe gobierno de medio
tiempo por parte de Dios.
La definición de Packer acerca de
la providencia de Dios es muy completa y, creo, muy precisa, ceñida a la
Escritura. He desarrollado por mi cuenta, una definición un poco más corta que
puedo recordar con más facilidad:
La providencia de Dios es su
constante cuidado y gobierno absoluto sobre toda su creación para su gloria y
el bien de su pueblo. Observe de nuevo, los términos ilimitados: Preocupación
constante, gobierno absoluto, toda creación. Nada escapa a su cuidado y
control, incluso el virus más pequeño.
Pero observe también el doble
objetivo de la providencia de Dios: Su gloria y el bien de su pueblo. Estos dos
propósitos nunca se oponen, pues siempre guardan relación. Dios nunca busca su
gloria a expensas del bien de su pueblo, ni busca nuestro bien a expensas de su
gloria. El ha diseñado su propósito eterno para que su gloria y nuestro bien
estén estrechamente unidos. ¡Qué consuelo y tranquilidad debe ser para
nosotros! Si vamos a aprender a confiar en Dios en la adversidad, también
debemos creer que así como Dios no permitiría que nada arruinara su gloria, tampoco
permitirá que nada dañe el bien que está ejerciendo en y por nosotros.
En él capítulo uno pregunté:
"¿Puede usted confiar en Dios?" Y observaba que en primer lugar la
pregunta significa: "¿Es Dios confiable?" ¿Puede El cuidar siempre dé
nosotros (es soberano), y siempre cuida dé nosotros (es bueno)? La doctrina de
la providencia de Dios afirma claramente que podemos confiar en El, que El si
cuida de nosotros permanentemente (no solo de manera ocasional) y gobierna
todas las circunstancias de nuestras vidas.
Para lograr mayor beneficio y
comprensión de la enseñanza bíblica acerca de la providencia de Dios, necesitamos
analizar otro aspecto de ésta, y es su acción sustentadora al mantener y
conservar su creación.
DIOS SUSTENTA
La Biblia enseña qué Dios no solo
creó el universo, sino que lo sustenta y mantiene dia tras dia, hora tras hora.
La Escritura afirma: "El Hijo, quién sustenta todas las cosas con la palabra
de su poder"... (Hebreos 1:3) y "todas las cosas en él
subsisten". (Colosenses 1:17). El teólogo A. H. Strong dijo:
Cristo es el creador y
sustentador del universo... en El, este se sostiene, o se mantiene unido hora
tras hora. La firme voluntad de Cristo constituye la ley del universo, y lo
hace un cosmos y no un caos, así como su voluntad lo hizo existir desde el
principio.
Todas las cosas le deben su
existencia a la continua acción sustentadora de Dios ejercida por medio de su
Hijo. Nada subsiste porque tenga su propio poder inherente de ser. Nada en toda
la creación permanece o actúa independientemente de la voluntad del Señor. Las
llamadas leyes de la naturaleza no son otra cosa que la física expresión de la
firmé voluntad de Cristo. La ley de la gravedad opera con incesante exactitud
porque Cristo continuamente hace que así sea. La silla en la que estoy sentado
mientras escribo estas palabras, se mantiene unida porque los átomos y
moléculas de la madera están en su lugar por su activa voluntad.
Las estrellas continúan su curso
porque El las mantiene allí. La Escritura dice que "El saca y cuenta su
ejército; a todas llama por sus nombres; ninguna faltará". (Isaías 40:26).
La acción sustentadora de Cristo
va más allá de la creación inanimada; la Biblia dice que le da vida a todo
(Nehemías 9:6). "El es quién cubre de nubes los cielos, el que prepara la lluvia
para la tierra, el que hace a los montes producir hierba. El da a la bestia su mantenimiento,
y a los hijos de los cuervos que claman" (Sal. 147:8-9). Dios no sólo creó
y luego se fue, sino que constantemente sostiene lo que hizo.
La Biblia también enseña que El
nos mantiene a usted y a mí. "El es quién da a todos vida y aliento y
todas las cosas... Porque en El vivimos, y nos movemos, y somos". (Hechos 17:25-28).
El suministra nuestro alimento diario (2 Corintios 9:10). Nuestros tiempos están
en sus manos (Sal. 31:15). Cada bocado que comemos es un regalo que viene de su
mano, y cada día que vivimos está determinado por El, quién no nos ha
abandonado a nuestros propios recursos, al capricho de la naturaleza o a las
acciones siniestras de otras personas.
El constantemente sustenta,
provee y cuida de nosotros en todo momento de cada día. ¿Se daño su carro
cuando menos tenía dinero para pagar la reparación? ¿Perdió una importante reunión
porque el avión en el que iba a viajar tuvo problemas mecánicos? El Dios que controla
el curso de las estrellas, también controla las tuercas, tornillos, todas las
partes de su carro y del avión en el que iba a viajar.
Cuando niño tuve un grave caso de
sarampión. Aparentemente el virus me afectó dejándome ciego del ojo derecho y
sordo del oído del mismo lado. ¿Tenía Dios el control de ese virus o
simplemente fui víctima de una enfermedad infantil? El cuidado que Dios efectúa
de su universo momento a momento y todo en él, no me deja otra alternativa que
la de aceptar que el virus en realidad estaba bajo su mano controladora. Dios
no estaba distraído cuando el virus afectó los nervios de mi oído y los
músculos de mis ojos. Si vamos a confiar en Dios, debemos aprender a aceptar
que El está trabajando continuamente en cada aspecto y momento de nuestras
vidas para nuestro supremo bien final.
DIOS GOBIERNA
La Biblia también enseña que Dios
gobierna el universo, es decir, no sólo a la creación inanimada, sino también
las acciones de todas las criaturas, tanto hombres como animales. El es llamado
el gobernante de todas las cosas (1 Crónicas 29:12); "bienaventurado y
solo Soberano" (1 Ti. 6:15), "con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin
vuestro Padre" (Mateo 10:29). Jeremías pregunta: "¿Quién será aquel
que diga que sucedió algo que el Señor no mandó?" (Lamentaciones 3:37).
"Y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes
de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?"
(Daniel 4:35). "El Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a
quien él quiere lo da" (Daniel 4:17).
Nadie puede obrar fuera o en
contra de la soberana voluntad de Dios. Hace muchos siglos, Agustín dijo:
"Por lo tanto, nada sucede a menos que el Omnipotente quiera que suceda;
El permite que pase o hace que ocurra". Phillip Hughes dice: "Sin
embargo, bajo Dios, todas las cosas sin excepción, están absolutamente
controladas, aunque parezca todo lo contrario". Nada es tan grande o tan
pequeño para escapar de la mano soberana de Dios.
La araña construyendo su red en
el rincón, y Napoleón guiando a su ejército a través de Europa, están bajo el
control de Dios.
Tan invencible como
incomprensible es el gobierno de Dios. "Sus caminos son más altos que los
nuestros" (Isaías 55:9). ¡Cuán insondables son sus juicios, e
inescrutables sus caminos! (Romanos 11:33). Con frecuencia la soberanía de Dios
es cuestionada, porque el hombre no comprende lo que El está haciendo, puesto
que no actúa como nosotros pensamos que debería hacerlo.
¿DIOS O EL AZAR?
Entonces, esto es divina
providencia: Dios sosteniendo y gobernando su universo, Dios trayendo todos los
eventos al fin indicado. Sin embargo, hoy esta doctrina es poco aceptada. El no
cristiano, por lo general, ha excluido el acto creador de Dios y su providencia,
puesto que para él, todos los eventos están en manos del destino o el azar.
En el libro del rabino Kushner,
titulado Cuando las Cosas Malas le Suceden a la Gente Buena, él pregunta:
"¿Puede usted aceptar la
idea de que algunas cosas ocurran sin ninguna razón, y que el azar existe en el
universo?" Hablando de la dirección que toma un incendio forestal, él pregunta:
"¿Existe una explicación de por qué el viento y el clima se combinan para
dirigir el fuego en un día determinado hacia algunas casas y no a otras, atrapando
a algunas personas y dejando a otras? o ¿Es pura cuestión de suerte?"
En otra parte, el rabino nos
recuerda que las compañías de seguros se refieren a los terremotos, huracanes,
tornados y diferentes desastres naturales, como a "actos de Dios".
Entonces, él nos dice: "Lo
considero como un caso en que se usa el nombre de Dios en vano. Yo no creo que
un terremoto que mata a miles de personas inocentes sin ninguna razón, sea un
acto de Dios. Es un suceso de la naturaleza que es moralmente ciega, sin valores;
que se agita, siguiendo sus propias leyes, sin importarle a quién o qué se
lleva por delante".
El azar, la suerte, la fortuna,
el destino. Esta es la respuesta del hombre moderno a la antigua pregunta
"¿por qué?" Como es lógico, si uno descarta toda la idea de Dios,
como lo hacen tantos, entonces, no hay otra alternativa. Muchos, aunque no
rechazan la idea de El, han fabricado un Dios a su estilo. El deísmo del siglo
XVII elaboró un Dios que, creó un universo y luego se alejó para dejarlo que
siguiera de acuerdo con sus propias leyes naturales y recursos humanos. Hoy,
muchas personas son deístas practicantes.
Incluso hay cristianos hoy, que
piensan como deístas. Muchos de ellos aceptan el concepto de la soberanía de
Dios, pero creen que El prefiere no ejercerla en las actividades diarias de
nuestras vidas. Como lo expuso un escritor: "Sabemos que Dios es soberano,
pero también sabemos que en su soberanía, nos ha puesto en un mundo de pecado y
sufrimiento, al cual no somos inmunes".
En su bien conocida afirmación
acerca de los pajarillos, Jesús dijo: "¿No se venden dos pajarillos por un
cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre... Así que, no
temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos" (Mateo 10:29-31). Según
Jesús, Dios ejerce su soberanía en todos los eventos, incluso en la vida y
muerte de un pajarillo casi sin valor aparente. Pero aquí la enseñanza
principal de Jesús es: Si Dios ejerce su soberanía con respecto a los
pajarillos, con mayor razón la ejercerá sobre sus hijos.
Aunque es realmente cierto que el
amor de Dios para nosotros no nos hace inmunes al dolor y la angustia, también
es cierto que todas las ocasiones de dolor y adversidad están bajo el absoluto
y perfecto control de Dios. Si El controla las circunstancias del pajarillo,
cuánto más lo hará con aquellas circunstancias que nos afectan. Dios no se
aleja dejándonos a merced de eventos al azar, sin control.
Un padre viajó con su hijo a otra
ciudad en un avión privado para dar su testimonio en una reunión evangelística.
Durante el viaje se encontraron con una tormenta eléctrica, la cual hizo que el
avión se estrellara, y padre e hijo murieron. Un amigo cristiano, en un esfuerzo
por consolar a la desolada esposa y madre le dijo: "De una cosa puedes
estar segura: Dios no tuvo nada que ver en ese accidente". Según este
amigo, Dios estaba, aparentemente, mirando a otro lado cuando el piloto tuvo
dificultades.
Yo leí una afirmación blasfema de
alguien que dijo: "El azar es el seudónimo que Dios usa cuando no quiere
utilizar su nombre". Muchos cristianos lo están haciendo hoy por Dios. Con
frecuencia, no desean aceptar que El está obrando, porque no entienden cómo lo está
haciendo, y han elegido sustituir la doctrina del azar por la de la divina
providencia.
BUENO PERO NO SOBERANO
Junto con la doctrina del azar,
muchos cristianos también están comprando la filosofía expuesta por el rabino
Kushner de que Dios es bueno pero no soberano.
Una escritora cristiana, por
ejemplo, habla de su dolor como algo que es totalmente frustrante para Dios, y
le agradece por ser su dedicado, cariñoso y frustrado Padre celestial.
Enfrentada al dilema de cómo un
Padre amoroso y soberano le puede permitir experimentar esa pena tan dolorosa,
ella encontró alivio en la creencia de que Dios se sentía realmente frustrado
por su dolor, derramando lágrimas con ella, incluso como puede llorar una madre
por el sufrimiento de su hijo.
Hay que reconocer la posición de
esta escritora quien había sufrido un severo dolor durante meses. Como alguien
que ha experimentado un dolor menos fuerte y sólo durante varias semanas en
cualquier momento, me doy cuenta de que no me he puesto en su lugar, no he
luchado con el amor de Dios hasta el grado en que le ha tocado a aquella mujer
en medio de un dolor insoportable. Pero, como se ha observado tan
frecuentemente, debemos afirmar nuestras creencias en la Biblia, no en nuestras
experiencias. La Biblia no deja lugar a dudas, Dios nunca se frustra, "y
no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?"
(Daniel 4:35). Es cierto que Dios
está involucrado en una guerra invisible con Satanás, y que las vidas del
pueblo de Dios son campos de batalla, como se vio en el ejemplo de Job.
Pero, aun aquí Satanás tuvo que
pedirle permiso a Dios para tocar su pueblo. (Ver Job 1:12, 2:6 y Lucas.
22:31-32). Aun en esta guerra invisible, Dios es soberano.
La autora Margaret Clarkson,
quien ha sufrido toda la vida dijo: "Que Dios en realidad es tan bueno
como poderoso, es uno de los principios básicos de la creencia cristiana".
Admitimos que con frecuencia
somos incapaces de reconciliar la soberanía y bondad de Dios frente a una gran
tragedia o adversidad personal; pero también creemos que, aunque a menudo no
entendemos los caminos de Dios, El está obrando soberanamente en todas nuestras
circunstancias.
Todos, creyentes y no creyentes,
experimentamos ansiedad, frustración, dolor y decepción. Algunos sufren intenso
dolor físico y lo que llamamos “tragedias”. Pero lo que debería distinguir el
sufrimiento tanto de los creyentes como de los que no lo son, es la confianza
en que nuestra adversidad está bajo el control de un Dios Todopoderoso y amoroso.
Nuestro sufrimiento tiene significado y propósito en su plan eterno, y El trae a
nuestras vidas sólo lo que es para su gloria y nuestro bien.
(Daniel 9:14) Justo es Jehová
nuestro Dios en todas sus obras que ha hecho.
3ª PARTE
LA SOBERANÍA DE DIOS
Jehová Hace Nulo El Consejo De Las Naciones, Y
Frustra Las Maquinaciones De Los Pueblos. El Consejo De Jehová Permanecerá Para
Siempre; Los Pensamientos De Su Corazón Por Todas Las Generaciones. Salmo 33:10-11.
En 1902, un joven inglés bajó a
desayunar y se encontró con que su padre estaba leyendo en la prensa la noticia
de los preparativos para la primera coronación británica en sesenta y cuatro
años. Durante el desayuno el esposo se volvió hacia su esposa y le dijo:
"Oh, siento ver esto expresado así". Ella le preguntó: "¿De que
se trata?" El le respondió: "Aquí hay una proclamación de que en una
fecha determinada el príncipe Eduardo será coronado rey en Westminster, y no
hay Deo volente, es decir, no expresa si es la voluntad de Dios". Las palabras
impactaron al joven porque en la fecha indicada el futuro Eduardo VII se
enfermó de apendicitis y la coronación se tuvo que posponer.
En esa época, a finales del
mandato de la reina Victoria, el poder político, económico y militar del
imperio británico estaba en todo su apogeo, pero a pesar de eso Gran Bretaña no
pudo llevar a cabo su planeada coronación en la fecha indicada.
¿Fue la omisión de "si es la
voluntad de Dios" en la proclamación y la subsiguiente postergación de la
coronación, sólo una coincidencia, dos eventos sin ninguna relación entre sí? O
¿Dios hizo que al príncipe Eduardo le diera apendicitis para mostrar que El
tenía "el control?" No sabemos por qué ocurrió así, pero una cosa sí
sabemos y estamos seguros:
Sea que reconozcamos si es la
voluntad de Dios o no, no podemos llevar a cabo ningún plan separado de la
voluntad de Dios. La Biblia no deja duda acerca de ese hecho, y Santiago lo
expresa muy claramente:
¡Vamos ahora! los que decís: Hoy
y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y
ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida?
Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece.
En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos
esto o aquello (Santiago 4:13-15)
EL CONTROL ABSOLUTO DE DIOS
Dios tiene el control; El es
soberano. El hace lo que a El le place y determina si nosotros podemos hacer lo
que hemos planeado. Esta es la esencia de la soberanía de Dios; su absoluta
independencia para hacer lo que le satisface y su total control sobre las
acciones de todas sus criaturas. Ninguna criatura, persona o imperio puede
frustrar su voluntad o actuar fuera de sus límites.
En el capítulo uno establecí que
para confiar en Dios en tiempos de adversidad, debemos creer en su soberanía,
en su amor y su sabiduría. De estas tres verdades, la soberanía de Dios parece
ser cuestionada con mayor frecuencia y fuerza. Parece que le permitiéramos a Dios
estar en cualquier parte, excepto en su trono, gobernando su universo según su
buen placer y soberana voluntad.
Hasta los devotos escritores
cristianos cuyos libros sor útiles para muchos, pueden en sus escritos, bajar a
Dios de su trono. Una de sus afirmaciones más comunes, es que Dios se limitó a
sí mismo voluntariamente a las acciones de los hombres para darles su libertad.
Otros escritores cristianos no
reconocen la mano controladora de Dios, ya sea dirigiendo o permitiendo cada
acontecimiento de nuestras vidas. Uno, por ejemplo, dice que algunas veces el
sufrimiento llega por el infortunio o accidente, que son cosas "que
suceden", y que el dolor se atraviesa en nuestro camino "debido a
circunstancias que están más allá de nuestro control".
Nuestra respuesta a tales
afirmaciones es más que simple discusión teológica. La confianza en la
soberanía de Dios en todo lo que nos afecta es crucial para nuestra fe en El.
Si hay un evento particular en
todo el universo que pueda ocurrir sin su control soberano, entonces no podemos
confiar en El. Su amor puede ser infinito, pero si su poder y su propósito
pueden frustrarse, no podemos confiar en El. Usted me puede confiar sus más valiosas
posesiones, y yo puedo amarlo, y mi deseo de respetar su confianza puede ser sincero,
pero si no tengo el poder o la habilidad de proteger sus objetos de valor,
usted en realidad no me los puede confiar.
Sin embargo, Pablo dijo que nosotros
le podemos confiar nuestra más valiosa posesión al Señor. En 2 Timoteo 1:12, él
dijo: "Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo
sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito
para aquel día (énfasis del autor). "Pero", alguien dice, "allí
Pablo está hablando de la vida eterna". Es decir, que podemos confiar
nuestro destino eterno a Dios, pero, ¿podemos confiarle problemas de esta vida?
Sin embargo, debería ser
evidente, que la soberanía de Dios no empieza en la muerte. Como veremos en un
próximo capítulo, su dirección soberana en nuestras vidas precede aun a nuestro
nacimiento. Dios gobierna tan seguramente en la tierra como en el cielo, y
permite, por razones que sólo El conoce, que las personas actúen en contra y
desafiando su voluntad revelada, pero nunca les permite actuar en contra de su
voluntad soberana.
Para apoyar la anterior
afirmación, de que Dios nunca permite que las personas actúen contrariamente a
su voluntad soberana, tenga en cuenta los siguientes pasajes de la Escritura:
El corazón del hombre piensa su
camino; mas Jehová endereza sus pasos (Proverbios 16:9).
Muchos pensamientos hay en el
corazón del hombre; mas el consejo de Jehová permanecerá (Proverbios 19:21).
No hay sabiduría, ni
inteligencia, ni consejo, contra Jehová (Proverbios 21:30).
Mira la obra de Dios; porque
¿quién podrá enderezar lo que él torció? (Eclesiastés 7:13).
¿Quién será aquel que diga que
sucedió algo que el Señor no mandó? (Lamentaciones 3:37).
En lugar de lo cual deberíais
decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello (Santiago4:15).
Escribe al ángel de la iglesia en
Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David,
el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre (Apocalipsis 3:7).
Hacemos planes, pero éstos sólo
pueden tener éxito cuando están de acuerdo con el propósito de Dios. Ningún
plan en contra de su propósito puede tener éxito. Nadie puede enderezar lo que
El ha torcido o torcer lo que el ha hecho derecho. Ningún emperador, rey,
supervisor, profesor o entrenador, puede hablar y hacer que digo suceda si el
Señor primero no lo ha decretado o permitido. Nadie puede decir, "haré esto
o aquello", y hacer que suceda si no es parte de la voluntad soberana de
Dios.
¡Qué desafío, qué estímulo para
confiar en Dios debería ser para nosotros este aspecto de su soberanía!
¿Alguien te quiere hacer daño? Esa persona no puede absolutamente ejecutar su
malicioso plan, a menos que Dios lo haya ordenado primero para un propósito
para tu bien que solo Dios sabe. En una ocasión hablé con un capellán militar
quien tuvo un enfrentamiento con un supervisor por un acto ilegal que éste le
propuso que realizaran.
Como resultado, el capellán
supervisor escribió una carta muy crítica al jefe de capellanes, lo cual puso
en peligro la carrera de mi amigo. ¿Es él simplemente la víctima de un acto de venganza
cruel? De acuerdo con la Escritura no. El perverso capellán puede escribir docenas
de cartas, pero no puede en absoluto terminar con la carrera militar de mi
amigo a menos que Dios lo permita. Y si lo permite, es porque la acción
perversa, es parte del plan de Dios para él. Nadie puede hablar y hacer que
suceda si el Señor no lo ha ordenado (Lamentaciones 3:37).
La experiencia de mi amigo no es
la única. Miles de cristianos han experimentado injusticias similares en manos
de profesores, entrenadores, compañeros y supervisores en el trabajo. Tal vez
usted también las ha experimentado, y cuando esas cosas ocurren siempre causan
dolor. Dios tiene el control pero El permite que experimentemos el dolor, el
cual es muy real, (aunque a veces es solo por un tiempo). Nos sentimos heridos
y sufrimos; pero en medio de nuestro sufrimiento debemos creer que El tiene el
control y que es soberano.
Como la escritora Margaret
Clarkson bellamente lo ha expresado: "La soberanía de Dios es esa
impenetrable roca de la cual el sufriente corazón humano se aferra". Las circunstancias
que rodean nuestras vidas no son accidentes: Ellas pueden ser el trabajo del diablo
pero éste es sostenido firmemente por la poderosa mano de nuestro Dios
soberano.
Todo el mal está sujeto a El, y
el diablo no puede tocar sus, hijos a menos que El lo permita (para algún buen
propósito final). Dios es el Señor de la historia humana y personal de cada uno
de los miembros de su familia redimida"
No sólo están los malévolos actos
voluntarios de los demás bajo el control soberano de Dios, sino también los
errores y fallas de otras personas. Por ejemplo: ¿Un conductor se cruzó el
semáforo en rojo, chocó su carro y lo mandó a usted al hospital con múltiples fracturas?
¿Un médico no detectó su cáncer cuando se estaba iniciando, y se hubiera podido
tratar? ¿Se encontró con un incompetente instructor en un curso muy importante
en la universidad o un inepto supervisor que bloqueó su carrera en los
negocios? Todas estas circunstancias están bajo la mano controladora de nuestro
Dios soberano, quien las utiliza para nuestro bien.
Ni los actos malintencionados y
maliciosos, ni los errores involuntarios de las personas pueden impedir el
propósito que Dios tiene para nosotros. "No hay sabiduría, ni
inteligencia, ni consejo, contra Jehová" (Proverbios 21:30). El gobernante
Félix, cometiendo un acto completamente injusto, porque quería congraciarse con
los judíos, mantuvo a Pablo en prisión durante más de dos años (Hechos 24:27).
José estuvo en prisión dos años porque el copero del Faraón se olvidó de él
(Génesis 40:14,23; 41:1). Aquellos dos santos hombres fueron dejados en prisión
para languidecer; uno por una deliberada injusticia, y el otro por un
inexcusable olvido. Pero las dos situaciones difíciles estaban bajo el control
soberano de un Dios infinitamente sabio y amoroso, y era parte de un buen
propósito de Dios.
Nada es tan pequeño y trivial
para escapar de la atención del control soberano de Dios, ni tan grande como
para estar más allá de su poder para controlarlo. El insignificante pajarillo no
puede caer al suelo sin su voluntad. Así mismo, el poderoso imperio romano no
podía crucificar a Jesús a menos que Dios le diera ese poder (Mateo 10:29; Juan
19:10-11). Y lo que es válido para el pajarillo, y lo fue para Jesús, también
lo es para usted y para mí.
Ningún detalle de su vida es
demasiado insignificante para el cuidado del Padre celestial, y ninguna
circunstancia demasiado grande para que El no la pueda controlar.
En dos días recibí noticias de
acontecimientos desastrosos en las vidas de dos de mis amigos. La esposa de uno
de ellos murió de repente cuando aparentemente su carro se atascó en el cruce
de la carrilera de un tren que se aproximaba. El otro amigo es un conductor de
camión independiente que está luchando para establecerse en ese negocio. En un
viaje reciente, su vehículo se dañó, necesitando repuestos tan caros que
costaron casi todo lo que había ganado en ese viaje.
Por supuesto, las consecuencias
de estos dos eventos, no se pueden comparar. El conductor del camión estaría de
acuerdo en que ninguna cantidad del ingreso perdido se puede comparar con la
pérdida de una preciosa vida. ¿Pero qué le decimos a cada uno de ellos acerca
de la soberanía de Dios, mientras luchan con su singular conjunto de circunstancias?
¿Será que apenas le hablamos a uno de su "trágico accidente", y al
otro acerca de su "mala suerte?"
¿Estamos en realidad abandonados
a merced de carros atascados, de camiones que se dañan, de personas que están
en posición de hacernos daño, y que intentan hacerlo? ¡No, y mil veces no!
Estamos en manos de un Dios soberano que controla todas las circunstancias de
nuestras vidas para nuestro bien eterno (Jeremías 32:41).
NO SIEMPRE LA SOBERANÍA DE DIOS ES
MANIFIESTA
Uno de nuestros problemas con la
soberanía de Dios, es que con frecuencia no parece que El tuviera el control de
las circunstancias de nuestras vidas. Vemos personas injustas, descuidadas y
hasta evidentemente malas, haciendo cosas que nos afectan. Experimentamos las
consecuencias de los errores y fallas de otras personas. Incluso hacemos cosas
tontas y pecaminosas, teniendo que cosechar con frecuencia el amargo fruto de
nuestras acciones.
Es difícil ver a Dios trabajar
por medio de causas secundarias o en frágiles y pecadores seres humanos. Pero
es su habilidad de organizar diversas acciones humanas para cumplir su
propósito, lo que hace que su soberanía sea maravillosa y misteriosa. Ningún
cristiano que crea en la Biblia tiene dificultad para creer que Dios puede y ha
hecho milagros como ejemplos de su intervención soberana pero directa en los
asuntos de las personas. Pero creer en la soberanía de Dios cuando no vemos su
intervención directa, cuando está, por decirlo así, trabajando completamente
detrás del escenario a través de circunstancias y personas comunes, es aún más
importante, porque esa es la forma en que con frecuencia El trabaja.
Un escritor del siglo XIX, Alexander
Carson, en su libro Confianza en Dios en Momentos de Peligro, dice: Por la
sabiduría del hombre no se puede ver cómo la providencia de Dios puede arreglar
las acciones humanas para cumplir su propósito sin ningún milagro". Por ejemplo,
una escritora al comentar sobre un accidente en el que su carro fue golpeado
por otro que se cruzó un semáforo en rojo, supuso que para que Dios la hubiera
protegido, debería haber hecho que al otro vehículo de repente le hubieran
salido alas para volar sobre ella, y que así no la habría estrellado. Lo que
tal afirmación implica es la idea de que al estar Dios enfrentando repentina ni
ente una crisis en la vida de uno de sus hijos, el único recurso que tiene es
hacer un milagro o permitir que la crisis ocurra.
Dios permitió que en su situación
la crisis ocurriera, pero no fue porque El no pudiera prevenirla. En su
soberanía El pudo haber cambiado el instante de la llegada al cruce de uno de
los conductores, o desviado a uno de ellos por otra ruta que El hubiera escogido.
Ninguno de nosotros sabe de
eventos en nuestras propias vidas tales (tal vez cientos) como cuando
inadvertida mente hemos sido librados de la adversidad o la tragedia por la soberana
e invisible mano de Dios. Como bien dijo el salmista: "No dará tu pie al resbaladero,
ni se dormirá el que te guarda. He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda
a Israel" (Sal. 121:3-4).
Sin duda, una de las razones por
las cuales el libro de Ester fue incluido en las Escrituras es la de ayudarnos
a ver la mano soberana de Dios trabajando invisiblemente tras bambalinas para
cuidar de su pueblo. Es interesante que en ese libro el nombre de Dios no se
menciona ni una sola vez, pero el lector atento ve su mano en toda
circunstancia, liberando a su pueblo así como lo hizo en Egipto a través de
poderosos milagros siglos atrás.
Dios estaba obrando tan
soberanamente a través de circunstancias comunes y corrientes en la época de
Ester como lo hizo a través de milagros en la de Moisés. El aspecto fundamental
de este libro está en el capítulo 6. Anterior a los acontecimientos de la noche
registrada en ese capítulo, las vidas de todos los judíos del imperio del rey
persa Jerjes estaban en peligro debido al esquema diabólico de un hombre
malvado, Aman, quien acababa de ser ascendido a una posición más alta que la de
otros nobles del reino. Pero en este capítulo, los eventos empiezan a dirigirse
finalmente a su caída y muerte, la salvación física de los judíos, y el ascenso
de Mardoqueo (el héroe de la historia) a la segunda posición más alta del
reino.
Puesto que la serie de eventos
registrados en el capítulo 6 del libro de Ester, revelan de manera
sobresaliente cómo usa Dios soberanamente las circunstancias más comunes para lograr
su propósito, las veremos más detalladamente.
Una fatídica noche, el rey Jerjes
no podía dormir, por lo cual pidió que le trajeran y le leyeran el libro de las
crónicas de su reino. En el transcurso de la lectura, salió a la luz que Mardoqueo
quien estaba en peligro de ser ahorcado a la mañana siguiente, tiempo atrás había
informado de un complot para asesinar al rey. Al preguntar qué reconocimiento
se le había otorgado, encontró que no se le había hecho nada. Entonces el rey
decidió honrarlo de inmediato y, resultó que el mismo hombre que había determinado
colgar a Mardoqueo, terminó haciendo efectivo el edicto del rey para honrarle
públicamente.
Considere qué tuvo que suceder
para salvar a Mardoqueo de la horca. ¿Por qué el rey no durmió esa noche? Por
qué, entonces, pidió que le leyeran un simple registro de hechos en lugar de
pedir que le tocaran música suave para arrullarlo y dormirse? Y cuando le
leyeron el libro de las crónicas de su reino ¿por qué se le ocurrió al lector
leer esa sección en particular donde se registraban las acciones de Mardoqueo?
¿Acaso no había incontables posibilidades de que aquél hubiera escogido
cualquier otra porción de los anales del imperio persa?
El rey escuchó acerca del
servicio que Mardoqueo había prestado, y preguntó cómo se le había
recompensado. ¿Por qué el rey no recompensó a Mardoqueo en el momento en que le
salvó la vida? ¿Por qué de repente decidió hacer algo? ¿Por qué el malvado Amán
apareció en ese momento para pedirle permiso de colgar a Mardoqueo? ¿Por qué
Jerjes le preguntó a Amán qué se debería hacer para honrar al hombre de tal
manera que él no se diera cuenta, haciendo que Amán pensara que él era quien
iba a ser honrado?
La respuesta a todos estos
interrogantes es que Dios estaba dirigiendo soberanamente los eventos de esa
noche para salvar a su pueblo. Sin embargo, la pregunta que naturalmente surge
es: "¿Dirige Dios siempre los sucesos de mi vida para mi bien?" Si
aceptamos que el resultado poco usual de los sucesos de Ester se debió a la
mano soberana de Dios, ¿estamos justificados al concluir que Dios siempre
dirige las circunstancias de nuestras vidas para cumplir su propósito? De
acuerdo con Romanos 8:28, la respuesta es un fuerte.
SI El versículo dice: "Y
sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es,
a los que conforme a su propósito son llamados" (énfasis del autor). Esa garantía
de que Dios trabaja en todos los eventos de nuestras vidas es lo que le da
sentido a la exhortación de Pablo "Dad gracias en todo" (1
Tesalonicenses 5:18).
¿Cómo le podríamos dar gracias a
Dios por todas las circunstancias de nuestras vidas, si El no estuviera obrando
en ellas para nuestro bien?
DIOS HACE LO QUE A EL LE PLACE
Por lo tanto nadie puede actuar,
ni ninguna circunstancia puede ocurrir fuera de los límites de su voluntad
soberana. Pero este es sólo un lado de su soberanía. El otro, que es de igual
importancia para nuestra confianza en El, consiste en que ninguno de sus planes
se puede frustrar. Dios hace lo que quiere, sólo como El lo quiere, y nadie
puede frustrar sus planes o truncar sus propósitos.
De nuevo, puesto que es un
concepto difícil de aceptar, y con frecuencia muy discutido, será útil
considerar varios pasajes de las Escrituras que tratan este tema.
Yo conozco que todo lo puedes, y
que no hay pensamiento que se esconda de ti (Job 42:2).
Nuestro Dios está en los cielos;
todo lo que quiso ha hecho (Sal. 115:3).
Porque Jehová de los ejércitos lo
ha determinado, ¿y quién lo impedirá?
Y su mano extendida, ¿quién la
hará retroceder? (Isaías 14:27).
Aun antes que hubiera día, yo
era; y no hay quien de mi mano libre. Lo que hago yo, ¿quién lo estorbará?
(Isaías 43:13).
Que anuncio lo por venir desde el
principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo
permanecerá, y haré todo lo que quiero... (Isaías 46:10).
Todos los habitantes de la tierra
son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del
cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le
diga: ¿Qué haces? (Deuteronomio 4:35).
En él asimismo tuvimos herencia,
habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas
según el designio de su voluntad. (Ef. 1:11).
Ningún plan de Dios se puede
impedir; cuando El actúa, nadie puede echarlo atrás, detener su mano o pedirle
cuenta de sus actos. Dios hace lo que quiere, sólo como El quiere, y resuelve
cada evento de acuerdo a su voluntad. Dicha afirmación total y absoluta de la
soberanía de Dios nos aterraría si fuera lo único que supiéramos de El. Pero El
no es solamente soberano sino perfecto en el amor e infinito en sabiduría.
Como vimos en el capítulo 2, el
rabino Kushner le atribuyó una parte de la soberanía a la naturaleza. El dijo:
"La naturaleza está moralmente ciega, sin valores ésta se agita siguiendo
sus propias leyes, sin importarle a quién o qué se lleva a su paso". Pero
Dios sí se preocupa y ejerce su soberanía para la gloria suya, su bien y el de
su pueblo.
Pero, ¿cómo se relaciona este
aspecto de su soberanía (es decir, que Dios hace lo que le place) con nuestra
confianza en El?¿Por qué es algo más que una simple afirmación abstracta acerca
de Dios para ser debatida por los teólogos, una afirmación que tiene poca relevancia
en nuestras vidas diarias?
La respuesta es que El, tiene un
propósito y un plan para usted, y tiene el poder para llevarlo a cabo. Una cosa
es saber que ninguna persona o circunstancia fuera de su control soberano puede
tocarnos; y otra es saber que nadie, ni ninguna circunstancia, pueden frustrar
su propósito en nuestras vidas.
Dios tiene un gran propósito para
todos los creyentes: "Hacernos conformes a la imagen de su Hijo
Jesucristo" (Romanos 8: 29). También tiene un propósito específico para
cada uno de nosotros, el cual constituye su plan único y a la medida para
nuestra vida individual (ver Efesios 2:10); y su voluntad cumplirá ese
propósito. Como dice el salmo 138: 8: "Jehová cumplirá su propósito en
mí". Puesto que sabemos que Dios está dirigiendo nuestras vidas a un fin,
y que El es soberanamente capaz de dirigir los eventos de ellas hacia ese fin,
podemos confiar en El.
Podemos encomendarle no sólo el
resultado final de nuestras vidas, sino también todos los eventos y
circunstancias intermedios que nos llevarán a ese resultado.
De nuevo, es difícil para
nosotros apreciar la realidad de Dios actuando soberanamente en nuestras vidas,
porque no lo vemos haciéndolo. En cambio sí nos vemos a nosotros mismos o a
otras personas actuando, los acontecimientos sucediendo, y evaluamos esas
acciones y eventos de acuerdo con nuestras preferencias y planes. Nos vemos
influenciando, o tal vez, controlando o siendo controlados por las acciones de
otras personas, y no vemos a Dios obrando. Pero sobre todas las acciones y
eventos de nuestras vidas, Dios tiene el control haciendo lo que El quiere
entre dichos eventos a pesar de ellos, o a través de ellos. José fue vendido
como esclavo por sus hermanos.
En sí ese fue un acto maligno,
pero, a su debido tiempo, José reconoció que Dios estaba obrando por medio de
las acciones de sus hermanos. Por eso él les pudo decir: "Así pues, no me
enviasteis aquí vosotros, sino Dios" (Génesis 45:8). José reconoció la
mano de Dios en su vida dirigiendo soberanamente todos los eventos para
originar su plan para él.
Tal vez usted y yo nunca tengamos
el privilegio en esta vida de ver un resultado tan obvio del plan de Dios para
nosotros, como lo vio José. Pero su plan y su resultado para nosotros, no es
menos firme, ni menos cierto de lo que fue para José. Dios no nos dio el relato
de su vida sólo para informarnos, sino también para animarnos. "Porque las
cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de
que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos
esperanza" (Romanos 15: 4).
Lo que Dios hizo por José, lo
hará por nosotros, pero para conseguir el consuelo y estímulo de esta verdad
que Dios ha provisto, debemos confiar en El, y aprender a vivir como El dijo:
"Porque por fe andamos, no por vista" (2 Corintio 5:7).
Uno de los pasajes bíblicos que
ha sido muy significativo para mí por varios años es Jeremías 29:11: "Por
que yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová,
pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis". Aunque estas
palabras fueron dirigidas a la nación de Judá en su cautiverio, expresan un
principio acerca de Dios, el cual es reafirmado en otras partes de la Biblia.
Dios tiene un plan para usted, y puesto que es su plan, y nadie puede
desviarlo, entonces puede tener la esperanza y el valor. Usted puede confiar en
Dios.
Desde nuestra posición limitada,
nuestras vidas están marcadas por una infinita serie de posibilidades. Con
frecuencia en lugar de actuar como planeamos, nos encontramos reaccionando mal
ante una inesperada serie de eventos. Hacemos planes y con frecuencia somos
forzados a cambiarlos. Pero con Dios no hay eventualidades, pues el cambio inesperado
de planes es parte de su plan. El nunca se sorprende, y nunca lo cogemos fuera de
guardia o frustrado por sucesos inesperados. El hace lo que quiere, y eso
siempre es para su gloria y nuestro bien.
Nuestras vidas también son
obstruidas con muchos "si solos": "Si sólo hubiera hecho
esto" o "si sólo no hubiera sucedido". Pero de nuevo, Dios no
tiene "si solos".
Dios nunca comete errores; El no
tiene excusas; por eso el Salmo 18:30 expresa: "En cuanto a Dios, perfecto
es su camino". Podemos confiar en Dios; pues El es merecedor de nuestra
confianza.
Así como vimos en el libro de
Ester el soberano cuidado de Dios para su pueblo, también el corto libro de Rut
nos muestra a Dios obrando con el fin de llevar a cabo el plan trazado para un
miembro de su pueblo. En un sentido, Rut es más ilustrativo que Ester, porque
nos da una idea del obrar soberano de Dios en circunstancias más cotidianas que
las descritas en el libro de Ester.
Como usted recordará, Rut era la
nuera viuda de Noemí, quien pronunció las conocidas palabras: "a
dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo
será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios" (Rut 1:16). El pasaje de Rut
2:1-10 nos ayuda a ver a Dios obrando en la vida de ella:
Tenía Noemí un pariente de su
marido, hombre rico de la familia de Elimelec, el cual se llamaba Booz.
Y Rut la moabita dijo a Noemí: Te
ruego que me dejes ir al campo, y recogeré espigas en pos de aquel a cuyos ojos
hallare gracia. Y ella le respondió: Ve, hija mía.
Fue, pues, y llegando, espigó en
el campo en pos de los segadores; y aconteció que aquella parte del campo era
de Booz, el cual era de la familia de Elimelec.
Y he aquí que Booz vino de Belén,
y dijo a los segadores: Jehová sea con vosotros. Y ellos respondieron: Jehová
te bendiga.
Y Booz dijo a su criado el
mayordomo de los segadores: ¿De quién es esta joven?
Y el criado, mayordomo de los
segadores, respondió y dijo: Es la joven moabita que volvió con Noemí de los
campos de Moab; y ha dicho: Te ruego que me dejes recoger y juntar tras los
segadores entre las gavillas. Entró, pues, y está desde por la mañana hasta
ahora, sin descansar ni aun por un momento.
Entonces Booz dijo a Rut: Oye,
hija mía, no vayas a espigar a otro campo, ni pases de aquí; y aquí estarás
junto a mis criadas.
Mira bien el campo que sieguen, y
síguelas; porque yo he mandado a los criados que no te molesten. Y cuando
tengas sed, ve a las vasijas, y bebe del agua que sacan los criados.
Ella entonces bajando su rostro
se inclinó a tierra, y le dijo: ¿Por qué he hallado gracia en tus ojos para que
me reconozcas, siendo yo extranjera?
Para concluir rápidamente el
relato, Rut se casa con Booz, llegando a ser la bisabuela del rey David, y una
de las cuatro mujeres mencionadas en el relato donde Mateo presenta la genealogía
de nuestro Señor (Mateo 1:1-16).
Observe en el pasaje citado,
cuatro eventos clave para empezar el proceso de Rut y convertirse en la esposa
de Booz. Cuando ella salió a cosechar en los campos, hubiera podido hacerlo en
cualquiera de ellos. El versículo 3 dice: "y aconteció que aquella parte del
campo era de Booz". Es decir, Dios la llevó al campo correcto. Pero
todavía tenía que conocer a Booz; entonces el versículo 4 dice: "Y he aquí
que Booz vino de Belén". Dios, quien controló la dirección de Rut para que
se le ocurriera ir al campo de Booz, controló a su vez el tiempo de Booz para
que fuera a revisar su cosecha justo en el momento en que Rut estaba allí.
Pero todavía Rut debe ganar la
atención y el favor de Booz. Indudablemente muchos pobres recogieron del campo
de Booz desde que él dejó el grano que sobraba, pues era parte de la ley
Mosaica (Levítico 19:9-10) y por lo tanto, un evento común en la vida de Israel.
Nosotros supondríamos que un terrateniente como Booz normalmente no se daría cuenta
de una pobre mujer que estaba recogiendo los granos sobrantes. Pero él ve a
Rut, versículo 5, "Y Booz dijo a su criado el mayordomo de los segadores:
¿De quién es esta joven?" Finalmente, vemos que Booz responde
favorablemente a Rut (vs. 8-10).
El lugar y el tiempo correcto,
ser vista y ganar el favor de Booz, todos fueron eslabones claves en la cadena
de eventos que finalmente resultaron en el matrimonio de Rut y Booz.
Ninguno de éstos fue
extraordinario, y todos aparentemente "sólo sucedieron", pareciendo apenas
coincidencia en una historia romántica. Pero los lectores respetuosos de la
Escritura, no pueden dejar de ver la mano soberana de Dios organizando aquellas
circunstancias cotidianas para cumplir su propósito. Noemí, aunque en el
momento no era consciente del plan futuro de Dios para Rut y Booz, le atribuye
los eventos a El (Rut 2:20).
Los relatos de Ester, Mardoqueo,
Rut y Booz, tienen el mismo feliz término, y vemos la mano de Dios obrando en
esos eventos. Pero, ¿qué sucede cuando el relato no tiene un final feliz? ¿Ahí
también es Dios soberano? Esta es la pregunta crucial. Es fácil confiar en El cuando
el proceso de los eventos resulta como deseábamos, y aun así, con frecuencia, nuestra
fe titubea durante el proceso hasta que conocemos el resultado.
Considere por ejemplo, el relato
de Hechos 12, sobre los apóstoles Jacobo y Pedro cuya estrecha relación
precedió su apostolado porque eran socios en el negocio (le la pesca (Lc. 5:10).
Fueron llamados al mismo tiempo por Jesús para que dejaran su negocio, y lo siguieran
Mateo 4:18-22). Ambos, juntamente con Juan, eran parte del círculo de Jesús.
Pero en Hechos 12, les sucedieron
eventos radicalmente diferentes. Jacobo es condenado a muerte, y a Pedro
milagrosamente le es perdonado el mismo destino.
Póngase en el lugar de la esposa
de Jacobo y la de Pedro. La una se lamenta por la muerte de su esposo; la otra
se regocija por la liberación milagrosa del suyo, y en la soberanía de Dios,
pero ¿qué de la esposa de Jacobo? ¿Sería que Dios era menos soberano en la
muerte (le Jacobo que en la liberación de Pedro?¿Será que Dios es soberano
solamente en las circunstancias "buenas" de nuestras vidas?¿No es
soberano también en los tiempos difíciles, y cuando nuestros corazones están
afligidos por el dolor?
La Biblia nos enseña que Dios es soberano en lo "bueno"
y en lo "malo". Considere lo siguiente:
En el día del bien goza del bien;
y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a
fin de que el hombre nada halle después de él (Eclesiastés 7:14).
Que formo la luz y creo las
tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo
esto (Isaías 45:7).
¿De la boca del Altísimo no sale
lo malo y lo bueno? (Lamentaciones 3:38)
Estos tres pasajes establecen
claramente lo que se enseña en principio en todo el resto de la Biblia. Dios
controla el bien y el mal. Dios no mira de lado o es tomado por sorpresa cuando
la adversidad nos golpea. El tiene el control de esa adversidad, dirigiéndola
para su gloria y nuestro bien.
Volvamos a la esposa de Jacobo.
Ella también debo confiar en Dios y su control soberano sobre la vida y muerte
de su esposo. Confiar en Dios no significa que no sufra dolor, que su corazón
no esté dolido. Significa que en medio de su dolor y angustia pueda decir:
Señor, yo sé que tú tenías el control de este espantoso evento. No entiendo por
qué permitiste que sucediera pero confío en ti"
Fácilmente admito que es difícil
creer que Dios tenga el control cuando estamos en medio de la ansiedad, el
dolor o la angustia, pues he luchado con esto muchas veces. Debido a mi trabajo
muchos de mis escritos se han realizado en forma intermitente, "unas horas
aquí y otras allá".
Por eso, este capítulo en
particular fue escrito y reescrito en un período de seis semanas o más, y
durante ese tiempo tuve que experimentar la soberanía de Dios en dos ocasiones.
En cada una de ellas me di cuenta de que sabía la verdad con respecto a su soberanía.
Lo que tuve que hacer fue decidir si iba a confiar en Dios, aun cuando mi corazón
sufriera. De nuevo noté que así como debemos aprender a obedecer a Dios una por
una nuestras elecciones, también debemos aprender a confiarle una por una
nuestras circunstancias. Confiar en Dios no es cuestión de mis sentimientos
sino de mi voluntad. No siento deseos de confiar en El cuando la adversidad me
golpea, pero puedo elegir hacerlo aun cuando no lo desee. Sin embargo, ese acto
de voluntad, se debe basar en la creencia, y esta en la verdad.
La verdad en la que debemos creer
es que Dios es soberano. El hace su buen propósito sin ser frustrado, y dirige
y controla todos los eventos y todas las acciones de sus criaturas tal forma
que nunca pueden actuar fuera de su voluntad soberana. Debemos creer y
aferrarnos a esto cuando enfrentemos la adversidad y la tragedia, si queremos
glorificarle confiando en El.
Diré lo siguiente tan amable y
compasivamente como pueda. Nuestra prioridad en momentos de adversidad es
honrar y glorificar a Dios confiando en El. Tendemos a hacer que la prioridad
sea obtener alivio de nuestros sentimientos de dolor, desilusión o frustración.
Este es un deseo natural, y Dios ha prometido darnos gracia suficiente en las pruebas,
y paz para nuestras ansiedades (2 Corintios 12:9, Fil. 4:6-7).
Pero así como su voluntad es
tener prioridad sobre nuestra voluntad (Jesús mismo dijo:..."pero no sea
como yo quiero, sino como tú" Mateo 26:39) también su honor es tener
prioridad sobre nuestros sentimientos. Honramos a Dios al escoger confiar en El
aun cuando no entendemos lo que está haciendo o por qué ha permitido que
algunas circunstancias adversas ocurran. Cuando buscamos la gloria de Dios,
debemos estar seguros de que El tiene como propósito nuestro bien y que no se detendrá
para cumplirlo.
UNA PALABRA DE PRECAUCIÓN
Este capítulo es
"duro", y por lo tanto se debe leer, estudiar y orar cuando la vida
es más o menos rutinaria, y se debe almacenar o guardar en nuestros corazones
(Sal. 119:11) para el tiempo de adversidad cuando tengamos que recurrir a esa
verdad.
Sobre todo, debemos ser muy
sensibles para instruir a alguien acerca de la soberanía de Dios, y animarlo a
confiar en El en medio de la adversidad y el dolor. Es mucho más fácil confiar
en la soberanía de Dios cuando es otra persona la que está sufriendo.
Necesitamos ser como Jesús de quien se dijo:..."la caña cascada no
quebrará" (Mateo 12:20). No nos sintamos culpables de romper una caña
cascada (un corazón duro) con un tratamiento insensible sobre la fuerte doctrina
de la soberanía de Dios.
4ª PARTE
LA SOBERANÍA DE DIOS SOBRE LAS PERSONAS
Así Está El Corazón Del Rey En La Mano De Jehová;
A Todo Lo Que Quiere Lo Inclina. Proverbios 21:1
Filipenses 2:13 Porque Dios Es El Que En
Vosotros Produce Así El Querer Como El Hacer Por Su Buena Voluntad.
Hebreos 4:13 Discierne Los Pensamientos..Y No
Hay Cosa Creada Que No Sea Manifiesta En Su Presencia.
Nehemías Ora Y Dios Le Pone Gracia Ante El Rey (Nehemías
2:4-8)
Faraón y los Israelitas: Imagínese
usted mismo en esta situación: Ha estado trabajando para alguien durante toda su
vida, su jefe ha sido extremadamente cruel, el salario sólo le alcanza para
sobrevivir, se siente pisoteado y oprimido, pues prácticamente, no es más que
un esclavo. De repente, es eximido de esa insoportable situación, libre para
empezar una nueva vida. Sólo hay un problema, y es que no tiene medios
económicos, no puede hacer un viaje, sus recursos no le permiten empezar de
nuevo en otra parte, beneficiarse de esta increíble oportunidad.
Entonces, Usted Se Dirige A Su Jefe Y Le Pide
Dinero Para El Viaje Y Para Empezar De Nuevo.
Por Sorprendente Que Parezca, La Cantidad Que
Le Entrega Es Tan Grande, Que Él Queda Pobre.
Esto parece un engaño, y suena
como un relato infantil con un final feliz, de esos que nunca ocurren en la
vida real. Sólo que éste sí sucedió; no exactamente con los detalles que he
usado, pero sí en principio. Esta historia ocurrió en realidad y está
registrada para nosotros en la Biblia, en el libro del Éxodo. Los israelitas
eran el pueblo cruelmente oprimido, forzado a "hacer ladrillos sin
paja". De repente Dios interviene en sus vidas, y el Faraón dice:
"¡Salgan!" Pero ellos no tenían recursos para hacer el viaje y
empezar de nuevo, ya que eran indigentes. Dios había previsto este problema, y
tenía planeado superarlo; por lo tanto, le dijo a Moisés:
Y yo daré a este pueblo gracia en
los ojos de los egipcios, para que cuando salgáis, no vayáis con las manos
vacías; sino que pedirá cada mujer a su vecina y a su huésped alhajas de plata,
alhajas de oro, y vestidos, los cuales pondréis sobre vuestros hijos y vuestras
hijas; y despojaréis a Egipto (Ex. 3:21-22).
Y lo que Dios prometió en
realidad sucedió. Éxodo 12:35-36 dice:
E hicieron los hijos de Israel
conforme al mandamiento de Moisés, pidiendo de los egipcios alhajas de plata, y
de oro, y vestidos. Y Jehová dio gracia al pueblo delante de los egipcios, y
les dieron cuanto pedían; así despojaron a los egipcios.
DIOS IMPULSA AL PUEBLO
Los egipcios procedieron en forma
totalmente opuesta al comportamiento humano normal. Voluntaria y libremente
dieron cuanto pidieron, a los que hasta ahora habían sido sus esclavos; tanto,
que dice que los israelitas "saquearon" a los egipcios. El
significado usual de saquear es robar, coger o tomar por la fuerza. Aunque en
realidad los egipcios se saquearon a sí mismos, lo hicieron porque Dios había
dado gracia en sus corazones hacia los israelitas.
¿Cómo lo hizo Dios? No sabemos;
sólo conocemos lo que el texto nos dice. Es obvio que los egipcios actuaron
libre y voluntariamente; pero lo hicieron, pues el texto dice: "Dio gracia
al pueblo (los israelitas) delante de los egipcios". De alguna forma
misteriosa Dios se movió en sus corazones para que ellos, por libre elección,
hicieran exactamente lo que El había planeado. Dios intervino soberanamente en
los corazones, deseos y voluntades, para cumplir su propósito con los
israelitas.
Todos encontramos que nosotros y
nuestro futuro, están aparentemente en las manos de otras personas. Sus
decisiones o acciones determinan si logramos una buena o mala calificación; si
somos ascendidos o despedidos; si nuestras carreras tienen éxito o fracaso.
No estoy pasando por alto nuestra
responsabilidad en estas circunstancias, pero todos sabemos que aun cuando, por
decirlo así, hemos hecho lo mejor, todavía dependemos de la aprobación o
rechazo de ese profesor, jefe u oficial. Desde un punto de vista humano, estamos
frecuentemente en manos de otras personas y sus decisiones o acciones.
Algunas veces aquellas decisiones
son benévolas y acertadas; otras son perjudiciales o descuidadas. Pero de
cualquier forma nos afectan, y por lo general, de manera significativa.
¿Cómo debemos responder cuando
nos encontramos aparentemente en manos de otra persona, o cuando necesitamos
una decisión o acción favorable por parte de ella?¿Podemos confiar en que Dios
tiene el poder para obrar en su corazón, y llevar a cabo su plan para con
nosotros?
Imagínese que alguien puede
hacernos daño, arruinar nuestra reputación o poner en peligro nuestra carrera.
¿Podemos confiar en que Dios interviene en el corazón de esa persona para que
no lleve a cabo su malvada intención? De acuerdo con la Biblia, la respuesta en
ambos casos es sí. Podemos confiar en El, quien interviene con soberanía en el
corazón de las personas para que tomen decisiones y ejecuten acciones que cumplan
su propósito en nuestras vidas. Dios lo hace de tal manera que ellas deciden y ejecutan
los planes de El por su propia voluntad y elección.
Descubro que esa temeraria
afirmación acerca de la soberanía de Dios me coloca en una trampa teológica.
Muchas personas están preparadas para poner la soberanía de Dios por encima de
circunstancias naturales e impersonales, como por ejemplo, una falla mecánica de
un avión. Después de todo, la naturaleza no tiene voluntad propia, y Dios es
libre de obrar a través de sus leyes físicas como El quiera. Pero negamos su
soberanía sobre las determinaciones y acciones de las personas. Esta
consideración acerca de la soberanía de Dios les parece a muchos que destruye
la libre voluntad del hombre, convirtiéndolo apenas en un títere en el
escenario de Dios.
Los cristianos han discutido y
debatido este aspecto a través de las épocas. No me ilusiono pensando que voy a
agregar un nuevo conocimiento o idea a este asunto, pero tampoco lo podemos
ignorar. El tema acerca de la influencia controladora de otras personas sobre
nuestras vidas, es muy interesante como para omitirlo en un libro que habla de
la confianza en Dios. Si Dios no es soberano en las decisiones y acciones de
otras personas cuando nos afectan, entonces, hay una mayor área de nuestras
vidas donde no podemos confiar en El, como por ejemplo, cuando somos
abandonados para valernos por nosotros mismos.
Por lo tanto, dejemos de lado por
un momento el problema teológico, y examinemos las Escrituras. ¿Nos dan ellas
alguna garantía para creer que en efecto Dios interviene soberanamente en la
mente de las personas con el fin de que decidan o actúen en cierta forma, y así
poder cumplir su plan trazado para con nosotros?¿Permite Dios que las personas
tomen decisiones que nos favorecen y las frena para tomar aquellas que nos
podrían hacer daño. Sí Ej.: Apocalipsis 17:17; 2 Tesalonicenses 2:11
Quizá la afirmación bíblica más
clara de que Dios influye soberanamente en las decisiones del pueblo se
encuentra en Proverbios 21:1 ..."Así está el corazón del rey en la mano de
Jehová; a todo lo que quiere lo inclina". Charles Bridges, en su
exposición sobre Proverbios, establece "la verdad general [de la soberanía
de Dios sobre los corazones de toda la gente] es enseñada por la más fuerte
ilustración, -su incontrolable dominio sobre la más absoluta de las voluntades-
el corazón del rey".
En nuestra época de escasas
monarquías cuando los reyes y reinas son por lo general figuras decorativas,
puede ser difícil para nosotros apreciar toda la fuerza de l a que Charles Bridges
está hablando al decir que el corazón del rey era la más absoluta de todas las voluntades.
Pero en la época de Salomón, el rey era el monarca absoluto, y no había un cuerpo
legislativo aparte para hacer leyes que no le convinieran, o una Corte Suprema
que lo restringiera. La palabra del rey era ley; su autoridad sobre su reino
era incondicional y sin límites.
Dios aún controla el corazón del
rey, y la voluntad terca del más poderoso monarca sobre la tierra es dirigida
por El tan fácilmente como el granjero encauza la corriente del agua en sus
canales de irrigación. El argumento entonces, es del mayor al menor; si Dios
controla el corazón del rey también lo hace con el de cualquier otro. Todos nos
debemos mover ante su influencia soberana.
Ya lo hemos visto demostrado en
el proceder de los egipcios hacia los israelitas. También lo vemos en el relato
de Ciro rey de Persia, cuando emitió un decreto para permitir que los judíos
volvieran a Jerusalén a reconstruir el templo. Esdras 1:1 dice:
En el primer año de Ciro rey de
Persia, para que se cumpliese la palabra de Jehová por boca de Jeremías,
despertó Jehová el espíritu de Ciro rey de Persia, el cual hizo pregonar de
palabra y también por escrito.
El Texto Dice Claramente Que El Rey Ciro Emitió
Un Decreto Porque Dios Movió Su Corazón.
Humanamente hablando, el destino
del pueblo de Dios estaba en las manos del más poderoso monarca de esa época,
pero en verdad estaba completamente en las manos de Dios, quien tenía el poder
de controlar soberanamente las decisiones de aquel rey.
Dios, hablando a través del
profeta Isaías, nos muestra claramente su obra en el corazón de Ciro: "Por
amor de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido, te llamé por tu nombre; te puse
sobrenombre, aunque no me conociste. Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios
fuera de mí. Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste (Isaías 45:4-5). No es necesario
que una persona reconozca el control soberano de Dios en su corazón o incluso que
acepte su existencia, pues ni los egipcios ni Ciro pretendían obedecer la
voluntad revelada de Dios. Ellos solamente obraron como su corazón les dictó,
puesto que estaban dirigidos por Dios.
Al ver a Ciro, y la respuesta de
los judíos a su decreto, observamos otro ejemplo del control de Dios en los
corazones de la gente. Esdras 1:5 dice: "Entonces se levantaron los jefes
de las casas paternas de Judá y de Benjamín, y los sacerdotes y levitas, todos
aquellos cuyo espíritu despertó Dios para subir a edificar la casa de Jehová,
la cual está en Jerusalén". Ciro pudo emitir un decreto, pero todavía se
necesitaba una respuesta de los judíos.
Algunos de ellos debían tomar la
decisión de dejar las comodidades de sus alrededores ya que habían estado allí
setenta años, casi dos generaciones, para emprender el arduo y peligroso viaje
de regreso a Jerusalén, y comenzar la prolongada y difícil tarea de reconstruir
el templo. ¿Cómo se aseguró Dios de que sucedería? El se movió en los corazones
de algunas personas, a quienes años más tarde vemos regocijándose porque Dios. "había
vuelto el corazón del rey de Asiria hacia ellos, para fortalecer sus manos en
la obra de la casa de Dios"... (Esdras 6:22). Este fue un monarca
posterior al rey Darío.
Por lo tanto Dios movió el
corazón de dos gobernantes, uno para iniciar el proyecto, y otro para
continuarlo, a tiempo que dirigió los corazones de algunos de los judíos para que
respondieran. Dios motiva a los individuos para que cumplan su propósito.
Otro ejemplo de la influencia de
Dios en el corazón de las personas, lo vemos en el jefe de los eunucos cuando
Daniel resolvió no contaminarse con la comida de la mesa del rey, alimento
espiritualmente contaminado por haber sido ofrecido primero a los ídolos, y por
ser de animales que los judíos no debían comer. Daniel entonces, pidió permiso
al jefe para no contaminarse. La Escritura luego dice: "Y puso Dios a
Daniel en gracia y en buena voluntad con el jefe de los eunucos"...
(Daniel 1:9).
La petición de Daniel para el
jefe era muy difícil, tanto, que la primera preocupación fue por su propia vida
si aceptaba (v 10). Sin embargo, se la concedió, y lo hizo porque Dios primeramente
había movido su corazón para mostrar aprecio y simpatía hacia Daniel, y porque
su corazón en realidad estaba en manos de El quien lo dirigió según su
voluntad.
Un ejemplo final de la Escritura
será suficiente para mostrar que Dios controla soberanamente las vidas (le los
cristianos y de los que no lo son. Pablo dijo de su colaborador Tito:
"Pero gracias a Dios que puso en el corazón de Tito la misma solicitud por
vosotros. Pues el la verdad recibió la exhortación; pero estando también muy
solícito, por su propia voluntad partió para ir la vosotros" (2 Corintios
8:16-17).
Pablo atribuye las acciones de
Tito tanto a Dios, quien puso en su corazón interés por los corintios, como a
él mismo quien también actuó con entusiasmo y por su propia iniciativa,
libremente, pero bajo el misterioso y soberano impulso de Dios.
DIOS REFRENA A LAS PERSONAS
Hemos visto que Dios puede y se
mueve en los corazones de la gente para que se muestre favorable hacia
nosotros, cuando esto sirve para llevar a cabo sus propósitos. Pero hay otra importante
dimensión de su soberanía en los corazones, y es que, cuando es necesario, les impide
tomar decisiones y realizar acciones que los lastimarían. Un incidente en la
vida de Abraham ilustra lo anterior.
Por temor a perder la vida,
Abraham mintió acerca de su esposa Sara, diciendo que era hermana, y como resultado
Abimelec se iba a casar con ella. Dios, sin embargo, lo impidió, y le dijo. "y
yo también te detuve de pecar contra mí, y así no te permití que la
tocases" (Génesis 20:6). Dios no refrenó a Abimelec física o
circunstancialmente, sino a través de su mente. Por alguna razón, que de seguro
Abimelec no comprendió, no consumó una relación física con Sara. Dios intervino
con soberanía y protegió la pureza moral y física de Sara, quien fue la madre
del hijo prometido de Abraham.
Dios pudo haber intervenido circunstancialmente
para preservar la pureza de ella, pero prefirió hacerlo en la mente de Abimelec
de una forma que sólo Él conoce, y lo refrenó a través de su voluntad.
¿Sabía Abimelec que Dios lo
estaba deteniendo? No, la Escritura sólo dice que él no se había llegado a ella
(v 4). Él decidió por su propia voluntad no llegarse a Sara, pero su elección
estaba bajo el control soberano de Dios. Éste hecho es aún más sorprendente si
consideramos que por su incredulidad y pecado Abraham había puesto a Sara en
esta difícil situación. Dios en realidad no excusó el pecado de Abraham, pero
no por eso dejó de intervenir en la mente de Abimelec para evitar sus graves
consecuencias.
En otra ocasión el nieto de
Abraham, Jacob, partió con su familia de Siquem a Betel. Dos de los hijos de
Jacob acababan de cometer un horrendo acto contra el pueblo, y se esperaba que
buscaran venganza. Pero Génesis 35:5 dice: "Y salieron, y el terror de
Dios estuvo sobre las ciudades que había en sus alrededores, y no persiguieron
a los hijos de Jacob".
Terror o miedo es un estado de la
mente con frecuencia inducido por algunas circunstancias externas. En este caso
no parece haber alguna circunstancia externa que motivara semejante terror;
pues la verdad era exactamente lo opuesto. Efectivamente en versículos
anteriores a Génesis 35:5, Jacob había dicho: "teniendo yo pocos hombres,
se juntarán contra mí y me atacarán, y seré destruido yo y mi casa"
(Génesis 34:30). No había razón para que los cananitas no arremetieran contra
Jacob y su familia para vengar el crimen de los hijos de éste, excepto que Dios
los detuviera mediante el temor que racionalmente no se podía explicar.
Tratando nuevamente acerca de los
constructores de templos que vimos con anterioridad en el libro de Esdras,
encontramos otro ejemplo de la mano restrictiva (le Dios. Antes de que el rey Darío
emitiera su decreto ordenando que la reconstrucción del templo no se detuviera
sino que por el contrario, fuera ayudada por el tributo (Esdras 6:6-10), el
gobernador y otros oficiales habían cuestionado la autoridad de los judíos para
reedificar el templo. Ellos pudieron haber suspendido la obra de la casa de
Dios hasta recibir la orden del rey, pero no lo hicieron. ¿Por qué? La
Escritura dice: "Mas los ojos de Dios estaban sobre los ancianos de los
judíos, y no les hicieron cesar hasta que el asunto fuese llevado a Darío; y
entonces respondieron por carta sobre esto" (Esdras 5:5).
Una de las más fuertes
ilustraciones sobre la restricción de Dios a las personas, se da en Éxodo 34:23-24:
Tres veces en el año se
presentará todo varón tuyo delante de Jehová el Señor, Dios de Israel. Porque
yo arrojaré a las naciones de tu presencia, y ensancharé tu territorio; y
ninguno codiciará tu tierra, cuando subas para presentarte delante de Jehová tu
Dios tres veces en el año.
Dios mandó a todos los hombres a
suspender sus actividades normales tres veces al año para que se presentaran
ante Él. Para nosotros entender el significado de esta orden, tendríamos que
verlo como si hoy en (lía nuestra nación interrumpiera simultáneamente el comercio,
todas sus actividades educativas, y lo más crucial de todo, su personal
militar, para reunir tres veces al año en una gigantesca asamblea a toda esa
gente. Fácilmente podemos ver qué tan vulnerable e indefenso quedaría nuestro
país ante poderes hostiles durante esos tres períodos del año.
Eso fue lo que Dios le ordenó
hacer a Israel; pero junto con el mandato también le prometió que nadie
codiciaría su tierra durante las épocas en que estuvieran totalmente indefensos,
y no sólo ninguna otra nación los atacaría, sino que no desearían hacerlo.
Codicia, que es el perverso deseo de poseer algo que le pertenece a otro, es
una de las emociones más profundamente arraigadas en el corazón humano. El apóstol
Pablo que como fariseo podía hablar de su perfecta observancia de la ley de
Dios (Filipenses 3:6), finalmente es expuesto como un pecador por el
mandamiento "no codiciarás" (ver Romanos 7:7-8); él se podía abstener
de robar, pero no de codiciar.
Dios dijo que ninguna otra nación
codiciaría la tierra de los israelitas, aun durante el tiempo en que estarían
vulnerables e indefensos. Dios puede frenar no sólo las acciones de las
personas sino también sus más profundos y arraigados deseos.
Ninguna parte del ser humano es impenetrable
para el soberano, pero misterioso control de Dios.
He usado varias ilustraciones de
las Escrituras para afirmar que Dios se mueve en el corazón de la gente, ya sea
en forma positiva para hacer que cumplan su voluntad, o negativa para impedir que
hagan lo que es contrario a ésta. Con mucha frecuencia, sin embargo, tendemos a
leer estos relatos como simples historias bíblicas sin relacionarlos con nuestras
vidas o situaciones. Pero, como ya hemos visto, Pablo dijo: "Porque las
cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de
que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos
esperanza" (Romanos 15:4). Los relatos que nos muestran a Dios moviendo a
los egipcios para proveer a los israelitas, y deteniendo las naciones vecinas
para impedir que los invadieran, están escritos para enseñarnos y fortalecernos
al saber que El ejerce su soberanía para nuestro bien.
¿PERMITE DIOS EL MAL?
Por supuesto, Dios no siempre
detiene las acciones malvadas y peligrosas de otros hacia su pueblo. Podemos
verlo en la narración de la reconstrucción del templo. Hubo un período de diez
años aproximadamente, cuando el proyecto se detuvo debido a la oposición de los
enemigos de los judíos (ver Esdras 4:6-24). No sabemos por qué Dios permitió a
los enemigos de su pueblo tener éxito en una ocasión, y en otra los refrenó. Es
suficiente saber que Dios puede detener los actos peligrosos de otros hacia
nosotros cuando es su voluntad soberana. Dios, en su infinita sabiduría y amor,
desea que al final el bien supere el mal.
El tradicional y tan frecuentemente citado
relato de losé, ilustra muy bien esta verdad.
Cuando los hermanos de José
decidieron venderlo como esclavo, Dios no los detuvo, y tampoco a la esposa de
Potifar cuando lo acusó injusta y maliciosamente. Pero Dios en su tiempo cambió
estas circunstancias, pues estaba dirigiendo los actos malvados de las personas
exactamente como lo había planeado para lograr su propósito a través de José, quien
al final pudo reflexionar sobre los difíciles eventos, y dijo a sus hermanos:
"Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para
hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo" (Génesis
50:20).
Acerca Del Suceso De José, El Profesor Berkouwer
Dijo:
Sus Hermanos Idearon Y Ejecutaron Los Planes,
Movidos Por Los Celos.
Estos siguieron irrevocablemente
su curso escogido. El malvado proyecto logró su realización histórica; pero los
eventos históricos son producto de la voluntad divina. Las buenas intenciones de
Dios siguieron el dañino camino de los hermanos o, por el contrario, los
hermanos inconscientemente continuaron el camino que Dios había trazado; pues
ellos trabajaban a su servicio. El propósito de Dios iluminó el horizonte del
mal, los celos y la actividad malintencionada.
Comentando sobre los mismos
eventos, Alexander Carson dice:
De la historia de José podemos
ver que la misma circunstancia puede venir del hombre, desde un punto de vista,
y de Dios, desde otro punto de vista; y que lo que el hombre puede hacer pecaminosamente
para lastimar al pueblo de Dios, El puede obrar a través de ellos por el bien
de sus hijos. La acción del hombre, aunque sea desde otro punto de vista, es el
trabajo de Dios.
Según la Biblia, como veremos a
continuación, algunas veces Dios obra en los corazones de algunos para actuar
con necedad, "Mas Sehón rey de Hesbón no quiso que pasásemos por el
territorio suyo; porque Jehová tu Dios había endurecido su espíritu, y
obstinado su corazón para entregarlo en tu mano, como hasta hoy"
(Deuteronomio 2:30). Y de nuevo:
"Porque esto vino de Jehová, que endurecía el corazón de ellos para que
resistiesen con guerra a Israel, para destruirlos, y que no les fuese hecha
misericordia, sino que fuesen desarraigados, como Jehová lo había mandado a
Moisés" (Josué 11:20).
Reconozco que en estos dos
pasajes hay algunos aspectos difíciles de comprender, pero mi propósito no es
dar una explicación sino presentar una vez más la consistente enseñanza de la
Biblia con relación a que Dios puede y mueve los corazones y mentes de las
personas para cumplir sus propósitos. También es muy claro en estas citas, que
Dios lo hace sin violar o restringir sus voluntades, y por el contrario, opera
de forma misteriosa en ellas para lograr sus propósitos. No hay duda que Sehón
y los reyes cananitas hicieron exactamente lo que las Escrituras dicen. Dios
permitió que actuaran de acuerdo con su propósito.
El nunca pierde porque no puede
encontrar quién lo ayude a realizar sus planes; y se mueve en los corazones de
los individuos sean cristianos o no, para que actúen y por su propia voluntad
lleven a cabo los planes de El. ¿Necesita el aprecio de algún profesor para conseguir
una buena recomendación para trabajar? Si ese trabajo es el plan de Dios para usted,
El puede y moverá el corazón de ese profesor para obtener el trabajo.
¿Depende de su jefe u oficial,
para un ascenso? Dios se moverá en su corazón de una u otra forma, dependiendo
del plan que El tenga para usted. "Porque ni de oriente ni de occidente,
ni del desierto viene el enaltecimiento, mas Dios es el juez; a éste humilla, y
a aquél enaltece" (Sal. 75:6-7). Que lo asciendan o no, está en manos de
Dios, pues sus superiores son simplemente agentes para llevar a cabo el plan de
El.
Ellos no son conscientes de estar
cumpliendo su voluntad, y nunca pretenderían hacerlo (a menos que sean
cristianos que sinceramente estén buscando cumplirla), pero eso no altera el
resultado en su vida. Puede confiar en El en todas las áreas de su vida cuando
dependa de la aprobación o desaprobación de otra persona, en cuyo corazón se
moverá para cumplir su propósito en usted.
EL PROBLEMA DE LA SOBERANÍA DE DIOS
Anteriormente le pedí que dejara
de lado el problema que surge por la afirmación de la soberanía de Dios sobre
las personas, pero ahora lo analizaremos brevemente. Al hacerlo será de gran
ayuda recordar que los escritores bíblicos nunca parecieron estar conscientes del
problema, excepto por una afirmación de Pablo en Romanos 9:19-21, la cual
parece crear más problemas para nosotros en lugar de resolverlos. Por lo tanto,
aunque la Biblia afirma la soberanía de Dios, y la libertad y deber moral de
las personas, nunca pretende explicar su relación.
AL EXAMINAR ESTE ASUNTO HAY TRES
VERDADES QUE NECESITAMOS CONSIDERAR.
La primera es, que Dios es infinito tanto en
sus métodos como en su ser. Una mente finita simplemente no puede comprender a un ser
infinito más allá de lo que a propósito nos sea revelado. Debido a esto,
algunos aspectos con relación a Dios permanecerán siempre como un misterio para
nosotros. Uno de estos misterios es el vínculo de la voluntad soberana de Dios
con la libertad y responsabilidad moral del hombre.
Basil Manly, uno de los padres
fundadores de la Convención Bautista del Sur, cuando comentó sobre este difícil
tema en uno de sus sermones, dijo: "Las Escrituras no se encargan de
explicar los misterios sino que los dejan quietos. Hay una diferencia entre dificultades
y misterios. Las dificultades se pueden superar, pero los misterios no, sin una
nueva revelación o con la ayuda do un intelecto superior"
Creo que uno de nuestros
problemas al tratar este tema es que pretendemos ver la interacción entre Dios
y el hombre al mismo nivel de la interacción entre hombre y hombre.
En el Salmo 50:21 Dios dice: "pensabas
que de cierto sería yo como tú". Aunque el contexto de estas palabras es
completamente diferente a nuestro tema, la afirmación es útil.
Tendemos a creer que Dios es como
nosotros, y que puede actuar en la mente humana sólo de la misma forma que ella
lo pueda hacer. Argumentamos, persuadimos y coaccionamos, pero no podemos
someter la voluntad de una persona. Las Escrituras enseñan que Dios sí lo hace
de tal forma que ella actúa libre y voluntariamente. Además, la soberanía en el
aspecto humano sugiere fuerza y coacción; personas obrando en contra de su
voluntad como en la sujeción de los esclavos a sus amos, pero las Escrituras
nunca nos muestran la soberanía de Dios de esta manera.
La segunda verdad que debemos recordar es que
Dios nunca es autor de pecado. Aunque las pretensiones y acciones
pecaminosas de las personas sirvan al propósito soberano de Dios, nunca debemos
creer que El ha inducido a alguien a pecar. "Cuando alguno es tentado, no
diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal,
ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia
concupiscencia es atraído y seducido" (Santiago 1:13-14).
Con frecuencia se afirma en las
Escrituras que Dios utiliza dichas acciones de los hombres para cumplir sus
propósitos (Ver, por ejemplo, Génesis 50:20; Hechos 4:27-28; Apocalipsis
17:17). Pero el hecho de que las intenciones y acciones pecaminosas sirvan para
la finalidad soberana de Dios, no quiere decir que El es el autor del pecado ni
hace menos culpables a quienes lo cometen. Dios los juzga por todos los pecados
que El usa para llevar a cabo sus propósitos. Esta verdad se enseña en pasajes como
Isaías 10:5-16, el cual veremos en otro capítulo.
La tercera verdad para recordar, es que la
Biblia muestra con frecuencia a las personas como las que eligen su propia
voluntad. En la
Escritura no hay ningún indicio de que ellas sean títeres tontos movidos por
cuerdas divinas. Además, las elecciones que las personas hacen son morales; es
decir, los individuos son responsables ante Dios por las decisiones que toman.
Las acciones de Judas, Herodes y Pilato fueron malévolas aunque hayan sido ejecutadas
bajo la indicación soberana de Dios. La venta de José como esclavo fue un acto malicioso
y malvado de sus hermanos, aunque cumpliera el propósito soberano de Dios.
La Biblia nos enseña la soberanía
de Dios y las libres elecciones morales de los hombres, con igual énfasis.
Richard Fuller, el tercer presidente de la Convención Bautista del Sur, dijo:
"Es imposible para nosotros rechazar estas grandes verdades como también
es imposible para nuestras mentes concebirlas".
Pero así como no debemos
malinterpretar la soberanía de Dios para convertirnos en simples títeres,
tampoco debemos presionar la voluntad del hombre hasta el punto de pretender
limitar la soberanía de Dios. El profesor Berkouwer nos ayuda de nuevo cuando dice:
El que abusa de esta libertad (de
la criatura) hace injusta la Palabra de Dios, que ya en el paraíso coloca al
hombre en un cruce de caminos brindándole la posibilidad de escoger qué senda
tomar. Pero a la luz de la Escritura, es decisivo que la libertad humana no
amenaza ni limita la soberana y poderosa empresa divina. Somos obligados a
dirigirnos a la divina revelación que nos muestra la poderosa actividad de
Dios, e igualmente, nos enseña la responsabilidad de cada ser. Y cualquiera que
no tome esta ley divina y responsabilidad humana en serio, nunca podrá entender
correctamente la historia.
NUESTRA RESPUESTA
¿Cómo podemos responder al hecho
de que Dios puede y, en efecto se mueve en las mentes y corazones de las
personas para ejercer su dominio? La primera respuesta debería ser la de la
confianza. Nuestras carreras y destinos en general están en sus manos; no en
las de los jefes, oficiales, profesores, entrenadores y todos los demás que, humanamente
hablando, están en posición de afectar en alguna forma nuestro futuro.
Nadie, aparte de la soberana
voluntad de Dios, le puede dañar o poner en peligro su porvenir. Además, El
puede y desea que reciba el aprecio de las personas que están en posición de
hacerle bien. Usted puede confiarle su futuro a El.
Por lo tanto, deberíamos buscar a
Dios en oración en todas aquellas situaciones en que algún aspecto de nuestro
futuro cae en manos de otra persona. Como Alexander Carson dijo: "Si
necesitamos la protección de los hombres, pidámosela primero a Dios; si permanecemos
con El, el poder del más poderoso y del más malvado debe servir para nuestro
consuelo". Cuando la reina Ester debió presentarse ante el rey Jerjes sin
haber sido llamada, acto que normalmente resultaría en su ejecución, ella le
solicitó a Mardoqueo que reuniera a todos los judíos para ayunar y orar para
que el rey le concediera su gracia. Ester no presumió conocer la voluntad de
Dios, sino que dijo: "Si perezco, que perezca" (Ester 4:16), pero
ella en realidad sí sabía que Dios estaba controlando el corazón del rey.
Obviamente, no siempre sabemos
cómo va a responder Dios a nuestras oraciones, o si se moverá en el corazón de
otra persona, pero es suficiente saber que nuestro destino está en sus manos y
no en las de otras personas.
La confianza en la soberanía de
Dios obrando en la vida de los otros también debería protegernos de
resentimientos y amarguras cuando nos tratan injusta o maliciosamente. El rencor
con frecuencia, nos detiene, no tanto de las acciones de los demás sino de sus
efectos en nuestras vidas.
CONSIDERE LA SIGUIENTE ESCENA EN SU
VIDA.
Usted acaba de ser injustamente
despedido del trabajo por alguna razón que no tiene que ver con su desempeño.
Después de un par de meses de búsqueda infructuosa se encuentra en la fila de
los desempleados; r al hallarse en esta situación medita sobre la injusticia cometida
contra usted por su jefe. Está resentido y amargado.
Ahora suponga que el día en que
fue despedido injustamente, al salir se encontró con un hombre que esta
buscando a alguien con su habilidad y experiencia, quien le ofrece un trabajo
mejor y con el doble de salario. Pero surge un incidente adicional: Debe haber tenido
la experiencia de ser despedido injustamente. Con gusto acepta el trabajo y lo disfruta
mucho. ¿Se habría sentido amargado? No, seguro que pensaría algo así como,
"me siento contento de que el señor Jones me haya despedido, pues si no lo
hubiera hecho, nunca habría conseguido ate fabuloso trabajo". La
consecuencia de ser despedido, y no el hecho en sí, es lo que determina que
usted se llene de amargura.
Ahora, algunas veces Dios permite
que nos traten con injusticia, e incluso, que las acciones de otros afecten
seriamente nuestras carreras y futuro, esto desde un punto de vista humano.
Pero Dios nunca deja que las personas tomen decisiones acerca de nosotros, que
desvíen el plan que tiene trazado para cada uno. El es nuestro Dios, somos sus hijos,
y El se goza en nosotros (Sofonías 3:17). La Escritura dice: "Si Dios es
por nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Romanos 8:31). Podemos considerar
esto como una verdad fundamental: Dios jamás permitirá ninguna acción en contra
nuestra que no esté de acuerdo con su voluntad, la cual siempre es para bien.
Entonces, ¿por qué sufrimos tanta
desilusión cuando no alcanzamos de otra persona la gracia esperada?¿Por qué
luchamos con resentimiento y amargura, cuando la decisión o acción de otro nos
afecta desfavorablemente?¿Acaso no es porque se frustran nuestros planes o
nuestro orgullo ha sido herido?
Una vez asistí a un seminario
sobre los cristianos y el stress, donde uno de los puntos principales del
expositor fue que, si queríamos vivir una vida menos tensionada, deberíamos
aprender a vivir con una sola agenda: La de Dios. El manifestaba que tendemos a
vivir bajo dos planes: Los nuestros y los de Dios, y que la tensión entre ellos
es lo que nos agobia.
Considero que su expresión,
"una sola agenda", se aplica acertadamente a nuestra discusión de
confiar en Dios en el terreno de las decisiones de otros en nuestras vidas.
Dios es soberano sobre las
personas, moverá los corazones para que cumplan la voluntad de El o las
detendrá de hacer cualquier cosa contraria a ella. Pero es su voluntad, según
su agenda para nuestras vidas, que cuidará y protegerá por anticipado. Debemos
aprender a vivir bajo su agenda si vamos a confiar en El.
PALABRAS DE PRECAUCIÓN
Antes de ver este tema, hay
algunas advertencias que necesitamos tener en cuenta para que no empleemos
erradamente la doctrina de la soberanía de Dios sobre las personas.
Primero: Nunca debemos usar la doctrina como excusa para nuestras fallas.
Si no obtiene el ascenso que esperaba, o peor aún, es despedido de su trabajo o
pierde un examen importante, primero necesita examinar su vida, para ver si la
razón está en su desempeño.
Aunque Dios rescató a Abraham y a
Sara de la insensatez del pecado de Abraham, no estaba obligado a hacerlo. Dios
no ha prometido que obrará en los corazones de otras personas para encubrir
nuestros errores.
Segundo: No debemos permitir que la doctrina de la soberanía de Dios nos
haga responder con pasividad ante las acciones de otros que nos afectan.
Debemos seguir todos los pasos aceptables dentro de la voluntad de Dios para
proteger y avanzar en nuestra situación. Digo dentro de la voluntad de Dios,
porque hay muchas otras razones para buscar su reino, por las cuales no
deberíamos seguir estos pasos. Pero la doctrina de la soberanía de Dios, nunca
se debe usar para promover la pasividad.
Tercero: Nunca debemos emplear la doctrina de la soberanía de Dios para
excusar acciones o decisiones pecaminosas que hieran a los demás. No debemos
decir: "Bien, cometí un error, pero está bien, porque Dios es
soberano". Dios sí es soberano en la vida de la otra persona, y puede usar
nuestras transgresiones para cumplir su voluntad, pero nos hará responsables
por nuestras decisiones dañinas, y acciones pecaminosas.
Un pasaje de la Escritura que nos
hará mantener la doctrina de la soberanía de Dios en su debida perspectiva, es
Deuteronomio 29:29: "Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios;
mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que
cumplamos todas las palabras de esta ley". No sabemos cuál es la voluntad
soberana de Dios, cómo obrará en el corazón de otra persona, sea favorable o
desfavorablemente desde nuestro punto de vista. Esto está en el reino de
"las cosas secretas" que no nos son manifestadas. Sabemos que El
obrará para cumplir su propósito que al final será para nuestro bien.
Nuestro deber entonces, es
obedecer "las cosas reveladas", es decir, la voluntad de Dios en la
Escritura para cada aspecto de la vida. La Biblia nos enseña a ser prudentes, conscientes,
responsables, y a realizar nuestro trabajo y estudios lo mejor que podamos. Si encontramos
que a pesar de nuestros mejores esfuerzos, un superior o profesor nos trata desfavorablemente,
debemos confiar en Dios para el resultado final. Algunas veces El cambia la
actitud de esa persona hacia nosotros; otras, puede hacer que se vuelva peor.
En cualquiera de los casos, el corazón de la persona está en las manos de Dios,
quien lo dirigirá de acuerdo con su propósito soberano para su gloria y nuestro
bien.
5ª PARTE
EL GOBIERNO DE DIOS SOBRE LAS NACIONES
"Y Dijo: Jehová Dios De Nuestros Padres,
¿No Eres Tú Dios En Los Cielos, Y Tienes Dominio Sobre Todos Los Reinos De Las
Naciones? ¿No Está En Tu Mano Tal Fuerza Y Poder, Que No Hay Quien Te
Resista?" 2 Crónicas 20:6
En un sermón titulado "La Providencia
de Dios", C. H. Spurgeon expresó: "Una vez Napoleón oyó decir: El
hombre propone y Dios dispone. `Ah', dijo Napoleón, `pero yo propongo y también
dispongo'. ¿Cómo cree usted que él propuso y dispuso? Se propuso invadir a
Rusia, y apropiarse de toda Europa. Procuró destruir ese poder; pero, ¿cómo regresó?
¿Cómo lo dispuso? Regresó solo, su poderoso ejército pereció y se acabó. Debido
al hambre se devoraron unos a otros. El hombre propone y Dios dispone".'
Siguiendo la soberanía de Dios a
través de la Biblia, una de las referencias más frecuentes a ésta, se relaciona
con su control sobre las naciones y gobiernos. Sin pretender hacer una lista
exhaustiva, encontré casi cuarenta referencias acerca del gobierno de Dios
sobre las naciones. Dios es el Señor sobre toda la historia de la humanidad, y
está desarrollando todos los detalles de ella, como dijo Pablo en Efesios 1:11:
"conforme al propósito del que hace todas las cosas"... Es decir,
Dios realiza todos los eventos de la historia. Todas las decisiones de los
gobernantes, reyes y parlamentos; todos los actos de sus gobiernos, ejércitos y
marina sirven a su voluntad.
UN ASPECTO IMPORTANTE
En términos de confianza en Dios
acerca de su soberanía sobre las naciones esta puede, a primera vista, parecer
teórica, y estar lejos de nosotros. En el Occidente, por lo general, no estamos
conscientes de las acciones del gobierno afectando nuestras vidas día a día.
Las leyes de la tierra, en su mayoría son razonables y nos favorecen. Vivimos
cada día ajenos a la gran cantidad de leyes y decisiones gubernamentales que
nos afectan.
Sin embargo, para la mayoría del
mundo, la soberanía de Dios sobre los poderes que nos gobiernan es un aspecto
crucial. Es común decir que más cristianos han sido martirizados por su fe en
el siglo XX, que durante todo el resto de la historia de la Iglesia. Hoy los cristianos
son vistos desfavorablemente en gran parte del mundo, y en muchos países enfrentan
una abierta persecución de los gobiernos hostiles.
La libertad de practicar públicamente
el cristianismo bíblico, siendo algo normal en muchos países del occidente, no
es asequible para más de la mitad de la población mundial. Para los cristianos
que viven en esos países, la seguridad de que Dios manda sobre los gobiernos
que los rigen les debería dar valor y confianza en los momentos de
hostigamiento y persecución.
Los que vivimos en países donde
hay libertad religiosa, con frecuencia deberíamos dar gracias a Dios por esa
libertad, puesto que no es un accidente de la historia debido solamente a la
previsión de nuestros padres fundadores, sino la mano soberana de Dios trabajando
en y a través de los gobiernos. No debemos tomar esa libertad como algo seguro.
Alexander Carson lo enuncio bien cuando dijo: "Puesto que Dios puede
proteger a su pueblo bajo el más grande despotismo, así la mayor libertad civil
no es segura para éste sin la protección inmediata de su poderoso ejército. Me
temo que los cristianos en este país tienen también más confianza en las
instituciones políticas... que en el gobierno de Dios".
No sólo nos afecta la libertad
religiosa, sino que también nuestras vidas se ven afectadas diariamente por las
decisiones de los cuerpos legislativos y funcionarios del gobierno. Las instituciones
gubernamentales en todos los niveles nos dicen cada vez más lo que debemos y no
debemos hacer. En algunas oportunidades, tales decisiones son aparentemente, convenientes;
y en otras somos ajenos a ellas.
Algunas veces son decisiones
acertadas, por lo menos desde nuestro punto de vista; pero otras no lo son. En
todas las épocas, esas decisiones, convenientes o no, buenas o malas, están
bajo el control de nuestro soberano Dios en quien deberíamos poner nuestra
confianza, y no en los poderes decisorios de políticos, funcionarios del
gobierno e incluso de las cortes supremas.
Un cristiano iraní escribió hace
años, acerca de un decreto que su gobierno emitió para cerrar todas las
escuelas primarias extranjeras, el cual afectaba la institución cristiana donde
él estudiaba. El rector se dirigió al gobierno y obtuvo permiso para que su
institución permaneciera abierta temporalmente, y así los estudiantes de quinto
y sexto grado pudieran terminar su educación primaria allí. Para nosotros este
no es un hecho muy significativo, pero para un país musulmán era en realidad
poco usual permitir que una escuela cristiana siguiera funcionando mientras las
otras estaban cerradas. Entonces, ¿por qué se otorgó tal permiso?
Este hombre escribió:
"Pienso que estaba en el plan de Dios que se otorgara este permiso, para
que yo pudiera terminar mi educación primaria en una escuela cristiana. ¿No es
lo correcto para un cristiano mirar a la historia, y ver la mano de Dios en
todos los acontecimientos conformando el modelo de vida de las naciones y los
individuos?"
Este hermano iraní tenía una
percepción correcta de la soberanía de Dios en los decretos y decisiones de los
gobiernos. El vio su mano controlando los asuntos de los gobiernos y por medio
de éstos nuestros asuntos como individuos. En el capítulo cuatro vimos que Dios
es soberano en los corazones de las personas, cuyas decisiones y acciones nos
afectan. De la misma manera El es soberano en las decisiones y acciones del
gobierno cuando éstas nos atañen. Como Margaret Clarkson escribió: "Dios
es el Señor de la historia humana y de la historia personal de cada miembro de
su familia redimida". No podemos separar la historia de una nación y la de
su gente.
LA SOBERANÍA NO SIEMPRE ES MANIFIESTA
El hecho de que Dios es soberano
sobre nuestros gobernantes, no siempre es evidente, cuando vemos sus decisiones
y acciones desde un punto de vista humano. Los funcionarios gubernamentales y
cuerpos legislativos realizan en gran parte su trabajo muy lejos de cualquier
deseo de cumplir la voluntad de Dios. Esto lo podemos ver ampliamente en la vida
y muerte del Señor Jesucristo.
César Augusto promulgó un decreto
ordenando efectuar un censo, lo cual hizo que José y María tuvieran que ir a
Belén para registrarse, justo en el momento en que el Mesías nacería,
cumpliéndose así la profecía de Miqueas (Miqueas 5:2). En realidad, César no pretendió
ser un instrumento para cumplir alguna profecía judía, pero eso exactamente fue
lo que sucedió.
Mateo registra varios ejemplos en
los primeros años de la vida de Jesús, donde la acción gubernamental lo afectó
directamente. En cada uno de ellos hace la observación de que a través de esas
acciones se cumplieron ciertas profecías (ver Mateo 2:14-15,17-18,21-23).
En cada caso, las personas se
involucraron libremente, haciendo lo que querían, aunque en todos obraron
exactamente como Dios lo había planeado.
En la oración de los apóstoles
que narra Hechos 4, ellos dijeron con respecto a la muerte de Jesús:
Porque verdaderamente se unieron
en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio
Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu
consejo habían antes determinado que sucediera (Hechos 4:27-28, énfasis del
autor).
Es obvio que Herodes, Pilato y
los líderes judíos hicieron exactamente lo que quisieron; sin embargo, obraron
como Dios había planeado que lo hicieran. Lo que Salomón dice en Proverbios
16:9: "El corazón del hombre piensa su camino; mas Jehová endereza sus pasos",
se aplica a los hombres cuando actúan no sólo de acuerdo a sus capacidades en privado,
sino también como funcionarios y gobernantes de las naciones.
John Newton (1725-1807),
comerciante de esclavos convertido, ministro anglicano y autor del conocido
himno "Maravillosa Gracia", escribió:
Los reyes de la tierra están
frecuentemente entorpeciendo al mundo con sus esquemas de ambición. Esperan
llevar todo ante sí, y rara vez tienen un fin más alto que la gratificación de
sus propias pasiones. Pero en resumen lo que son y lo que hacen es ser siervos
del gran Rey y Señor, y cumplir sus propósitos, como instrumentos que El emplea
para infligir el castigo prescrito a los transgresores, o abrir el camino para
extender su evangelio.
ELLOS TIENEN UN OBJETIVO; EL, POR
SUPUESTO, TIENE OTRO.
Aunque no podemos percibir la
mano de Dios en los asuntos de las naciones, como lo vemos hoy, su gobierno no
es menos soberano hoy de lo que fue en la época de los profetas o apóstoles. El
profesor Berkouwer de nuevo nos ayuda diciendo:
Esto no significa que el trabajo
de Dios siempre es evidente en la relación de la actividad divina y humana...
sin embargo, es impresionante observar con qué frecuencia el propósito de Dios
es alcanzado sin intervención radical.
Aparentemente, puede que no se
vea nada, excepto la actividad humana creando y definiendo la historia en un
nivel horizontal.
Es sólo en la revelación de la
Biblia que vemos la mano de Dios gobernando, y guiando las actividades de las
naciones y sus efectos en su pueblo. Los eventos que Mateo registró en el
cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento ocurrieron como resultado
de decisiones humanas y fueron desarrollados en el curso de circunstancias
corrientes. Si no fuera por el inspirado comentario de Mateo, no tendríamos más
razones para ver la mano soberana de Dios en esos sucesos de lo que la vemos en
los acontecimientos más mundanos que aparecen en nuestros periódicos.
Siendo esto cierto, entonces, de
igual manera deberíamos ver en las noticias que aparecen en los periódicos, la
mano soberana de Dios de la misma manera que la vemos en la Biblia.
Claro está que no tenemos la
ventaja de la explicación divinamente revelada de los eventos actuales, como
los registrados en la Biblia, pero eso no hace el gobierno soberano de Dios menos
cierto hoy. Dios registró en su Palabra ejemplos concretos de su gobierno
soberano sobre la historia a fin de que podamos confiar en El para los asuntos
de ésta como la vemos.
Deberíamos recordar que para
quienes vivieron los eventos registrados en la Biblia, la mano de Dios no
estaba más manifiesta en tales eventos de lo que está hoy para nosotros.
DIOS ELIGE A LOS GOBERNANTES
Al volver a las Escrituras para
determinar su enseñanza sobre la soberanía de Dios en las naciones, hay ciertas
verdades específicas que se destacan. Primera: Dios en su soberanía ha
establecido el gobierno para el bien de toda la gente, creyente o no creyente. "porque
no hay autoridad sino de parte de Dios... porque (el gobernante) es servidor de
Dios para tu bien" (Romanos 13:14). Admitir la afirmación, "porque el
gobernante es servidor de Dios para tu bien", parece difícil cuando vemos
algunos de nuestros hermanos en Cristo perseguidos y tal vez ejecutados por su
compromiso cristiano.
De nuevo, deberíamos tener presente
que Dios en su infinita sabiduría y soberanía, y por razones que sólo El
conoce, permite a los gobernantes actuar en contra de su voluntad revelada.
Pero las acciones malévolas de aquellos gobernantes contra los hijos de Dios,
nunca van más allá de los límites de su voluntad soberana. También deberíamos
recordar que El trabaja en la historia desde una perspectiva eterna, mientras
que nosotros tendemos a hacerlo desde una perspectiva temporal.
Puesto que Dios ha nombrado a los
gobernantes para nuestro bien, y porque El gobierna soberanamente sobre sus
acciones, deberíamos orar porque ellos gobiernen para nuestro bien. Pablo
exhorta a que se ore..."por los reyes y por todos los que están en
eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y
honestidad" (1 Ti. 2:1-2).
La oración es la expresión más
evidente de confianza en Dios. Si confiáramos en El para pedir por nuestros
hermanos perseguidos en otros países, deberíamos ser diligentes en la oración por
sus gobernantes. Si confiáramos en El cuando las decisiones de nuestro gobierno
fueran en contra de los mejores intereses, deberíamos orar para que El obre en
los corazones de aquellos funcionarios y legisladores que toman esas
decisiones. La verdad de que el corazón del rey está en las manos del Señor
debe ser un estímulo a la oración y no a una actitud fatalista.
Segundo, vemos que además de
establecer el gobierno, Dios determina quién manda en ellos. "El Altísimo
gobierna el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y constituye
sobre él al más bajo de los hombres" (Daniel 4:17 ver también el v 32).
Cuando consideramos a algunos de esos malvados tiranos y dictadores que han
reinado, así como a algunos tontos y débiles que han ocupado altas posiciones,
aun en este siglo, nos sorprendemos de saber que ellos lo han hecho bajo la
soberana voluntad de Dios.
Pues la Escritura lo dice.
Nuevamente, debemos ver esta verdad desde la perspectiva eterna de Dios. El Salmo
76:10, en la versión Reina Valera, dice: "Ciertamente la ira del hombre te
alabará; tú reprimirás el resto de las iras". Aunque versiones más recientes
varían con relación a esa interpretación, es una verdad que está apoyada en
toda la Escritura. Dios permitirá a las personas, ya sean tiranos con voluntad
recia o políticos débiles, hacer sólo lo que al final resulte para su gloria.
Cómo contribuyen el pecado y el mal a la gloria de Dios, es un misterio, pero
es una verdad afirmada a lo largo de la Escritura.
Así como Dios determina quién
gobierna en las naciones, también determina su duración de gobierno. Isaías
40:23-24 dice:
El convierte en nada a los
poderosos, y a los que gobiernan la tierra hace como cosa vana. Como si nunca
hubieran sido plantados, como si nunca hubieran sido sembrados, como si nunca
su tronco hubiera tenido raíz en la tierra; tan pronto como sopla en ellos se
secan, y el torbellino los lleva como hojarasca.
Esto lo vemos más claramente
ilustrado en la vida del poderoso monarca de Babilonia, Nabucodonosor, quien en
la cima de su poder perdió la razón, fue separado de su pueblo, y comió pasto
como ganado. Siete años más tarde volvió en sí y sus consejeros y nobles lo buscaron,
y fue restaurado a su trono convirtiéndose en un rey aún más fuerte que antes (ver
Daniel 4:33-36). Del monarca más grande de su tiempo, al loco viviendo como una
bestia salvaje, hasta el gobernante aún más poderoso, transcurrieron sólo siete
años.
Esta es una serie de eventos que
sólo podrían ser dirigidos por un Dios soberano. Y el Dios que gobernó
absolutamente la vida y riquezas del monarca más poderoso de ese tiempo,
todavía gobierna en las riquezas y destinos de los gobiernos hoy. Ningún
régimen o dictador es tan poderoso como para estar por encima del dominio de la
autoridad soberana de Dios sobre todas las naciones de la tierra.
DIOS CONTROLA LAS DECISIONES
Dios no sólo decide quién
gobierna, sino también dirige las determinaciones que ellos toman. Proverbios
16:33 dice: "La suerte se echa en el regazo; mas de Jehová es la decisión de
ella". La práctica de echar la suerte se usó con frecuencia para decidir
importantes asuntos del estado. Se seleccionaban los funcionarios, se señalaban
las funciones, se escogían fechas y se resolvían las disputas echando la suerte
(1 Crónicas 24:5; Ester 3:7; Proverbios 18:18; Lucas 1:9). El rey de Babilonia
definió la estrategia militar echando la suerte (Ezequiel 21:18-22). Y Salomón
nos dice que toda decisión de echar la suerte venía de Dios, es decir, Dios
controlaba la determinaciones que los reyes y funcionarios del gobierno tomaban
por medio de este método.
No todas las decisiones en los
tiempos bíblicos se tomaron echando la suerte. Algunas se tomaron, como se hace
con frecuencia hoy en día, después de oír la opinión y el consejo de otros. En
estos casos, Dios gobierna en el consejo dado, y en la medida en que éste es recibido
y aceptado para que su voluntad soberana siempre se cumpla.
DOS EJEMPLOS REGISTRADOS EN EL ANTIGUO
TESTAMENTO LO CONFIRMAN.
Absalón el hijo de David, se
rebeló contra su padre, y como resultado, David y algunos de sus fieles
seguidores tuvieron que huir a Jerusalén. Uno de los consejeros de confianza de
David, Ahitofel, había participado en la conspiración con Absalón. Al buscar
cómo consolidar su éxito inicial, Absalón buscó primero el consejo de Ahitofel,
y luego de otro consejero Husai, quien secretamente seguía siendo fiel a David.
Después de escuchar un consejo
contradictorio de Ahitofel y Husai, Absalón y sus hombres escogieron el consejo
de Husai, quien secretamente pretendía favorecer a David.
El relato de la Escritura acerca
de este incidente nos dice: "Y el consejo que daba Ahitofel en aquellos
días, era como si se consultase la Palabra de Dios. Así era todo consejo de Ahitofel,
tanto con David como con Absalón" (2 Samuel 16:23). Pero Absalón escogió seguir
el consejo de Husai en lugar de seguir el de Ahitofel. ¿Por qué? La Escritura
dice:
"Porque Jehová había
ordenado que el acertado consejo de Ahitofel se frustrara, para que Jehová
hiciese venir el mal sobre Absalón" (2 Samuel 17:14). Por lo tanto,
podemos ver que el consejo que Ahitofel dio en esa ocasión era bueno, pero
Absalón prefirió desconocerlo porque Dios hizo que así fuera.
Un evento similar ocurriría en la
vida del nieto de David, Jeroboam. Cuando llegó al trono, los hombres de Israel
le pidieron disminuir la servidumbre y quitarles el pesado yugo que Salomón, su
padre, había puesto sobre ellos. Jeroboam consultó primero a los ancianos, quienes
habían servido a su padre, y le aconsejaron dar al pueblo una respuesta
favorable.
Pero Jeroboam rehusó el consejo
de los ancianos y consultó a los jóvenes que habían crecido con él, quienes le
aconsejaron responder al pueblo con hostilidad, y como resultado surgió la
rebelión de diez tribus de Israel contra Jeroboam, dividiendo así el reino.
¿Por qué Jeroboam toma una
decisión tan loca? La Escritura dice: "Y no oyó el rey al pueblo; porque
era designio de Jehová para confirmar la palabra que Jehová había hablado"
(1 R. 12:15). Se tomaron dos decisiones absurdas, y en los dos ejemplos el
consejo acertado fue rechazado y se siguió el dañino y tonto. Los dos ejemplos
se atribuyen a la obra soberana de Dios guiando las mentes de los reyes para
cumplir su voluntad.
¿Qué observaciones podemos hacer
de estos eventos registrados en la Escritura? Dios puede y obra en los
corazones y mentes de los gobernantes y funcionarios para cumplir su propósito
soberano. Sus corazones y mentes están bajo el control de Dios, así como las leyes
físicas e impersonales de la naturaleza. Pero todas las decisiones son tomadas libremente,
por lo general, sin ningún pensamiento o consideración acerca de la voluntad de
Dios.
En segundo lugar, podemos
observar que algunas veces Dios hace que los líderes o funcionarios del
gobierno tomen decisiones equivocadas para juzgar a una nación.
Alexander Carson dijo: "¿Por
qué la insensatez prevalece con frecuencia sobre la sabiduría, en los consejos
de los príncipes y en las casas de los legisladores?" Dios ha ocasionado
el rechazo al buen consejo para traer sobre las naciones la venganza que sus
crímenes reclaman bajo el cielo. Dios gobierna el mundo por providencia, no por
milagro. Fíjense en ese notable senador que se levanta y demuestra sus amplios
conocimientos.
Pero si Dios ha determinado
castigar a la nación, algún hábil charlatán especulador impondrá sus sofismas en
la más sagaz asamblea". En el momento mientras escribo este libro, el
gobierno de los Estados Unidos acaba de tomar lo que parece una serie de
decisiones increíblemente torpes e ingenuas en el campo de negocios
extranjeros. Visto a la luz de la explotación moral decadente de nuestra
sociedad americana, uno no puede menos que preguntarse si esto es evidencia del
juicio de la mano de Dios sobre nuestra nación. Si es así, tanto los creyentes como
los incrédulos sufrirán las consecuencias de dichas decisiones. Históricamente,
Dios no ha desperdiciado la justicia cuando juzga una nación aunque está bien
capacitado para hacerlo, si así lo decide, ver Éxodo 9:5-7.
Si a estas decisiones
aparentemente insensatas se les permite seguir su curso y los creyentes son
atrapados en sus desastrosas consecuencias, entonces debemos seguir confiando
en Dios aun en los tiempos adversos, y creer que El tiene el control soberano
de ellos, y que tampoco se ha olvidado del cuidado y bienestar de sus hijos en
estas circunstancias.
En tercer lugar, como hemos
observado anteriormente en este capítulo, deberíamos tomar más en serio la
responsabilidad de orar por los líderes de nuestro gobierno para que tomen decisiones
acertadas y sabias. Aunque podemos suponer que algunas de las más desastrosas decisiones
son evidencia del juicio de Dios, no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que El nos
ha exhortado a orar por los líderes. Nuestra obligación, entonces, es orar por resoluciones
sabias, pero confiar en El cuando las que se tomen sean necias o malas.
DIOS DETERMINA LAS VICTORIAS MILITARES
Además de gobernar en las
decisiones de las autoridades, Dios también lo hace en las victorias y derrotas
entre naciones en el campo de batalla. La verdad establecida en Proverbios
21:31 "El caballo se alista para el día de la batalla; mas Jehová es el
que da la victoria", es una de las verdades que con más frecuencia se
establece acerca de la soberanía de Dios en todo el Antiguo Testamento.
Considere algunos de los siguientes pasajes, de muchos que pudieron haber sido
seleccionados (énfasis del autor).
Y Jehová dijo a Gedeón: El pueblo
que está contigo es mucho para que yo entregue a los madianitas en su mano, no
sea que se alabe Israel contra mí, diciendo: Mi mano me ha salvado.
Ahora, pues, haz pregonar en
oídos del pueblo, diciendo: Quien tema y se estremezca, madrugue y devuélvase
desde el monte de Galaad.
Y los trescientos tocaban las
trompetas; y Jehová puso la espada de cada uno contra su compañero en todo el
campamento. Y el ejército huyó hasta Bet-sita, en dirección de Zerera, y hasta
la frontera de Abel-mehola en Tabat (Jueces 7:2-3,22).
Dijo, pues, Jonatán a su paje de
armas: Ven, pasemos a la guarnición de estos incircuncisos; quizá haga algo
Jehová por nosotros, pues no es difícil para Jehová salvar con muchos o con
pocos.
Y hubo pánico en el campamento y
por el campo, y entre toda la gente de la guarnición; y los que habían ido a
merodear, también ellos tuvieron pánico, y la tierra tembló; hubo, pues, gran
consternación.
Y juntando Saúl a todo el pueblo
que con él estaba, llegaron hasta el lugar de la batalla; y he aquí que la
espada de cada uno estaba vuelta contra su compañero, y había gran confusión (1
Samuel 14:6, 15,20).
Vino entonces el varón de Dios al
rey de Israel, y le habló diciendo: Así dijo Jehová: Por cuanto los sirios han
dicho: Jehová es Dios de los montes, y no Dios de los Valles, yo entregaré toda
esta gran multitud en tu mano, para que conozcáis que yo soy Jehová.
Siete días estuvieron acampados
los unos frente a los otros, y al séptimo día se dio la batalla; y los hijos de
Israel mataron de los sirios en un solo día cien mil hombres de a pie (1 Reyes
20:28-29).
Naamán, general del ejército del
rey de Siria, era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima,
porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria. Era este hombre
valeroso en extremo, pero leproso (2 Reyes 5:1).
Y cuando miró Judá, he aquí que
tenía batalla por delante y a las espaldas; por lo que clamaron a Jehová, y los
sacerdotes tocaron las trompetas. Entonces los de Judá gritaron con fuerza; y así
que ellos alzaron el grito, Dios desbarató a Jeroboam y a todo Israel delante
de Abías y de Judá; y huyeron los hijos de Israel delante de Judá, y Dios los entregó
en sus manos (2 Crónicas 13:14-16).
Debido a esta clara afirmación de
la soberanía de Dios en la guerra, nosotros como cristianos deberíamos poner
nuestra confianza en El, y no en los armamentos de nuestras naciones. Como el
Salmo 20:7 dice: "Estos confían en carros, y aquéllos en caballos; mas nosotros
del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria". O como otro Salmo dice:
"El rey no se salva por la multitud de ejércitos, ni escapa el valiente
por la mucha fuerza. Vano para salvarse es el caballo; la grandeza de su fuerza
a nadie podrá librar" (Sal. 33:16-17).
Para expresar de nuevo estas
verdades acerca de los Salmos, en lenguaje moderno podríamos decir:
"Algunos confían en explosivos nucleares y grandes ejércitos, pero nosotros
confiamos en Dios, porque ningún país se salva por la medida de sus fuerzas militares
o el poder de su armamento. Por el contrario, la victoria viene de Dios".
El debate entre los políticos
acerca de la cantidad de arsenal nuclear y el número de portaviones y
submarinos que nuestra marina debería tener es, en cierto sentido, de poca importancia,
puesto que las dos partes están confiando eventualmente en la fuerza militar.
LA ÚNICA DIFERENCIA ES EN CUÁNTO SE
NECESITA.
Sin embargo, el cristiano siempre
debe confiar en Dios, no en ninguna fuerza militar.
Esto no quiere decir que nuestro
país se deberá deshacer de todo su armamento y personal militar, buques y
tanques, sino que no deberíamos confiar en ellos. El salmista dijo: "Porque
no confiaré en mi arco, ni mi espada me salvará" (Sal. 44:6). El no
confiaba en su arco o espada pero tampoco se deshacía de ellos. Reconoció que
el ejército debe luchar, pero que Dios da la victoria en la guerra a quien
quiere.
En Isaías 5, al final de una
serie de ayes pronunciados al malvado Judá, el profeta predice la invasión que
vendría del ejército asirio, en respuesta al llamamiento que Dios
"silbará" (v 26). Isaías describe la condición de este ejército de
siempre estar dispuesto en los siguientes términos "Alzará pendón a
naciones lejanas, silbará al que está en el extremo de la tierra; y he aquí que
vendrá pronto y velozmente.
No habrá entre ellos cansado, ni
quien tropiece; ninguno se dormirá, ni le tomará sueño; a ninguno se le
desatará el cinto de los lomos, ni se le romperá la correa de sus
sandalias" (vs. 26-27). Luego agrega una afirmación más sorprendente:
"Ni se le romperá la correa de sus sandalias" (v 27). En un lenguaje
moderno diríamos "ni un simple cordón (de cualquier soldado) se
romperá".
Vemos en esta declaración no sólo
la afirmación del absolutismo de la soberanía de Dios, sino también la
totalidad con que ella entra hasta el más mínimo detalle. Nada es al azar, ni siquiera
el daño de la correa de una sandalia o el cordón de un zapato. Todos hemos escuchado
la antigua afirmación: "Por querer una puntilla se perdió una herradura;
por querer una herradura, se perdió un caballo; por querer un caballo, se
perdió un jinete; por querer un jinete, se perdió una batalla". Los
detalles son importantes, y Dios es igualmente soberano sobre ellos como lo es
en "todo el panorama". En Isaías 5, el profeta nos asegura que en la
soberanía de Dios sobre la batalla, la puntilla perdida que en últimas lleva a
la derrota, no se extraviará. La victoria pertenece al Señor y a la nación que
El escoge.
Por la soberanía de Dios en la
guerra, también podemos tener valor ante una amenaza de un holocausto nuclear,
puesto que éste no puede suceder aparte de su soberana voluntad.
Obviamente, como ninguno de
nosotros conoce su soberana voluntad al respecto, no podemos excluir la
posibilidad de una extensa destrucción nuclear, pero lo que sí podemos excluir
es la posibilidad de que esta suceda solamente por la mano incontrolada de
algún tirano loco o algún oficial militar desconocido, puesto que Dios controla
tanto la mano del uno como del otro.
Como cristianos no deberíamos
caer en la ansiedad nuclear de nuestros días. Por el contrario, deberíamos
confiar en el control soberano de Dios, y pedirle protección ante un posible
holocausto.
Todo este tema de la soberanía de
Dios en la guerra es un asunto difícil de manejar, desde la tendencia innata a
pensar que nuestro país siempre tiene la razón, asumiendo que Dios bendecirá
nuestro lado con victoria. La Biblia no sustenta tal posición. En efecto, de acuerdo
con la historia bíblica, Dios algunas veces usa una nación malvada para
castigar a otra, y a la vez, castiga a la primera por su pecado.
Dios usó al ejército asirio para
castigar a Judá, llamando a Asiria, "la vara y báculo de mi furor, en su
mano he puesto mi ira" y dijo: "Le mandaré contra una nación pérfida,
y sobre el pueblo de mi ira le enviaré" (Is. 10:5-6). Dios establece muy
claramente que está enviando a Asiria contra Judá; una nación atea contra otra.
Además, la Escritura es muy clara al mostrar que el rey de Asiria no se
consideraba agente de Dios para el castigo.
"Aunque él (el rey de Asiria)
no lo pensará así (la voluntad de Dios), ni su corazón lo imaginará de esta manera,
sino que su pensamiento será desarraigar y cortar naciones no pocas"
(v.7). Por lo tanto, Dios dijo "Pero acontecerá que después que el Señor
haya acabado toda su obra en el monte de Sion y en Jerusalén, castigará el
fruto de la soberbia del corazón del rey de Asiria, y la gloria de la altivez
de sus ojos. Porque dijo: Con el poder de mi mano lo he hecho, y con mi
sabiduría, porque he sido prudente"... (vs. 12-13).
LAS LLAMADAS NACIONES SOBERANAS DEL
MUNDO REALMENTE NO LO SON.
Ellas no son más que instrumentos
en la mano de Dios para cumplir su voluntad, ya sea para proteger a su pueblo,
o abrir puertas para el avance del evangelio, y algunas veces como su
instrumento de juicio contra la impiedad. Dios cuida de las naciones que
cumplen su propósito, aunque se rebelen contra El y las utiliza como sus
instrumentos. Por eso dice:
¿Se gloriará el hacha contra el
que con ella corta? ¿Se ensoberbecerá la sierra contra el que la mueve?¡Como si
el báculo levantase al que lo levanta; como si levantase la vara al que no es
leño! (Isaías 10:15).
Esas poderosas naciones, incluso
de nuestra época contemporánea, no son nada más que el hacha o la sierra en las
manos de Dios. Ellas pueden hacer alarde de su grandeza y poder, pero éste sólo
es efectivo cuando Dios soberanamente así lo determina.
Veamos que Dios tiene firmemente
el control de la historia, de las naciones y gobernantes, lo que desde nuestro
punto de vista humano, determina la historia. Dios establece los gobiernos,
quién gobernará y por cuánto tiempo; rige en los concejos de estado; hace que
los funcionarios tomen decisiones inteligentes o necias; otorga la victoria o
derrota en la guerra, y usa naciones impías para hacer su voluntad.
Como sugirió nuestro hermano
iraní, la historia es como un gigantesco pedazo de tela con muy intrincados y
complejos diseños, de los cuales sólo vemos una pequeña fracción durante el
limitado período de nuestra vida. Además, como otros han observado, vemos por el
revés esos diseños, y como sabemos, el revés de un tejido normalmente no tiene
sentido.
INCLUSO LA PARTE QUE SE OBSERVA TIENE
ALGO DE SENTIDO SI SE VE SÓLO UNA PEQUEÑA PARTE.
Solamente Dios ve la parte
externa, y sólo El ve toda la tela con su diseño completo. Por lo tanto,
debemos confiar en que El resuelve todos los detalles de la historia para su
gloria, sabiendo que ésta y nuestro bien están unidos.
AMPLIANDO NUESTROS HORIZONTES
Muchos de nosotros como
cristianos tendemos a pensar en la soberanía de Dios sólo en términos de su
efecto inmediato para nosotros, nuestras familias o amigos. No estamos muy interesados
en la soberanía de Dios sobre las naciones y la historia, a menos, que ésta nos
afecte directa y personalmente. No nos preocupamos por el desorden político y
las guerras de naciones distantes, a menos, por ejemplo, que un amigo misionero
no pueda conseguir la visa para entrar al país donde va a ejercer su
ministerio.
Pero debemos recordar que Dios
prometió a Abraham y a su simiente que todas las naciones serían bendecidas por
medio de Cristo (Génesis 12:3, 22:18; Gálatas 3:8). Un día esa promesa se
cumplirá, como se registró en Apocalipsis 7:9, cuando Juan vio "una gran multitud,
la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que
estaban delante del trono y en la presencia del Cordero"... Dios tiene un
plan para redimir gente de todas las naciones, y bendecir a los países por
medio de Cristo.
SIN EMBARGO, ¿QUÉ VEMOS AL MIRAR EL
MUNDO DE HOY?
La mitad de la población mundial viviendo
en países cuyos gobiernos son hostiles al evangelio; donde los misioneros no tienen
entrada, y los cristianos nacionales son fuertemente maltratados por proclamar
a Cristo. ¿Cómo confiamos en Dios para el cumplimiento de sus promesas cuando
los eventos y condiciones actuales parecen ser totalmente opuestos a su
cumplimiento?
Del ejemplo de Daniel, podemos
aprender la siguiente lección: El entendió de las Escrituras, en la profecía de
Jeremías, que la desolación de Jerusalén duraría setenta años y, no se
equivocó, ya que esta se cumplió casi en el tiempo predicho. Daniel se puso a
orar (ver Daniel 9), y reconoció que su pueblo estaba en el exilio por sus
pecados, y que sólo un Dios soberano, y sólo uno soberano los podía restaurar.
Daniel confió en la soberanía y fidelidad de Dios, y por lo tanto oró.
Podríamos decir que El clamó a Dios por la promesa hecha a Jeremías. Ni la
soberanía de Dios ni su promesa de restaurar a los exiliados hicieron que
Daniel cayera en una actitud fatalista y pasiva.
Daniel comprendió que la
soberanía de Dios y su promesa lo animaban a orar. Puesto que Dios es fiel a
sus promesas, El puede responder, y puesto que es fiel a sus promesas, responderá.
Daniel oró y Dios respondió. Como vimos en el capítulo cuatro Dios movió el corazón
del rey persa para permitir, e incluso animar, a todos los exiliados que
quisieran volver a Jerusalén para reconstruir el templo.
Al mirar la condición del mundo
hoy, tan hostil hacia el evangelio, debemos ver también la soberanía de Dios y
sus promesas. El ha prometido redimir a personas de todas las naciones, y nos
ha ordenado hacerlas discípulos. Por lo tanto, debemos confiar en El cuando
oramos.
Algunos irán a esas naciones a
medida que El abra puertas, pero todos nosotros debemos orar. Tenemos que
aprender a confiar en Dios, no sólo en las circunstancias adversas de nuestras
vidas individuales, sino también en las situaciones difíciles de la Iglesia en
general. Debemos aprender a confiar en El para la expansión del evangelio, aun
en aquellos lugares donde es severamente restringido.
Dios es soberano sobre todas las
naciones; sobre los funcionarios de nuestros gobiernos en todos sus actos,
puesto que nos afectan directa o indirectamente. El es soberano sobre los
funcionarios gubernamentales en países donde nuestros hermanos en Cristo sufren
por ser fieles a El. Dios también es soberano sobre las naciones donde se hace
cualquier intento para erradicar el verdadero cristianismo. En todas estas
áreas, es nuestro deber confiar siempre en El.
6ª PARTE
EL PODER DE DIOS SOBRE LA NATURALEZA
¿Hay Entre Los Ídolos De Las Naciones Quien
Haga Llover?¿Y Darán Los Cielos Lluvias? ¿No Eres Tú Jehová, Nuestro Dios? En
Ti, Pues, Esperamos, Pues Tú Hiciste Todas Estas Cosas. Jeremías 14:22
En septiembre de 1985, un
terremoto sacudió la ciudad de México dejando cerca de 6.000 personas muertas,
y a más de 100.000 sin vivienda. Un amigo mío quiso utilizar el evento para
enseñar a sus pequeños hijos una lección de ciencias muy simple, por lo cual les
preguntó: "¿Saben ustedes qué causó el terremoto?" El había pensado
contestar su pregunta con una sencilla explicación de fallas geológicas y de
desplazamiento de rocas en la corteza terrestre.
Sin embargo, su lección de
sismología pronto se convirtió en una discusión teológica, cuando su hija de
ocho años le respondió: "Yo sé porqué". "Dios estaba juzgando a
esa gente". Aunque la hija de mi amigo había llegado a una conclusión
injustificada acerca del juicio de Dios, en un sentido teológico estaba en lo
correcto. Dios estaba en control del terremoto; ¿por qué permitió que esto
sucediera? es una pregunta que no podemos responder (y no debemos tratar de
hacerlo), pero podemos decir basados en las Escrituras, que Dios, en efecto, lo
permitió o hizo que ocurriera.
DIOS CONTROLA EL ESTADO DEL TIEMPO
Todos nos hemos visto afectados
por el estado del tiempo y las fuerzas de la naturaleza, en diferentes
oportunidades, de una u otra forma. La mayoría de las veces, el tiempo nos causa
inconvenientes; por ejemplo, un vuelo retrasado, un paseo cancelado o algo
similar.
Con frecuencia, la gente en algún
lugar, se ve seriamente afectada por el estado del tiempo y por las más
violentas fuerzas de la naturaleza. Una prolongada sequía dañará la cosecha del
campesino o, una granizada la destruirá en una hora. Un tornado en Texas deja
cientos de personas sin vivienda, y un tifón en Bangladesh arruina miles de
hectáreas de cosecha.
Cuando somos afectados por el
estado del tiempo, bien sea por un simple inconveniente o por un desastre
mayor, tendemos a considerarlo tan sólo como una expresión impersonal de ciertas
leyes establecidas, meteorológicas o geológicas. Un sistema de baja presión cae
sobre mi ciudad, causando una terrible nevada y cerrando el aeropuerto, el día
que debo viajar a un compromiso ministerial. Fuerzas dentro de la tierra doblan
continuamente su corteza hasta que ésta cede causando un gran terremoto.
Ya sea algo insignificante o traumático
tendemos a pensar en las expresiones de la naturaleza como "algo que
sucede", y nosotros como las "desafortunadas" víctimas de lo que
ella depara. En la práctica, aun los cristianos tienden a vivir y a pensar como
los deístas que mencioné en un capítulo anterior, los cuales concebían a Dios
como el Creador del universo que después lo dejó para que se rigiera según sus
propias leyes naturales.
Pero Dios no dejó el control
diario de su creación, sino estableció leyes físicas para gobernar las fuerzas
de la naturaleza, que operan continuamente de acuerdo con su soberana voluntad.
Un meteorólogo cristiano de televisión, ha determinado que hay cerca de 1.400
referencias a la terminología climatológica en la Biblia, muchas de las cuales atribuyen
todos los fenómenos del tiempo, directamente a la mano de Dios.
La mayoría de estos pasajes
hablan del control de Dios sobre todo el tiempo, y no sólo de una intervención divina
en ocasiones específicas.
CONSIDERE LOS SIGUIENTES PASAJES:
Debajo de todos los cielos lo
dirige, y su luz hasta los fines de la tierra.
Porque a la nieve dice: Desciende
a la tierra; también a la llovizna, y a los aguaceros torrenciales. Por el
soplo de Dios se da el hielo, y las anchas aguas se congelan. Regando también
llega a disipar la densa nube, y con su luz esparce la niebla. Asimismo por sus
designios se revuelven las nubes en derredor, para hacer sobre la faz del
mundo, en la tierra, lo que él les mande. Unas veces por azote, otras por causa
de su tierra, otras por misericordia las hará venir (Job 37:3,6,10-13).
El es quien cubre de nubes los
cielos, el que prepara la lluvia para la tierra, el que hace a los montes
producir hierba. Da la nieve como lana, y derrama la escarcha como ceniza. Echa
su hielo como pedazos; ante su frío, ¿quién resistirá? Enviará su palabra, y
los derretirá; soplará su viento, y fluirán las aguas (Salmos 147:8,16-18).
A su voz se produce muchedumbre
de aguas en el cielo, y hace subir las nubes de lo postrero de la tierra; hace
los relámpagos con la lluvia, y saca el viento de sus depósitos (Jeremías
10:13).
También os detuve la lluvia tres
meses antes de la siega; e hice llover sobre una ciudad, y sobre otra ciudad no
hice llover; sobre una parte llovió, y la parte sobre la cual no llovió, se
secó (Amós 4:7).
Note cómo todos estos pasajes
atribuyen las manifestaciones del tiempo, buenas o malas, al control directo de
la mano de Dios.
Las compañías de seguros se
refieren a los grandes desastres naturales como "actos de Dios".
La verdad es que todas las
expresiones de la naturaleza, todos los acontecimientos del tiempo, ya sea un
devastador tornado, una fina lluvia o un día primaveral, son actos de Dios. La
Biblia nos enseña que Dios controla todas las fuerzas de la naturaleza, tanto
las destructivas como las productivas, en una forma continua.
Sea el tiempo bueno o malo, no
somos las víctimas o los beneficiarios de los poderes impersonales de la
naturaleza. Dios, que es el Padre amoroso y celestial de todo verdadero cristiano,
es soberano sobre el tiempo, y ejerce su soberanía en todo momento. Como G. C. Berkouwer
dijo: "El creyente no es nunca la víctima de las expresiones de la
naturaleza o del destino. La casualidad se elimina".
QUEJÁNDOSE O DANDO GRACIAS
Quejarse por el estado del tiempo parece ser
uno de los pasatiempos favoritos de la gente.
Tristemente los creyentes con frecuencia
caemos en este pecaminoso hábito. Pero cuando nos quejamos al respecto, en
realidad, lo hacemos contra Dios quien lo hizo, y por consiguiente, pecamos
contra El (ver Números 11:1).
No sólo pecamos contra Dios
cuando nos quejamos por el estado del tiempo, sino que también nos privamos de
la paz que viene al reconocer que nuestro Padre celestial lo controla.
Alexander Carson dice: "Las Escrituras representan todas las leyes físicas
como si sus efectos provinieran de la acción inmediata del poder omnipotente.
Los cristianos, aunque reconocen
la doctrina de la divina providencia, tienden a desconocerla en la práctica, y
por consiguiente se privan en gran parte de la ventaja que da el constante y profundo
conocimiento de esta verdad . Ya sea que el estado del tiempo sólo interrumpa mis
planes o destruya mi casa, necesito aprender a ver la mano soberana y amorosa
de Dios controlándolo. El hecho es que, para muchos de nosotros, el tiempo y
los efectos de la naturaleza son por lo general favorables. El tornado, la
sequía y hasta la nevada que retrasa nuestro vuelo, son la excepción, no la
regla.
TENDEMOS A RECORDAR EL "MAL"
TIEMPO Y A DAR POR HECHO EL BUENO.
Sin embargo, cuando Jesús habló
acerca del tiempo, lo hizo refiriéndose a la bondad de Dios: "para que
seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol
sobre malos o buenos, y que hace llover sobre justos e injustos" (Mateo
5:45).
Aunque Dios algunas veces usa el
tiempo, y otras manifestaciones de la naturaleza, como un instrumento de juicio
(ver Amós 4:7-9), lo hace con frecuencia más que todo como una expresión de su
gracia provisora para su creación. Tanto el creyente como el que no lo es, se
benefician del clima que Dios por su gracia nos da y, de acuerdo con Jesús,
éste no es sólo el resultado de ciertas leyes inexorables y fijas. Dios
controla esas leyes, hace que el sol brille, y envía la lluvia.
Dios ha establecido ciertas leyes
físicas para el funcionamiento de su universo; sin embargo, éstas operan
momento a momento de acuerdo a su directa voluntad. Una vez más Alexander
Carson lo expone claramente al decir: "El sol y la lluvia proveen alimento
y bienestar tanto al virtuoso como al pecador, no indispensablemente por leyes
generales sino por su inmediata providencia, que al gobernar al mundo desea
obtener este resultado".
COMO CRISTIANOS NO DEBEMOS QUEJARNOS
DEL CLIMA, SINO APRENDER A DAR GRACIAS POR ÉSTE.
Dios nuestro Padre celestial nos
envía cada día lo que El considera más conveniente para toda su creación.
DESASTRES NATURALES
¿Qué pasa con los desastres
naturales que con frecuencia ocurren en varias partes del mundo? Muchos
cristianos sensibles luchan contra los innumerables desastres naturales de gran
magnitud alrededor del mundo. Un terremoto en algún lugar, una hambruna en
otro, tifones y sequías en otros; miles de personas muertas y otras agonizando
lentamente por el hambre; regiones enteras devastadas, cosechas arruinadas, y
hogares destruidos. "¿Por qué permite Dios todo esto?"; "¿por
qué permite que niños inocentes tengan hambre?"
No está mal cuestionarse acerca
de todos estos aspectos, siempre y cuando lo hagamos con actitud reverente y
sumisa hacia Dios. En efecto, el dejar de cuestionar acerca de estas grandes
tragedias, podría indicar una falta de compasión de nuestra parte hacia los
demás.
Sin embargo, debemos tener
cuidado de ni siquiera en pensamiento bajar a Dios de su trono de absoluta
soberanía, y llevarlo al estrado de nuestros juicios. Mientras trabajaba en
este capítulo, una de las principales noticias en la televisión hablaba de
varios poderosos tornados que pasaron por el centro de Misisipi, matando a 7 personas,
hiriendo por lo menos a 145, y dejando cerca de 500 familias sin hogar.
Mientras veía las escenas de la
gente buscando entre los escombros de sus casas, mi corazón estaba con ellos.
Pensé dentro de mí: "Muchas de estas personas sin duda son creyentes, ¿qué
les podría decir acerca de la soberanía de Dios sobre la naturaleza?¿Creo yo
realmente en un momento como este?¿No sería más fácil aceptar únicamente la
afirmación del rabino Kushner de que es simplemente un acto de la
naturaleza?¿Una naturaleza moralmente ciega que se agita con violencia
siguiendo sus propias leyes?¿Por qué involucrar a Dios en un caos y sufrimiento
como este?"
Pero Dios interviene en estos
eventos, como lo dice en Isaías 45:7: "Que formo la luz y creo las
tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo
esto". Dios mismo acepta la responsabilidad, por así decir, sobre los
desastres, y hoy más que aceptar la responsabilidad, la reclama. En efecto, El
dice: "Yo y solamente yo tengo el poder y la autoridad de traer tanto la
prosperidad como la adversidad, el bienestar y la aflicción, el bien y el mal.
Esta es una verdad difícil de aceptar cuando usted ve a la gente buscando entre
los escombros lo que fueron sus hogares o, peor aún, si usted es uno de ellos.
Pero como dijo el fallecido
Edward J. Young sobre Isaías 45:7: "Nosotros no ganamos nada al tratar de
minimizar la fuerza de este versículo. Debemos dejar que la Biblia diga lo que
tiene que decir, no lo que creemos que debería decir.
Obviamente, no entendemos por qué
Dios crea u n desastre o por qué hace que suceda en una ciudad y no en otra.
También reconocemos que así como envía su sol y lluvia tanto a los justos como
a los injustos, también envía a los dos el tornado, el huracán o el terremoto.
Tenemos amigos y compañeros
miembros del grupo de los Navegantes que estaban en la ciudad de México en 1985
durante el terremoto. La soberanía de Dios sobre la naturaleza no significa que
los cristianos nunca se encuentren en las tragedias o desastres naturales, pues
la experiencia y la observación nos demuestran claramente, todo lo contrario.
La soberanía de Dios sobre la
naturaleza significa que lo que suframos por el clima u otras fuerzas de ello
(enfermedades en las plantas o plagas en nuestras cosechas), todos los sucesos
están bajo el vigilante, soberano y absoluto control de nuestro Dios.
AFLICCIONES FÍSICAS
La enfermedad y las aflicciones
físicas son otra á reí en la cual nos cuestionamos acerca de Dios. Nacen bebes
con grandes defectos, y el cáncer golpea personas que aparentemente han hecho
todo lo posible para protegerse de él, y otros experimentan dolores continuos durante
años, sin ningún alivio médico. Incluso aquellos que tienen una salud normal y fuerte,
algunas veces se enferman en los momentos más inoportunos. ¿Es Dios soberano sobre
este aspecto de la naturaleza?¿Tiene ('I control de las enfermedades y las
dolencias físicas quo nos afectan?
Cuando Dios llamó a Moisés para
que sacara a los israelitas de Egipto, éste discutió su ineptitud argumentando
ser lento para hablar. La respuesta de Dios es muy instructiva para nosotros en
este aspecto de aflicción física, porque El dijo: "¿Quién dio la boca al
hombre?
¿O quién hizo al mudo y al sordo,
al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová?" (Ex. 4:11).
Notemos que aquí Dios atribuye
específicamente a su acción las aflicciones físicas de sordera, mudez y
ceguera, las cuales no son sólo el producto de genes defectuosos o de accidentes
de nacimiento. Estas cosas pueden en efecto, ser las causas inmediatas, pero detrás
de ellas se encuentra el propósito soberano de Dios. El doctor Donald Grey Barnhouse,
uno de los grandes maestros de la Biblia de mediados del siglo XX, dijo una vez:
"No hay persona ciega o sorda en este mundo que Dios no haya planeado que
lo fuera.
Si no lo cree, tiene un Dios
extraño con un universo que se ha salido de su dirección y que no puede
controlar.
Cuando Jesús encontró a un hombre
ciego de nacimiento, sus discípulos le preguntaron:
"Rabí, ¿quién pecó, éste o
sus padres, para que haya nacido ciego?" (Juan 9:2). Jesús respondió:
"No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten
en él" (v. 3). Jesús no dijo que la causa de la ceguera de este hombre,
fuese solamente un defecto de nacimiento sino que sucedió en el plan de Dios,
para que El pudiese ser glorificado.
Dios tenía el control de la
ceguera de aquel hombre.
Este Dios es el Dios de la sordera,
de la mudez y la ceguera; también es el Dios del cáncer, la artritis, el
síndrome de Down y todas las demás aflicciones que tenemos nosotros o nuestros
seres queridos. Ninguna de estas circunstancias "simplemente
sucedieron", sino que todas hacen parte del deseo soberano de Dios. Tal
afirmación nos lleva directamente al problema del dolor y del sufrimiento.
¿POR QUÉ UN DIOS SOBERANO QUE NOS AMA
NOS CAUSA DOLOR Y AFLICCIÓN?
La respuesta a esta pregunta está
más allá del alcance de este libro. Brevemente, creemos que toda la creación
está sujeta a la frustración causada por el pecado de Adán (Ro. 8:20).
Así que podemos decir, que la
causa principal de todo dolor y sufrimiento debe buscarse en la caída. Las
heridas y el dolor de Dios no son arbitrarios o caprichosos sino su respuesta decidida
al pecado del hombre. Su soberanía que sujeta toda la creación a la
frustración, aún rige sobre el dolor. Todas las leyes de la genética y la
enfermedad están bajo su control, como lo están las leyes de la meteorología.
Mi propósito no es tratar teológicamente los problemas del dolor, sino
ayudarnos a tratarlos al nivel de la fe y seguridad en Dios.
Lo primero que tenemos que hacer
para confiar en Dios es determinar si El tiene el control, si es soberano del área
física de nuestras vidas. Si no lo es, si las enfermedades y aflicciones "simplemente
ocurren," entonces, es claro que no hay bases para confiar en El. Pero si
es soberano en esta área, entonces tenemos que confiar en El sin entender todos
los aspectos teológicos involucrados en el problema del dolor.
ESTERILIDAD
Otra área de conflicto, cuando
confiamos en Dios, es la de la esterilidad. Muchas parejas oran durante años
para tener hijos, sin ningún resultado. Sin embargo, aquí una vez más la Biblia
afirma de manera insistente que Dios tiene el control. De Ana se dijo que
"el Señor no le había concedido tener hijos" (1 S. 1:5), mientras le
dio hijos a Lea (Génesis 29:31).
Sara, la esposa de Abraham, dijo
"Jehová me ha hecho estéril" (Génesis 16:2). El ángel del Señor le
dijo a la madre de Sansón antes de su nacimiento: "He aquí que tú eres
estéril, y nunca has tenido hijos, pero vas a concebir y tendrás un hijo"
(Jueces 13:3). El ángel del Señor también le dijo a Zacarías: "Tu oración
ha sido oída, y tu mujer Elisabeth te dará a luz un hijo" (Lucas 1:13).
Todos estos pasajes de las
Escrituras nos enseñan que Dios controla la concepción de los niños. En efecto,
el Salmo 139:13 va un paso más allá cuando dice: "Tú (Jehová) me hiciste en
el vientre de mi madre". Es decir que Dios no sólo controla la concepción,
sino que también supervisa la formación del pequeño en el vientre de su madre.
Dios verdaderamente ejerce un control soberano y amoroso sobre todas las obras
de su creación, incluyendo lo concerniente a nuestros cuerpos físicos.
¿Cómo podemos entonces confiar en
Dios en medio del dolor, la aflicción, la enfermedad, el dolor de la
esterilidad o de un niño que nace con un grave defecto físico? Si El tiene el
control, ¿por qué permite que sucedan estas cosas? En el primer capítulo dije
que con el fin de confiar en Dios en la adversidad debemos creer que es
soberano absoluto, perfecto en amor e infinito en sabiduría. Todavía no hemos
estudiado el amor y la sabiduría de Dios, pero por ahora sólo consideraremos un
pasaje de las Escrituras:
Porque el Señor no desecha para
siempre; antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus
misericordias; porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de
los hombres (Lamentaciones 3: 31-33).
Dios no desea causarnos aflicción
o dolor, y no se deleita al causarnos sufrimiento o pena en el corazón. El
siempre tiene un propósito para traer o permitir que el dolor llegue a nuestras
vidas. La mayoría de veces no conocemos ese propósito, pero es suficiente saber
que su infinita sabiduría y amor perfecto han determinado que el dolor
particular es lo mejor para nosotros. Dios nunca desperdicia el sufrimiento,
sino que lo usa para lograr su propósito, el cual es su gloria y nuestro bien.
Por lo tanto, podemos confiar en El cuando nuestros corazones están dolidos o
nuestros cuerpos atormentados por el dolor.
CONFIAR EN
DIOS EN MEDIO DE NUESTRO DOLOR Y AFLICCIÓN SIGNIFICA QUE LOS ACEPTAMOS DE EL.
Hay una gran diferencia entre la
aceptación y la resignación o sumisión. Nos podemos resignar en las situaciones
difíciles simplemente porque no vemos otra alternativa, y muchas personas lo
hacen todo el tiempo. También nos podemos someter a la soberanía de Dios en
nuestras circunstancias con un cierto grado de renuencia. Pero el aceptar verdaderamente
nuestro dolor y aflicción tiene la connotación de la disposición. Una actitud
de aceptación dice que confiamos en Dios, que El nos ama y sabe qué es lo mejor
para nosotros.
La aceptación no significa que no
oremos por una sanidad física o por la concepción y nacimiento de un pequeño en
nuestro matrimonio. Por supuesto, tenemos que orar por estas cosas, pero
debemos hacerlo con fe. Entendamos que aunque Dios puede hacer todas las cosas
por su infinita sabiduría y razones amorosas, puede no hacer lo que le pedimos.
¿Cómo sabemos cuánto tiempo
debemos orar? Tanto como podamos con fe, con actitud de aceptar su voluntad;
debemos orar mientras el deseo de hacerlo persista.
Mientras escribo este capítulo,
comprendo bien que yo mismo, nunca he experimentado las tragedias acerca de las
que escribo. Nunca me ha sucedido lo del campesino que ve cómo el granizo
destruye su cosecha; ni he buscado entre los escombros de una casa destruida
por un tornado. Nunca he experimentado un dolor físico intenso por mucho tiempo,
ni he sentido el dolor por un hijo nacido con un defecto incurable. Las
dolencias físicas que tengo, como mi sordera parcial o mi problema visual, son
menores comparadas con las de otros. Así que admito que estoy escribiendo más allá
de mi experiencia.
PERO SÉ QUE DIOS NO NECESITA MI
EXPERIENCIA PARA VALIDAR LA VERACIDAD DE SU PALABRA.
El hecho de su control soberano
sobre la naturaleza fue afirmado en su Palabra, mucho antes de que yo
apareciera en escena, y permanecerá mucho después de que yo me haya ido.
Nuestra confianza en Dios debe
basarse, no en las experiencias de otros, sino en lo que Dios nos dice sobre sí
mismo en su Palabra.
Hace cientos de años, el profeta
Habacuc viendo todo el mal a su alrededor, se atormentó con la pregunta:
"¿Dónde está Dios?" Finalmente, llegó a la conclusión de que aunque
no entendía lo que Dios estaba haciendo, confiaría en El. Su afirmación de
confianza puesta en el idioma de un mundo desmoronándose a su alrededor, sería
un perfecto ejemplo que deberíamos seguir, cuando tratamos de entender la
soberanía de Dios sobre la naturaleza.
HABACUC DIJO:
Aunque la higuera no florezca, ni
en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no
den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en
los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová y me gozaré en el Dios de mi
salvación (Hab. 3:17-18).
7ª PARTE
LA SOBERANÍA DE DIOS Y NUESTRA
RESPONSABILIDAD
Entonces Oramos A Nuestro Dios, Y Por Causa De
Ellos Pusimos Guarda Contra Ellos De Día Y De Noche. Nehemías 4:9
Examinando las Escrituras para
ver lo que nos enseñan acerca de la soberanía de Dios, he incluido una palabra
de advertencia referente a los peligros de emplear mal o abusar de la enseñanza
de su soberanía. En este capítulo se trata este problema en forma más
detallada, puesto que inconscientemente empezamos a pensar que la soberanía de
Dios niega cualquier obligación nuestra, de llevar vidas responsables y
prudentes.
Hay un antiguo relato de un hombre
que llevó la doctrina de la soberanía de Dios a tal extremo, que la convirtió
en una especie de fatalismo divino. Un día, al bajar las escaleras, descuidadamente
tropezó y rodó varios escalones; se levantó, con cuidado palpó sus raspaduras y
se dijo: "Bueno, me alegro que esa haya terminado".
Si usted y yo, no somos
precavidos, podemos, al igual que el hombre del relato, llegar a una actitud
fatalista sobre la soberanía de Dios. Una estudiante que pierde una prueba importante,
trata de excusarse diciendo: "Bueno, Dios es soberano y El determinó que
yo perdiera este examen". Un conductor puede causar un accidente de
tránsito y en su mente evadir su responsabilidad atribuyéndolo a la soberanía
de Dios. Obviamente, ambas actitudes son anti bíblicas e imprudentes, y sin
embargo, fácilmente podemos caer en ellas.
SOBERANÍA Y ORACIÓN
En el capítulo anterior
analizamos el control soberano de Dios sobre el estado del tiempo y otras
fuerzas de la naturaleza. Como persona que con frecuencia viaja en avión, me he
visto afectado en varias oportunidades por un tiempo inadecuado para volar. Una
tarde, manejando a casa en medio de una tormenta de nieve, reflexionaba sobre
el hecho de que el aeropuerto estaba cerrado, y que tenía programado salir a la
mañana siguiente para hablar en una conferencia de fin de semana.
Pero, me dije: "Dios, yo sé
que tú tienes el control de esta tormenta y también el de la conferencia en la
que debo hablar. Si deseas que esté allí mañana en la noche, te llevarás la
tormenta para que el aeropuerto pueda reabrirse temprano; así que no voy a
preocuparme por esto".
Ahora, debo admitir que esta
actitud de negación a preocuparme fue un progreso mío en hacer frente al mal
tiempo para volar. Después de llegar a casa, le comenté a mi esposa la decisión
de no intranquilizarme acerca de si podría salir a tiempo a la mañana
siguiente; ella me miró, sonrió y me dijo: "No te preocupes, pero
ora".
Pensé: "Qué tonto fui".
Me he estado concentrando tanto en la soberanía de Dios sobre el estado del
tiempo, que he ignorado su mandato expreso de, orar. En efecto, El nos dice:
"Por nada estéis
afanosos" pero inmediatamente sigue con, "sino sean conocidas vuestras
peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias"
(Fil. 4:6).
Ciertamente Dios tenía el control
sobre la tormenta de nieve que había cerrado nuestro aeropuerto. Sin embargo,
el conocimiento de su soberanía debe ser un estímulo para orar, no una excusa
para caer en cierto fatalismo reverente.
En el capítulo cuatro de Hechos
vemos cuando Juan y Pedro fueron amenazados por el sanedrín judío y se les
ordenó no hablar o enseñar nada en el nombre de Jesús. Cuando ellos lo contaron
a los demás creyentes, todos unieron sus voces en oración y dijeron:
Soberano Señor, tú eres el Dios
que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay. para hacer
(Herodes, Poncio Pilatos, los gentiles y judíos) cuanto tu mano y tu consejo
habían antes determinado que sucediera.
Y ahora, Señor, mira sus
amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra
(Hechos 4:24, 28-29).
Los discípulos creían en la
soberanía de Dios, y para ellos era una razón y estímulo para orar. Creían que,
puesto que Dios es soberano, podía responder a sus oraciones; conocían su
propósito soberano en eventos pasados (por ejemplo la crucifixión), pero no
presumían saber el decreto divino acerca de los sucesos del futuro.
Sólo sabían que Cristo los guiaba
para que fuesen sus testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria y en todos los
confines de la tierra. Así que, oraban confiados en que el Dios soberano que
los había enviado para ser testigos, podía derribar los obstáculos que pudieran
surgir para su obediencia.
EL QUE ORA ACEPTA LA SOBERANÍA DE
DIOS.
Si El no es soberano, no tenemos
seguridad de que pueda contestar nuestras oraciones, y éstas serán tan sólo
nuestros deseos. Por lo tanto, mientras su soberanía junto con su sabiduría y
amor sean el fundamento de nuestra confianza en El, la oración será la
expresión de esa confianza.
El predicador puritano Thomas
Lye, en un sermón titulado ¿Cómo Vamos a Vivir por Fe en la Divina Providencia?
decía: "Como orar sin fe, es tan solo golpear el aire, confiar sin orar no
es sino un alarde presuntuoso. El, quien prometió darnos, y nos mandó confiar
en sus promesas, nos ordena orar y espera obediencia a sus mandatos. El nos
dará, pero quiere que le pidamos".
El apóstol Pablo cuando estaba
preso en Roma escribió a su amigo Filemón: "Prepárame también alojamiento;
porque espero que por vuestras oraciones os seré concedido" (Filemón 22).
El no pretendía conocer la voluntad secreta de Dios, sino que esperaba serle concedido.
El no dijo, "seré concedido", pero sabía que Dios en su soberanía
podía hacerlo, así que pidió a Filemón que orara. La oración era la expresión
de su confianza en la soberanía de Dios.
John Flavel fue otro predicador
puritano y escritor prolífico (seis tomos de colección de obras) escribió un
tratado clásico llamado El Misterio de la Providencia, publicado por primera
vez en 1678. Es conveniente notar que Flavel comienza su tratado sobre la soberana
providencia de Dios con un discurso del Salmo 57:2 "Clamaré al Dios
Altísimo, al Dios que me favorece". Lo mismo, nos dice Flavel, porque Dios
es soberano, debemos orar.
La soberanía de Dios no niega nuestra
obligación para hacerlo, sino que permite que oremos con confianza.
Así como la soberanía de Dios no
deja de lado la responsabilidad de orar, tampoco niega nuestra obligación de
actuar prudentemente, lo que, en este contexto, indica usar todos los medios
bíblicos legítimos que están a nuestra disposición, para evitar hacernos daño a
nosotros mismos o a otros, haciendo lo que creemos que es lo correcto.
Un ejemplo del uso de los medios
apropiados para evitar el daño se ve en la vida de David, que evadía
continuamente a Saúl quien estaba decidido a matarlo. David ya había sido
ungido para sucederlo como rey (1 S. 16:13), y como lo hemos visto en el Salmo
57:2, confiaba en que Dios llevaría a cabo su propósito para con él, pero aun
así tomó todas las precauciones para no ser asesinado por Saúl. El no presumió
de la soberanía de Dios, sino que actuó en forma prudente confiando en la
bendición de El sobre sus esfuerzos.
En la vida de Pablo vemos una
ilustración del actuar prudente para el buen resultado de los eventos. El
relato involucra el viaje de Pablo a Roma y el naufragio del barco en la isla de
Malta tal como aparece registrado en Hechos 27. Después de varios días de lucha
contra la fuerza huracanada de una tormenta, y cuando todos habían perdido la esperanza
de salvarse, Pablo se paró delante de ellos y dijo:
Pero ahora os exhorto a tener
buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino
solamente de la nave. Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de
quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas
ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo. Por
tanto, oh varones, tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como
se me ha dicho.
CON TODO, ES NECESARIO QUE DEMOS EN
ALGUNA ISLA (HECHOS 27: 22-26).
Pablo no sólo confió en la
soberanía de Dios sino que tuvo una revelación expresa del cielo que nadie
moriría en el naufragio. Así que, un poco más tarde, al ver a los marineros tratando
de escapar de la nave en un bote salvavidas dijo al centurión romano: "Si
éstos no permanecen en la nave, vosotros no podéis salvaros" (Hechos
27:31). Aparentemente, Pablo cayó en cuenta de que la presencia de los hábiles
marineros era necesaria para la seguridad de los pasajeros, aun en ese momento.
Por lo tanto, tomó la prudente decisión de lograr aquello que Dios, por medio
de la divina revelación le había prometido que ocurriría con seguridad. No
confundió la soberanía de Dios con su responsabilidad de obrar prudentemente.
Pablo no consideró el propósito
soberano de Dios como una razón para descuidar su deber, aun en ese momento en
que ya había sido revelado por un ángel del cielo. En nuestras circunstancias
actuales, no sabemos cuál es el propósito soberano de Dios en una situación
específica. Debemos ser aún más cuidadosos y no hacer uso de la soberanía de Dios
como excusa para evadir las obligaciones que El nos dio en las Escrituras. El,
generalmente trabaja a través de medios y busca que usemos los que ha puesto a
nuestra disposición.
Cuando Nehemías estaba
reconstruyendo el muro alrededor de Jerusalén, él y su pueblo enfrentaban la
amenaza de un ataque armado de los enemigos (Nehemías 4:7-8). La respuesta de
Nehemías fue orar y poner guardias. Oración y prudencia (v 9). Además el texto
dice: "Desde aquel día la mitad de mis siervos trabajaba en la obra, y la
otra mitad tenía lanzas, escudos y corazas". No sólo eso sino "los
que edificaban en el muro, los que acarreaban, y los que cargaban, con una mano
trabajaban en la obra, y en la otra tenían la espada, porque así los que
edificaban, cada uno tenía su espada, ceñida a sus lomos" (vs. 16-18).
Nehemías confiaba en la soberanía
de Dios y dijo: ..."nuestro Dios peleará por nosotros" (v 20), pero
también empleó todos los medios disponibles conociendo que Dios en su soberanía
los bendeciría.
Uno de los principales métodos de
prudencia que Dios nos ha dado es la oración. No sólo debemos orar por su
providencia gobernante en nuestras vidas como lo hizo David (Sal. 57:2) sino
también por sabiduría para entender correctamente las circunstancias, y emplear
los medios que El nos ha dado. Cuando los gabaonitas buscaban engañar a Josué y
a los hombres de Israel, vinieron vestidos con harapos y trayendo pan seco para
hacer creer que venían de lejos.
La Escritura dice: "Y los
hombres de Israel tomaron de las provisiones de ellos, y no consultaron a
Jehová (Josué 9:14). Como resultado fueron engañados haciendo un trato con
ellos cuando debían haberlos destruido. No fueron prudentes porque no oraron pidiendo
a Dios sabiduría y discernimiento para entender la situación.
Otro medio de prudencia que Dios
nos ha dado es la oportunidad de buscar consejo sabio y bueno. Proverbios 15:22
dice: "Los pensamientos son frustrados donde no hay consejo; mas en la
multitud de consejeros se afirman". Sin embargo, Proverbios 16:9 nos dice
que los planes de una persona sólo se logran si están dentro de la voluntad
soberana de Dios.
Pero Dios usa el consejo sabio de
otros para llevar nuestros planes a su voluntad soberana.
Una vez más, no debemos confundir
la obligación, que en este caso, es buscar un consejo sabio, con la voluntad
soberana de Dios.
ORACIÓN Y PRUDENCIA
Anteriormente, me referí al uso
de la oración, a la prudencia de Nehemías, y a la forma en que empleó la
oración: "Entonces oramos a nuestro Dios, y por causa de ellos pusimos guarda
contra ellos de día y de noche" (Nehemías 4:9). La oración es el
reconocimiento de la soberanía de Dios y de nuestra dependencia de su actuar
para nuestro bienestar.
La prudencia es reconocer nuestra
responsabilidad para poder emplear todos los medios legítimos, los cuales no
podemos separar. Esto lo vemos bellamente ilustrado en el siguiente pasaje de
las Escrituras:
Los hijos de Rubén y de Gad, y la
media tribu de Manasés, hombres valientes, hombres que traían escudo y espada,
que entesaban arco, y diestros en la guerra, eran cuarenta y cuatro mil
setecientos sesenta que salían a batalla. Estos tuvieron guerra contra los
agarenos, y Jetur, Nafis y Nodab. Y fueron ayudados contra ellos, y los
agarenos y todos los que con ellos estaban se rindieron en sus manos; porque
clamaron a Dios en la guerra, y les fue favorable, porque esperaron en él (1
Crónicas 5:18-20).
LOS GUERREROS DESCRITOS EN ESTE PASAJE ERAN CORPULENTOS,
BIEN ENTRENADOS Y PRUDENTES.
Habían tomado todas las
precauciones para poder pelear cuando lo necesitaran, pero no confiaron en sus
habilidades y entrenamiento, sino que pidieron a Dios quien respondió sus oraciones,
e intervino soberanamente, dándoles la victoria, y destruyendo a sus enemigos.
Todos nuestros planes, esfuerzos
y prudencia son inútiles a menos que Dios los haga prosperar. El Salmo 127:1
dice: "Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican;
si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia".
En ese pasaje está el concepto de
los esfuerzos ofensivos y defensivos, tanto de la construcción para el
progreso, como del cuidado contra la destrucción. En cierta forma, este
versículo resume todas nuestras responsabilidades en la vida. Bien sea en lo
físico, mental o espiritual; siempre debemos estar edificando y vigilando. El
Salmo 127:1 dice que ninguno de estos esfuerzos prosperará, a menos que Dios
intervenga en ellos.
Observe lo enérgicamente que el
salmista describió la necesidad de la intervención de Dios en nuestros
esfuerzos. El no dijo: "Amenos que Dios bendiga o ayude a los constructores
y a los guardianes, sus esfuerzos serán en vano", sino que más bien habló
de que Dios mismo estaba construyendo la casa y vigilando la ciudad. Al mismo
tiempo, por supuesto, no hay ninguna sugerencia en el texto de que Dios
reemplace a los constructores y a los guardianes. Esto significa obviamente,
que en todo aspecto dependemos de Dios quien permite que prosperemos en
nuestros esfuerzos.
Debemos depender de Dios para que
haga por nosotros lo que no podemos hacer por nosotros mismos. De igual manera,
debemos depender de El con el fin de que nos capacite para hacer lo que debemos
hacer por nosotros mismos. El granjero debe tener todas sus destrezas,
experiencia, técnica y recursos para producir una cosecha.
Las fuerzas de la naturaleza como
la humedad, los insectos y el sol están, como ya lo hemos visto, bajo el control
directo y soberano de Dios, el granjero depende del control de Dios sobre la naturaleza
para que su cultivo crezca; sin embargo, depende igualmente de Dios, para que le
permita arar, plantar, fertilizar y cultivar correctamente.
¿De dónde obtuvo sus destrezas y
habilidades para lograr con su experiencia, los recursos financieros para la
adquisición del equipo y los fertilizantes? ¿De dónde viene su fuerza física
para cumplir con sus deberes?
¿No provienen todas estas cosas
de Dios quien "da a todos vida y aliento y todas las cosas?" (Hechos
17:25). En todos los aspectos dependemos completamente de Dios.
HAY TIEMPOS EN LOS QUE PODEMOS NO
HACER NADA, Y OTROS EN LOS QUE DEBEMOS TRABAJAR.
En los dos eventos estamos
igualmente sujetos a Dios. Cuando los israelitas estaban en el desierto,
dependían conscientemente de Dios, tanto para la comida como para el agua.
Moisés les dijo: "Y te
afligió y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná. para hacerte saber que
no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá
el hombre (Deuteronomio 8:3). Los israelitas tuvieron que aprender que no podía
simplemente extraer de sus reservas alimenticias para comer, cada vez que lo
desearan, y Dios los redujo a una consciente dependencia de su provisión
diaria.
Llegaría el día, sin embargo, cuando
estarían en una. "tierra en la cual no comerás el pan con escasez, ni te
faltará nada en ella"... (Deuteronomio 8:9). Luego Moisés les advirtió que
no confiaran en sus propias habilidades de granjeros diciéndose a sí mismos:
"Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza". Por el
contrario, les previno: "acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder
para hacer las riquezas". (Deuteronomio 8:17-18).
A VECES, DIOS NOS REDUCE A UNA
DEPENDENCIA TOTAL, CONSCIENTE DE EL.
Un ser querido está gravemente
enfermo, más allá de la experiencia y habilidad de la ciencia médica. El desempleo
ha llegado a tal punto que la alacena está vacía y no hay perspectivas de trabajo
a corto plazo. En esos momentos, estamos listos para reconocer nuestra dependencia
y clamamos pidiendo a Dios su intervención. Sin embargo, somos igualmente
dependientes de Dios cuando el médico diagnostica una enfermedad pasajera y
prescribe el medicamento adecuado, o cuando tenemos un salario fijo y podemos
cubrir todas nuestras necesidades materiales.
En ambos casos somos
responsables, pues la Biblia nunca nos permite usar nuestra dependencia
absoluta de Dios como una excusa para la indolencia. Eclesiastés 10:18 dice:
"Por la pereza se cae la
techumbre, y por la flojedad de las manos se llueve la casa". Y de nuevo:
"El perezoso no ara a causa del invierno; pedirá pues en la siega, y no
hallará" (Proverbios 20:4). Somos totalmente dependientes de Dios, pero al
mismo tiempo, responsables de usar diligentemente cualquier medio apropiado
para lograr lo deseado.
El hombre de nuestro relato al
principio del capítulo, tenía que ser más cuidadoso al bajar las escaleras;
debió poner atención al aviso de "favor usar la baranda". No puede
echarle la culpa de su caída al fatalismo divino, como tampoco pueden hacerlo
la estudiante que perdió su examen, el trabajador que por falta de diligencia
perdió su empleo, o el que se enferma debido a malos hábitos alimenticios.
Nuestro deber se encuentra en la
voluntad revelada de Dios en las Escrituras, y la confianza debe estar en su
voluntad soberana, puesto que El trabaja en las circunstancias de nuestra vida
para su gloria y nuestro bien.
NO HAY DIFICULTAD ENTRE CONFIAR EN
DIOS Y ACEPTAR NUESTRA RESPONSABILIDAD.
Thomas Lye, el predicador
puritano citado anteriormente en este capítulo, dijo: "La confianza... (Usa)
esos medios al tiempo que Dios prescribe para conducirnos hacia su objetivo
señalado. Los instrumentos de Dios deben ser usados, así como deben esperarse
sus bendiciones".
Alexander Carson hizo una
observación similar cuando dijo: "Entendamos. Que así como Dios prometió
protegernos y proveernos, es a través de los medios de su elección, vigilancia,
prudencia y diligencia, que debemos buscar esas bendiciones".
NUESTRAS FALLAS Y LA SOBERANÍA DE DIOS
Hemos visto que la soberanía de
Dios, no deja de lado nuestra obligación de actuar responsable y prudentemente
en todas las ocasiones. Pero, ¿qué del otro aspecto de la pregunta?¿Fallar en
nuestra obligación de obrar prudentemente, frustra los planes soberanos de
Dios?
Las Escrituras nunca indican que
El sea frustrado de manera alguna porque nosotros fallemos en actuar como
deberíamos. En su infinita sabiduría, el plan soberano de Dios incluye nuestros
fracasos y nuestros pecados.
Cuando Mardoqueo le solicitó a la
reina Ester interceder ante el rey Jerjes por el bienestar de los judíos, ella
lo evadió con la explicación de que al entrar en la presencia del rey estaría
bajo amenaza de muerte (Ester 4:10-11). Sin embargo, Mardoqueo le respondió: "Porque
si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna
otra parte para los judíos; mas tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y quién
sabe si para esta hora has llegado al reino?" (Ester 4:14). La frase clave
en la respuesta de Mardoqueo es: "respiro y liberación vendrá de alguna
otra parte".
Dios, en su infinita sabiduría y
recursos, no estaba limitado a la respuesta de Ester. Las opciones viables para
que El trajera la liberación de los judíos eran tan infinitas como su sabiduría
y poder. Literalmente, El no necesitaba la ayuda de Ester, pero en este caso prefirió
usarla. El argumento final que Mardoqueo le dio a Ester: ¿"Y quién sabe si
para esta hora has llegado al reino?", asume que Dios utiliza a las
personas y los medios para cumplir su propósito soberano.
Como eventos posteriores lo
prueban, Dios, en efecto, había exaltado a Ester para cumplir su propósito,
pero igualmente podía haber llamado a alguien más o empleado un medio diferente.
Dios, con frecuencia, trabaja a través de eventos comunes (en oposición a los milagros)
y de las actuaciones voluntarias de las personas. Sin embargo, El siempre proporciona
los procedimientos necesarios y los dirige por medio de su invisible mano. El es
soberano y no puede ser frustrado por nuestras fallas al actuar o por nuestras
acciones, las cuales en sí mismas son pecaminosas. Sin embargo, debemos
recordar siempre que Dios aún nos hace responsables por todos los pecados que
use para cumplir su propósito.
Al concluir estos estudios sobre
la soberanía de Dios y poner nuestra atención en su sabiduría y amor,
necesitamos tener en cuenta una vez más, que no hay conflicto en la Biblia
entre su poder y nuestra responsabilidad. Ambos conceptos se enseñan con igual fuerza,
y nunca se intenta "reconciliarlos". Cumpliendo nuestra obligación.
Dejémoslos juntos, como se nos revela en las Escrituras, y confiando en Dios
para que lleve a cabo su propósito soberanamente en y por medio de nosotros.
LA GRACIA DE DIOS
“Y si por
gracia, luego no por las obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si
por las obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra”. (Rom.
11:6) Esta perfección del carácter divino es ejercida sólo para con los
elegidos. Ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento se menciona jamás la
gracia de Dios en relación con el género humano en general, y mucho menos en
relación con otras de sus criaturas.
En esto se
distingue de la “misericordia”, porque ésta es “sobre todas sus obras” (Sal.
145:9). La gracia es la única fuente de la cual fluye la buena voluntad, el
amor y la salvación de Dios para sus escogidos. Abraham Booth, en su libro “El
Reino de la Gracia”, describe así este atributo del carácter divino: “Es el
favor eterno y totalmente gratuito de Dios, manifestado en la concesión de
bendiciones espirituales y eternas a las criaturas culpables e indignas”. La
gracia divina es el favor soberano y salvador de Dios, ejercido en la concesión
de bendiciones a los que no tienen mérito propio, y por las cuales no se les
exige compensación alguna. Más aún; es el favor que Dios muestra a aquellos
que, no sólo no tienen méritos en sí mismos, sino que, además, merecen el mal y
el infierno.
Es
completamente inmerecida, y nada que pueda haber en aquellos a quienes se
otorga puede lograrla. La gracia no puede ser comprada, lograda ni ganada por
la criatura. Si lo pudiera ser, dejaría de ser gracia. Cuando se dice de una
cosa que es de “gracia”, se quiere decir que el que la recibe no tiene derecho
alguno sobre ella, que no se le adeudaba. Le llega como simple caridad, y, al
principio, no la pidió ni la deseó.
La exposición
más completa que existe de la asombrosa gracia de Dios se halla en las
epístolas del apóstol Pablo. En sus escritos, la gracia se muestra en directo
contraste con las obras y méritos, todas las obras y méritos, de cualquier
clase o grado que sean. Esto aparece claro y concluyente en Rom. 11:6: “Y si
por gracia luego no por las obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y
si por las obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra”. La
gracia y las obras no pueden mezclarse, como tampoco pueden la luz con las
tinieblas “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros,
pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efe. 2:8,9).
El favor
absoluto de Dios no es compatible con el mérito humano; ello sería tan
imposible como mezclar el agua y el aceite: veamos Rom. 4:4,5. “Al que obra, no
se le considera el salario como gracia, sino como obligación. Pero al que no
obra, sino que cree en aquel que justifica al impío, se considera su fe como
justicia.” La gracia divina tiene tres características principales. En primer
lugar, es eterna. Fue ideada antes de ser empleada, propuesta antes de ser
impartida: “Que nos salvó y llamó con vocación santa, no conforme a nuestras
obras, mas según el intento suyo y gracia, la cual nos es dada en Cristo Jesús
antes de los tiempos de los siglos” (2Tim. 11:9). En segundo lugar, es
gratuita, ya que nadie jamás la adquirió: “Siendo justificados gratuitamente
por su gracia” (Rom. 3:4).
En tercer
lugar es soberana, puesto que Dios la ejerce y la otorga a quien él quiere:
“Para que... la gracia reine” (Rom. 5:21). Si la gracia “reina”, es que está en
el trono, y el que ocupa el trono es soberano. De ahí “el trono de gracia”
(Heb. 4:16). La gracia, al ser un favor inmerecido, ha de ser concedida de una
manera soberana. Por ello declara el Señor: “Tendré misericordia del que tendré
misericordia” (Efe. 33:19).
Si Dios
mostrara su gracia para con todos los descendientes de Adán, éstos llegarían en
seguida a la conclusión de que Dios estaba obligado a llevarles al cielo como
compensación por haber permitido que la raza humana cayera en pecado. Pero el
gran Dios no está obligado para con ninguna de sus criaturas, y mucho menos
hacia las que le son rebeldes.
La vida eterna
es una dádiva, y por, lo tanto, no puede conseguirse por las obras, ni
reclamarse como un derecho. Si, pues, la salvación es una dádiva, ¿quién tiene
derecho alguno para decir a Dios a quien debería concederla? Y no es que el
bendito Dador niegue este don a quien lo busca con todo el corazón, y según las
reglas que él ha prescrito. No, él no rechaza a nadie que vaya con manos vacías
y por el camino que ha establecido.
Pero si Dios
decide ejercer su derecho soberano de escoger de entre un mundo lleno de
pecadores e incrédulos un número limitado para salvación, ¿quién puede sentirse
perjudicado? ¿Está obligado Dios a dar por la fuerza su dádiva a aquellos que
no la aprecian? ¿Está obligado a salvar a los que han resuelto seguir sus
propios caminos? Así y todo, nada hay que ponga más furioso al hombre natural y
que más saque a la superficie su enemistad innata arraigada contra Dios, que el
hacerle ver que su gracia es eterna, gratuita y absolutamente soberana. Para el
corazón no quebrantado es demasiado humillante el aceptar que Dios formó su
propósito desde la eternidad, sin consultar para nada a la criatura.
Para el que se
cree recto es demasiado duro el creer que la gracia no puede conseguirse ni ganarse
por el propio esfuerzo. Y el hecho de que la gracia separa a los que quiere
para hacerles objeto de sus favores provoca las protestas acaloradas de los
rebeldes orgullosos. El barro se levanta contra el Alfarero y pregunta: “¿Por
qué me has hecho tal?” El rebelde desaforado se atreve a disputar la justicia
de la soberanía divina. La gracia distintiva de Dios se muestra al salvar a los
que él, en su soberanía, ha separado para ser sus predilectos. Por “distintiva”
entendemos la gracia que distingue, que hace diferencia, que escoge a algunos y
pasa por alto a otros. Fue esta gracia la que sacó a Abraham de entre sus
vecinos idólatras, e hizo de él “el amigo de Dios”.
Fue esta
gracia la que salvó a “publicanos y pecadores”, y dijo de los fariseos religiosos
“dejadlos” (Mat. 15:14). La gloria de la gracia gratuita y soberana de Dios
brilla de manera visible más que en ninguna otra parte, en la indignidad y
diversidad de los que la reciben. “La ley entró para agrandar la ofensa, pero
en cuanto se agrandó el pecado, sobreabundó la gracia” Rom 5:20. Manases fue un
monstruo de crueldad porque pasó a su hijo por fuego y llenó a Jerusalén de
sangre inocente, fue un maestro de iniquidad porque, no sólo multiplicó, y
hasta extremos extravagantes, sus impiedades sacrílegas, sino que corrompió los
principios y pervirtió las costumbres de sus súbditos, haciéndoles obrar peor
que los idólatras paganos más detestables; véase 2Crónicas 33.
Con todo, por
esta gracia superabundante, fue humillado, fue regenerado, y vino a ser un hijo
perdonado por amor, un heredero de la gloria inmortal. “Consideremos el caso de
Saulo, el perseguidor cruel y encarnizado que vomita amenazas, dispuesto a
hacer una carnicería, acosando a las ovejas y matando a los discípulos de
Jesús. La desolación que había causado y las familias que había arruinado no
eran suficientes para calmar su espíritu vengativo. Eran sólo como un sorbo
que, lejos de saciar al sabueso, le hacía seguir el rastro más de cerca y
suspirar más ardientemente por la destrucción.
Estaba
sediento de violencia y muerte. Tan ávida e insaciable era su sed que incluso
respiraba amenazas y muerte (Hech. 9:1). Sus palabras eran como lanzas y
flechas, y su lengua como espada afilada. Amenazar a los cristianos era para él
natural como el respirar. En los propósitos de su corazón rencoroso no había
sino deseo de exterminio. Y sólo la falta de más poder impedía que cada sílaba
y cada aliento que salía de su boca no esparcieran más muerte, y no hiciera
caer más discípulos inocentes. ¿Quién, según los principios de justicia humana,
no le hubiera declarado vaso de ira preparado para una condenación inevitable?
Más aun:
¿quién no hubiera llegado a la conclusión de que, para este enemigo implacable
de la verdadera santidad, estaban reservadas forzosamente las cadenas más
pesadas y la mazmorra más oscura y angustiosa? Con todo, admiremos y adoremos
los tesoros insondables de la gracia; este Saulo fue admitido en la compañía
bendita de los profetas, fue contado entre el noble ejército de los mártires, y
llegó a ser figura destacada entre la gloriosa comunión de los apóstoles.
Veamos otro ejemplo: “La maldad de los corintios era proverbial.
Algunos de
ellos se revolcaban en el cieno de vicios tan abominables, y estaban
acostumbrados a actos de injusticia tan violentos, que eran reprochables
incluso para la naturaleza humana. Con todo, aun estos hijos de violencia,
estos esclavos de la sensualidad, fueron lavados, santificados y justificados
(1Cor. 6:9-11). “Lavados” en la preciosa sangre del Redentor; “santificados”
por la operación poderosa del Espíritu bendito; “justificados” por las
misericordias infinitas y tiernas del buen Dios. Los que en otro tiempo eran
aflicción de la tierra, fueron hechos la gloria del cielo, la delicia de los
ángeles.”
La gracia de
Dios se manifiesta en el Señor Jesucristo, por él y a través de él. “Porque la
ley por Moisés fue dada; más la gracia y la verdad por Jesucristo fue hecha”
(Juan 1:17). Ello no quiere decir que Dios hubiera actuado sin gracia para con
nadie antes de que su Hijo se encarnara; Génesis 6:8, Éxodo 33:19, etc.,
muestran claramente lo contrario. Pero la gracia y la verdad fueron reveladas
plenamente y declaradas perfectamente cuando el Redentor vino a esta tierra, y
murió por los suyos en la cruz. La gracia de Dios fluye para sus elegidos sólo
a través de Cristo el Mediador. “Mucho más abundó la gracia de Dios a los
muchos, y el don por la gracia de un hombre, Jesucristo... mucho más reinarán
en vida por Jesucristo los que reciben la abundancia de la gracia, y del don de
la justicia la gracia reine por la justicia para vida eterna por Jesucristo
Señor nuestro” (Rom. 5:15-17,21).
La gracia de
Dios es proclamada en el Evangelio (Hech. 20:24), que es “piedra de tropiezo”
para el judío que se cree justo, y “locura” para el griego vano y filósofo.
¿Cuál es la razón? La de que en el Evangelio no hay nada en absoluto que
halague el orgullo del hombre. Anuncia que no podemos ser salvos si no es por gracia.
Declara que, fuera de Cristo, don inefable de la gracia de Dios, la situación
de todo hombre es terrible, irremediable, sin esperanza. El evangelio habla a
los hombres como a criminales culpables, condenados y muertos.
Declara que el
más honesto de los moralistas está en la misma terrible condición que el más
voluptuoso libertino; que el religioso más vehemente, con todas sus obras, no
está en mejor situación que el infiel más profano. El Evangelio considera a
todo descendiente de Adán como pecador caído, contaminado, merecedor del
infierno y desamparado. La gracia que anuncia es su única esperanza. Todos
aparecen delante de Dios convictos de trasgresión de su santa ley, y, por lo
tanto, como criminales culpables y condenados; no esperando a que se dicte la
sentencia, sino aguardando la ejecución de la sentencia dictada ya contra ellos
(Juan 3:18). Quejarse de la parcialidad de la gracia es suicida.
Si el pecador
persiste en valerse de su propia justicia, su porción eterna será en el lago de
fuego. Su única esperanza consiste en inclinarse a la sentencia que la justicia
divina ha dictado contra él, reconocer la absoluta rectitud de la misma,
abandonarse a la misericordia de Dios, y presentar las manos vacías para asirse
de la gracia de Dios que el Evangelio le presenta. La tercera Persona de la
divinidad es el comunicador de la gracia, por lo cual se le denomina el
“Espíritu de gracia” (Zac. 12:10). Dios Padre es la fuente de toda gracia,
porque designó el pacto eterno de redención. Dios Hijo es el único canal de la
gracia.
El Evangelio
es el promulgador de la gracia. El Espíritu es dador o aplicador. El es quien
aplica el Evangelio con poder salvador al alma: vivificando a los elegidos
cuando todavía están muertos, conquistando sus voluntades rebeldes, ablandando
sus corazones duros, abriendo sus ojos enceguecidos, limpiándoles de la lepra
del pecado.
De ahí que
podamos decir, como G.S. Bishop: “La gracia es la provisión para hombres que
están tan caídos que no pueden levantar el hacha de justicia, tan corrompidos
que no pueden cambiar sus propias naturalezas, tan opuestos a Dios que no
pueden volverse a él, tan ciegos que no le pueden ver, tan sordos que no le
pueden oír, tan muertos que él mismo ha de abrir sus tumbas y levantarlos a la
resurrección”.
8ª PARTE
LA SABIDURÍA DE DIOS
¡Oh Profundidad De Las Riquezas De La Sabiduría
Y De La Ciencia De Dios! ¡Cuan Insondables Son Sus Juicios, E Inescrutables Sus
Caminos! Romanos 11:33
A las 9:15 a.m., justo después de
que los niños se habían preparado para empezar su primera lección en la mañana
del 21 de octubre de 1966, un extremo sobrante de South Wales (una mina de
carbón) cayó sobre la tranquila comunidad minera de Aberfan. De todas las
tragedias desconsoladoras de ese día, ninguna fue peor que el destino de la
Junior School de la aldea. El lodo negro se deslizó por la ladera entrando a
los salones. Incapaces de escapar, murieron cinco profesores y 109 niños.
Un clérigo que fue entrevistado
por un reportero de la B. B. C. en el momento de (la tragedia, al responder)...
a la inevitable pregunta acerca de Dios dijo: "Bien. Supongo que tenemos
que admitir que esta es una de las ocasiones cuando el Todopoderoso cometió un error".
Los verdaderos cristianos
estarían asombrados de la petulante y blasfema afirmación del clérigo acerca de
Dios. Pero, a veces, cuando la calamidad de alguna manera nos golpea, ¿no nos
preguntamos si Dios no cometió un error en nuestras vidas?
Pienso en otra afirmación, no
impertinente pero sí sentida, hecha por un cristiano sincero al mirar a un niño
luchando con cáncer: "En verdad espero que Dios sepa lo que está haciendo
en esto".
Cualquier persona que haya
sufrido una adversidad muy profunda probablemente se puede identificar con las
dudas con las que esta persona luchaba.
Cuando nos detenemos a pensar en
esto, creemos sinceramente que Dios no comete errores en nuestras vidas, en las
aldeas de South Wales o en cualquier otra parte. Dios sabe lo que está
haciendo. El es infinito en su sabiduría, y siempre sabe lo que más nos
conviene y la mejor forma de hacer que se produzca ese resultado.
La sabiduría con frecuencia se
define como el buen juicio, la habilidad de desarrollar el mejor curso de
acción o la mejor respuesta a una situación determinada. Todos reconocemos que
la sabiduría humana por grande que sea es engañosa. Los hombres o mujeres más
sabios sencillamente no tienen todos los hechos de una situación ni pueden predecir
con certeza los resultados de ese curso de acción. Todos nosotros, de vez en cuando,
nos atormentamos ante algunas decisiones importantes, tratando de determinar
qué camino seguir.
Pero Dios nunca tiene que
atormentarse ante una decisión, y ni siquiera tiene que deliberar consigo mismo
o consultar a otros. Su sabiduría es intuitiva, infinita e infalible:
SU ENTENDIMIENTO ES INFINITO"
(SAL. 147:5).
J. L. Dagg, teólogo del siglo
XIX, describió la sabiduría así: "Consiste en la selección del mejor
objetivo de una acción y la adopción de los mejores medios para lograrlo."
Luego dijo: "Dios es infinitamente sabio, porque escoge el mejor objetivo
de una acción. y porque adopta los mejores medios posibles para el logro de ese
fin"
El mejor objetivo de todas las
acciones de Dios es su gloria. Es decir, que todo lo que El hace o permite en toda
su creación finalmente servirá a su gloria. Como dice John Piper en su libro
Desiring God: "El principal fin de Dios es glorificarlo y disfrutarlo para
siempre".
Uno sólo tiene que hojear el
Nuevo Testamento mirando pasajes con la palabra gloria para estar de acuerdo
con John Piper en que el fin principal de Dios es su gloria (sólo para principiantes
ver Juan 15:8; Romanos 1:21; 11:36; 1 Corintios 10:31; Ef. 1:12,14; Apocalipsis
4:11; 5:13; 15:4).
Todo lo que se incluye en el
concepto de la gloria de Dios es un misterio que no podemos comprender
plenamente. Pero sabemos que éste involucra una muestra de toda su grandeza y
perfecciones maravillosas, incluyendo la perfección de su sabiduría.
BELLEZA DE ENTRE LAS CENIZAS
Al observar eventos trágicos, o
más particularmente, cuando nosotros mismos experimentamos la adversidad, con
frecuencia nos inclinamos a preguntarle a Dios: "¿Por qué?" La razón
por la cual preguntamos es que no vemos ningún posible bien para nosotros o
gloria para El, que pueda venir de esa circunstancia adversa que ha llegado a
nosotros o a nuestros seres queridos. Pero, cuando Dios ocasiona el bien en la
calamidad, ¿no es su sabiduría (es decir, su gloria) más eminentemente
demostrada que en la bendición?
El conocimiento del jugador de ajedrez
sobresale más cuando le gana a un oponente experimentado que a un novato. La
experiencia del general se destaca más al derrotar un ejército superior, que al
someter a uno inferior. La sabiduría de Dios sobresale cuando trae bien para
nosotros y gloria para El en la confusión y calamidad, más que en momentos agradables.
No hay duda de que el pueblo de
Dios vive en un mundo hostil. Tenemos un enemigo, el diablo, quien "como
león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar" (1 P 5:8).
"Os ha pedido para zarandearos como a trigo, como hizo a Pedro" (Le.
22:31); o nos hace maldecir a Dios como intentó hacer con Job. Dios no nos
libra de las enfermedades, dolor y desilusión de este mundo pecador. Pero puede
tomar todos estos elementos, tanto los buenos como los malos, y hacer total uso
de cada uno.
Como alguien dijo hace años:
"Una sabiduría inferior a la divina se sentiría movida a prohibir, evitar
o rechazar el trabajo de estos planes diabólicos. Es un hecho que con frecuencia
el pueblo de Dios trata de hacer esto por sí mismo o le pide incesantemente al Señor
que lo haga. Por eso es que muchas veces las oraciones parecen permanecer sin respuesta.
Porque estamos siendo manejados por una sabiduría que es perfecta, que puede lograr
lo que pretende tomando el control de las cosas y las personas que están
destinadas para el mal y las hace trabajar en conjunto para bien".
Entonces, la infinita sabiduría
de Dios se muestra en sacar bien del mal, y belleza de entre las cenizas. Se
evidencia en todas las fuerzas del mal, que se lanzan contra sus hijos en bien para
ellos. Pero el bien que El ocasiona con frecuencia es diferente al que nosotros
prevemos.
SANTIDAD EN LA ADVERSIDAD
Romanos 8:28: "Y sabemos que
a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que
conforme a su propósito son llamados". Este es un versículo frecuentemente
citado, sin notar que el siguiente nos ayuda a entender lo que significa bien.
El versículo 29 empieza con la
palabra porque, indicando que es una continuación y ampliación del pensamiento
expresado en el 28. Este dice: "Porque a los que antes conoció, también
los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para
que él sea el primogénito entre muchos hermanos".
El bien que Dios obra en nuestras
vidas es conforme a la semejanza de su hijo. No es necesariamente bienestar o
felicidad sino conformidad a Cristo en una medida creciente en esta vida, y en
su plenitud en la eternidad.
Vemos este mismo pensamiento en
Hebreos 12:10 "Y aquéllos (nuestros padres), ciertamente por pocos días
nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es
provechoso, para que participemos de su santidad". Compartir la santidad
de Dios es una expresión equivalente a ser conformado a la semejanza de Cristo.
Dios sabe exactamente lo que quiere que seamos y qué circunstancias, buenas y
malas, son necesarias para producir ese resultado en nuestras vidas.
Observe el contraste que hace el
autor de Hebreos entre la sabiduría finita y falible de los padres humanos y la
sabiduría infinita e infalible de Dios. Dice de nuestros padres:
"Ciertamente por pocos días
nos disciplinaban como a ellos les parecía". Como padre puedo
identificarme con la frase "como a ellos les parecía". Algunas veces,
cuando educamos a nuestros hijos nos preocupamos por ejercer una disciplina
adecuada, en calidad y cantidad. Incluso cuando creíamos que sabíamos qué era
lo mejor, muchas veces nos equivocábamos.
Pero, el escritor dice sin
reservas que Dios nos disciplina para nuestro bien. No hay preocupación por
parte de Dios, ni esperanza de que haya tomado la decisión correcta, ni cuestionamiento
de qué es realmente lo mejor para nosotros. Dios no comete errores. El sabe
infaliblemente, con infinita sabiduría, qué combinación de circunstancias
buenas y malas nos traerá al compartir su santidad. El nunca pone demasiada
"sal" de adversidad en la receta de nuestras vidas, pues su mezcla de
adversidad y bendición siempre es exacta para nosotros.
El autor de Hebreos admite fácilmente
que la disciplina es dolorosa (v 11), pero también nos asegura que es
provechosa, porque produce "fruto apacible de justicia". El propósito
de la disciplina de Dios no es castigarnos sino transformarnos. El puso sobre
Jesús el castigo por nuestros pecados, "el castigo de nuestra paz fue
sobre él" (Isaías 53:5). Pero debemos ser transformados más y más a
semejanza de Cristo.
ESE ES EL PROPÓSITO DE LA DISCIPLINA.
El salmista al hablar del
aprendizaje a través de la experiencia dijo: "Bueno me es haber sido humillado,
para que aprenda tus estatutos" (Sal. 119:71). Podemos conocer la voluntad
de Dios para nuestro carácter intelectualmente, leyendo y estudiando las
Escrituras, y lo deberíamos hacer. Es entonces cuando empieza el cambio, y
nuestras mentes son renovadas. Pero el cambio verdadero, en lo profundo de
nuestras almas, se produce cuando los principios de la Escritura obran en la
vida real, y eso generalmente involucra la adversidad.
Podemos admirar e incluso desear
la paciencia, pero no la aplicaremos hasta que hayamos sido tratados
injustamente y aprendido a través de la experiencia a "tolerar" (el
significado de la paciencia) al que nos trata injustamente. Si usted se detiene
a pensar en esto, se dará cuenta de que muchas cualidades de un carácter
piadoso, sólo se pueden desarrollar por medio de la adversidad. La clase de
amor que da libremente de sí mismo a un costo alto, sólo se puede aprender
cuando nos vemos enfrentados a situaciones que requieren un amor sacrificado.
La parte del fruto del Espíritu llamada gozo, no se puede aprender en medio de
las circunstancias que sólo producen felicidad "natural".
Dios en su infinita sabiduría,
sabe exactamente qué adversidad necesitamos para crecer más y más en la
semejanza de su Hijo. El no solamente sabe qué necesitamos, sino cuándo y cómo
es la mejor forma de que ocurra en nuestras vidas. El es el perfecto maestro, entrenador,
y su disciplina siempre se ajusta exactamente a nuestras necesidades. El nunca nos
entrena en exceso permitiendo demasiada adversidad en nuestras vidas.
DIOS NUNCA EXPLICA
Con frecuencia, cuando un maestro
nos entrena en una habilidad, como atletismo o música, nos explica el propósito
particular del ejercicio que nos pide hacer, y aunque a veces pueden ser
tediosos e incluso dolorosos, los podemos resistir porque sabemos su propósito
y el resultado que se pretende.
Pero Dios nunca nos explica lo
que está haciendo o nos dice por qué. No hay ninguna indicación de que alguna
vez haya explicado a Job las razones de su terrible sufrimiento.
Como lectores, estamos detrás de
la escena, y observamos la guerra espiritual entre El y Satanás, pero lo que
podemos ver en la Escritura, es que Dios nunca le habló a Job acerca del tema.
Lo cierto es que Dios en
realidad, nunca nos dijo en la Escritura, por qué le permitió a Satanás afligir
a Job como lo hizo. Basados en la verdad de Romanos 8:28 (que fue tan válida
para Job como lo es para nosotros), debemos concluir que al permitir los
ataques de Satanás contra Job, Dios tenía un propósito mucho mayor que
simplemente usarlo como instrumento en una "confrontación" entre El y
Satanás. La parte de éste en el drama parece olvidarse, pues no se vuelve a
mencionar después de sus dos retos a Dios en Job 1-2.
El relato no concluye con una
conversación entre Dios y Satanás en la que afirme la "victoria" sobre
su adversario. Por el contrario, termina con una conversación entre Dios y Job
en la que éste reconoce que por medio de sus tribulaciones ha llegado a una
relación nueva y más profunda con El. Job dice: "De oídas te había oído;
mas ahora mis ojos te ven" (Job 42:5).
Podemos concluir que esta
relación más profunda, fue uno de los resultados (y no todos) que Dios tenía en
mente todo el tiempo.
A veces, después que termina la
adversidad podemos ver algunos de sus resultados positivos en nuestras vidas,
pero rara vez podemos verlos durante el momento de la prueba.
José seguramente pudo ver algunos
de los resultados de la aflicción que Dios había permitido en su vida después
de haberse convertido en primer ministro de Egipto, pero en realidad no pudo
notarlos mientras vivía esa situación. Para él, todo el penoso proceso, debe
haber parecido desprovisto de cualquier significado y muy contrario a sus
expectativas del futuro, como se le reveló a través de sus sueños.
Pero ya sea que veamos o no
resultados benéficos en esta vida, estamos llamados a confiar en que Dios en su
amor quiere lo mejor para nosotros, y en su sabiduría sabe cómo hacer que
ocurra. Pienso en una amiga muy querida que durante más de treinta años ha pasado
por una tras otra adversidad, enfrentando increíbles problemas físicos en la
familia, numerosas dificultades financieras y aflicciones familiares, y hasta
donde yo sé ningún "bien" aparente ha resultado de estas
adversidades.
No ha habido un final feliz como
en el caso de José o Job. Sin embargo, en una carta que recibí de ella mientras
escribía este capítulo, decía: "Yo sé que Dios no comete errores: porque
en El, su camino es perfecto".
Por lo tanto nunca deberíamos
preguntar "¿por qué?" en el sentido de exigir que Dios explique o
justifique sus acciones o lo que permite que suceda en nuestras vidas. Margaret
Clarkson dijo: "No podemos exigir de un Creador soberano que dé
explicaciones a sus criaturas. Dios tuvo buenas y suficientes razones para sus
acciones; debemos confiar en su sabiduría y amor soberanos".
Cuando digo nunca deberíamos
preguntar "¿por qué?", no estoy hablando del espontáneo grito de
angustia cuando nos llega la calamidad, a nosotros o a un ser querido. Más bien
me refiero al continuo y persistente "¿por qué?", que tiene tono
acusador hacia Dios. El primero es una reacción humana natural; el otro una
reacción humana pecadora. Tres de los Salmos empiezan con "¿por
qué?": "¿Por qué estás tan lejos?" "¿Por qué me has desamparado?"
"¿Por qué, oh Dios, nos has desechado para siempre?" (Salmos 10, 22,
74).
Pero cada uno de ellos finaliza
con una nota de confianza en Dios. Los salmistas no permitieron que sus
"porqués" se prolongaran; ni que echaran raíces y crecieran convirtiéndose
en acusaciones contra Dios. Sus "porqués", eran en realidad, gritos
de angustia, una reacción natural ante el dolor.
En contraste, según el autor Don
Baker, hay dieciséis "¿por qué?" en el libro de Job. El le preguntó a
Dios "¿por qué?" dieciséis veces, de manera insistente y petulante y,
como muchos han observado, El nunca le respondió a sus "porqués". Más
bien le contestó "quién".
El pastor Baker en su libro sobre
Job dice: Desde entonces dejé de buscar la respuesta a esa pregunta (¿por qué?)
en mi propia vida... Dios no me debe ninguna explicación; El tiene derecho de
hacer lo que quiera, cuando quiera y como quiera. ¿Por qué? Porque es Dios. Job
no necesitaba saber por qué estas cosas sucedieron así, sino quién era el
responsable y quién tenía el control. El solamente necesitaba conocer a Dios.
Al usar a Job como ejemplo de
preguntar "¿por qué?" en un sentido malo o pecador, no quiero
denigrarlo. Yo sé que muchas veces he hecho esa pregunta en circunstancias obviamente
mucho menos difíciles que las que le sobrevinieron a él. Dios mismo nos recomendó
la rectitud de Job; pero El no sólo estaba tratando con Job, sino que registró esos
hechos para nuestro beneficio y para que aprendamos de ellos. Parece claro que
una de las lecciones que Dios quiere que aprendamos de la experiencia de Job es
la que el pastor Baker aprendió: Dejar de preguntar "¿por qué?"
Así como Dios ha usado durante
siglos el Salmo 51, siendo la oración de confesión y arrepentimiento de David
por su adulterio, para enseñar a su pueblo, también ha usado las luchas de Job
con la duda acerca de la bondad de Dios, para el mismo propósito. Todavía recuerdo
mi primera lucha consciente con la bondad de Dios casi treinta y cuatro años
antes de escribir este libro.
El pasaje que satisfizo mi necesidad
en el momento fue uno del libro de Job, donde Dios lo confronta por su osadía,
a través de Eliú. Este hizo que me diera cuenta y me arrepintiera de mis
acusaciones contra Dios. Así que no queremos criticar a Job, sino aprender de
él acerca de lo pecaminoso de exigir a Dios "¿por qué?"
Pero, aunque nunca deberíamos
exigir un "¿por qué?", podemos y debemos pedirle a Dios que nos
capacite para comprender lo que nos puede estar enseñando por medio de una experiencia
particular. Pero inclusive aquí, debemos ser cuidadosos de no estar buscando satisfacer
nuestras almas al encontrar algún "bien" espiritual en la adversidad.
Más bien, debemos confiar en que Dios está obrando en esa experiencia para
nuestro beneficio, aunque no veamos resultados positivos. Debemos aprender a
confiar en Dios cuando no nos dice por qué, o cuando no entendemos lo que está
haciendo.
LOS CAMINOS DE DIOS SON
INCOMPRENSIBLES
A veces, llegamos al punto donde
no le exigimos a Dios que se explique, pero tratamos de determinar o comprender
por nosotros mismos lo que está haciendo. No queremos vivir sin explicaciones
racionales para lo que nos está sucediendo a nosotros o a los que amamos.
Somos casi insaciables en nuestra
búsqueda del "porqué" de la adversidad que nos ha llegado. Pero esta
es una tarea inútil y a la vez no confiable. Los caminos de Dios, siendo los
caminos de la infinita sabiduría, simplemente no pueden ser comprendidos por
nuestras mentes finitas.
Dios dijo por medio de Isaías:
"Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos
mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son
mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros
pensamientos" (Isaías 55:8-9).
En su comentario sobre Isaías,
Edward J. Young dijo de este pasaje: "La implicación es que así como los
cielos están tan altos sobre la tierra que los patrones de altura humanos no
los pueden medir, los caminos y pensamientos de Dios están tan por encima de
los hombres que ellos no pueden comprenderlos en su totalidad. En otras palabras,
los caminos y pensamientos de Dios son incompresibles a los hombres".
El apóstol Pablo establece la
misma verdad en su doxología al final de Romanos 11 cuando exclama con
sorpresa: "¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia
de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!"
(v 33). La Versión Popular del Nuevo Testamento tal vez trata más enérgicamente
la profundidad de este pasaje. Dice en los versículos 33 y 34:
¡Qué profundas son las riquezas
de Dios, y su sabiduría y entendimiento! Nadie puede explicar sus decisiones,
ni llegar a comprender sus caminos. Pues, ¿quién conoce la mente del Señor? ¿Quién Podrá
Darle Consejos?
La sabiduría de Dios es profunda,
sus decisiones inexplorables, sus métodos misteriosos e inescrutables. Si nadie
ha comprendido su mente, menos aún, podría aconsejarle sobre el curso adecuado
de una acción. Cuán inútil e incluso arrogante para nosotros es tratar de determinar
lo que Dios está haciendo en un evento o circunstancia particular. Simplemente no
podemos descubrir las razones que hay detrás de sus decisiones o determinar las
maneras que El usa para que se realicen.
Si vamos a experimentar paz en
nuestras almas en momentos de adversidad, debemos llegar al punto donde
verdaderamente creamos que los caminos de Dios sencillamente están más allá de
nosotros, y dejar de preguntarle "¿por qué?" o aun tratar de
descubrirlos por nosotros mismos. Esto puede parecer un "escape"
intelectual, un rechazo a enfrentar los problemas verdaderamente difíciles de
la vida, pero de hecho, es exactamente lo opuesto.
Es una rendición a la verdad
acerca de Dios y nuestras circunstancias como El nos lo revela en su Palabra.
Regresando al sermón de C. H.
Spurgeon, sobre la divina providencia, dijo: "La providencia es
maravillosamente compleja ¡Ah! Usted siempre quiere ver a través de la providencia,
¿no es así? pero le aseguro que nunca lo logrará, pues no tiene ojos suficientemente
buenos para ello. Quiere ver qué fue lo bueno de esa aflicción para usted; debe
creerlo. Quiere ver cómo tal aflicción le trae bien al alma, puede ser
capacitado en poco tiempo, pero no lo puede ver ahora, debe creer que hay bien
en ella. Honre a Dios confiando en El".
En la respuesta final de Job a
Dios, él humildemente reconoce los caminos insondables de Dios, y dice:
¿Quién es el que oscurece el
consejo sin entendimiento? Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; cosas
demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía (Job 42:3).
Job dijo que los caminos de Dios
eran demasiado maravillosos para que él los conociera o comprendiera. Cuando
vio a Dios en su gran majestad y soberanía, se arrepintió de su cuestionamiento
arrogante en "polvo y cenizas". El dejó de preguntar y sencillamente creyó.
David, de una manera similar, se
sometió a los propósitos soberanos de Dios y a su infinita sabiduría, y dijo:
"Jehová, no se ha envanecido mi corazón, ni mis ojos se enaltecieron; ni
anduve en grandezas, ni en cosas demasiado sublimes para mí" (Sal. 131:1).
Las grandes y maravillosas cosas a las que se refiere son los propósitos
secretos de Dios y sus infinitos medios para cumplirlos. David no ejercitó su
corazón buscando comprenderlas; por el contrario, calló y aquietó su alma en
sumisión y confianza en Dios.
Si vamos a honrar a Dios
confiando en El y a encontrar paz, debemos llegar al punto donde honestamente
podamos decir: "Dios, no tengo que entender, tan sólo confiaré en
ti".
¡NO INTERPRETE, SINO APRENDA!
Puesto que la sabiduría de Dios
es infinita y sus caminos inescrutables para nosotros, deberíamos también ser
muy cuidadosos al pretender interpretar sus caminos en su providencia,
especialmente en eventos particulares. Además, debemos cuidarnos de aquellos
que se ofrecen como intérpretes acerca del porqué y la razón de todo lo que
está sucediendo.
Sea cauteloso con aquellos que
dicen, "Dios permite que esto suceda para que usted aprenda esta o aquella
lección". El hecho es que no sabemos lo que Dios está haciendo a través de
un conjunto particular de circunstancias o eventos.
Esto no significa que no
deberíamos investigar sobre la providencia de Dios y su voluntad revelada en la
Escritura. Todo lo contrario. Como observamos anteriormente, el salmista comprendió
los decretos de Dios experimentando la aflicción (Sal. 119:71). El pueblo de Israel
también aprendió a través de la providencia adversa en sus vidas. Deuteronomio 8:3
dice:
Y te afligió, y te hizo tener
hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la
habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, más de
todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre.
Dios enseñó a la nación por medio
de su divina providencia, poniéndolos en una situación en que no podían
simplemente ir a la despensa y sacar el pan diario, sino que dependían completamente
de El. Estaba guiándoles a una tierra donde la provisión material sería "naturalmente"
abundante. (Deuteronomio 8:7-9). Sabía que serían tentados por el orgullo de
sus corazones a decir: "Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta
riqueza" (v 17). Por lo tanto, antes de entrar a la tierra, les enseñó de
la dependencia a través de su divina providencia.
Algunos meses antes de escribir
este capítulo, me invitaron a hablar en una convención cristiana sobre un tema
en particular. Un día, leyendo 2a. Timoteo, el Espíritu Santo abrió, de manera
muy clara, un pasaje que habló hermosamente del tema de la convención.
Desechando lo que ya había
preparado, me senté y rápidamente preparé tres mensajes, por lo que estaba muy
emocionado. Pero luego, sutilmente me enorgullecí mucho de ellos.
Empecé a contemplar pensamientos
pecadores y arrogantes de lo buen orador que me considerarían por estos tres
emocionantes mensajes. Traté de usurpar algo de la gloria de Dios para mí.
Poco antes de empezar la
convención, fui afligido por un virus que nunca antes me había afectado, y
escasamente podía hablar. No disfruté la convención. Aunque di los mensajes, no
tengo idea si alguien los aprovechó o no. Por medio de estas circunstancias
aprendí a través de la experiencia lo que Dios ha dicho: "Y a otro no daré
mi gloria" (Isaías 42:8).
Había memorizado ese versículo
hacía muchos años y conocía su verdad intelectualmente, pero, por la adversidad
lo aprendí en la práctica. Entonces pude decir con el salmista:
"Bueno me es haber sido
humillado, para que aprenda tus estatutos" (Sal. 119:71).
LA SABIDURÍA ES SUPERIOR A NUESTROS
ADVERSARIOS
La sabiduría de Dios no sólo está
tan por encima de la nuestra como está el cielo por encima de la tierra, sino
que también es superior a la sabiduría y astucia de nuestros adversarios. Esto
debería ser de mucha tranquilidad para nosotros. Yo, por lo menos, en este
punto de mi vida, he encontrado más fácil soportar la adversidad de las circunstancias
contrarias que la que viene de otras personas. Aparentemente, David sintió de
igual manera.
En 2ª. De Samuel 24:14, él dijo:
"En grande angustia estoy; caigamos ahora en mano de Jehová, porque sus
misericordias son muchas, mas no caiga yo en manos de hombres".
Otras personas, por varias
razones, pueden planear tratarnos injustamente, tomar ventaja de nosotros o
"usarnos" para sus propósitos egoístas. Pero, Proverbios 21:30 dice:
"No hay sabiduría, ni inteligencia, ni consejo, contra Jehová". Por
lo tanto, podemos decir las palabras de Pablo: "Si Dios es por nosotros,
¿quién contra nosotros?" (Romanos 8:31). Aun los planes más atroces de
nuestros adversarios sólo pueden lograr lo que Dios ha ordenado soberanamente
para nosotros, y en su infinita sabiduría, con habilidad, hace que se cumpla.
Los hermanos de José pensaron
deshacerse de él porque se sentían excesivamente envidiosos. Pero Dios dispuso
desde el principio usar su plan para enviar a José delante de ellos con el fin
de que fuera su abastecedor durante los siete años de hambre. Ellos destinaron
estas acciones para mal, pero Dios las utilizó para bien.
Saúl pensó matar a David porque
éste estaba recibiendo más alabanza que él por su destreza militar. Pero Dios
usó estos meses y años, en que David se estuvo escondiendo de Saúl, para formar
en él el carácter que lo hizo un gran rey y hombre conforme al corazón de Dios.
Aparentemente, muchos de los salmos más significativos fueron escritos durante esos
meses.
Uno de mis favoritos, el Salmo 34,
fue escrito durante la época cuando David tuvo que actuar como loco por temor a
un rey gentil. Ese es el salmo al que con más frecuencia me remito cuando lucho
contra el desánimo. Lo que Saúl quería para mal, Dios lo quería para bien.
Satanás pensó que obteniendo el
permiso de Dios para afligir a Job lograría por consiguiente, que éste
maldijera a Dios. Pero lo único que logró fue ser un instrumento para producir
en Job una relación más profunda y reverente con Dios.
A Satanás se le permitió afligir
a Pablo con un aguijón en la carne para atormentarlo, porque probablemente,
pensó que así anularía la efectividad de su ministerio. Por el contrario, sólo
logró ponerlo en la circunstancia, que le enseñó por la práctica, la
suficiencia de la gracia de Dios, y que su fortaleza se hace perfecta en
nuestra debilidad (2 Co. 12:9). Piense en cuántos miles de creyentes, a través
de los siglos, han encontrado que la gracia de Dios es suficiente para ellos,
meditando en las palabras de Dios a Pablo en esa época.
La sabiduría de Dios, entonces,
es mayor que la de cualquiera de nuestros adversarios, ya sean otras personas o
el mismo diablo. Por lo tanto, no deberíamos temer lo que intenten o tal vez
logren hacernos. Dios está obrando tanto en esas "cosas", como en las
adversidades (le enfermedad, muerte, problemas financieros y destrucciones de
la naturaleza.
LA SABIDURÍA DE DIOS EN LOS ASUNTOS
DEL MUNDO
Yendo más allá de nuestras
circunstancias personales, también podemos decir que la infinita sabiduría de
Dios, dirigiendo su poder soberano, gobierna el mundo. Mirando a nuestro
alrededor vemos que gran parte del mundo está fuera del control de Dios y que mucho
de lo l e sucede no tiene sentido.
¿Por qué 109 niños se ahogaron
bajo un deslizamiento de lodo en South Wales, o miles mueren de hambre en
África Oriental?¿Por qué las naciones, aparentemente más "malvadas",
prosperan tan frecuentemente en el plano de los asuntos mundiales?¿Por qué los
ricos se vuelven más ricos, y los pobres más pobres? Dado que vivimos en un
mundo maldito por el pecado, todas estas cosas simplemente se le podrían
atribuir al carácter pecaminoso del hombre.
Pero si aceptamos que Dios es
soberano, como lo vimos en capítulos anteriores, entonces debemos concluir que
tiene el control de todas estas tristes circunstancias, y que las dirige con su
infinita sabiduría a su propósito determinado. No son sólo una diversidad de
eventos incontrolados y sin relación. Por el contrario, todos forman parte del
plan perfecto de Dios, que un día se revelará para su gloria y el bien de su
iglesia. El profesor Berkouwer nos ayuda de nuevo cuando escribe:
Todas las facetas de la vida
están comprendidas dentro del gobierno de Dios. La pluralidad de la vida está
bajo una perspectiva, lo cual no quiere decir que exista una confusión de
incontables y fragmentados eventos en los cuales la actividad se manifiesta.
Existe un eje, un centro que unifica la diversidad de su actividad. La unidad
incluye progreso de eventos desde su promesa en el momento de la caída hasta
completar la formación de su pueblo santo.
Así como hemos aprendido a no
preguntar por qué, o buscar explicaciones racionales, o pretender descubrir qué
"bien" hay en nuestras adversidades, también debemos aprender a silenciar
nuestros corazones con respecto al gobierno de Dios en el universo. Debemos llegar
al punto donde podamos decir, en palabras de David: "En verdad que me he comportado
y he acallado mi alma" (Sal. 131:2) en todas las tragedias que lleguen
sobre la humanidad en todo el mundo.
EL PURITANO JOHN FLAVEL ESCRIBIÓ:
Crea firmemente que el manejo de
todos los asuntos de este mundo, públicos o privados, está en las manos del
sabio absoluto Dios.
SOMÉTASE A SU SABIDURÍA, Y NO CONFÍE
EN SU PROPIO ENTENDIMIENTO.
Cuando Melancthon se sentía
oprimido por las preocupaciones y dudas acerca de los asuntos angustiosos de la
iglesia de su tiempo, Lutero lo reprendía por su desánimo. no pretendas ser el
gobernante del mundo, mas bien deja las riendas del gobierno en las manos del
que lo hizo y sabe mejor cómo gobernarlo.
Esto no significa que debamos ser
indiferentes e insensibles al gran dolor que hay en todo el mundo. Debemos orar
por las víctimas de tragedias y, cuando tengamos la oportunidad, responder
tangiblemente al alivio de sus sufrimientos. Pero podemos ser compasivos sin cuestionar
a Dios acerca de su gobierno sobre el mundo.
Cuestionar la sabiduría de Dios,
además de ser un acto irreverente, también debilita el espíritu. No sólo
deshonramos su gloria sino que también nos privamos de la tranquilidad y paz que
llega con el sólo hecho de confiar en El sin exigir una explicación. Una
confianza en Dios sin reservas aun cuando no comprendamos lo que está
sucediendo o por qué, es el único camino a la paz, alivio y gozo. Dios quiere
que lo honremos confiando en El, pero también desea que experimentemos la paz y
el gozo que vienen como resultado.
Investigando sobre el tema de la
sabiduría de Dios entre los maestros de siglos anteriores, encontré el
siguiente párrafo, que tan hermosamente resume todo lo que he intentado decir al
respecto. Lo transcribo sin ningún comentario adicional, esperando que éste lo
anime, como lo ha hecho conmigo, para confiar en Dios en todas las
circunstancias, privadas o públicas, y para creer que El está obrando en todas
las cosas para nuestro bien y su gloria.
Debería llenarnos de gozo el
saber que la sabiduría infinita guía los asuntos del mundo donde muchos de sus
eventos están cubiertos de oscuridad y misterio, y a veces parece reinar una
intrincada confusión. Con frecuencia la maldad prevalece y Dios parece haber olvidado
las criaturas que creó. Nuestro camino a través de la vida es oscuro, tortuoso
y rodeado de dificultades y peligros.
Cuán llena de consuelo es la
doctrina que enseña que la sabiduría infinita dirige cada evento, trae orden de
entre la confusión y luz de entre la oscuridad y, a aquellos que aman a Dios,
hace que todas las cosas, ya sea el aspecto presente o la tendencia aparente,
trabajen juntas para bien.
9ª PARTE
CONOCER EL AMOR DE DIOS
¿Quién Nos Separará Del Amor De Cristo? ¿Tribulación,
O Angustia, O Persecución, O Hambre, O Desnudez, O Peligro, O Espada? Antes, En
Todas Estas Cosas Somos Más Que Vencedores Por Medio De Aquel Que Nos Amó. Romanos
8:35, 37
Un amigo mío que dedica gran
parte del tiempo animando a otros, estaba confundido por las luchas
espirituales de uno de sus hijos, y desesperado clamó: "Dios, pienso que
estoy haciendo mejor trabajo cuidando de tus hijos que el que tú estás haciendo
con el mío". Un día él me comentó: "Tan pronto dije eso, me arrepentí
ante el Señor". No obstante, su frustrante experiencia ilustra un aspecto:
Muchos de nosotros somos tentados, de vez en cuando, a cuestionar el amor de
Dios.
Me identifico con mi amigo, pues
una vez, cuando una de nuestras hijas estaba atravesando por una serie de
experiencias difíciles, dije: "Señor, no trataría a mi hija en la forma
como Tú la estás tratando". También tuve que arrepentirme de mis palabras insolentes
y buscar en las Escrituras la promesa de que el amor de Dios es tan real en los
momentos de adversidad como en los de bendición.
Parece que tanto más creemos y
aceptamos la soberanía de Dios en cada evento de nuestra vida, más somos
tentados a cuestionar su amor, y a pensar: "Si Dios tiene el control de
esta dificultad y puede hacer algo al respecto, ¿por qué no lo hace?" El
rabino Kushner prefirió creer en un Dios que es bueno pero no soberano. En
algunas ocasiones, ojalá momentáneamente, también nosotros somos tentados a
creer en un Dios soberano que no es bueno. Satanás, cuyo primer acto hacia el
hombre fue cuestionar la bondad de Dios, plantará en nuestras mentes el
pensamiento de que Dios en el cielo está burlándose de nuestra aflicción.
Pero no estamos obligados a
escoger entre la soberanía y la bondad de Dios. La Biblia afirma ambos
atributos con igual énfasis, ya que casi en todos los pasajes de la Escritura aparecen
referencias a su bondad y misericordia, así como a su soberanía. En nuestra
lucha contra la adversidad, no nos atrevemos a difamar la bondad de Dios. Como
Philip Hughes dijo: "Creer que El no se interesa es tan inconcebible como
creer que no puede".
El apóstol Juan dijo: "Dios
es amor" (1 Juan 4:8). Esta frase suscinta, junto con su paralela
"Dios es luz" (1 Juan 1:5; es decir, Dios es santo), resume el
carácter esencial de Dios como se nos reveló en las Escrituras. Así como a Dios
le es imposible por naturaleza ser algo menos que perfectamente santo, también
le es imposible ser algo menos que perfectamente bueno.
Puesto que Dios es amor, una
parte esencial de su naturaleza es hacer bien y mostrar misericordia a sus
criaturas. El salmo 145 habla de su "inmensa bondad", de ser
"clemente y misericordioso", de ser "bueno para con todos",
y de tener "misericordia sobre todas sus obras" (vs. 7-9, 17).
Incluso en su papel de juez de los hombres rebeldes, El declara: "No quiero
la muerte del impío" (Ezequiel 13:11).
Cuando nos encontramos en medio
de la adversidad, como frecuentemente suele suceder, una calamidad tras otra
parece seguirnos, y somos tentados a dudar del amor de Dios. No sólo luchamos
contra nuestras propias dudas, sino que Satanás aprovecha esas situaciones para
susurrarnos acusaciones contra Dios, como: "Si El te amara, no hubiera
permitido que esto sucediera". Mi propia experiencia indica que Satanás
nos ataca mucho más en el área del amor de Dios, que en la de su soberanía o
sabiduría.
No podemos evitar ser tentados,
pero si vamos a honrar a Dios confiando en El, no debemos permitir que tales
pensamientos se alojen en nuestras mentes. Como Philip Hughes de nuevo dice:
"Cuestionar la bondad de Dios es, en esencia, sugerir que el hombre se
preocupa más por la bondad que Dios. insinuar que el hombre es más bondadoso
que Dios es arruinar... la propia naturaleza de El. Es negarlo y este es
justamente el empujón a la tentación de cuestionar su bondad".
Volvamos a los dos incidentes
relatados al principio del capítulo. En ambos casos mi amigo y yo dudamos de la
bondad de Dios. Hicimos justamente aquello contra lo que Philip Hughes
advirtió. Aunque sólo momentáneamente, le dijimos a Dios que estábamos más
preocupados acerca del amor hacia nuestros hijos de lo que El lo estaba y que
éramos más bondadosos que El.
En nuestros momentos de sensatez
estas deducciones son inconcebibles, pero en una prolongada adversidad, podemos
empezar a abrigarlas.
Incluso el virtuoso Job, quien al
principio de sus calamidades podía decir:..."Jehová dio, y Jehová quitó;
sea el nombre de Jehová bendito" (Job 1:21), finalmente, llegó al punto en
que también cuestionó la bondad de Dios, y dijo: "Y Dios me ha quitado mi
derecho" Y..."De nada servirá al hombre el conformar su voluntad a
Dios" (Job 34:5,9).
Si Dios es perfecto en su amor y
abundante en su bondad, ¿cómo combatir nuestras dudas y las tentaciones de
Satanás para cuestionar su bondad?¿Qué verdades acerca de Dios necesitamos
albergar en nuestros corazones para usarlas como armas contra la tentación de dudar
de su amor?
EL AMOR DE DIOS EN EL CALVARIO
No hay duda de que la prueba más
convincente del amor de Dios en toda la Escritura es la entrega de su Hijo para
que muriera por nuestros pecados.
En Esto Se Mostró El Amor De Dios Para Con
Nosotros, En Que Dios Envió A Su Hijo Unigénito Al Mundo, Para Que Vivamos Por
Él. En Esto Consiste El Amor: No En Que Nosotros Hayamos Amado A Dios, Sino En
Que Él Nos Amó A Nosotros, Y Envió A Su Hijo En Propiciación Por Nuestros
Pecados (1 Juan 4:9-10).
Juan dijo que Dios es amor, y así
lo mostró, enviando a su Hijo a morir por nosotros.
Nuestra mayor urgencia no es
librarnos de la adversidad, pues todas las dificultades que puedan ocurrir en
esta vida no pueden, en ninguna forma compararse con la total calamidad de la
separación eterna de Dios. Jesús dijo que ningún bienestar terrenal se puede
comparar con el gozo eterno de que nuestros nombres están escritos en el cielo
(Lucas 10:20). De forma similar, ninguna adversidad se puede equiparar con la
terrible calamidad del juicio eterno de Dios en el infierno.
Por lo tanto, cuando Juan dijo
que Dios mostró su amor al enviar a su Hijo, estaba diciendo que lo mostró al
suplir nuestra mayor necesidad, la cual es tan grande que ninguna otra puede
siquiera comparársele de cerca. Si queremos una prueba del amor de Dios por nosotros,
entonces debemos mirar primero a la cruz donde ofreció a su Hijo en sacrificio por
nuestros pecados. El Calvario es la prueba concreta, absoluta e irrefutable del
amor de Dios por nosotros.
El alcance del amor de Dios en el
Calvario se observa en el costo infinito de entregar a su Hijo unigénito y en
la condición desdichada y miserable de aquellos que amaba. Dios no podía
librarnos de nuestros pecados sin un costo inmensurable para El y su Hijo. Y
por su gran amor hacia nosotros, ambos quisieron, -más que por sólo buena
voluntad, pagar ese alto costo, al dar el Padre a su Hijo unigénito, y el Hijo
al entregar su vida por nosotros.
Una de las características
esenciales del amor es el autosacrificio, y éste nos fue demostrado hasta el
máximo en el amor de Dios en el Calvario.
Considere también la condición
miserable y desdichada de aquellos que Dios amaba. Pablo dijo: "Mas Dios
muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió
por nosotros" (Romanos 5:8). Algunas veces es difícil para los que hemos
sido educados en hogares cristianos o moralmente rectos, apreciar él peso de la
afirmación de Pablo "siendo aún pecadores". Ya que éramos personas
generalmente rectas, y moralmente decentes a los ojos de nuestra sociedad y de
nosotros mismos, es difícil vernos como Dios nos vio, como infelices,
miserables y rebeldes pecadores.
Pero Pablo nos describe como
muertos en nuestros delitos y pecados (Ef. 2:1). La visión de Ezequiel de
Israel como un valle de huesos secos (Ezequiel 37), sería una descripción adecuada
de todos nosotros antes de nuestra salvación. Una vez un amigo y yo, estábamos maravillados
de la conversión de uno de los criminales de cuello blanco más notables de nuestro
tiempo. Le dije a mi amigo "¿qué"... y antes de nuestra salvación no
estábamos tan muertos espiritualmente como él?" Sin importar qué tan
rectos éramos moralmente antes de ser salvos, aparecíamos ante Dios como la
casa de Israel, nada más que un montón de huesos muy secos.
En Efesios 2, Pablo continúa con
su descripción de nuestra condición desdichada. Dice que seguimos la corriente
de este mundo (v 2), es decir, de la sociedad impía que nos rodea.
No sólo eso sino que también
seguimos al diablo, a quien Pablo llama el príncipe de la potestad del aire.
Tal vez no era por una elección consciente y deliberada que seguíamos al diablo,
sino porque estábamos bajo su potestad y dominio (ver Hechos 26:18, Colosenses 1:13).
En realidad éramos siervos del
principal enemigo de Dios. Además, Pablo dice que..."vivimos en otro
tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de
los pensamientos". (v 3). Vivíamos para nosotros mismos, para nuestras ambiciones,
deseos y placeres. Pablo continúa, entonces, con su descripción de nosotros antes
de ser salvos, concluye con la afirmación de que por naturaleza éramos objeto
de la ira de Dios. No debemos olvidar el hecho de que la ira de Dios es muy
real y justificada.
Todos hemos pecado continuamente
contra un Dios santo y justo; nos hemos rebelado voluntariamente contra sus
mandatos, desafiado su ley moral y actuado en total oposición a su voluntad
conocida para nosotros. Debido a estas acciones éramos objeto de su ira.
Tal vez se pregunte por qué, en
un capítulo sobre el amor de Dios en la adversidad, aparentemente he divagado
sobre nuestra condición pecadora. Lo he hecho por dos razones:
Primera, debemos reconocer la
profundidad del amor de Dios, no sólo al dar a su Hijo unigénito, sino al
entregarlo para que muriera por personas tales como Pablo nos ha descrito.
Pero he tratado este punto por
otra razón. Cuando empezamos a cuestionar el amor de Dios, necesitamos recordar
quiénes somos. No tenemos ningún derecho a su amor, y no merecemos ni un
poquito de su bondad. Una vez escuché a un orador que decía: "Cualquier cosa
a este lado del infierno es pura gracia". No sé de nada que corte tan
rápidamente la actitud desafiante de ¿por qué me sucedió esto a mí? como darnos
cuenta de quiénes somos en realidad ante Dios, considerados en nosotros mismos,
separados de Cristo.
Vemos entonces, que Dios nos amó
cuando no lo merecíamos, cuando no había nada en nosotros que justificara su
amor.
Cada vez que nos sintamos
inclinados a dudar del amor de Dios por nosotros, debemos volvernos a la cruz,
razonando de esta forma: Si Dios me amó tanto como para entregar a Jesús a la
muerte cuando yo era su enemigo, puedo tener la certeza de que me ama lo suficiente
como para cuidarme ahora que soy su hijo. Habiéndome amado hasta el punto máximo
de la cruz, no puede dejar de amarme en mis momentos de adversidad. Después de dar
ese invaluable regalo, su Hijo, seguramente también dará todo lo que sea
consistente con su gloria y mi bien.
Observe que dije: Debemos
razonar. Si vamos a confiar en Dios en la adversidad, tenemos que usar nuestras
mentes en esos momentos para razonar sobre las grandes verdades de su
soberanía, sabiduría y amor como se nos revelan en las Escrituras. No podemos
permitir que nuestras emociones dominen nuestras mentes. Mas bien debemos, buscar
que la verdad de Dios las gobierne. Nuestras emociones deben convertirse en subalternos
de la verdad. Esto no quiere decir que no sintamos el dolor de la adversidad y
la aflicción. Lo sentimos profundamente.
Tampoco significa que debemos
esconder nuestro dolor emocional tras una actitud estoica. Sentimos el
sufrimiento en la dificultad, pero no debemos permitirle hacernos caer en
pensamientos duros hacia Dios.
Puede parecer frío e incluso no
espiritual, tratar de razonar acerca de las verdades del amor de Dios en
circunstancias de angustia, dolor y desilusión. Pero no lo es. Pablo, en uno de
los pasajes más exaltados de la Escritura, usó una forma de razonar, una
reflexión de mayor a menor, cuando dijo: "El que no escatimó ni a su
propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también
con él todas las cosas?" (Ro. 8:32). Pablo argumentó que si Dios nos amó
tanto como para ofrecernos el regalo más grande que jamás se puede concebir,
con seguridad no nos negará ninguna bendición menor.
Para afianzar esta verdad en una
forma más aplicable a nuestro tema actual pensemos: Si el amor de Dios fue
suficiente para mi mayor necesidad, la salvación eterna, con seguridad lo es
para mis necesidades más pequeñas, las adversidades que encuentro en esta vida.
Si vamos a llegar a la misma convicción sincera de Pablo, que ninguna
adversidad nos puede separar del amor de Dios, tenemos que utilizar nuestras
mentes para discurrir sobre estas grandes verdades de la Escritura como Pablo
lo hizo.
EL AMOR DE LA FAMILIA DE DIOS
Por la gracia de Dios al haber
confiado en Cristo como nuestro salvador, como creyentes hemos sido puestos en
la familia de Dios. El ha pactado ser nuestro Dios, y que nosotros seamos su
pueblo (Hebreos 8:10). A través de Cristo nos ha adoptado como sus hijos y nos ha
enviado su Espíritu Santo para que viva dentro de cada uno y testifique con
nuestro espíritu que somos sus hijos. El Espíritu Santo nos da testimonio de
esta relación filial que tenemos con Dios cuando hace que clamemos en nuestros
corazones: "Abba, Padre"
(Romanos 8:15-16). Se dice que en
la casa de los judíos, los esclavos no podían emplear la palabra
"abba" para dirigirse al jefe de familia, ya que ésta era reservada
para los hijos. Por lo tanto, el uso que Pablo le da nos hace entender cuán
profundamente nos asegura el Espíritu que en realidad somos hijos del supremo
Dios, ahora nuestro Padre celestial.
Como nuestro Padre celestial,
Dios ama a sus hijos, con un amor muy especial, un amor paternal. Nos
llama..."escogidos de Dios, santos y amados" (Col. 3:12, énfasis del
autor).
Tan increíble como pueda
parecer..."se gozará sobre ti con alegría... se regocijará sobre ti con
cánticos" (Sofonías 3:17). El se goza en nosotros como un padre lo hace
con sus hijos.
Como Matthew Henry observó cuando
comentó sobre Sofonías 3:17: "El gran Dios no sólo ama a sus santos, sino
que se deleita en amarlos". Dios se regocija en amarnos porque somos de su
exclusiva propiedad.
En el salmo 103:11 David habla
del amor paternal de Dios en esta forma: "Porque como la altura de los
cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le
temen".
En el capítulo anterior vimos que
los caminos de Dios están por encima de los nuestros, como los cielos están por
encima de la tierra. Aquí notamos que el amor de Dios por los suyos es tan alto
como los cielos por encima de la tierra. Por lo tanto, así como la sabiduría de
Dios, o la altura de los cielos, no se pueden medir, tampoco lo podemos hacer
con el amor de Dios por nosotros. Este es perfecto no sólo en su efecto, sino
infinito en su extensión. Ninguna calamidad que nos sobrevenga, por grande que
sea, nos va a llevar más allá del límite del amor paternal de Dios.
EL AMOR DE DIOS EN CRISTO
Este amor de Dios sublime y sin
medida es derramado sobre nosotros, no por quienes somos o por lo que somos,
sino porque estamos en Cristo Jesús. Observe que en Romanos 8: 39 Pablo dice
que: "(Nada) nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor
nuestro". El amor de Dios fluye en nosotros completamente a través de, o
en Jesucristo.
Pablo usa con frecuencia el
término en Cristo para referirse a nuestra unión, espiritualmente vital con
Jesucristo. Jesús habla de esta misma unión en su parábola de la vid y los
pámpanos en Juan 15. Así como los pámpanos están vitalmente unidos a la vid para
dar vida, los creyentes, en un sentido espiritual, lo están a Cristo. Como las
partes del cuerpo están vitalmente unidas a la cabeza, en la misma forma,
estamos espiritualmente relacionados a Cristo.
Es muy importante que nos
apropiemos de este concepto crucial de que el amor de Dios para nosotros está
en Cristo. Así como el amor de Dios por su Hijo no puede cambiar, tampoco su
amor para nosotros, porque estamos unidos con aquel a quien El ama.
EL AMOR DE DIOS PARA NOSOTROS NO PUEDE
FLUCTUAR COMO EL AMOR POR SU HIJO NO FLUCTÚA.
Constantemente somos tentados a
examinar nuestro interior para encontrar alguna razón por la cual Dios debería
amarnos. Por supuesto, con frecuencia esa búsqueda es desalentadora.
Generalmente, encontramos dentro de nosotros, razones por las cuales pensamos
que Dios no nos debería amar. Esta búsqueda es antibíblica, pues la Biblia es muy
clara en afirmar que Dios no busca dentro de nosotros una razón para amarnos,
sino que nos ama porque estamos en Jesucristo.
Cuando nos mira, no nos ve como
cristianos "solos", resplandeciendo en nuestras buenas obras, aunque
sean buenas porque somos creyentes. Por el contrario, cuando nos mira, nos ve
unidos a su Hijo amado, investidos de su rectitud. Nos ama, no porque seamos
encantadores en nosotros mismos, sino porque estamos en Cristo.
Aquí tenemos entonces otra arma
de verdad que deberíamos guardar en nuestros corazones para usarla contra
nuestras dudas y la tentación de cuestionar el amor de Dios por nosotros. El
amor de Dios por nosotros no puede fallar como no falla su amor por Cristo.
Debemos aprender a ver nuestras adversidades desde el punto de vista de nuestra
unión con Cristo. Dios no nos trata como a individuos "que permanecen
libres", sino individualmente, pero como individuos unidos a Cristo.
EL AMOR SOBERANO DE DIOS
En capítulos anteriores vimos
ampliamente la soberanía de Dios sobre todo su universo, la cual se ejerce
principalmente para su gloria. Pero, puesto que usted y yo estamos en Jesucristo,
su gloria y nuestro bien están enlazados, y cualquier cosa que sea para nuestro
bien es para su gloria.
Por tanto, con la garantía de la
Escritura, podemos decir que Dios ejerce su soberanía a nuestro favor. Pablo
dice en Efesios 1:22-23: "Y sometió todas las cosas bajo sus pies (de Cristo),
y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo,
la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo". Así pues, Cristo reina
sobre todo el universo para beneficio de su cuerpo, la Iglesia. Ya hemos visto
que la soberanía de Dios es absoluta sobre los más imponentes poderes
terrenales o espirituales, y penetra en los más mundanos e insignificantes
detalles de la vida. Ahora vemos en Efesios 1:22-23 que este poder es ejercido
por Cristo para beneficio de su cuerpo que es la Iglesia.
Puesto que la Iglesia es su
cuerpo, Cristo ejerce su soberanía en su beneficio. Dicho en palabras del
comentarista del Nuevo Testamento William Hendriksen: "Puesto que El está tan
íntima e indisolublemente unido y la ama con tan profundo, ilimitado e
inalterable amor". Cristo está usando su poder para el gobierno del
universo. Y continúa diciendo:
"La cercanía de la unión, el
insondable carácter del amor entre Cristo y su Iglesia se enfatizan en el
simbolismo cabeza-cuerpo... Puesto que la Iglesia es el cuerpo de Cristo, con
la cual está vitalmente unido, la ama tanto que en su interés ejerce su
infinito poder haciendo que todo el universo con todo lo que está en él
coopere, sea voluntaria o involuntariamente".
Podemos ver que nuestra unión con
Cristo garantiza que el poder soberano de Dios sea ejercido a nuestro favor.
Por supuesto, no significa que, debido a nuestra unión con Cristo, no debemos
esperar ninguna adversidad. Las Escrituras enseñan con claridad exactamente lo
contrario. Lo que significa, es que esas adversidades están siendo controladas
por Dios y usadas por El, sólo en la forma en que su sabiduría y amor lo
dictan.
Esta idea de la soberanía de Dios
unida con su amor por el beneficio de su pueblo se expresa en otro símbolo, el
pastor y sus ovejas, en Isaías 40. En los versículos 10-11, el profeta dice:
He aquí que Jehová el Señor
vendrá con poder, y su brazo señoreará... Como pastor apacentará su rebaño; en
su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente
a las recién paridas.
La yuxtaposición, en este pasaje,
del poder soberano de Dios y su bondadoso cuidado por su rebaño, es
sorprendente. El brazo del Señor en la Escritura siempre es un símbolo de su gran
poder y fortaleza; y el título Pastor, cuando se le da a Dios, generalmente
indica su tierno cuidado y constante vigilancia.
En este pasaje, el dominio
absoluto de Dios y su tierno cuidado se unen para el beneficio de su pueblo. El
mismo brazo que es levantado con poder sobre todo el universo, es usado para
reunir sus ovejas y llevarlas junto a su corazón. Ningún símbolo es más apropiado
para mostrar el amor de Dios que el del fiel y tierno pastor acercando sus
corderos a su corazón.
Y ES ASÍ COMO NOSOTROS TAMBIÉN SOMOS
LLEVADOS EN BRAZOS DEL PODER SOBERANO.
Alexander Carson dijo: "La
soberanía de Dios siempre se manifiesta a su pueblo en sabiduría y amor. Esa es
la diferencia entre la soberanía de Dios y la soberanía del hombre.
Tememos a la del hombre, porque
no tenemos seguridad de que sea ejercida con misericordia o incluso con
justicia. Nos regocijamos en la soberanía de Dios, porque estamos seguros de
que siempre es ejercida para el bien de su pueblo". Esta es la diferencia entre
la soberanía de Dios y la del hombre.
El profesor Berkouwer dijo:
"La providencia de Dios no es sólo cuestión de invencibilidad y poder
divinos, sino de invencibilidad y poder de su amor". El también dijo:
"Este es el consuelo, que
permanecemos a disposición de un Padre celestial misericordioso a quien con
confianza nos podemos entregar... El hace un pacto eterno de gracia con nosotros
y nos adopta como sus hijos y herederos. Por lo tanto, nos proveerá todas las
cosas buenas, y alejará todo mal o lo tornará para nuestro bien".
El salmista dijo: "En mi
corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti" (Sal. 119:11).
Murmurar contra Dios y cuestionar su bondad es de hecho pecado. Deberíamos trabajar
tan diligentemente en confiar en el amor de Dios como lo hacemos en obedecer
sus mandatos. Si vamos a confiar en su amor, debemos guardar en nuestros
corazones las grandes verdades que hemos visto en este capítulo como son: El
amor de Dios en el Calvario, nuestra unión con Cristo y la soberanía del amor
de Dios ejercida en nuestro beneficio.
El amor de Dios es una verdad
objetiva que no se puede contradecir, pero es una realidad que debemos guardar
en nuestras mentes y corazones. Luego tenemos que usarla en medio de la
adversidad para controlar nuestras dudas, combatir las acusaciones de Satanás y
glorificar a Dios confiando en El.
10ª PARTE
EXPERIMENTANDO EL AMOR DE DIOS
Por Lo Cual Estoy Seguro De Que Ni La Muerte,
Ni La Vida, Ni Ángeles, Ni Principados, Ni Potestades, Ni Lo Presente, Ni Lo
Por Venir, Ni Lo Alto, Ni Lo Profundo, Ni Ninguna Otra Cosa Creada Nos Podrá
Separar Del Amor De Dios, Que Es En Cristo Jesús Señor Nuestro. Romanos 8:
38-39
En el capítulo anterior decíamos
que el amor de Dios es soberano; que su poderoso brazo es también un brazo
tierno. Pero parece que con mucha frecuencia no vemos o sentimos su amor
supremo ejercido en nuestro beneficio. De pronto, nos encontramos envueltos en
toda clase de calamidades, y nos consideramos como las víctimas del “destino
cruel de la naturaleza”, de las injusticias de otras personas, y de
adversidades que ocurren sin ninguna causa racional.
Es en momentos así que debemos
tomar en fe nuestra actitud de seguridad en el amor de Dios que nos enseñan las
Escrituras. No podemos evadir uno de los principios básicos de la vida
cristiana. “por fe andamos, no por vista" (2 Corintios 5:7). Ciertamente,
nuestra fe con frecuencia titubea y, así como por momentos cuestionamos la
sabiduría de Dios, momentáneamente lo hacemos con su bondad y amor. Seremos
como David cuando dijo:
"Decía yo en mi premura:
Cortado soy de delante de tus ojos". (Sal. 31:22). Con frecuencia esa es
nuestra primera reacción cuando llega la adversidad, nos sentimos cortados de
la presencia del Señor, de su amor y de su tierno cuidado.
Pero también debemos aprender a
decir con David: "pero tú oíste la voz de mis ruegos cuando a ti
clamaba" (Sal. 31:22). Dios no puede abandonarnos porque somos sus hijos,
en unión bendita con su Hijo. No podemos ser cortados de su vista. Pero podemos
serlo de la seguridad de su amor cuando permitimos que la duda y la
incredulidad encuentren fundamento en nuestros corazones.
Isaías habla del pueblo de Dios
(llamado Sion) cuestionando el amor de Dios: "Pero Sion dijo: Me dejó
Jehová, y el Señor se olvidó de mí" (Isaías 49:14). Sin embargo la
respuesta de Dios a las dudas de su pueblo es enérgica "¿Se olvidará la
mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre?
Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti" (v 15).
Para ilustrar su amor por
nosotros, Dios usa la unión más estrecha posible, el bebé lactando del pecho de
su madre. Pero ni la ilustración más fuerte del amor humano es suficiente para
demostrar el amor de Dios por sus hijos, puesto que desafortunadamente es posible
que una madre descuide a su bebé. Las madres son pecadoras, y a veces sus intereses
egoístas están por encima de su amor natural.
El más grande amor humano puede fallar,
pero el amor de Dios no. Edward J. Young dice acerca de este pasaje: "Dios
no sólo no olvidará, sino que no puede olvidar. Esta es una de las más fuertes,
si no la más sólida, expresión del amor de Dios en el Antiguo Testamento".
Luego, Young cita a otro hombre de Dios: "En una palabra, aquí el profeta
nos describe el inconcebible cuidado con el que Dios protege incesantemente
nuestra salvación, que podemos estar completamente convencidos de que nunca nos
abandonará, aunque podemos ser afligidos por grandes y numerosas
calamidades".
En Lamentaciones 3, el autor del
libro, tradicionalmente atribuido a Jeremías, personifica la nación de Judá
después de ser destruida por el ejército de Babilonia. Si alguien pudo haberse
sentido separado de la presencia de Dios fue esta nación, justamente por su
maldad e idolatría.
Pero el autor no sólo personifica
a la nación, pues da la impresión de que él personalmente siente la separación
de Dios. No se sabe si sólo está empleando un instrumento literario o
permitiendo que sus sentimientos afloren. Cualquiera que en alguna oportunidad
se haya sentido cortado de la presencia de Dios, y olvidado por El, puede meditar
con gran sentimiento la miseria que él describe en Lamentaciones 3:1-20. La sección
termina con esta afirmación:
Acuérdate de mi aflicción y de mi
abatimiento, del ajenjo y de la hiel; lo tendré aún en memoria, porque mi alma
está abatida dentro de mí (Lamentaciones3:19-20).
El escritor ha llegado al fondo
del barril, emocional y espiritualmente. Pero luego el ánimo cambia por
completo, y en el versículo 21 dice: "Esto recapacitaré en mi corazón, por
lo tanto esperaré". Luego sigue uno de los pasajes más grandes de toda la
Biblia, que ha traído esperanza y aliento a innumerables creyentes a través de
los siglos:
Por la misericordia de Jehová no
hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son
cada mañana; grande es tu fidelidad (Lamentaciones 3:22-23).
¿Cuál fue la causa de este cambio
tan drástico en el corazón del escritor? Se volvió de las circunstancias del
momento al Señor. No estaba separado de Dios. N i siquiera la nación, en la
profundidad de su pecado fue separada del amor de Dios, quien la disciplinó con
severidad, pero no dejó de amarla. Nosotros también, si hablamos de la gran fidelidad
de Dios, debemos dirigir nos de nuestras circunstancias al Señor, ver los
acontecimientos a través de su amor, y no como estamos acostumbrados a hacerlo,
viendo su amor, a través de ellos.
¿Cómo se volvió el escritor al
Señor? Reflexionando sobre el amor, la compasión y fidelidad de Dios. Eso es lo
que nosotros también debemos hacer, y es la razón por la cual tenemos que
guardar en nuestros corazones algunos de estos grandes pasajes sobre su amor, y
tenerlos listos para emplearlos cuando la adversidad nos golpee, o la
desconfianza y tentaciones de incredulidad surjan en nuestro corazón.
EL AMOR DE DIOS EN LA DISCIPLINA
La seguridad de la Biblia en
cuanto a la soberanía y constancia del amor de Dios no implica que no debamos
esperar la adversidad. Por el contrario, el autor de Hebreos nos asegura que la
disciplina, en forma de adversidad, es una prueba de su amor. "Hijo mío, no
menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por
él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por
hijo" (He. 12:5-6).
Equivocadamente buscamos señales
del amor de Dios en la felicidad, pero más bien deberíamos buscarlas en su obra
fiel y constante para conformarnos a Cristo. Como Philip Hughes ha observado:
"La disciplina es el distintivo, no de un padre severo y sin corazón, sino
de un padre que está profunda y amorosamente intranquilo por el bienestar de
sus hijos".
El autor de Hebreos acepta que la
disciplina divina es dolorosa, y de hecho su propósito es serlo; pues no lo cumpliría
si no lo fuera. Pero Dios en su infinita sabiduría y perfecto amor nunca nos
disciplinará en exceso, y jamás permitirá ninguna adversidad en nuestras vidas
que no sea, finalmente para nuestro bien. Podemos tener la certeza de que no sufrimos
innecesariamente. Como Lamentaciones 3:33 declara: "Porque no aflige ni
entristece voluntariamente a los hijos de los hombres".
Dios nos disciplina con renuencia
aunque lo hace fielmente. No se complace en nuestras adversidades, pero no
desaprovecha lo que necesitamos para crecer más y más a imagen de su Hijo.
Nuestra condición espiritual pecaminosa hace que la corrección sea necesaria.
No estamos diciendo que cada
adversidad que ocurra en nuestras vidas esté relacionada con algún pecado
específico que hayamos cometido. El aspecto con el que Dios trata en nuestras
vidas no es tanto, lo que hacemos, sino lo que somos. Todos tendemos a menospreciar
el carácter pecaminoso que hay en nuestros corazones.
No vemos hasta dónde llegan el
orgullo, la autoconfianza, las ambiciones egoístas, la terquedad, la auto
justificación, falta de amor y desconfianza en Dios, que El sí ve. Pero la
adversidad hace salir a la superficie estas disposiciones pecaminosas, tal como
el fuego refinador saca las impurezas del oro fundido.
No siempre podemos discernir qué
provecho espiritual específico trae a nuestras vidas una adversidad en
particular. Con frecuencia, observamos a Dios tratando alguna necesidad obvia
pero es posible que no veamos todo lo que está haciendo en nosotros. Sin embargo,
El obra a través de nuestras dificultades, haciendo en nosotros lo que le
agrada (He. 13:21).
Me referí brevemente a Romanos
8:28 en un capítulo anterior, y señalé que el "bien" del que habla
Pablo se define en el versículo 29 como ser conformado a la imagen del Hijo de Dios.
Pero ahora analicemos detalladamente el versículo 28, que dice: "Y sabemos
que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien". Muchas de
las "cosas" que Pablo tiene en mente, son malas en sí mismas.
No hay nada esencialmente bueno
en defectos de nacimiento, calamidades naturales y muchas de las adversidades
que podemos encontrar. Y cuando alguien hace algo malo contra nosotros,
ciertamente no hay bien inherente en ello.
Pero en la infinita sabiduría y
amor de Dios, El toma todos los eventos de nuestras vidas, tanto buenos como
malos, y los combina para que trabajen en últimas para nuestro bien, el bien
que El se ha propuesto.
Mientras crecía en Texas,
disfrutaba las galletas de leche y mantequilla que mi madre preparaba de la
"raspa" para el desayuno cada mañana. Pero no había un solo
ingrediente que hubiera saboreado por sí solo. Es más, después de ser mezclados
no me hubiera interesado por la masa. Únicamente después de ser mezclados en la
proporción correcta por las hábiles manos de mi madre, y puestas en el horno
estaban listas para disfrutarlas en el desayuno.
Las "cosas" de Romanos
8:28, son como los ingredientes de la masa de las galletas. Solos no son
apetitosos, los evitamos, y por supuesto nos retiramos del calor del horno.
Pero cuando Dios, en su infinita sabiduría, los ha mezclado y cocinado
apropiadamente en el horno de la adversidad, un día diremos: Es bueno.
Ya que analizamos la disciplina a
través de la adversidad, debemos ser cuidadosos en no igualar cierta cantidad
de ella con un grado de pecado en nuestra vida o la de otra persona.
Algunas de las personas más
conformadas a Cristo que he conocido parecen experimentar la peor adversidad.
Podemos mirar a Job para observar esta realidad en la Biblia. Dios mismo dijo
de él: "no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso
de Dios y apartado del mal" (Job 1:8). Sin embargo, no conozco a nadie,
excepto al Señor Jesucristo, que alguna vez haya vivido toda la calamidad que
Job sufrió.
Uno de mis amigos ha descrito el
tema del libro de Job como, "Dios haciendo a un hombre bueno, mejor".
Así pues, si usted cree que experimenta más de su "justo compartir" de
la adversidad, no permita que una aparente relación entre el sufrimiento y el
pecado lo desanime. Dios puede tener en mente algo más que la disciplina
correctiva. Por ejemplo, parece haber poca duda cuando los hermanos de José
necesitaban mucha más disciplina correctiva que él, y sin embargo, ninguno de
ellos sufrió tanto como él.
LA MISERICORDIA DEL AMOR DE DIOS
Una expresión que se emplea muy a
menudo en los Salmos, es el inagotable amor de Dios. Por ejemplo, el Salmo
32:10 dice: "Mas al que espera en Jehová, lo rodea la misericordia".
Piense en lo que eso significa. El amor (le Dios no puede fallar. Es permanente,
inmutable y fijo.
En todas las adversidades por las
que pasemos, el amor de Dios es inagotable. Como nos dice la Escritura en
Isaías 54:10: "Porque los montes se moverán, y los collados temblarán, pero
no se apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz se quebrantará,
dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti". Puesto que su amor no puede
Billar, El sólo permitirá en nuestras vidas el dolor y la angustia que al final
sea para nuestro bien.
Incluso la aflicción que Dios
traiga a nuestras vidas res menguada por su compasión, pues,..."Antes si
aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias" (Lm. 3:32).
Aquí la promesa es que Dios mostrará compasión. No basta con decir que es compasivo,
sino que mostrará compasión. Es decir, inclusive el fuego de la aflicción será mitigado
por su bondad, la cual nace de su amor inagotable. Nuestras aflicciones siempre
están acompañadas por la misericordia y el consuelo de Dios.
Pablo experimentó la compasión de
Dios en medio de su dolor. Para evitar el orgullo en su vida, Dios le dio un
aguijón en la carne. No sabemos cuál era el aguijón, pero sí sabemos que era
una gran aflicción, ya que en tres oportunidades pidió al Señor que se lo
quitara, pero El le dijo no, y por el contrario, le contestó: “Bástate mi
gracia” (2 Corintios 12:9). El Señor trajo dolor a la vida de Pablo para su
bien, pero también mostró compasión dándole gracia, en este caso, fortaleza
divina, para soportar el dolor, y no dejo que Pablo sufriera solo el aguijón en
la carne.
En su compasión, proveyó los
recursos divinos para pasar las pruebas, por lo cual, Pablo se regocijo al
final en su aflicción, porque por medio de ella experimento el poder
sobrecogedor de Dios.
Pablo recibió gracia cuando la necesito,
pues Dios no nos da toda la fortaleza divina que nos hace falta para la vida
cristiana el día que confiamos en Cristo. Mas bien, en las Escrituras David
habla de la bondad de Dios, la cual está reservada sólo para los que le temen
(Sal. 31:19). Así como debemos reservar (el significado de "guardar"
en el Salmo 119:11) la Palabra de Dios en nuestros corazones para un momento de
tentación, de igual forma el Señor reserva bondad o gracia para nuestras
situaciones de adversidad. No la recibimos antes de necesitarla, pero nunca la
recibimos demasiado tarde.
Pienso en un médico cuyo hijo
nació con un defecto incurable, que lo dejó cojo de por vida. Le pregunté al
padre cómo se sentía cuando él, que había dedicado su vida a tratar las enfermedades
de otras personas, se veía impotente ante la condición incurable de su hijo. Me
respondió que su mayor conflicto era la tendencia a reducir los próximos veinte
años de la vida de su hijo a ese primer momento cuando supo de su condición.
Visto de esta forma, la adversidad era abrumadora. Dios no da veinte años de
gracia hoy; por el contrario, la da día a día. Como dice el himno: "Día en
día, Cristo está conmigo, me consuela en medio del dolor pues confiando en su
poder eterno, no me afano ni me da temor".
LA PRESENCIA DE DIOS CON NOSOTROS
El amor de Dios es inagotable, su
gracia siempre es suficiente. Pero todavía hay más buenas nuevas. El está con
nosotros en nuestra adversidad, y no envía simplemente la gracia del cielo para
que podamos soportar las pruebas, sino que El mismo viene a darnos auxilio, y
nos dice: "No temas... yo soy tu socorro" (Isaías 41:14).
En Isaías 43:2, Dios dice:
"Cuando pases por las aguas yo estaré contigo; y si por los ríos, no te
anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en
ti". Dios
promete específicamente estar con
nosotros en nuestras penas y angustias. El no nos protegerá de las aguas del
dolor y los fuegos de la adversidad, sino que los atravesará con nosotros.
Aun cuando las aguas y los fuegos
sean los que Dios ha traído a nuestras vidas, El las cruza con nosotros. La
mayoría de las promesas de su gracia de estar con nosotros, fueron dadas
primero a la nación de Judá en tiempos de decadencia espiritual. El, por medio
de sus profetas estuvo advirtiendo constantemente al pueblo del juicio venidero
y aún en medio de estas advertencias, encontramos las increíbles promesas de
estar con ellos. Dios juzgó la nación, pero nunca la abandonó, pues incluso en
sus juicios, El permanecía con ella. Como dijo el profeta Isaías: "En toda
angustia de ellos, él fue angustiado" (Isaías 63:9).
Por lo tanto, sin importar la
naturaleza o causa de nuestras adversidades, Dios nos acompaña a través de
ellas, y dice:..."yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre
te sustentaré con la diestra de mi justicia" (Isaías 41:10). Es frecuente
que en medio de nuestras dificultades experimentemos la más bella manifestación
de su amor.
Como dijo Pablo en 2 Corintios
1:5: "Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de
Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación".
Cristo se identifica con nosotros
en nuestras angustias. Cuando confrontó a Saulo en el camino a Damasco, le
dijo:..."Saulo, Saulo ¿por qué me persigues"? Y a su pregunta: "¿Quién
eres, Señor?" respondió: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues"
(Hechos 9:4-5).
Puesto que su pueblo estaba en
unión con El, perseguirlo era perseguirlo a El. Esta verdad no es diferente
hoy; usted está en unión con Cristo, tan cierto como que lo estaban los discípulos
del libro de Hechos. Y puesto que usted está identificado con Cristo, El
comparte sus adversidades.
En cualquier forma que veamos
nuestras adversidades, observamos que la gracia de Dios es suficiente y su amor
apropiado. Nada puede separarnos de él. Pablo dijo: "Ni lo alto, ni lo
profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que
es en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 8:39).
El amor inagotable de Dios por
nosotros es un hecho concreto afirmado una y otra vez en las Escrituras. Es
cierto, creámoslo o no. Nuestras dudas no destruyen su amor ni nuestra fe lo
crea. Este se origina en la naturaleza de El, quien es amor, y fluye en
nosotros por nuestra unión con su Hijo amado.
Pero la experiencia de ese amor y
el alivio que nos da depende de si creemos la verdad del amor de Dios como se
nos revela en las Escrituras. Las dudas acerca de su amor, que permitimos se
queden en nuestro corazón, seguramente nos privarán del alivio de experimentar
la tranquilidad de su amor. El comentarista escocés del siglo XIX John Brown,
tiene un aporte útil sobre esta verdad. El dijo:
La única forma como "los
sufrimientos del tiempo presente" pueden interponerse entre el cristiano,
el amor de Dios y Cristo, es cuando cede ante una tentación o se sumerge bajo
ellos en incredulidad. Luego viene una nube entre él y la luz del semblante de
su Padre. Pero la nube no es la aflicción, sino el pecado; y es un acuerdo
misericordioso que sea así. El deseo de comodidad le dice que algo está mal.
Es cierto que dependemos del
Espíritu Santo para que nos capacite para confiar en el amor de Dios, debemos
hacerlo para que nos ayude a obedecer sus mandatos. Pero así como somos
responsables de obedecer sabiendo que El está obrando en nosotros, también lo
somos de confiar en El con la misma actitud de dependencia y confianza. Muchas
veces, en nuestra desesperación, podemos obrar como lo hizo un hombre ante
Jesús cuando clamó y dijo: "Creo; ayuda mi incredulidad" (Marcos
9:24).
EN MOMENTOS DE AFLICCIÓN LUCHAREMOS
CON DUDAS ACERCA DEL AMOR DE DIOS.
Si nunca tuviéramos que hacerlo,
nuestra fe no crecería. Pero debemos comprometernos a luchar contra ellas; no
podemos permitirles que nos abrumen. Durante épocas aparentemente intolerables,
podemos sentirnos como David, quien en un momento de gran desesperación dijo:
¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me
olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí? (Sal. 13:1).
David tenía sus dudas y luchó con
ellas. En efecto, en el siguiente versículo continúa su enfrentamiento e mando
pregunta: "¿Hasta cuándo pondré consejos en mi alma?' El sintió que Dios,
al menos por un tiempo, lo había abandonado. Pero, por el poder capacitador de Dios,
ganó su lucha, venció sus dudas Y luego pudo decir:
Mas yo en tu misericordia he
confiado; mi corazón se alegrará en tu salvación. Cantaré a Jehová, porque me
ha hecho bien (Sal. 13:5-6).
USTED Y YO, COMO DAVID, DEBEMOS LUCHAR
CON NUESTROS PENSAMIENTOS.
Con la ayuda de Dios nosotros
también llegaremos al punto, aun en medio de las adversidades, en que podremos
decir: "Confío en tu inagotable amor".
11ª PARTE
CONFIAR EN DIOS POR QUIEN USTED EXISTE
Porque Tú Formaste Mis Entrañas; Tú Me Hiciste
En El Vientre De Mi Madre. Mi Embrión Vieron Tus Ojos, Y En Tu Libro Estaban
Escritas Todas Aquellas Cosas Que Fueron Luego Formadas, Sin Faltar Una De
Ellas. Salmo 139:13,16
Todavía puedo recordar cuando
trataba de jugar béisbol en la escuela primaria. No podía ni batear ni agarrar
bien, porque no sabía precisar dónde estaba la bola o calcular qué tan rápido
venía. Hasta después de muchos años, supe que mi incapacidad para jugar béisbol
se debía a mi visión monocular, es decir, a la habilidad de centrar sólo un ojo
a la vez. La profunda percepción, que es lo normal en la mayoría de las
personas, se basa en la visión binocular, que es la habilidad de centrar los
dos ojos para producir un efecto estereoscópico tridimensional.
He tenido este problema toda mi
vida, o por lo menos, desde la infancia. Aún hoy, siento recelo cada vez que
voy a renovar la licencia de conducción, y me pregunto si el evaluador no la
renovará porque no puedo pasar la parte de percepción profunda del examen de
ojos.
No puedo jugar tenis, y no me
atrevería a pisar una cancha de raquetball por temor a ser golpeado en la cara
con la bola.
Pero cuando era joven no entendía
por qué no podía jugar béisbol con los otros chicos, y sólo sabía que
experimentaba pena y rechazo por no ser como ellos. Por supuesto, gran número
de personas sufren defectos físicos o mentales mucho peores que el mío; pero
sean mayores o menores, con frecuencia estos impedimentos causan aflicción y,
más adelante, dificultad de auto aceptación como adulto. Cuando nos
convertimos, podemos empezar a trabajar con Dios para superar los obstáculos y
limitaciones que tenemos.
Otras personas que no tienen
incapacidades luchan con problemas de apariencia física, sus orejas son muy
grandes, su nariz muy larga, o su cuerpo en alguna forma, no tiene las proporciones
normales. Incluso otras tienen dificultades con su temperamento o rasgos emocionales.
Algunos luchan con los irremediables factores medioambientales y hereditarios
sobre los cuales no tienen dominio.
CUALQUIERA QUE SEA LA DIFICULTAD,
MUCHAS PERSONAS LUCHAN PARA ACEPTARSE TAL COMO SON.
Para ellas, la vida es una
permanente adversidad, no por las situaciones externas, sino por lo que son. Su
mayor necesidad al confiar en Dios puede ser "confiar en Dios por quien
soy".
Para aquellos que tengan esta
necesidad, el Salmo 139:13-16 tiene algunas cosas muy importantes y útiles.
DIOS ME HIZO COMO SOY
El Salmo 139:13-16 nos enseña que
somos lo que somos, porque Dios mismo nos creó así, -no por un proceso
impersonal biológico. Observe en el versículo 13 que David le dice a Dios:
"Tú me hiciste en el vientre de mi madre". Muestra a Dios como un
maestro tejedor trabajando en el vientre de nuestra madre, creándonos tan
directamente como creó a Adán del polvo de la tierra.
Obviamente, David estaba
consciente del proceso biológico que Dios empleó para traerlo a este mundo, y
no lo rechazaba. Por el contrario, nos enseña que Dios controla ese proceso biológico
de tal forma, que está directamente involucrado en formar a cada uno de
nosotros como la persona que quiere que seamos.
La primera parte del versículo 13
dice: "Porque tú formaste mis entrañas". La palabra hebrea
"entrañas" significa literalmente los riñones, una palabra usada por
los judíos para simbolizar el lugar de las ansias y los deseos. La Biblia de
Estudio de la Nueva Versión Internacional dice que la palabra se empleaba en
hebreo para indicar el "centro de las emociones y la sensibilidad
moral".
Entonces, David, está diciendo
esencialmente: "Tú creaste mi personalidad". Dios no sólo formó el
cuerpo de David, sino que también definió su personalidad. El fue quien fue,
porque Dios lo creó de esta forma física, mental y emocional. Y así como estuvo
directamente involucrado en la creación de David, también lo estuvo en la
creación de usted y de mí. El reverendo James Hufstetler lo expresó muy bien
cuando dijo:
Usted es el resultado de la
atenta, cuidadosa, solícita, íntima, detallada y creativa obra de Dios. Su
personalidad, sexo, estatura y rasgos, son lo que son porque Dios los hizo
precisamente en esa forma. El lo hizo así porque así es que quiere que usted
sea. Si Dios hubiera querido que usted fuera básica y creativamente diferente
lo hubiera hecho distinto.
Sus genes, cromosomas y
características de criatura, incluso la forma de su nariz y sus orejas, son así
por el diseño de Dios.
El Salmo 139:13 no es el único
pasaje en la Biblia que habla de la creación directa de Dios en cada uno de
nosotros. Job dijo: "Tus manos me hicieron y me formaron.
Acuérdate que como a barro me
diste forma... ¿No me... Me vestiste de piel y carne y me tejiste con huesos y
nervios?" (Job 10:8-11). El escritor del Salmo 119 dijo: "Tus manos
me hicieron y me formaron" (v 73). Y Dios le dijo a Jeremías: "Antes
que te formase en el vientre te conocí" (Jeremías 1:5).
La aplicación de esta verdad
debería ser clara para nosotros. Si tengo dificultad en aceptarme como Dios me
hizo, entonces, tengo una controversia con El. Naturalmente, usted y yo
necesitamos cambiar en la medida que nuestra naturaleza pecaminosa ha distorsionado
lo que Dios ha hecho. Por lo tanto, no digo que tengamos que aceptarnos como
somos, sino como Dios nos hizo física, mental y emocionalmente.
David, en lugar de atormentarse
por la forma en que Dios lo hizo, dijo: "Te alabaré; porque formidables,
maravillosas son tus obras" (Salmos 139:14). David era un hombre: "hermoso
de ojos y de buen parecer". (1 Samuel 16:12). Entonces, podríamos decir:
"Está bien para David alabar a Dios porque era bien parecido, atlético,
diestro para la guerra, y un talentoso músico. Pero míreme a mí, soy muy común
física y mentalmente".
DE HECHO, ALGUNAS PERSONAS PIENSAN QUE NI SIQUIERA SE
PUEDEN CONSIDERAR COMO COMUNES.
Comprendo a quienes se sienten
así. Además de mi incapacidad para oír y ver, nunca he estado muy animado
acerca de mi apariencia física. Pero Dios no le dio a su propio Hijo rasgos
atractivos en su cuerpo humano. Isaías dijo de Jesús:..."no hay parecer en
él, ni hermosura; le veremos mas sin atractivo para que le deseemos"
(Isaías 53:2). El retrato del barbudo y apuesto Jesús que con frecuencia vemos
no tiene respaldo en la Escritura; Jesús, en el mejor de los casos,
evidentemente no fue descrito en su apariencia física, y eso nunca le molestó,
ni interfirió en ninguna forma para hacer la voluntad de su Padre.
David alababa a Dios, no porque
era apuesto, sino porque El lo hizo. Necesitamos hacer énfasis en ese
pensamiento. El Dios eterno que es infinito en su sabiduría y perfecto en su amor,
personalmente nos hizo a usted y a mí. Le dio el cuerpo, las habilidades
mentales y la personalidad básica que tiene porque así es como quería que usted
fuera. Y quería que sucediera exactamente así, porque lo ama y desea
glorificarse por medio de usted.
Este es el fundamento del
creyente para aceptarse a sí mismo. Usted y yo somos quienes somos porque Dios
soberana y directamente nos creó así. La auto aceptación es, esencialmente,
confiar en Dios por lo que soy, con las incapacidades, deficiencias físicas y demás.
Debemos aprender a pensar como George McDonald, quien dijo: "Prefiero ser lo
que Dios quiso hacerme, que la criatura más gloriosa que pueda imaginar; porque
por haber sido pensado, nacido en el pensamiento de Dios y luego hecho por El,
soy lo más hermoso, sobresaliente y valioso en todo el pensamiento".
Si tenemos impedimentos, defectos
físicos o incapacidades mentales, es porque Dios en su sabiduría y amor nos
creó de esa forma. Tal vez no comprendamos por qué Dios escogió hacerlo así,
pero allí es donde nuestra confianza en El debe empezar. En un capítulo anterior,
observamos que Dios se atribuye la responsabilidad por los defectos físicos. Le
dijo a Moisés: "¿Quién dio la boca al hombre? ¿Quién hizo al mudo y al
sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová?" (Ex. 4:11).
En realidad esta verdad es
difícil de aceptar, especialmente si usted o algún ser querido tienen tal
inconveniente. Pero Jesús también reafirmó la mano de Dios en los impedimentos.
Cuando los discípulos le preguntaron por qué cierto hombre había nacido ciego,
El contestó: "para que las obras de Dios se manifiesten en él" (Juan
9:3). Piense en lo que Jesús dijo. Un hombre nació ciego y vivió así hasta ser
adulto, para que la obra -1-,
Dios se pudiera manifestar en su
vida. Eso parece injusto, ¿no es así? ¿Por qué ese hombre tenía que sufrir de
ceguera durante todos esos años, sólo para estar disponible y proclamar la obra
de Dios en un día determinado?¿La gloria de Dios merece que un hombre nazca ciego?
Cuando se formulan estas
preguntas acerca de un personaje de la Biblia que vivió hace 2.000 años parecen
torpes e irreverentes. Seguramente, todos estaríamos de acuerdo en que la
gloria de Dios es tan importante que amerita que un hombre nazca ciego.
Pero, ¿y qué de nuestras
inhabilidades o impedimentos físicos?¿La gloria de Dios también es merecedora de
éstos? ¿Estamos dispuestos a entregarle a Dios nuestras limitaciones físicas,
nuestras dificultades de aprendizaje e incluso las de apariencia?, y decir:
"Padre, tú eres digno de esta enfermedad en mi vida. Creo que me creaste
así porque me amas y quieres glorificarte a través de mí. Confiaré en ti por lo
que soy".
Este es el camino a la auto
aceptación, aprender a confiar en Dios por lo que soy. Sin embargo, al hacer
esto, permanentemente debemos creer que el Dios que nos creó como somos, es el
Dios que es suficientemente sabio para saber lo que es mejor para nosotros, y nos
ama tanto como para hacer que sus planes se cumplan. En realidad, algunas veces
lucharemos con nosotros mismos.
A diferencia de incidentes
específicos de adversidad, nuestros impedimentos y debilidades siempre están
con nosotros. Entonces, tenemos que aprender a confiar en Dios en esta área
continuamente, y por lo tanto, a decir como David:
"Porque tú formaste mis
entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre".
James Hufstetler de nuevo nos es
útil cuando dice: "En realidad usted nunca disfrutará de otras personas,
no tendrá emociones estables, nunca llevará una vida de alegría santa, jamás vencerá
los celos y amará a otros como es su deber, hasta que le agradezca a Dios por haberlo
hecho como es".
Así como agradecemos a Dios por
lo que somos, también debemos agradecerle por las habilidades y características
positivas que tenemos. Todas éstas sean físicas, mentales, de personalidad,
talentos, etc., nos las concedió Dios. Las palabras de Pablo a los Corintios se
adaptan a todos nosotros: "Porque ¿quién te distingue? ¿O qué tienes que
no hayas recibido?". (1 Corintios 4:7). Todos recibimos de Dios cada
habilidad, entrenamiento, riquezas, posición, rango o influencia para usarla
para su gloria. Ya sea una habilidad o un impedimento, aprendamos a recibirlo
de Dios, dándole gracias y tratando de usarlo para su gloria.
CONFIAR EN DIOS POR LO QUE SOY
Dios nos creó en el vientre de
nuestra madre exactamente como El quería que fuéramos, cumpliendo así su plan
para nosotros. El no actúa por capricho o impulso sino de acuerdo con su
propósito eterno, y tuvo una razón para crearnos a cada uno como lo hizo. El
Salmo 139:16 se debe tomar junto con los versículos 13-15: "Y en tu libro
estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas".
Existen dos posibles significados
para este versículo. El primero es el período de vida de David, por ejemplo: el
número de días que viviría, fue divinamente ordenado por Dios, en realidad,
esta es una verdad anunciada en otras partes en la Escritura, pues él dijo en
el Salmo 31:15: "En tu mano están mis tiempos". Job dijo:
"Ciertamente sus días (del hombre) están determinados, y el número de sus
meses está cerca de ti; le pusiste límites, de los cuales no pasará" (Job
14:5).
Y Pablo dijo: "Y de una
sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, y les ha prefijado el orden de
los tiempos, y los límites de su habitación" (Hechos 17:26). Dios no sólo
nos creó como quería que fuéramos, sino que también determina soberanamente
cuánto tiempo viviremos. Esta es una verdad maravillosa. Igual que los de
David, nuestros tiempos están en sus manos. Como dice un himno: "Hasta que
El lo ordene, yo no puedo morir".
Pero es probable que David en
este pasaje tuviera en mente el otro significado. Es decir, que todas las
experiencias de su vida, día a día, fueron escritas en el libro de Dios aun
antes de que naciera. Esto no sólo se refiere al conocimiento previo de Dios de
lo que sucedería en nuestras vidas, sino a su plan para ellas. Este sentido
encaja mejor con la idea de los versículos 13-15. Dios nos oreó a cada uno
singularmente para cumplir el plan para el cual El nos destinó. Todas nuestras
incapacidades, y habilidades, encajan en este plan. ¿Lo creó con un impedimento
de habla incurable? Lo hizo así porque ese obstáculo particular encaja en la
vida que El ha planeado para usted. El propósito de Dios para su vida, y su
creación fueron consistentes. El lo equipó para cumplir su propósito para
usted.
Alguien dijo acertadamente, que
una de las más alentadoras verdades es que Dios tiene un plan especial para
cada uno de nosotros al enviarnos a este mundo. Este propósito abarca no sólo
la creación original de cada uno, sino también el ambiente familiar y social en
el que nacimos. Incluye también, todas las dificultades de la vida, todos los
acontecimientos aparentemente del azar o la casualidad, y todos los cambios
repentinos o inesperados de los sucesos, tanto "buenos" como
"malos" que ocurren en nuestras vidas.
Todas estas situaciones y
circunstancias, aunque nos parezcan fortuitas, fueron escritas en el libro de Dios
antes de que sucedieran.
Sin embargo, el plan de Dios
abarca más que simplemente los eventos o circunstancias que nos ocurren.
También comprende lo que El quiere que seamos y hagamos. Las Escrituras revelan
que Dios coloca a cada creyente en el Cuerpo de Cristo como El quiere.
El soberanamente determina
nuestras respectivas funciones en el Cuerpo y nos da los dones espirituales
correspondientes que nos ayudan a realizarlas (Romanos 12:4-6; 1 Corintios 12:7-11).
Además, nuestros dones espirituales generalmente son coherentes con las habilidades
físicas y mentales, lo mismo que con el temperamento con el cual Dios nos creó.
Dios no nos mira el día que
aceptamos a Cristo y dice: "Veamos, ¿qué dones espirituales le
daremos?" No, El ha planeado nuestros días incluso antes de que lleguen a
ser. El dijo a Jeremías: "Antes que te formase en el vientre te
conocí,...te di por profeta a las naciones" (Jeremías 1:5). Y Pablo habla
de su llamado apostólico de esta manera: "Pero cuando agradó a Dios, que
me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia" (Gálatas
1:15).
Los versículos 13 a 16 del Salmo
139 se deben tomar como una unidad. Dios creó nuestro ser y nos formó en el
vientre de nuestra madre para que pudiéramos estar equipados para cumplir el
plan que El estableció para nosotros aun antes de que naciéramos. ¿Quién es usted?
No es un accidente biológico. ¿Qué es usted? No es un accidente circunstancial;
Dios lo planeó.
Así como debemos confiar en Dios
por quienes somos, también debemos hacerlo por lo que somos, ya sea ingenieros,
misioneros, constructores o enfermeros. Si hay un área de la vida en la que se
aplica el dicho "la hierba siempre es más verde en el patio del
vecino", es en la del llamado vocacional y una posición en la vida.
Alguien ha estimado que casi el ochenta por ciento de la fuerza de trabajo está
inconforme con la labor que realiza. Para muchos de nosotros se debe al rechazo
a ser lo que Dios planeó que fuéramos.
Aunque yo estudié ingeniería en
la universidad, pronto abandoné esa carrera porque pensé que Dios quería que
fuera misionero en el extranjero, pero nunca lo permitió, y en lugar de eso, me
convertí en administrador de una organización misionera. Al principio, pensé en
la administración como un intervalo hacia el campo misionero, pero un día tuve que
enfrentar el Fecho de que Dios me había dado la capacidad y el temperamento
para ejercerla y que seguramente eso era lo que me había llamado a hacer. De
nuevo me sentí como i n administrador renuente a la administración, uno que
preferiría estar en el llamado "ministerio".
Pero me di cuenta de que tener
esos pensamientos, era rehusarme i aceptar el plan de Dios para mí, y tuve que
admitir que El me creó en cierta forma, para cumplir el plan que había
destinado antes de que yo naciera.
Dios me llamó para ser
administrador en las misiones en lugar de ser misionero. Muchas personas no son
ninguna de las dos cosas. Dios es el Dios de la sociedad y de la Iglesia, y El
determina el curso de nuestras vidas tanto en la una como en la otra. El señaló
los días para los plomeros tanto como para los pastores.
Estos pensamientos deberían dar
sentido a muchas de las vocaciones rutinarias, ya que ninguna de ellas debería
ser considerada como tal si Dios la ha señalado para nosotros. J. R. Miller lo
expresó así: "El asunto de lo pequeño o lo grande no cabe aquí. Haber sido
ideado y luego hecho por las manos de Dios para ocupar algún lugar, es
suficiente gloria para la vida más magnífica y destacada. Y el lugar más
destacado que una persona pueda alcanzar en la vida es aquel para el cual fue
diseñada".
Esto no es para negar que el
trabajo, junto con todos los otros aspectos de la creación, están bajo la maldición
del pecado. Las palabras de Dios a Adán: "Con el sudor de tu rostro
comerás el pan". (Génesis 3:19), se deben tomar en su sentido más amplio
para indicar la laboriosidad y frecuente ineficacia que acompaña cualquier
trabajo. Convertirnos no quita esa maldición de nuestros respectivos trabajos,
pero sí nos debería dar una perspectiva nueva de ellos. Debemos empezar a
verlos no como un mal necesario, a través del cual comemos el pan diario, sino
como el sitio en el cual Dios nos ha colocado para servirle a través de la
sociedad.
Pablo escribió a los esclavos de
la iglesia de Colosas: "Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como
para el Señor y no para los hombres" (Col. 3:23). Indudablemente a muchos de
esos esclavos creyentes les fueron asignadas tareas molestas y aburridoras.
Algunos, probablemente, tenían trabajos muy inferiores a sus habilidades o
entrenamiento, pero trabajaban con entusiasmo porque lo hacían para el Señor.
Estaban ejecutando las tareas que habían sido asignadas para ellos antes de que
nacieran.
El hecho de que Dios fijara
nuestros tiempos, también debería dar significado a todos los días, no sólo a
los especiales o impresionantes de nuestra existencia. Cada día es importante para
nosotros porque es ordenado por Dios. Si estamos aburridos con la vida, algo
está mal con nuestro concepto de Dios y su dominio en nuestra vida diaria.
Incluso el día más aburridor y tedioso es ordenado por Dios, y debemos usarlo
para glorificarle.
Ser conscientes de que Dios ha
programado nuestros días no nos debe llevar a una aceptación fatalista del
nivel de vida. Si tenemos oportunidad de mejorar nuestra situación en una forma
que honre al Señor, lo debemos hacer. Incluso a los esclavos Pablo les escribió:
Si puedes hacerte libre,
procúralo más" (1 Corintios 7:21). Pero justo antes de escribir esa
afirmación: "¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te dé cuidado". Debe
existir en nuestras vidas un balance entre los esfuerzos piadosos para mejorar
nuestra situación y la aceptación piadosa de aquellas situaciones que no
podemos cambiar.
Para la mayoría de nosotros, hay
muchos detalles aparentemente adversos en nuestras vidas, que no serán
cambiados a pesar de nuestros esfuerzos y oraciones, pues simplemente son parte
del plan de Dios para nosotros. En estas ocasiones, necesitamos tomar ánimo de las
palabras de Dios a los judíos cautivos en Babilonia, cuando dijo en Jeremías
29:11:
Porque yo sé los pensamientos que
tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para
daros el fin que esperáis.
Aunque estas palabras fueron
dadas por Dios a un grupo específico de personas, los cautivos, revelaban el
corazón de Dios para todos sus hijos. Así como planeó sólo lo bueno para los
cautivos, también planea sólo lo bueno para usted y para mí. El plan que Dios ordenó
para usted, y escribió en su libro aun antes de que naciera es agradable.
Es para beneficiarlo y no para
dañarlo. Fácilmente me doy cuenta de que hay muchos aspectos de su voluntad
para todos nosotros que parecen ser dañinos, y calculados para quitarnos la esperanza.
Pero aquí, de nuevo, somos llamados a caminar por fe, a confiar en Dios frente
a estas adversidades que no acabarán.
CONFIANDO EN LA GUÍA DE DIOS
Ser conscientes de que Dios ha
destinado nuestros días, nos lleva lógicamente a decir:
"¿Puedo confiar en Dios para
que me guíe en ese plan? ¿Qué sucederá si me equivoco y pierdo el camino? Al
responder esas preguntas, encuentro útil distinguir entre la guía de Dios y lo
que ha llegado a llamarse "encontrar la voluntad de Dios".
David dijo de Dios: "Junto a
aguas de reposo me pastoreará. Me guiará por sendas de justicia por amor de su
nombre" (Sal. 23:2-3, énfasis del autor). El cuadro es de un pastor guiando
a sus ovejas. La iniciativa es del pastor. El es quien señala los lugares de
agua de reposo y guía al rebaño como cree que es mejor. Como nuestro pastor,
Dios se ha comprometido a guiarnos en los caminos que El sabe que son los
mejores para nosotros.
Guía nuestras vidas
soberanamente, para que vivamos en las experiencias diarias todos los días
destinados para nosotros.
El tema de descubrir la voluntad
de Dios de una forma particular (o como algunos prefieren plantearla, tomando
decisiones sabias) es diferente, aunque tenga alguna relación, generalmente se
refiere a una encrucijada. Sobre este tema se ha escrito mucho y hay opiniones
variadas. Aquí no pretendemos entrar en esa discusión.
Lo que quiero es dirigir nuestra
atención hacia la iniciativa de Dios y su fidelidad al dirigirnos, para que
logremos realizar el plan que El ha ordenado para nosotros. Pensamos mucho en
nuestra responsabilidad para descubrir la voluntad de Dios en una eventualidad
o para tomar determinaciones acertadas en las circunstancias que se nos
presentan en la vida; pero el énfasis bíblico parece ser que Dios nos guía.
Considere el libro de los Hechos,
donde la única referencia a los discípulos tratando de conocer la voluntad de
Dios sucede en la escogencia de Matías para reemplazar a Judas.
Desde ese punto en adelante es un
relato de Dios guiando a su pueblo. En Hechos 16, por ejemplo, Pablo y sus
compañeros estaban avanzando en su viaje misionero en una sucesión normal. Sin
embargo, fueron detenidos dos veces por el Espíritu Santo, y luego, como consecuencia
de la visión de Pablo, dedujeron que Dios los estaba llamando a Macedonia.
Al ir avanzando, el Espíritu los
guiaba, deteniéndolos en dos lugares y llevándolos a otro.
El relato no nos cuenta cómo los
guiaba, simplemente dice que lo hacía. Dios tenía un propósito para Pablo y su
equipo que era más específico que el de la Gran Comisión de hacer discípulos de
todas las naciones. Las provincias de Asia y Bitinia a las que Dios evitó que
entraran estaban tan necesitadas como Macedonia. Pero el plan de Dios era que
Pablo llevara el evangelio a Macedonia y después a toda la península griega.
Dios no permitió que él buscara su voluntad. Por el contrario, a medida que
avanzaba, El tomaba la iniciativa de guiarlo.
Dios tiene un plan para cada uno
de nosotros. El nos ha concedido diferentes dones, habilidades y temperamentos,
y nos ha puesto a cada uno de nosotros en el Cuerpo de Cristo según su
voluntad. Ponernos en el Cuerpo, obviamente indica mucho más que dejarnos la
elección a nosotros. Significa ponernos efectivamente allí. Incluye todas las circunstancias
providenciales que se nos aplican para asegurar que encontremos nuestro lugar
correcto, y cumplir las funciones que nos ha dado para que realicemos.
Tenemos la responsabilidad de
tomar decisiones sabias o descubrir la voluntad de Dios, cualquiera que sea el
término que usemos. Pero el plan de Dios para nosotros no depende de nuestras
decisiones, pues éste es soberano, y como tal incluye tanto nuestras decisiones
necias como las sabias.
Para la mayoría de nosotros,
muchas de las decisiones cruciales son tomadas antes de que tengamos suficiente
sabiduría espiritual para que sean sabias. Cuando estudiaba en la universidad,
me entrevistaron y me ofrecieron un trabajo que se haría efectivo al terminar
el servicio militar. En esa época no sabía nada acerca de la voluntad de Dios o
de tomar decisiones espirituales sabias. Sin embargo, por alguna razón, no
acepté el trabajo. Mirando atrás, ahora puedo ver que Dios me estaba guiando,
manteniéndome disponible para su posterior llamado al ministerio de Los
Navegantes.
Los medios de Dios para guiarnos
son ilimitados. Al mirar a mis treinta y nueve años de vida cristiana, me
sorprendo de las abundantes y variadas formas por las cuales Dios me ha orientado.
Me inclino a decir con David: "¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus
pensamientos!
¡Cuán grande es la suma de
ellos!" (Sal. 139:17). Dios obra guiando todos los detalles de mi vida.
Como muchos cristianos, he
luchado con la elección correcta en algunas "encrucijadas" con las
que nos enfrentamos de vez en cuando. Si he tomado algunas decisiones incorrectas,
no sé, pero Dios en su soberanía me ha dirigido fielmente en sus caminos a través
de las correctas y las incorrectas. Estoy donde estoy hoy, no porque siempre
haya tomado determinaciones sabias o descubierto acertadamente la voluntad de
Dios en circunstancias particulares, sino porque El fielmente me ha dirigido y
guiado a lo largo del camino de su voluntad para mí.
La dirección de Dios casi siempre
va paso a paso; El no nos muestra el plan de nuestra vida de una vez. A veces
la ansiedad de saber la voluntad de Dios, viene del deseo de "mirar por
encima de su hombro" para ver cuál es su plan. Lo que necesitamos hacer es
aprender a confiar en que El nos guía.
Por supuesto, esto no significa
que pongamos la mente en blanco y esperemos que Dios nos dirija en una forma
misteriosa lejos del pensamiento asiduo y devoto de nuestra parte.
Significa, como lo ha dicho el
doctor James Packer que: "Dios nos hizo seres pensantes, y guía nuestras
mentes mientras decidimos las cosas en su presencia".
Creo que el doctor Packer lo ha
expresado muy bien: Dios guía nuestras mentes mientras pensamos. Pero la
realidad importante para este estudio es que Dios sí guía. El no juega con nosotros,
ni mira desde el cielo nuestras luchas para conocer su voluntad y dice:
"Espero que tomes la decisión correcta". Por el contrario, en su
tiempo y a su manera, nos guiará en el camino que tiene para nosotros.
Hace muchos años Fanny J. Crosby
escribió estas palabras, que son muy útiles en este tema de la confianza en
Dios para su guía:
Cristo es guía de mi vida, ya no
hay nada que temer; nunca puedo yo dudarle, pues me sabe defender; paz,
consuelo y vida eterna por la fe yo tengo en El, y con El ya nada temo porque
Cristo es guía fiel. Cristo es guía de mi vida, libre estoy de todo afán; en
las pruebas me da gracia, es de mi alma el vivo pan.
Si de sed estoy sufriendo, si mi
paso lento va, El prepara fuente viva que mi ser refrescará. Cristo es Guía de
mi vida, ¡Oh qué plenitud de amor! en su hogar celeste ofrece dar descanso el
Salvador. Cuando de este mundo parta, viviré con El, yo sé: "Jesucristo
fue mi guía", por los siglos cantaré"
Podemos confiar en la dirección
de Dios; El nos guiará en todo. Y cuando estemos ante su trono no estaremos
cantando acerca de tener éxito en descubrir su voluntad, sino que con Fanny
Crosby también cantaremos: "Jesucristo fue mi guía".
12ª PARTE
CRECIENDO A TRAVÉS DE LA ADVERSIDAD
Hermanos Míos, Tened Por Sumo Gozo Cuando Os
Halléis En Diversas Pruebas, Sabiendo Que La Prueba De Vuestra Fe Produce
Paciencia. Mas Tenga La Paciencia Su Obra Completa, Para Que Seáis Perfectos Y
Cabales, Sin Que Os Falte Cosa Alguna. Santiago 1:2-4
Uno de los muchos eventos que
fascinan de la naturaleza, es la salida de la oruga Cecropia de su capullo, hecho
que se hace realidad después de que ésta ha luchado mucho por salir. Muy a
menudo se escucha la historia de alguien que observaba a una oruga en este
esfuerzo y tratando de ayudarla, sin comprender lo necesario de esta lucha,
rompió la cubierta del capullo. Pronto, la oruga salió con sus alas debilitadas
y arrugadas.
Sin embargo, el observador notó
que las alas seguían débiles. La oruga, que en un momento las hubiera
desplegado para volar, ahora estaba condenada a arrastrar su corta vida en la frustración
de nunca ser la hermosa criatura que Dios había planeado.
Lo que la persona de la historia
no entendió es que la lucha por salir del capullo era una parte esencial del
desarrollo del sistema muscular del cuerpo de la oruga, y para empujar los
fluidos corporales hacia las alas ayudando a su expansión. Pero al tratar
equivocadamente de acortar la lucha de la oruga, el observador, en realidad, la
perjudicó, arruinando su existencia.
Las adversidades de la vida son
muy similares al capullo de la oruga Cecropia, las cuales Dios utiliza para
desarrollar el "sistema muscular" espiritual de nuestra existencia.
Como lo dice Santiago en nuestro texto para este capítulo "sabiendo que la
prueba de vuestra fe (a través de problemas de muchas clases) produce paciencia"
y la paciencia nos lleva a la madurez del carácter.
Podemos estar seguros de que un
hermoso carácter cristiano no se desarrollará en nuestras vidas sin la
adversidad. Pensemos en esas virtudes que Pablo denomina el fruto del Espíritu en
Gálatas 5:22-23. Las primeras cuatro virtudes que él enumera: Amor, gozo, paz y
paciencia, sólo pueden desarrollarse en medio de la adversidad.
Creemos que practicamos el
verdadero amor cristiano hasta que alguien nos ofende o nos trata injustamente,
y entonces, empezamos a sentir rabia y resentimiento. Podemos deducir que hemos
aprendido el auténtico gozo cristiano sólo cuando nuestras vidas se han hecho pedazos
por una inesperada calamidad o una dolorosa desilusión. Las adversidades desequilibran
nuestra paz y a menudo miden nuestra paciencia. Dios emplea estos conflictos
para revelarnos la necesidad de crecer, de forma que nos acerquemos a El para que
nos cambie más y más a semejanza de su Hijo.
Sin embargo, nos amedrentamos
ante la adversidad y, utilizando los términos del ejemplo de la oruga, queremos
que Dios rompa el capullo de la prueba, en el que con frecuencia nos encontramos,
y nos libere. Pero como Dios tiene más sabiduría y amor para la oruga que el que
tuvo el mismo observador, así tiene más sabiduría y amor para nosotros que
nosotros mismos. El no nos apartará de la adversidad hasta que no hayamos
sacado provecho de ella, y nos hayamos desarrollado de la forma en que El lo
deseaba, al permitir tales situaciones en nuestras vidas.
Tanto Pablo como Santiago hablan
de gloriarnos en las tribulaciones (Romanos 5:3-4, Santiago 1:2-4). Si somos
honestos, la mayoría de nosotros tiene dificultades con esa idea.
¿Soportar nuestros sufrimientos?
Quizá. Pero, ¿gloriarnos en ellos? Eso parece una expectativa irracional, pues
no somos masoquistas, no disfrutamos el dolor.
Pero tanto Pablo como Santiago
dicen que deberíamos regocijarnos en nuestras pruebas debido a sus beneficiosos
resultados. No es la adversidad en sí misma la que debe considerarse la razón
de nuestro gozo. Más bien, es la esperanza de los resultados, el desarrollo de
nuestro carácter, lo que nos debe producir gozo en la adversidad. Dios no nos pide
que nos regocijemos por haber perdido nuestro trabajo o porque un ser amado
sufra de cáncer o un hijo haya nacido con un defecto incurable. Pero sí nos
pide que nos regocijemos sabiendo que El tiene el control de tales situaciones,
y que trabaja a través de ellas para que alcancemos nuestro bien final.
Se pretende que la vida cristiana
sea de continuo crecimiento, y todos queremos progresar, pero a menudo nos
resistimos al proceso. Esto se debe a que tendemos a centrarnos en los eventos
mismos de la adversidad, en lugar de mirar con los ojos de la fe más allá de
los hechos, hacia aquello que Dios está haciendo en nuestras vidas. De Jesús se
dijo que "por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando
el oprobio" (He. 12:2).
La muerte de Cristo en la cruz
con su intensa agonía física, y extremado sufrimiento espiritual de soportar la
ira de Dios por nuestros pecados, fue la mayor calamidad que alguna vez haya
caído sobre ser humano. Pero Jesús pudo ver, más allá del sufrimiento, la alegría
que estaba ante El y, como dice el autor de Hebreos, debemos fijar nuestros
ojos en El y seguir su ejemplo, mirando más allá de nuestra adversidad para ver
lo que Dios hace en nuestras vidas, y regocijarnos en la seguridad de que El
hace su labor en nosotros para nuestro propio crecimiento.
DIOS OBRA A TRAVÉS DE LA ADVERSIDAD
Afortunadamente, Dios no nos
pregunta cómo o cuándo queremos crecer. El es el gran maestro que pone a prueba
a sus discípulos cómo y cuándo El lo considera mejor. El es, en palabras de
Jesús, el agricultor que poda las ramas de su viñedo. La vid saludable necesita
de abono y poda, y a través de la Palabra de Dios somos alimentados (Sal.
L2-3), pero por medio de la adversidad somos podados.
Los idiomas griego y hebreo
manifiestan disciplina y enseñanza con la misma palabra. Dios quiere que
crezcamos a través de las disciplinas de la adversidad y de la instrucción de
su Palabra. El salmista une adversidad y enseñanza en el proceso de
entrenamiento de Dios cuando dice: "Bienaventurado el hombre a quien tú, JAH,
corriges, Y en tu ley lo instruyes" (Sal. 94:12).
Dios obra en cada uno de sus
hijos, sin tener en cuenta lo conscientes que puedan estar de ello. Uno de los
pasajes más reconfortantes en la Biblia es Filipenses 1:6: "Estando persuadido
de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta
el día de Jesucristo". Dios obra en nosotros, y no fallará en completar lo
que ha comenzado.
"Haciendo él en vosotros lo
que es agradable delante de él". (He. 13:21).
Horatius Bonar, un pastor escocés
del siglo XIX, escribió: "Dios, quien lleva a cabo su labor, no puede ser
desviado ni forzado a apartarse de lo que ha planeado. El puede llevarlo a cabo
en las circunstancias más difíciles y contra la resistencia más firme. Todo
debe someterse ante El".
Este pensamiento, lo confieso, es
para mí uno de los más reconfortantes relacionados con la disciplina. ¡Si
pudiera fallar! Si Dios pudiera ser frustrado en sus disposiciones después de
que hubiéramos sufrido demasiado, sería horrible.
PERO DIOS NO PUEDE SER FRUSTRADO.
EL LLEVARÁ A
CABO HASTA EL FINAL AQUELLO QUE HA INICIADO.
Como Bonar escribió: "El
tratamiento de Dios debe tener éxito. No se puede desviar ni frustrar aún en
los esfuerzos más arduos, incluso sobre sus objetos más pequeños. Es el máximo
poder de Dios el que obra en y sobre nosotros, y ese es nuestro consuelo... El
es todo amor, todo sabiduría y todo fidelidad, sin embargo, también es
poder".
Saber que Dios no puede fallar en
su propósito cuando trae adversidad a nuestras vidas, y que logrará su
cometido, es de mucho ánimo para mí. A veces no respondo a las dificultades, en
una forma que le honre, pero mi falla no significa que El haya fallado.
Incluso la aguda y dolorosa
certeza de mi error, puede ser usada por Dios, por ejemplo para ayudarme a
crecer en humildad, y tal vez esa era su verdadera intención desde el principio.
Dios sabe lo que hace. Una vez
más en palabras de Bonar: "El sabe exactamente qué necesitamos, y cómo
suplirlo... su entrenamiento no es trabajo al azar, sino que se realiza con
delicada habilidad". Dios nos conoce mejor que nosotros mismos, y lo que
pensamos que es nuestra mayor necesidad puede no serlo. Pero El conoce con
certeza en qué área necesitamos crecer, y lleva a cabo su labor con tal
habilidad, que supera al médico más experto. El diagnostica correctamente
nuestra enfermedad y suministra el remedio más efectivo.
Cada dificultad que aparece en
nuestro camino, grande o pequeña, tiene el objetivo de hacernos crecer (le
alguna forma. Si no fuera para nuestro beneficio Dios no la permitiría o enviaría,
"Porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los
hombres" (Lm. 3:33). Dios no se alegra por nuestro sufrimiento; sólo trae
aquello que es necesario, pero no reduce lo que nos ayudará a crecer.
APRENDEMOS DE LA ADVERSIDAD
Debido a que Dios trabaja en
nuestras vidas a través de la adversidad, debemos aprender a responder a
aquello que El está haciendo. Como ya lo hemos visto en capítulos anteriores, su
plan soberano no niega nuestra responsabilidad. Así como nos enseña a través de
la adversidad, debemos esforzarnos por aprender de ella.
Hay varias cosas que podemos
hacer con el fin de obtener una enseñanza de la adversidad y lograr los
beneficios que Dios quiere para nosotros:
Primero, podemos someternos a ésta, no a disgusto como el general que se
rinde ante su conquistador, sino voluntariamente como se somete el paciente en
la mesa de operaciones ante la experta mano del cirujano, mientras éste trabaja
con el bisturí. No trate de impedir el grato propósito de Dios al oponerse a su
providencia en su vida. Más bien, al momento en que pueda ver lo que está
haciendo en usted, haga de éste su propósito.
Esto no significa que no usemos
todos los medios legítimos a nuestra disposición, para minimizar las
consecuencias de la adversidad, sino que debemos aceptar de la mano de Dios el
éxito o el fracaso de aquellos medios como El lo desea, y buscando siempre aprender
lo que El esté enseñándonos.
A veces percibimos muy claramente
lo que Dios está haciendo, y en esas ocasiones debemos responder a su enseñanza
con humilde obediencia. En otras oportunidades no podremos, de ninguna manera
ver lo que está haciendo en nuestras vidas, pero en esos momentos, debemos
responder con fe humildemente, confiando en que El está trayendo a nuestras
vidas lo que necesitamos para aprender. Ambas actitudes son importantes, y Dios
espera cada una en el momento apropiado.
Segundo, para lograr lo mejor de la adversidad, debemos traer la palabra
de Dios para soportar la situación, pidiéndole a El que dirija nuestra atención
hacia los pasajes pertinentes de las Escrituras, y entonces, buscarlos
dependiendo de El. Mi primera gran lección sobre la soberanía de Dios está
todavía indeleblemente impresa en mi mente, después de muchos años.
Llegó mientras estaba buscando
desesperadamente en las Escrituras respuesta a un implacable tiempo de prueba.
Mientras busquemos relacionar las
Escrituras con nuestras adversidades, encontraremos no sólo lo provechoso de
las circunstancias mismas, sino que obtendremos mayor conocimiento de la
Palabra. Un hombre de Dios solía decir: "Si no fuera por las tribulaciones,
no entendería las Escrituras". Al recurrir a la Biblia para aprender a
responder a nuestras adversidades, encontramos que éstas, a su vez, nos ayudan
a entender las Escrituras.
No es que aprendamos de la
tribulación algo diferente a aquello que podemos aprender de las Escrituras,
sino que esto más bien refuerza la enseñanza de la Palabra de Dios y la hace más
útil para nosotros. En algunas circunstancias aclara nuestro entendimiento y
nos hace ver verdades que no habíamos percibido antes. En otras oportunidades
transformará el "conocimiento de la mente" en "conocimiento del
corazón" al mismo tiempo que la teoría teológica se hará una realidad para
nosotros.
El puritano Daniel Dyke dijo:
"Entonces la Palabra es la bodega de toda enseñanza. No busquéis una nueva
doctrina para enseñaros por medio de la aflicción, la cual no está en la Escritura.
Porque, en verdad, aquí yace nuestra enseñanza por medio de la prueba, que se adapta
y nos prepara para la Palabra, rompiendo y dividiendo la obstinación de
nuestros corazones, haciéndolos flexibles y capaces de la impresión de
ellas".
Podríamos decir, entonces, que la
Palabra de Dios y la adversidad tienen un efecto recíproco cuando Dios las usa
al mismo tiempo para traer a nuestras vidas el crecimiento, que ni la Palabra,
ni la adversidad podrían lograr por separado.
Tercero, con el fin de sacar provecho de nuestras adversidades debemos
recordarlas junto con las lecciones que aprendimos de ellas. Dios quiere que
hagamos más que soportar nuestras pruebas o hallar consuelo en ellas. Desea que
las recordemos, no sólo como tribulaciones o penas, sino como sus correcciones
y sus medios para traer el crecimiento a nuestras vidas. El dijo a los
israelitas: "Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído
Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte.
Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná. para hacerte
saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca
de Jehová vivirá el hombre" (Dt. 8:2-3).
Lo "que sale de la boca del
Señor" en este pasaje no es la Palabra de la Escritura sino la de la
providencia de Dios (ver Salmos 33:6,9 y 148:5 para una aplicación similar).
Dios quería demostrar a los israelitas que ellos dependían de El para el pan de
cada día, y lo hizo, no mediante la incorporación de esta verdad a la ley de
Moisés, sino a través de la imposición de la adversidad a sus vidas, en forma
de hambre. Pero para sacar provecho de esta lección, ellos debían recordarla.
Igualmente, nosotros, si queremos lograr provecho de las dolorosas lecciones
que Dios nos enseña, debemos recordarlas.
En un capítulo anterior, hice
referencia a una dolorosa lección que aprendí cuando traté sutilmente de
usurpar la gloria de Dios para mi propia reputación. El me da la necesidad de recordar
aquella lección, y cada vez que paso por Isaías 42:8..."y a otro no daré
mi gloria".
Ya sea en mis lecturas de la
Biblia o en mis repasos de memorización de ella, recuerdo aquella dolorosa
circunstancia, y dejo que la lección se afiance más en lo profundo de mi corazón.
Siempre que me levanto a enseñar la Palabra de Dios, recuerdo aquella
situación, y saco de mi corazón cualquier deseo de enaltecer mi propia
reputación. Esta es la forma como la adversidad se vuelve provechosa para
nosotros.
Hasta ahora hemos considerado los
beneficios de la adversidad de una forma general, mirando primero la obra de
Dios en nuestras vidas a través de las tribulaciones, y luego, la forma como
debemos responder a ellas. En este momento, sería útil considerar algunos propósitos
específicos que Dios tiene en mente cuando permite que la aflicción llegue a nuestras
vidas. Por supuesto, no podemos cubrir todas las lecciones que Dios trata de enseñarnos
a través de la adversidad, pero estos son algunos de los específicamente mencionados
o relatados en la Biblia. Por medio del estudio de estos objetivos específicos nos
veremos animados a creer que Dios siempre tiene razón al presentar o permitir dificultades
particulares en nuestras vidas, aun cuando no podamos discernir cuál es su razón.
LA PODA
Jesús dijo que "todo pámpano
que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo
limpiará, para que lleve más fruto" (Juan 15:2). En el reino natural,
podar es importante para producir más fruto. Un viñedo sin podar generará un
enorme e improductivo crecimiento, con muy poco fruto. El cortar aquellos
elementos no deseados e inservibles obliga a la planta a producir fruto.
En el reino espiritual, Dios
tiene que podarnos. Debido a que, aun como creyentes tenemos naturaleza
pecaminosa, tendemos a derramar nuestras energías espirituales en aquello que
no es el fruto verdadero, a buscar posición, éxito y notoriedad, incluso en el cuerpo
de Cristo, y tratamos de depender de los talentos naturales y el conocimiento humano.
Así, con facilidad somos cautivados y atraídos por las cosas del mundo sus placeres
y sus riquezas.
Dios usa la adversidad para
aclarar nuestras ideas sobre aquellas cosas que no son el fruto verdadero. Una
enfermedad grave o la muerte de un ser querido, la pérdida de cosas materiales
o la mancha de nuestra reputación, el abandono de los amigos o el choque de nuestros
sueños más deseados contra la roca de la desilusión, nos hacen pensar acerca de
qué es en realidad importante en la vida. La posición o las riquezas, e incluso
la reputación dejan de ser importantes, empezamos a relegar nuestros gustos y
expectativas, aun las buenas, frente a la voluntad soberana de Dios. Poco a
poco empezamos a depender más de El, y a desear sólo lo que servirá para la
eternidad. El nos poda para que seamos más fructíferos.
SANTIDAD
En un capítulo anterior vimos que
otro resultado de la adversidad es el crecimiento en santidad: "pero éste
(nos disciplina a través de la adversidad) para lo que nos es provechoso, para
que participemos de su santidad" (He. 12:10). Pero, ¿Cuál es la conexión entre
la adversidad y la santidad?
Para empezar, la adversidad
revela la corrupción de nuestra naturaleza pecaminosa, pues no nos conocemos ni
sabemos la profundidad del pecado que permanece en nosotros.
Estamos de acuerdo con las
enseñanzas de las Escrituras y creemos que su aceptación significa obediencia.
Por lo menos intentamos obedecer. ¿Quién de nosotros no lee la lista de las
virtudes cristianas llamadas fruto del Espíritu: Amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gálatas 5:2223) y está de
acuerdo en que las queremos en nuestras vidas? Incluso empezamos a pensar que
estamos logrando un gran avance en el crecimiento de ellas.
Pero entonces llega la
adversidad; descubrimos que no podemos amar desde lo profundo de nuestro
corazón, a la persona que es el instrumento de la adversidad; vemos que no queremos
perdonarla, nos damos cuenta de que no estamos dispuestos a confiar en Dios. La
incredulidad y el resentimiento surgen en nuestro interior; nos derrumbamos
ante la situación; el crecimiento de carácter cristiano que creíamos haber
alcanzado en nuestras vidas parece evaporarse, y nos sentimos como si hubiéramos
vuelto al kinder espiritual.
Pero a través de esta vivencia,
Dios nos ha dado a conocer la corrupción que aún permanece en nosotros.
Jesús dijo: "Bienaventurados
los pobres en espíritu. Bienaventurados los que lloran.
Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de justicia" (Mateo 5:3-4, 6). Todas estas descripciones se
refieren al creyente que ha sido humillado ante su pecado, sufre por él, y anhela
de todo corazón que Dios le cambie. Pero nadie adopta esta actitud, sin ser
expuesto a la maldad y corrupción de su propio corazón. Es con este propósito
que Dios utiliza la adversidad.
Para santificarnos El va más allá
de los pecados que conocemos, y desea llegar a la raíz del problema: La
corrupción de la naturaleza pecaminosa, expresada en la rebeldía de los deseos,
la perversidad de los afectos y la ignorancia espiritual de nuestras mentes. El
usa la adversidad, así como las enseñanzas de la Escritura para iluminarnos
acerca de nuestras propias necesidades.
El también usa la adversidad para
reinar en nuestros afectos que han sido arrastrados a deseos insanos, y para
someter nuestra terca y rebelde voluntad.
Pero a menudo nos resistimos a la
obra de Dios en nuestras vidas, alejándonos de su vara de disciplina en lugar
de buscar provecho de ella. Anhelamos más descansar de la adversidad que
obtener el beneficio que nos lleve a la santidad. Pero a medida que observemos
que Dios emplea su disciplina en nuestras vidas, podemos estar seguros de que a
su tiempo producirá: "Fruto apacible de justicia a los que en ella han
sido ejercitados" (He. 12:11).
DEPENDENCIA
Otra área de nuestras vidas en la
que Dios tiene que trabajar constantemente, es en nuestra tendencia a depender
de nosotros mismos y no de El. Jesús dijo: "porque separados de mí nada
podéis hacer" Un. 15:5). Lejos de nuestra unión con Cristo y sin una total
dependencia de El, no podemos hacer nada que glorifique a Dios. Vivimos en un mundo
que rinde culto a la independencia y la autosuficiencia. "Soy el dueño de
mi destino:
Soy el capitán de mi alma"
es el lema de la sociedad a nuestro alrededor. Podemos caer fácilmente n el
patrón de pensamiento del mundo, debido a nuestra propia naturaleza pecaminosa.
Tendemos a confiar en nuestro conocimiento de la Escritura, nuestra habilidad comercial,
nuestra experiencia en el ministerio, e incluso en nuestra bondad y moralidad.
Dios debe enseñarnos, a través de
la adversidad, a confiar en El, y no en nosotros mismos. Incluso, el apóstol
Pablo dijo que sus dificultades, las que describió como "más allá de nuestras
fuerzas" se dieron..."para que no confiásemos en nosotros mismos,
sino en Dios que resucita a los muertos" (2 Corintios 1:8-9). Dios
permitió que Pablo y sus colaboradores llegaran a una situación tan
desesperada, que perdieron la esperanza de la misma vida. No tenían nadie más a
quien acudir sino a Dios.
Pablo tuvo que aprender
dependencia de Dios tanto en la parte espiritual como en la física. Cualquiera
fuera el aguijón en su carne, era una adversidad de la que él desesperadamente
quería deshacerse. Pero Dios hizo que ésta permaneciera, no sólo para reprimir
cualquier asomo de orgullo en su corazón, sino también para enseñarle a confiar
en su poder. Pablo tuvo que aprender que debía depender de la gracia de Dios
-el poder de Dios que nos da capacidad, y no de su fuerza; él fue uno de los
hombres más brillantes en la historia, más de un teólogo ha dicho que si no se
hubiera convertido en cristiano y tal vez hubiese sido filósofo, habría
superado a Platón.
Dios le dio mucha inteligencia,
le hizo revelaciones divinas, algunas de las cuales fueron tan gloriosas que no
se le permitió hablar de ellas. Pero Dios nunca le dejó depender de su
intelecto o de sus revelaciones, sino de la gracia divina, igual que usted y yo
debemos hacerlo. Y lo aprendió a través de grandes adversidades.
Soy una persona que tiene muchas
debilidades y poca fortaleza natural. Mis limitaciones físicas, aunque no son
evidentes para la mayoría de las personas, me impiden relacionarme por medio
del golf, el tenis u otro deporte. Esto me afecta en gran manera, y por ese
motivo durante algunos años luché frecuentemente con Dios. Pero al fin he
concluido que mis debilidades son, en realidad, canales para su fortaleza.
Después de muchos años, creo que al fin estoy en el punto donde puedo decir con
Pablo "me gozo en las debilidades. porque cuando soy débil, entonces soy
fuerte" (2 Corintios 12:10).
No importa si usted tiene muchas
debilidades o fortalezas. Puede ser el más competente en su campo, pero puede
estar seguro de que si Dios va a usarle, hará que sienta dependencia total de
El. A menudo frustrará cualquier cosa en la que se sienta confiado, para que
aprenda a depender de El, y no de usted mismo. Según Esteban. "fue
enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus
palabras y obras" (Hch. 7:22). Además. "él pensaba que sus hermanos
comprendían que Dios les daría libertad por mano suya". (v 25).
Pero cuando Moisés intentó tomar
el control de las cosas, El frustró sus esfuerzos a tal punto que tuvo que huir
para salvar su vida, y cuarenta años después, aún no podía confiar en sus
propias habilidades e incluso tenía dificultad en creer que lo usaría.
Pablo experimentó un aguijón en
la carne. Moisés vio sus esfuerzos de hacer algo para Dios completamente frustrados
y convertidos en un desastre. Cada uno de estos dos hombres de Dios,
experimentó una dificultad que le hizo darse cuenta de su propia debilidad y
total dependencia de El. Cada adversidad fue diferente, pero tenían el objetivo
común de llevar a estos hombres a un nivel de mayor dependencia de Dios. Si El
va a usarnos a usted y a mí, traerá adversidad a nuestras vidas para que,
también aprendamos en la práctica a depender de El.
PERSEVERANCIA
Los receptores de la carta a los
Hebreos pasaban por gran adversidad. El autor sabía que tenían mucha
resistencia al sufrimiento, que a veces eran públicamente expuestos a los insultos
y la persecución, y que aceptaban con gozo la confiscación de sus pertenencias porque
sabían que poseían mejores y más duraderas posesiones (He. 10:32-34).
Para ellos, que estaban
experimentando tal persecución y suplicio por su fe en Cristo, el autor
escribió: "Porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la
voluntad de Dios, obtengáis la promesa" (He. 10:36). Además les dijo: "corramos
con paciencia la carrera que tenemos por delante" (He. 12:1).
La perseverancia es la cualidad
de carácter que nos permite lograr una meta por encima de obstáculos y
dificultades. Una cosa es, sencillamente sobrellevar la adversidad, y esto en sí,
es recomendable, pero Dios nos pide más que simplemente soportarla, perseverar
(presionar hacia adelante). Observe cómo el autor de Hebreos se centra en el
logro del objetivo:
"Cuando haya hecho la voluntad
de Dios" y "corrido la carrera que tenemos por delante".
Se supone que la vida cristiana
ha de ser activa, no pasiva. Al cristiano se le pide seguir con diligencia la
voluntad de Dios, y hacerlo requiere perseverancia.
Vimos en el primer capítulo el
comentario de un autor en el que decía que la vida es difícil. En realidad, es
una serie de dificultades de diferentes clases y diversos grados, que usualmente
se experimentan durante un período de muchos años. A menudo se ha afirmado que
la vida cristiana no es una carrera corta, sino una maratón.
Pero aun esas metáforas no expresan
toda la realidad. La vida cristiana sería mejor descrita como una carrera de obstáculos
de la duración y extensión de una maratón. Piense en una pista de poco más de 26
millas de largo. Agréguele muros para escalar, corrientes que atravesar,
arbustos que saltar, y una variedad interminable de obstáculos inesperados. Esa
es la vida cristiana. No es extraño que alguien haya dicho que "pocos
cristianos terminan bien".
Pero Dios quiere que todos los
cristianos terminemos bien. Quiere que corramos con perseverancia, que
persistamos en hacer su voluntad sin importar los obstáculos que se presenten.
William Carey, llamado con frecuencia el padre de las misiones modernas, es un ejemplo
famoso de alguien que perseveró.
A pesar de la sucesión de
inimaginables obstáculos (incluyendo una esposa indiferente que después se
volvió loca), tradujo toda o parte de la Biblia a cuarenta idiomas y dialectos
de la India. También su hermana fue un ejemplo de alguien que perseveró, ya
que, casi completamente paralizada y postrada en cama, en Londres, oraba por
todos los aspectos y contiendas del trabajo realizado por su hermano en la
lejana India.
Pocas personas pueden
identificarse con la perseverancia de William Carey, ya sea en los increíbles
obstáculos que enfrentó o en las sorprendentes tareas que realizó. Pero deberíamos
identificarnos con la perseverancia de su hermana quien cumplió la voluntad de Dios
en su estado de invalidez. No podía hacer mucho (al menos de lo que tendemos a pensar
que es mucho), pero persistió en hacer lo que podía, cumpliendo el deseo de
Dios. Y como se empeñó en la oración, su hermano fue fortalecido y animado a
continuar sus labores misioneras en la India. La hermana de Carey hizo más que
soportar alegremente su parálisis, pues perseveró cumpliendo la voluntad de
Dios a pesar de la enfermedad.
USTED Y YO TAMBIÉN SOMOS LLAMADOS A
PERSISTIR.
A cada uno se nos ha dado una
carrera por correr, y una voluntad de Dios por cumplir. Todos encontramos
innumerables obstáculos y ocasiones de desaliento, pero para participar en la
carrera y terminar bien, debemos desarrollar perseverancia. ¿Cómo podemos
hacerlo?
Pablo y Santiago nos dan la misma
respuesta. Pablo dijo: "Sabiendo que la tribulación produce
paciencia". Y Santiago: "Sabiendo que la prueba de vuestra fe produce
paciencia" (Romanos 5:3, Santiago 1:3). Aquí vemos un efecto recíproco de
mejoramiento. La adversidad produce perseverancia, y ésta nos capacita para
enfrentar aquélla. Hay una buena analogía en el ejercicio de levantar pesas.
Este desarrolla músculos, y entre más músculos desarrolle uno, mayor peso puede
levantar.
Aunque la perseverancia se
desarrolla en lo crucial de la adversidad, es estimulada por la fe.
Consideremos de nuevo la analogía del levantamiento de pesas. Aunque éstas en
una barra proveen la resistencia necesaria para desarrollar músculos, no
proveen la energía, la cual debe venir de dentro del cuerpo del atleta. En el
caso de la adversidad, la energía debe venir de Dios, por medio de la fe. Es la
fortaleza de Dios, y no la nuestra la que nos hace perseverar. Pero nos
aferramos a ella por medio de la fe.
Ya hemos visto en Hebreos 10:36 y
12:1 el llamado del escritor a perseverar. En medio de estos dos llamados a la
perseverancia está el famoso capítulo sobre la fe, Hebreos 11. En realidad, el
escritor nos está llamando a perseverar por fe. El capítulo once es muy reconfortante,
puesto que nos da uno tras otro, ejemplo de personas que continuaron cumpliendo
la voluntad de Dios por fe.
Hablar de dependencia antes de
perseverancia en este capítulo fue intencional. No podemos crecer en
perseverancia hasta que no hayamos aprendido la lección de la dependencia.
Usted podría, por ejemplo, manejar un trineo hasta el Polo Norte solamente por
un espíritu indomable, autoenergizado, pero no puede participar en la carrera
cristiana de esa forma.
Si va a tomar parte en la carrera
de Dios, haciendo su voluntad, entonces tiene que correrla con su fortaleza.
Jesús dijo: "porque separados de mí nada podéis hacer", y Pablo:
"Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Juan 15:5, Fil. 4:13).
Ambos plantearon dos lados de la misma verdad: Sin su fortaleza, no podemos
hacer nada, pero con ella, logramos todo lo que necesitamos. Somos llamados a
perseverar -hacer la voluntad de Dios a pesar de los obstáculos y el
desaliento, pero en su fortaleza y sólo ella.
SERVICIO
Dios también trae adversidad a
nuestras vidas para equiparnos para un servicio más efectivo. Todo lo que hemos
considerado hasta ahora, poda, santidad, dependencia y perseverancia,
contribuye a hacernos instrumentos útiles en el servicio de Dios. El pudo haber
llevado a José directamente al palacio del faraón sin pasar por la prisión.
Y ciertamente no necesitaba
dejarlo en angustia por dos años más, después de haber interpretado el sueño
del copero. Las difíciles circunstancias no eran necesarias sólo para que estuviera
en el lugar correcto en el momento correcto, sino para convertirlo en la
persona adecuada para las responsabilidades que Dios le daría.
El apóstol Pablo escribió que
"[Dios] nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos
también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de
la consolación con que nosotros somos consolados por Dios" (2 Corintios
1:4). Todos enfrentamos momentos de adversidad y necesitamos un amigo compasivo
e interesado que nos acompañe, conforte y anime durante esas ocasiones. Cuando
experimentamos consuelo y ánimo en nuestras adversidades, estamos preparados
para ser los instrumentos de consuelo y ánimo para otros, porque compartimos
con ellos lo que hemos recibido de Dios.
En la medida en que podamos
aferrarnos a las grandes verdades de la soberanía, sabiduría y amor de Dios, y
hallar consuelo y ánimo en ellas en nuestros momentos difíciles, seremos capaces
de ministrar a otros en sus momentos de angustia.
Al comentar el ministerio de
consolación de Pablo, he usado deliberadamente la expresión "consuelo y
ánimo". La palabra griega traducida como consuelo, en nuestras Biblias,
puede significar exhortación, ánimo o consuelo, dependiendo del contexto.
Puesto que aquí Dios el Padre es llamado "el Padre de compasión y el Dios
de todo consuelo", parece que nuestros traductores han hecho bien en
elegir la palabra "consuelo" para expresar la compasión de Dios. Si
vamos a apoyar a otros en sus momentos de adversidad, primero que todo debemos
mostrar compasión: El profundo sentimiento de compartir el sufrimiento de otro
y desear su alivio.
Si realmente vamos a ayudar a
otra persona en su momento de adversidad, también debemos animarla. Animar es
fortalecer a otro con la fuerza espiritual y emocional para perseverar en
momentos de adversidad. Lo hacemos indicándole la confiabilidad de Dios como se
nos revela en la Escritura. Sólo hasta el punto en que nosotros mismos hayamos sido
consolados y animados por el Espíritu Santo a través de su Palabra, estaremos
en capacidad de consolar y animar a otros. La adversidad en nuestras vidas,
llevada correctamente, nos capacita para ser instrumentos de consuelo y ánimo
para otros.
EL COMPAÑERISMO DEL SUFRIMIENTO
El apóstol Juan, al escribirle a
los creyentes perseguidos de las siete iglesias en Asia, se identificó
como..."vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación [de] Jesucristo"
(Apocalipsis 1:9). La palabra griega que se traduce como copartícipe significa "compañero
que comparte". Es una forma de la palabra koinonia de la cual sacamos
nuestra palabra compañerismo.
Juan se identificó como uno que
compartía con sus lectores en los sufrimientos que estaban enfrentando. Podía
entender su aflicción puesto que en ese momento también estaba sufriendo por
Jesús. Era partícipe con ellos en su sufrimiento y para comunicar efectivamente
su mensaje, era importante que ellos entendieran este hecho. Luego en este versículo
Juan nos presenta otra forma en la que obtenemos beneficio de la adversidad, y
es el privilegio de entrar en una comunión especial con otros creyentes que
también estén en el dolor de la adversidad.
LAS PRUEBAS
Y AFLICCIONES TIENEN UN EFECTO NIVELADOR ENTRE LOS CREYENTES.
Con frecuencia se ha dicho que
"el terreno es plano al pie de la cruz". Esto es, que sin importar
nuestra riqueza, poder o condición social, todos somos iguales en nuestra
necesidad de un Salvador.
En la misma forma, lo somos en
que estamos sujetos a la adversidad. Esta golpea al rico y al pobre, al
poderoso y al débil, al superior y al subordinado, y a todos sin distinción. En
momentos de adversidad tendemos a dejar de lado nociones tales como relaciones "verticales",
y nos relacionamos a un nivel horizontal, como hermanos y compañeros en el sufrimiento.
Juan pudo haberse identificado correctamente como apóstol de Jesucristo, con autoridad
espiritual sobre los creyentes que padecían en Asia, pero prefirió
identificarse como hermano y compañero en su sufrimiento.
Las pruebas y aflicciones tienen
también un efecto de atracción común entre los creyentes, ya que procuran
romper las barreras entre nosotros y deshacer cualquier apariencia de
autosuficiencia que podamos tener. Encontramos nuestros corazones cálidos y
atraídos los unos hacia los otros. A veces adoramos con otra persona, oramos e
incluso servimos en el ministerio sin sentir un verdadero lazo de comunión,
pero entonces, en forma extraña, la adversidad nos golpea a ambos, e inmediatamente
sentimos un nuevo lazo de compañerismo en Cristo, de comunión en el
sufrimiento.
Hay muchos elementos que entran
en todo el concepto de compañerismo, como se describe en el Nuevo Testamento,
pero el compartir juntos en sufrimiento es uno de los más beneficiosos, porque
probablemente une nuestros corazones en Cristo más que cualquier otro aspecto
del compañerismo. Recuerdo a un creyente con el que fuimos amigos por muchos
años, pero nunca muy de cerca. Después la adversidad nos golpeó a ambos.
Nuestras circunstancias eran
diferentes y su adversidad fue mucho peor que la mía, pero en los esfuerzos por
cuidarnos uno al otro, nuestros corazones se unieron en una forma nueva y más
íntima.
ESTE CAPÍTULO HA TRATADO VARIAS FORMAS CON LAS CUALES
SACAMOS BENEFICIO DE LA ADVERSIDAD.
Anterior a esta sección, hemos
considerado procedimientos que nos sirven como personas creyentes, pero en el
compañerismo del sufrimiento estamos viendo una forma en la que obtenemos
ganancia como miembros de todo el Cuerpo de Cristo. La vida cristiana no es para
ser vivida en privado, aislada de los otros creyentes, sino como miembros del
Cuerpo de Cristo. Dios quiere usar nuestros tiempos de adversidad para
estrechar las relaciones con otros miembros del Cuerpo, con el fin de crear un
mayor sentido de compartir la vida que tenemos en Cristo.
RELACIÓN CON DIOS
Tal vez la forma más valiosa en
que aprovechamos la adversidad es que profundizamos nuestra relación con Dios.
Por medio de ella aprendemos a inclinarnos ante su soberanía, a confiar en su
sabiduría y a experimentar el consuelo de su amor, hasta que llegamos al lugar
donde podemos decir con Job: "De oídas te había oído; mas ahora mis ojos
te ven" (Job 42:5).
En la adversidad empezamos a
pasar de saber acerca de Dios, a conocerle en una forma íntima y personal.
Acabamos de considerar el
compañerismo del sufrimiento entre creyentes. En Filipenses 3:10, Pablo habla
del compañerismo que comparte el sufrimiento de Jesucristo, es decir, los creyentes
que comparten con el Señor sus sufrimientos. El pasaje dice: a fin de
conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus
padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte...
Este versículo le ha dado
expresión al clamor más profundo del corazón de los creyentes a través de los
siglos: El deseo de conocer a Cristo en una forma personal, cada vez más íntima.
Puedo recordarme como un joven cristiano siendo desafiado a "conocer a
Cristo, y a hacerlo conocer", y recuerdo estar orando por el versículo de
Filipenses 3:10, que Dios me capacitara para conocer a Cristo más y más.
Sin embargo, debo confesar que en
lo más profundo de mi corazón siempre me molestaba un poco que Pablo no sólo
quería conocer a Cristo, sino también experimentar la comunión de sus
sufrimientos. Conocer a Cristo en una forma más íntima y experimentar el poder
de su resurrección en mi vida me llamaba la atención, pero no sucedía lo mismo
con el sufrimiento, al que yo le huía.
Pero he llegado a ver que el
mensaje de Filipenses 3:10 es una "venta de artículos en conjunto".
Parte de llegar a conocer a Cristo en una forma más íntima es a través de la comunión
de sus sufrimientos. Si verdaderamente vamos a crecer en el conocimiento de Cristo,
podemos estar seguros de que hasta cierto grado participaremos de la comunión
de sus sufrimientos, lo mismo que vamos a experimentar el poder de su
resurrección.
Esto nos ayudará a apreciar la
verdad que Pablo está enseñando en Filipenses 3:10, si entendemos que el
sufrimiento que él ve no está limitado a la persecución por causa del evangelio.
Incluye toda la adversidad por la que atraviesa el creyente y que tiene como propósito
final su conformidad a Cristo, descrito aquí por Pablo como "llegando a
ser semejante a él en su muerte".
Varias veces en la Biblia vemos
hombres y mujeres de Dios llevados a una relación más íntima con El a través de
la adversidad. No hay duda que todas las circunstancias en la demora del
nacimiento de Isaac y luego la experiencia de llevar a su único hijo a la
montaña para ofrecerlo en sacrificio, condujeron a Abraham a una relación mucho
más estrecha con Dios. Los salmos están repletos de expresiones de un
conocimiento profundo de Dios cuando los salmistas lo buscaban en momentos de
adversidad (vea, por ejemplo, los salmos 23, 42, 61, 62).
Obviamente, usted y yo no
escogemos la adversidad para desarrollar una relación más profunda con Dios, y
por el contrario, El, a través de la adversidad, nos escoge a nosotros.
Es Dios quien nos lleva más y más
a una relación más profunda con El. Si lo buscamos es porque El nos busca. Una
de las más fuertes cuerdas con la que nos atrae a una relación más íntima y
personal es la adversidad. Si, en lugar de luchar contra Dios o dudar de El en momentos
de adversidad, le colaboramos, encontraremos que seremos llevados a una relación
más profunda con El, y llegaremos a conocerle como lo hicieron Abraham, Job, David
y Pablo.
HEMOS VISTO ALGUNAS DE LAS FORMAS EN
QUE PODEMOS BENEFICIARNOS DE LA ADVERSIDAD.
Obviamente no hemos cubierto
todos los usos que Dios hace de ella en nuestras vidas, pues sólo hemos arañado
un poco la superficie de aquellas áreas que hemos considerado.
Algunas veces podremos ver cómo
nos estamos beneficiando, en otras, nos preguntaremos qué está haciendo Dios.
Sin embargo, de una cosa debemos estar seguros, y es que para el creyente todo
dolor tiene significado, y toda adversidad es beneficiosa.
No hay duda que la adversidad es
difícil, y generalmente nos toma por sorpresa y parece golpearnos donde somos
más vulnerables. Con frecuencia nos parece completamente sin sentido e
irracional, pero para Dios nada lo es. El tiene un propósito en todo dolor que
trae o que permite en nuestras vidas. Podemos estar seguros de que en alguna
forma es para nuestro beneficio y su gloria.
13ª PARTE
ESCOGIENDO CONFIAR EN DIOS
En El Día Que Temo, Yo En Ti Confío. En Dios Alabaré
Su Palabra; En Dios He Confiado; No Temeré; ¿Qué Puede Hacerme El Hombre? Salmo
56:3-4
Mientras escribía este libro, le
encontraron a mi esposa un tumor grande y maligno en la cavidad abdominal. Después
de ocho semanas de radioterapia, más un mes de espera, el doctor le ordenó un
TAC para determinar si el tumor había sido tratado con éxito. El día anterior a
la entrega de los resultados del examen, mi esposa se encontraba temerosa y ansiosa
por las noticias que tendría horas después.
Durante algunos días, buscando
confianza para estos momentos difíciles, ella había estado leyendo el salmo
42:11, el cual dice: "¿Por qué te abates, oh alma mía y por qué te turbas
dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios
mío".
Volviendo al Salmo 42:11 ese día,
ella dijo: "Señor, escojo no estar desanimada, escojo no estar perturbada,
escojo poner toda mi esperanza en ti". Después, cuando me relataba esto,
me dijo que sus sentimientos no cambiaron inmediatamente sino un rato después.
Su corazón recobró la paz una vez que decidió confiar en Dios.
David también decidió confiar en
Dios en sus momentos de angustia. En el salmo 56:3-4, nuestro texto para este
capítulo, admitió que tenía miedo, y no fue presumido ni arrogante, pues a
pesar de ser un guerrero muy hábil y valiente, hubo momentos en que sintió
miedo.
El título del salmo 56 nos
muestra la ocasión cuando David escribió: "Cuando los filisteos le
prendieron en Gat". La narración histórica de este incidente nos muestra
que él "tuvo gran temor de Aquis rey de Gat" (1 S. 21:12).
Pero, a pesar del temor, David le
dijo a Dios: "En Dios he confiado; no temeré". En los salmos
encontramos varias veces la decisión de confiar en Dios, escogiendo descansar
en El, a pesar de las apariencias. La declaración de David en el salmo 23:4:
"No temeré mal alguno", es equivalente a, "confiaré en Dios en
presencia del mal". En el salmo 16:8 dice:
"A Jehová he puesto siempre
delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido".
Anteponer a Dios es reconocer su
presencia y su constante ayuda, pero esto es algo que nosotros debemos escoger
hacer.
Dios está siempre con nosotros.
El ha dicho:..."No te desampararé, ni te dejaré" (He. 13:5). No hay
duda de su presencia con nosotros, pero tenemos que reconocerla, debemos anteponerlo
a El ante nosotros mismos. Es nuestro deber decidir si vamos a creer o no en sus
promesas de protección y amor constantes.
Margaret Clarkson, hablando de
cómo debemos llegar al punto de aceptar la adversidad en nuestras vidas, dijo:
"Esta siempre comienza con un acto de voluntad de parte nuestra, cuando
nos disponemos a creer en la bondad del Dios Todopoderoso, en su providencia y soberanía,
y nos negamos a aceptar lo contrario, sin importar lo que ocurra o cómo nos sintamos.
Durante muchos años, en mi
peregrinaje en la búsqueda de lograr confiar en Dios en todo momento (aún estoy
alejado del final del viaje) fui prisionero de mis sentimientos.
Erróneamente pensé que no podía
confiar en Dios a menos que sintiera esa confianza en El, lo cual casi nunca
ocurrió en los momentos de adversidad. Ahora estoy reconociendo que confiar en
Dios, es primero que todo un asunto de la voluntad y que no depende de mis sentimientos.
Decido reposar en Dios, y finalmente mis sentimientos siguen.
He dicho que confiar en Dios es
ante todo un acto de la voluntad, pero permítanme modificar esta afirmación
para decir que, primero que todo, es una cuestión de conocimiento. Debemos
saber que Dios es soberano, sabio y amoroso, en todos los sentidos que hemos
visto en capítulos anteriores que estos términos tienen. Pero, habiendo sido expuestos
al conocimiento de la verdad, debemos escoger entre creer la verdad sobre Dios,
la cual nos ha sido revelada, o dejarnos llevar por nuestros sentimientos. Si
vamos a confiar en Dios, debemos decidirnos a creer su verdad. Debemos decir:
"Confiaré en ti, aunque no siento deseos de hacerlo".
ESTAR DISPUESTO A CREER
Confiar en Dios en momentos de
adversidad es, hay que admitirlo, algo difícil de hacer.
No quiero sugerir con mi énfasis
en decidir confiar en Dios, que ésta sea una decisión tan fácil como ir o no a
la tienda, o hacer o no un acto de sacrificio. Confiar en Dios es cuestión de
fe y la fe es fruto del Espíritu (Gálatas 5:22). Sólo el Espíritu Santo puede
hacer que su Palabra tome vida en nuestros corazones, y crear fe, pero podemos
decidir entre dejar que El lo haga o dejarnos gobernar por nuestros
sentimientos de ansiedad, resentimiento o agravio.
John Newton, el autor del himno
"Maravillosa Gracia", observó cómo el cáncer mataba lenta y
dolorosamente a su esposa durante varios meses. Al recordar esos días dijo:
Creo que fue dos o tres meses
antes de su muerte, que me encontraba caminando de un lado para otro del cuarto,
elevando oraciones provenientes de un corazón angustiado, cuando de repente me
golpeó un pensamiento, con una fuerza poco usual, para el efecto. "Las
promesas de Dios deben ser verdaderas; ¡seguro que el Señor me ayudará, si
estoy dispuesto a ser ayudado"! Se me ocurrió que a veces nos dejamos
llevar. (por un indebido mirar a nuestros sentimientos) permitimos esa tribulación
no provechosa, la cual nos exige nuestra acción y paz para resistir más allá de
nuestras fuerzas. Inmediatamente dije: "En efecto estoy desamparado, pero
espero desear sin reserva que tú me ayudes".
John Newton fue ayudado de una
manera sorprendente, pues durante los meses restantes, se dedicó a sus labores
de ministro anglicano y pudo decir: "Durante toda mi dolorosa prueba,
cumplí con todos mis oficios regulares y los ocasionales, como de costumbre; y ningún
extraño hubiera descubierto por mis palabras o miradas que estaba en un
problema.
La aflicción de tanto tiempo no
evitó que predicara cada sermón, y prediqué el día en que murió prediqué tres
veces mientras ella yacía muerta en la casa y después de que fue colocada en la
bóveda también el sermón de su funeral".
¿Cómo fue ayudado John Newton?
Primero, él decidió ser ayudado. Se dio cuenta de que era su deber resistir
"más allá de nuestras fuerzas" una dosis poco común de dolor y turbación.
Entendió que era pecado dejarse llevar por la autocompasión. Así que se volvió al
Señor, ni siquiera pidiendo, sino indicando su disposición para ser ayudado.
Después dijo: "No fui sustentado por consolaciones sensibles, sino por
haber podido aceptar en mi mente algunas grandes verdades fundamentales de la
Palabra de Dios.
El Espíritu de Dios lo ayudó
haciendo que la veracidad de la Escritura tomara vida para él. Escogió confiar
en Dios, se volvió hacia El con actitud de dependencia, y fue capacitado para
entender algunas grandes verdades de las Escrituras. Su decisión, la oración y
la Palabra de Dios fueron los elementos cruciales que le ayudaron a confiar en
Dios.
El mismo David que dijo en el
salmo 56:4. "En Dios he confiado; no temeré", dijo en el 34:4
"Busqué a Jehová y el me oyó, y me libró de todos mis temores". No
hay conflicto entre decir, "no tendré miedo", y pedir a Dios
librarnos de nuestros temores. David reconoció que era su responsabilidad
confiar en Dios, pero también que dependía de El para poder hacerlo.
Cada vez que enseño sobre el tema
de la santidad personal, hago énfasis en que somos responsables de obedecer la
voluntad de Dios, pero que dependemos del Espíritu Santo para poder hacerlo. El
mismo principio se aplica con relación a la confianza en Dios. Somos responsables
de confiar en El, en momentos de adversidad, pero dependemos del Espíritu Santo
para poder lograrlo.
Una vez más, permítanme enfatizar
que confiar en Dios no quiere decir que no experimentemos dolor, sino que
creemos que El hace su obra a través de nuestro dolor para nuestro bien.
Queremos decir que nos remontamos a las Escrituras reconociendo su soberanía,
sabiduría y bondad y le pedimos usarlas para traer paz y consuelo a nuestro corazón.
Significa sobre todo, que no pequemos contra Dios dejando que pensamientos duros
y dudosos sobre El, se alberguen en nuestro corazón. Esto significa que con frecuencia
tenemos que decir: "Dios, no entiendo, pero confío en ti".
DIOS ES DIGNO DE CONFIANZA
La sola idea de descansar en
Dios, está por supuesto, basada en el hecho de que Dios es absolutamente digno
de confianza. Es por eso que dedicamos doce capítulos de este libro a estudiar
su soberanía, sabiduría y amor. Debemos estar firmemente convencidos de esas verdades
de las Escrituras si vamos a confiar en El.
También es necesario recordar
algunas de las grandes promesas que nos hizo con relación a su cuidado
constante. Una de ellas, que haremos bien en guardar en nuestros corazones, es
la de Hebreos 13:5..."No te desampararé, ni te dejaré". El predicador
puritano Thomas Lye destacó que en ese pasaje dirigido a alguien que está a
punto de rendirse, el griego tiene 5 negaciones:
"No; no te dejaré; ni;
tampoco; no te abandonaré". Dios nos insiste en cinco ocasiones diciendo
que no nos abandonará. El quiere que nos aferremos firmemente a la verdad de
que, aunque las circunstancias puedan indicar lo contrario, debemos creer apoyándonos
en su promesa de que no nos abandonará a merced de ellas.
A veces podemos perder el sentido
de la presencia y la ayuda de Dios, pero nunca las perdemos. Job, en medio de
su sufrimiento, no podía hallar a Dios, y dijo:
He aquí yo iré al oriente, y no
lo hallaré; y al occidente, y no lo percibiré; si muestra su poder al norte, yo
no lo veré; al sur se esconderá, y no lo veré. Mas él conoce mi camino; me
probará, y saldré como oro (Job: 23:8-10).
En capítulos anteriores hemos
visto lecciones sobre las batallas de Job para confiar en Dios, y aparentemente,
se debatía entre la confianza y la duda, pero aquí vemos una gran afirmación de
confianza. No podía encontrar en ninguna parte a Dios, quien le había quitado
completamente la reconfortante sensación de su presencia. Pero Job creía,
aunque no podía verlo, que Dios lo estaba observando y lo sacaría de esa prueba
como oro refinado.
A veces, usted y yo tendremos la
misma experiencia de Job, tal vez no con la misma clase o intensidad de
sufrimientos, pero similar en cuanto a la incapacidad para encontrar a Dios, y
parecerá que El se esconde de nosotros. Incluso el profeta Isaías dijo a Dios
en una ocasión: "Verdaderamente tú eres Dios que te encubres, Dios de
Israel, que salvas" (Isaías 45:15).
Debemos aprender de Job y de
Isaías para no sorprendernos y flaquear cuando en momentos de angustia pareciera
como si no encontráramos a Dios. En estos momentos debemos asirnos a su sencilla,
pero inviolada promesa "no te desampararé, ni te dejaré".
El apóstol Pablo dice: "Dios
que no miente" (Tito1:2). Este es el Dios que prometió: "No te
desampararé, ni te dejaré". Puede que aparentemente se esconda a nuestra
sensación de su presencia, pero nunca dejará que nuestras adversidades nos
escondan de El. Puede que nos deje pasar por aguas profundas y por el fuego,
pero allí estará con nosotros (Isaías 43:2).
Porque Dios no lo desamparará, ni
lo dejará, las palabras de Pedro lo invitan a: "Echando toda vuestra
ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros (1 P 5:7). Este es un versículo
de las Escrituras que nos es muy conocido, y en realidad, bastante.
Algunos pasajes de las
Escrituras, como éste, parecen ser tan familiares y, por lo mismo, tan elementales,
que a veces los pasamos por alto. Es casi como saber que uno más uno son dos.
¡Eso es para los de primer grado! Pero también resulta ser la verdad más
fundamental en matemáticas. Sin esta verdad el álgebra, el cálculo y las formas
complejas de las matemáticas no existirían.
RETROCEDAMOS Y DEMOS UNA MIRADA PROFUNDA A 1 PEDRO 5:7.
¡DIOS SE PREOCUPA POR USTED!
No sólo nunca lo dejará, éste es
el lado negativo de la promesa, sino que lo cuidará. No sólo está con usted, lo
cuida. Su cuidado es constante, no ocasional o esporádico, es total. Todos y
cada uno de sus cabellos están contados. Su cuidado es soberano, nada ocurre
que El no permita. Su cuidado es infinitamente sabio y bondadoso. Como dice
John Newton: "Si me fuera posible alterar cualquier parte de su plan, lo
único que haría sería arruinarlo".
Debemos aprender a echar nuestras
ansiedades sobre El. El doctor John Brown dice de este versículo: "La
expresión figurativa `echar', no dejar, parece indicar que la tarea por realizar
exige un esfuerzo y la experiencia nos enseña que no es fácil librarse del peso
de la preocupación". Así que, volvemos al asunto de la decisión.
Debemos, por medio del deseo de
dependencia del Espíritu Santo decir algo así como: "Señor, escojo echar
esta ansiedad sobre ti, pero no puedo echarla de mí. Confiaré en que tú, por
medio del Espíritu, me permitirás descargar mi ansiedad en ti, y no llevarla
nuevamente por mí mismo".
Confiar no es un estado mental
pasivo; es un acto vigoroso del alma, por medio del cual decidimos asirnos de
las promesas de Dios, y adherirnos a ellas aun en los tiempos de adversidad que
tratan de abatirnos.
Hace varios años, me encontré
ante una serie de dificultades en sólo unos pocos días.
Aunque no eran grandes
calamidades, por su naturaleza me causaban angustia. Al principio, el versículo
del salmo 50:15 vino a mi mente: "E invócame en el día de la angustia; te
libraré, y tú me honrarás". Empecé a invocar a Dios y a pedirle que me
librara de éstas, pero como que mientras más lo invocaba, más llegaban las
dificultades.
Entonces comencé a preguntarme si
las promesas de Dios tenían significado real, hasta que finalmente, un día le
dije: "Aceptaré tu Palabra, creeré que en tu tiempo y a tu manera, me
librarás".. Las dificultades no concluyeron, pero la paz de Dios calmó mis
temores y ansiedades.
Luego, a su debido tiempo, Dios
me libró de esos problemas y lo hizo de forma tal que supe que El lo había
hecho. Las promesas de Dios son verdaderas, y no pueden fallar porque El no
puede mentir, pero para alcanzar la paz que éstas ofrecen, debemos escoger
creer en ellas. Debemos echar nuestras ansiedades sobre El.
TRAMPAS EN LA CONFIANZA
Así como es difícil confiar en
Dios en tiempos de adversidad, hay otros en los que parece ser aún más difícil.
Son esos tiempos en los cuales las cosas van bien, cuando, usando las palabras
de David: "Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos"... (Salmos
16:6).
Durante estos momentos de
bendiciones y prosperidad temporales, tendemos a depositar nuestra confianza en
ellas, o peor aún, a considerarnos como los autores de tales bendiciones.
Durante los períodos de
prosperidad y circunstancias favorables, demostramos nuestra confianza en Dios
reconociéndolo como el proveedor de tales bendiciones. Ya hemos visto cómo Dios
hizo que el pueblo de Israel pasara hambre en el desierto, y luego lo alimentó con
maná que cayó del cielo con el fin de enseñarles que: "no sólo de pan
vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová".
(Deuteronomio 8:3). ¿Qué pasa entonces con nosotros que tenemos nuestras
alacenas y neveras llenas de alimentos para las comidas de mañana? Somos tan
dependientes de Dios como lo fueron los israelitas. El hizo llover maná para
ellos todos los días.
Para nosotros hace que recibamos
un salario regular y que haya muchos alimentos en los supermercados, listos
para que los podamos comprar. El sustentó a los israelitas por medio de un
milagro. El nos provee a través de una externa y compleja cadena de eventos
naturales en los cuales su mano sólo es visible a los ojos de la fe. Sin
embargo, ésta todavía es su provisión así como lo fue el maná del cielo.
¿Cuántas veces nuestras
expresiones de agradecimiento antes de las comidas no dejan de ser sólo un
ritual carente de sentido genuino?¿Cuántas veces nos detenemos para reconocer la
mano proveedora de Dios y agradecerle por otras bendiciones como la ropa que vestimos,
la casa en que vivimos, el carro que conducimos, la salud que gozamos? El punto
hasta el cual agradecemos verdaderamente a Dios por las bendiciones que nos da,
indica nuestra confianza en El.
Deberíamos ser tan fervientes en
nuestras oraciones de agradecimiento, cuando nuestra alacena está llena, como
lo seríamos en las de súplica, si ésta estuviese vacía. Esa es la forma como
demostramos nuestra confianza en los momentos de prosperidad y bendición.
Salomón dijo: "En el día del
bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera.
Dios hizo tanto lo uno como lo
otro, a fin de que el hombre nada halle después de él" (Ec. 7:14). Dios
crea los momentos agradables y los desagradables. En la adversidad tendemos a dudar
de su protección paternal, pero en la prosperidad tendemos a olvidarla. Si
vamos a confiar en Dios, tenemos que reconocer nuestra dependencia de El en
toda circunstancia, tanto en los buenos como en los malos tiempos.
Otra trampa que necesitamos
examinar, es aquella tendencia que tenemos a confiar en los instrumentos de
provisión de Dios más que en El mismo. En los eventos corrientes de nuestra
vida, Dios cubre nuestras necesidades a través de medios humanos en lugar de hacerlo
directamente. El suple nuestras dificultades financieras por medio de nuestra vocación,
y pone a nuestra disposición personal médico para que nos trate cuando estamos enfermos.
Pero estos instrumentos humanos están, al fin de cuentas, bajo el dominio de Dios,
y tienen éxito o prosperan hasta donde El lo permite. Debemos ser cuidadosos y
ver a Dios más que a los medios e instrumentos humanos que El utiliza.
En Proverbios 18:10-11, hay un
contraste muy interesante e instructivo entre el justo y el rico. El pasaje
dice:
Torre fuerte es el nombre de
Jehová; a él correrá el justo, y será levantado. Las riquezas del rico son su
ciudad fortificada, y como un muro alto en su imaginación.
El antagonismo no es entre el
justo y el rico en un sentido absoluto, puesto que hay mucha gente que es justa
y rica a la vez. Más bien debemos verlo entre los dos objetos principales en
los que el hombre deposita su confianza: Dios y el dinero. Aquellos que confían
en Dios están a salvo, mientras que los que confían en su riqueza sólo imaginan
que lo están.
Hay un principio mucho más amplio
en este pasaje. Todos tendemos a tener nuestras "ciudades
fortificadas". Puede ser un grado universitario con su tiquete hacia una
posición garantizada, una póliza de seguros o nuestro ahorro para cuando nos
jubilemos. Para nuestra nación, es la fuerza militar. Todo aquello que sea
diferente a Dios mismo en lo que tendemos a confiar se vuelve nuestra
"ciudad fortificada", con sus imaginarios muros imposibles de
escalar.
Esto no significa que ignoremos
los medios usuales de provisión que Dios nos ha suministrado. Quiere decir que
no debemos confiar en ellos. Anteriormente vimos que el salmista dijo:
"Porque no confiaré en mi arco" (Sal. 44:6), pero no siguió con,
"lo he botado".
Poner en una perspectiva correcta
el uso de los medios corrientes y la confianza en Dios, es usar los medios que
ha provisto. Mientras escribo este capítulo, mi esposa está experimentando un
dolor físico, posiblemente un efecto de su lucha con el cáncer. Mientras buscamos
un diagnóstico médico experto para saber el motivo de la afección, esperamos en
Dios, que de acuerdo con su voluntad, dará sabiduría y guía a los médicos.
Aunque respetamos sus destrezas
médicas, sabemos que Dios se las dio y que sólo El puede hacer que esa
habilidad se destaque en una situación dada. Así que, respetamos y apreciamos a
los doctores, pero confiamos en Dios.
Se puede depender de los medios e
instrumentos humanos sólo en la medida en que reconozcamos y glorifiquemos a
Dios en ellos. Philip Bennett Power, un ministro anglicano del siglo XIX dijo:
"No podemos esperar que nada que pretenda tomar el lugar de Dios y despojarlo
de su honor llegue a prosperar. Debemos hacer de Dios el fundamento de nuestra
confianza, aun cuando los recursos humanos de asistencia estén a mano".
También debemos tener en cuenta
que Dios puede actuar con o sin medios humanos, pues aunque generalmente los
usa, no depende de ellos. Además, usará frecuentemente algunos diferentes a los
que podríamos esperar.
A veces nuestras oraciones para
ser librados de una dificultad están acompañadas por la fe en la medida en que
podemos anticipar algún medio predecible de rescate. Sin embargo, Dios no
depende de lo que podamos anticipar. De hecho, por experiencia sabemos que se
deleita en sorprendernos con sus formas de liberación, con el fin de recordarnos
que nuestra confianza debe estar en El y sólo El.
Otra trampa en la que podemos
caer al confiar en Dios, es buscar su dirección durante las crisis más grandes
de la vida, mientras que tratamos de resolver las dificultades menores por
nosotros mismos.
La tendencia a confiar en
nosotros mismos es parte de nuestra naturaleza pecaminosa. A veces se necesita
una gran crisis, o por lo menos una moderada, para que nos dirijamos al Señor.
Una señal de madurez cristiana es confiar permanentemente en El en las minucias
de la vida diaria. Si aprendemos a confiar en Dios en las adversidades menores,
estaremos mejor preparados para confiar en El durante las mayores.
Citando nuevamente a Philip
Bennet Power:
Las circunstancias diarias de la
vida nos brindarán oportunidades suficientes para glorificar a Dios con nuestra
confianza, sin esperar ninguna llamada extraordinaria a nuestra fe. Recordemos
que las circunstancias extraordinarias de la vida son pocas, pues la mayor
parte de ella transcurre sin que éstas ocurran, y si no somos fieles y
confiamos en lo pequeño, no lo haremos para lo grande. Dejemos que nuestra confianza
crezca a través de la modesta experiencia diaria, con todas sus pequeñas
necesidades, pruebas y penas, así cuando sea necesario, ésta estará allí para
soportar todas las cosas grandes.
Una vez le pregunté a una querida
hermana que experimentó mucha adversidad, si le parecía tan difícil confiar en
Dios en las pequeñas dificultades de la vida como en las grandes, y me
respondió que encontraba más difíciles las pequeñas. En los momentos de crisis
grandes, ella inmediatamente admitía su dependencia de Dios y se dirigía a El,
pero las adversidades corrientes, trataba de resolverlas por sí misma.
Aprendamos de su experiencia y busquemos confiar en Dios en las circunstancias
corrientes de la vida.
Ya sea que la dificultad sea
mayor o menor, debemos escoger confiar en Dios. Tenemos que aprender a decir
con el salmista: "Cuando esté asustado, confiaré en ti".
14ª PARTE
DANDO SIEMPRE GRACIAS
Dad Gracias En Todo, Porque Esta Es La Voluntad
De Dios Para Con Vosotros En Cristo Jesús 1 Tesalonicenses 5:18
Podemos confiar en Dios quien es
soberano, sabio y bueno. Si vamos a glorificarle en nuestros momentos de
adversidad, tenemos que confiar en El. En esto está en juego algo más que
experimentar paz en medio de nuestras dificultades o librarnos de ellas.
Honrarle debe ser nuestra principal preocupación. Por lo tanto, nuestra
respuesta primordial a la dignidad de confianza de Dios debe ser:
"Confiaré en Dios". Sin embargo, hay respuestas implícitas que
también son importantes. Estas proporcionan evidencia tangible de que de hecho
estamos confiando en El.
ACCIÓN DE GRACIAS
En el texto de nuestro capítulo,
Pablo dijo "Dad gracias en todo". Debemos ser agradecidos en buenos y
malos momentos, por las adversidades y las bendiciones Todas las circunstancias,
sean favorables o no, a nuestros deseos, deben ser ocasiones para dar gracias.
El agradecimiento no es una
virtud natural, sino fruto del Espíritu dado por El. El no creyente no se
siente inclinado a dar gracias. Da la bienvenida a las situaciones que están de
acuerdo con sus deseos y se queja de aquellas que no lo están, pero nunca, en
ninguno de los dos casos, se le ocurre agradecer en estas circunstancias. Si ve
la vida como algo que va más allá del azar, se felicita a sí mismo por su éxito
y acusa a los demás por sus fracasos, pero nunca ve la mano de Dios en su vida.
Una de las afirmaciones más señaladoras en la Biblia acerca del hombre natural
es la acusación de Pablo que dice: "Pues habiendo conocido a Dios, no le
glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias"... (Romanos 1:21).
El agradecimiento es admitir la
dependencia. Por medio de él, aceptamos que en la realidad física Dios
"nos da a todos vida y aliento y todas las cosas" (Hechos 17:25) y
que en lo espiritual, es El quien nos dio vida en Jesucristo, cuando murió por
nuestras transgresiones y pecados. Todo lo que somos y tenemos se lo debemos a
su generosa gracia, "porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no
hayas recibido?" (1 Corintios 4:7).
Como hijos de Dios debemos
agradecerle en toda circunstancia, sea buena o mala. En su evangelio, Lucas
cuenta la historia de los diez leprosos que fueron curados por Cristo (Lucas
17:11-19). Los diez clamaron ser curados, y todos experimentaron el poder
sanador de Cristo, pero sólo uno regresó a darle gracias. ¡Cómo tendemos a ser
como los otros nueve! Listos a pedir la ayuda de Dios, pero olvidadizos a la
hora de agradecer. De hecho, nuestro problema va más allá del simple olvido.
Estamos llenos de un espíritu de ingratitud por nuestra naturaleza pecaminosa,
pero debemos cultivar un nuevo espíritu, el de gratitud, el cual implantó el
Espíritu Santo dentro de nosotros en el momento de nuestra salvación.
Ahora todos podemos ver la lógica
en la historia de los diez leprosos: Todos deberían haber regresado para dar
gracias a Jesús. Debemos reconocer que en muchas ocasiones hemos actuado como
los nueve hombres olvidadizos, cuando debiéramos ser como el único agradecido.
No tenemos inconvenientes con la
teología del relato, aunque fracasamos en la práctica. En este sentido, no
tenemos ningún problema en aceptar la orden de Pablo de dar gracias en todo.
Cuando las circunstancias son
malas tenemos problemas para aceptar la instrucción de Pablo de agradecer en
todo. Supongamos que una persona es curada de una enfermedad terrible, mientras
que otra contrae una de éstas. La teología de Pablo es que ambas, como creyentes,
deben dar gracias a Dios.
La base para agradecer en las
circunstancias difíciles, es que todo lo que hemos aprendido acerca de Dios en
este libro, su soberanía, sabiduría y amor, siempre han estado presentes en
todos los cambios y giros inesperados y súbitos de nuestras vidas. En resumen,
es la firme creencia de que Dios está obrando en todas las cosas -todas las
circunstancias-para nuestro bien; es la voluntad de aceptar esta verdad de la
palabra de Dios y depender de ella sin tener que saber cómo está El actuando
para nuestro bien.
Podemos ver una estrecha relación
entre la promesa de Romanos 8:28 y el mandamiento de 1 Tesalonicenses 5:18,
cuando entendemos que la traducción literal de las palabras "en todas las
circunstancias" es "en todo". En griego como en inglés las
palabras y sus significados son muy cercanos. Debemos dar gracias en todo
porque sabemos que en todas las cosas Dios está obrando para nuestro bien.
Para obtener el máximo consuelo y
ánimo de Romanos 8:28 -y dar gracias en todas las circunstancias- debemos
entender que Dios trabaja de una forma preactiva, no reactiva. Es decir, que no
sólo responde a una adversidad en nuestras vidas para obtener lo mejor de una
situación, sino que antes de permitir la adversidad, sabe exactamente cómo la
usará para nuestro bien. Dios sabía perfectamente lo que estaba haciendo antes
de permitir a los hermanos de José venderlo como esclavo, y él lo reconoció
cuando dijo a sus hermanos: "Así pues, no me enviasteis acá vosotros, sino
Dios.
Vosotros pensasteis mal contra
mí, mas Dios lo encaminó a bien". (Génesis 45:8, 50:20).
Es por esto que Pablo nos ordena:
"Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros
en Cristo Jesús" (énfasis del autor). En una ocasión anterior, en su primera
carta a la iglesia de Tesalónica, Pablo había hablado de la voluntad de Dios.
En el capítulo 4, versículo 3, él dice: "pues la voluntad de Dios es
vuestra santificación; que os apartéis de fornicación". Todos reconocemos
el imperativo moral en este versículo.
Dios nos ordena ser santos, y la
santidad incluye la pureza sexual. El imperativo no es menos fuerte en el
capítulo 5, versículo 18. Dar gracias en todo es una parte de la voluntad de
Dios como lo es la abstinencia de la inmoralidad sexual. Esto no quiere decir
que no dar gracias a Dios y caer en la impureza sexual sea igualmente
pecaminoso a los ojos de Dios. Pero debemos decir que dar gracias a Dios en
todo es parte de su voluntad para nosotros, y que, por lo tanto, no es una
alternativa para el que quiere honrarle y complacerle.
Dar gracias en todo, ya sea
favorable o no, es otra respuesta a la dignidad de confianza en Dios. Si
confiamos en que El trabaja en toda circunstancia para nuestro bien, debemos
darle gracias en todas esas circunstancias, no darle gracias por el mal que
pueda haber en sí, sino por el bien que se sacará de ese mal por medio de su
soberanía, sabiduría y amor.
ADORACIÓN
Otra respuesta a la dignidad de
confianza de Dios es adorarle en los momentos de adversidad. Cuando el desastre
inicial golpeó a Job las Escrituras dicen:
Entonces Job se levantó, y rasgó
su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y adoró, y dijo: Desnudo
salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová
quitó; sea el nombre de Jehová bendito (Job 1:20-21).
Job en lugar de reaccionar contra
Dios en los momentos de calamidad, le adoró. En lugar de levantar el puño
frente al Señor, se arrodilló ante El, y en lugar de desafiarlo, reconoció humildemente
la soberanía de Dios, quien en su soberanía le había dado, y en su soberanía tenía
el derecho de quitarle.
LA ADORACIÓN INVOLUCRA UNA
CONSIDERACIÓN EN DOS DIRECCIONES.
Al mirar hacia arriba vemos toda
su majestad, poder, gloria y soberanía, así como su misericordia, bondad y gracia.
Al mirarnos reconocemos nuestra total dependencia de Dios y nuestra pecaminosidad.
Lo vemos como el Creador soberano, digno de adoración, servicio y obediencia, y
nos vemos como simples criaturas, indignos pecadores, que hemos fallado en adorarle,
servirle y obedecerle como debiéramos.
No merecemos de Dios sino el
juicio eterno. Somos sus deudores permanentes, no sólo por su soberana
misericordia al salvarnos, sino por todo aliento que tomemos, y todo pedazo de
pan que tengamos. No tenemos derechos ante Dios, todo es de su gracia. Todo en
el cielo y la tierra le pertenece, y nos lo dice en las palabras del señor a
sus obreros del viñedo: "¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo
mío?" (Mateo 20:15).
Esta es otra dimensión de la
soberanía de Dios. Vimos anteriormente que ésta involucra su poder absoluto para
hacer cualquier cosa que lo complazca y su control total sobre las acciones de
todas sus criaturas. Pero la soberanía de Dios también incluye su derecho absoluto
de hacer lo que quiera con nosotros. Que haya decidido redimirnos y enviarnos a
su Hijo para que muriera por nosotros, en lugar de enviarnos al infierno, no
era una obligación. Esto se debe únicamente a su soberana misericordia y
gracia. Como le dijo a Moisés: "Y tendré misericordia del que tendré
misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente" (Ex. 33:19).
Con esas palabras Dios estaba diciendo: "No tengo obligaciones con
nadie".
Adorarlo con el corazón en
momentos de adversidad implica una actitud de humilde aceptación por parte
nuestra del derecho de Dios de hacer lo que le plazca en nuestras vidas. Es un
sincero reconocimiento de que lo que tengamos en cualquier momento: Salud, posición,
riqueza o cualquier cosa que deseemos, son un regalo de su gracia soberana, y que
nos lo puede quitar según su voluntad.
Pero Dios no actúa hacia nosotros
con soberanía sin propósito, usando su poder en forma opresiva o tiránica. El
ha actuado con amor, misericordia y gracia, y continúa actuando con nosotros en
esa forma a medida que obra para conformarnos a semejanza de Cristo.
Así como nos inclinamos en
adoración ante su infinito poder, también podemos inclinarnos con la confianza
de que El ejerce este poder para nosotros y no contra nosotros.
Así que debemos inclinarnos en
actitud de humildad, aceptando sus tratos en nuestra vida.
Pero también podemos inclinarnos
con amor, sabiendo que esos tratos, aunque puedan ser severos y dolorosos
provienen de un sabio y amoroso Padre Celestial.
HUMILDAD
La relación inmediata de
pensamientos en 1 Pedro 5:6-7 debe animarnos en los momentos de adversidad. Los
dos versículos dicen:
Humillaos, pues, bajo la poderosa
mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra
ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.
Por un lado, hemos de humillarnos
bajo la poderosa mano de Dios, lo cual equivale a someternos con espíritu de
humildad, a los tratos soberanos de El con nosotros. Por otro lado, debemos
echar nuestras ansiedades sobre El, sabiendo que cuida de nosotros. Las ansiedades,
por supuesto, surgen de las adversidades que la mano poderosa de Dios trae a nuestras
vidas. Debemos aceptar las adversidades, pero no las ansiedades.
Pero nuestra tendencia es
totalmente lo opuesto. Buscamos escapar o resistir las adversidades, pero al
mismo tiempo aferrarnos a las ansiedades que éstas nos producen. La forma de
echar nuestras ansiedades sobro el Señor es humillándonos ante su soberanía, y luego
confiando en su sabiduría y amor.
La humildad entonces debe ser
tanto respuesta a la adversidad como fruto de ésta. El apóstol Pablo fue muy
claro en cuanto a que el propósito principal de su aguijón en la carne fue
desviar cualquier tendencia al orgullo e n él. Por eso dijo: "Y para que
la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un
aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee". (2
Corintios 12:7). Si Pablo tenía una tendencia al orgullo, seguro que nosotros
también.
Por lo tanto, podemos
establecerlo como un principio: Cuando Dios nos bendice de cualquier forma que
pueda engendrar orgullo en nosotros, nos dará junto con la bendición "un
aguijón en la carne" para oponerse a ese orgullo y debilitarlo. Nos hará
débiles de cualquier forma en una o más adversidades de modo que podamos
reconocer que nuestra fortaleza está en El y no en nosotros.
Podemos escoger cómo
responderemos a ese aguijón en la carne. Podemos desgastarnos por meses, aun
años o aceptarlo como de Dios, humillándonos ante su poderosa mano.
Cuando nos humillemos
verdaderamente ante El experimentaremos, a su debido tiempo, la suficiencia de
su gracia puesto que..."Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes"
(Santiago 4:6).
PERDÓN
La adversidad nos llega muchas
veces a través de las acciones de otras personas. A veces, estas acciones
hirientes son dirigidas intencionalmente a nosotros. Otras, podemos ser víctimas
de las acciones irresponsables de los demás, que aunque no son dirigidas
deliberadamente hacia nosotros, nos afectan seriamente. ¿Cómo debemos responder
a aquellos que son los instrumentos de nuestra adversidad? La única respuesta,
claro está, es con amor y perdón.
Nuestra tendencia es acusar a la
otra persona, guardar resentimientos e incluso desear vengarnos. He encontrado
dos verdades que me ayudan a perdonar a otros.
Primera: Yo mismo soy un pecador perdonado por la gracia infinita de Dios
y la sangre derramada por su Hijo. He herido a otros, tal vez no siempre con
intención, pero sí inconscientemente por medio de un espíritu descuidado o por
actos egoístas.
Eclesiastés 7:21-22 dice:
"Tampoco apliques tu corazón a todas las cosas que se hablan, para que no
oigas a tu siervo cuando dice mal de ti; porque tu corazón sabe que tú también dijiste
mal de otros muchas veces". Mientras que hay una aplicación directa en
este pasaje, también hay un amplio principio que habla acerca del tema del
perdón. Podemos verlo reformulando la idea del pasaje como sigue: "No te
resientas contra las otras personas que son instrumentos de la adversidad en tu
vida, porque sabes en tu corazón que tú también lo has sido en la vida de
otros".
Dios nos pide que nos perdonemos
unos a otros, así como El nos perdonó en Cristo (Efesios 4:32). Si deseo que
Dios me perdone cuando he herido a otros, entonces debo estar dispuesto a
perdonar a aquellos que son instrumentos de dolor en mi vida.
Segunda: Yo veo más allá de la persona que es sólo el instrumento, para
ver a Dios que ha permitido esta adversidad para mí, "¿Quién será aquel
que diga que sucedió algo que el Señor no mandó?" (Lamentaciones 3:37). Si
Dios ha decidido que esta prueba suceda en mi vida, es porque El en su infinita
sabiduría la considera buena para mí.
A través de la adversidad,
forjada por la otra persona, Dios está haciendo su obra en mi vida. Humillarme
ante su poderosa mano es resistir cualquier tendencia a la amargura o resentimiento
en mi corazón hacia la otra persona. Aunque sus acciones pueden ser pecaminosas
en sí mismas, Dios las está utilizando en mi vida para mi bien.
ORACIÓN POR LIBERACIÓN
Un espíritu de humilde aceptación
hacia Dios o de perdón hacia otros no significa que no debamos orar por la
liberación de las adversidades que nos sobrevienen. La Escritura nos enseña
justamente lo contrario. Varios Salmos, por ejemplo, contienen oraciones muy fervientes
para liberación de problemas de diferente índole. Pero sobre todo, tenemos el ejemplo
del mismo Señor Jesús quien oro: "Padre mío, si es posible, pase de mi
esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú" (Mateo 26:39).
Mientras el resultado final de
una prueba esté en duda (por ejemplo, en el caso de una enfermedad o un hijo
espiritualmente rebelde) debemos continuar orando, suplicándole a Dios cambiar
la situación. Pero debemos orar en la misma forma que Jesús lo hizo, no como
deseemos sino como Dios lo desee. Ciertamente nunca debemos exigir a Dios que cambie
la situación.
También debemos orar por
liberación de los ataques de Satanás. Como ya hemos visto, los ataques de
Satanás, como las ofensas de otras personas o las calamidades naturales, están
bajo el dominio soberano de Dios. Satanás no puede atacarnos sin el permiso de
Dios o ir más allá de los límites permitidos por El (Job 1:12, 2:6; Lucas
22:31). No sabemos por qué, en una situación específica, Dios permite a Satanás
atacarnos; pero, a veces la razón es que debemos comprometernos en una guerra
espiritual para aplicar la orden de: "Resistid al diablo" (Santiago.
4:7).
Debemos orar por liberación y
aprender a resistir los ataques de Satanás por el poder de Jesucristo. Pero
debemos hacerlo con una actitud de humilde aceptación de lo que sea voluntad de
Dios. A veces su voluntad es librarnos de la adversidad; otras es darnos fortaleza
para aceptarla. Confiar en Dios para obtener In grada para aceptar la
adversidad, es un acto de fe, así como lo es confiar en El para librarnos de
ella.
BUSCANDO LA GLORIA DE DIOS
Por encima de todo, nuestra
respuesta a la adversidad debe ser la búsqueda de la gloria de Dios. Vemos esa
actitud ilustrada en la vida del apóstol Pablo durante su encarcelamiento en
Roma. El no sólo fue encarcelado sino que también algunos hombres, supuestamente
ministros del evangelio, en realidad, trataban de empeorar sus problemas con su
predicación (Filipenses 1:14-17).
¿Cuál fue la respuesta de Pablo?
"¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por
verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún" (Filipenses
1:18). En esencia Pablo dijo: "Realmente no importa qué pase conmigo o
cómo me afecte todo esto, lo importante es lo que le suceda al evangelio".
Probablemente la mayoría de
nosotros no ha progresado tanto en la madurez cristiana, porque no hemos
alcanzado el grado de desprendimiento espiritual que Pablo tuvo. Todavía importa
lo que nos pase. Pero este debe ser nuestro objetivo y si buscamos
oportunidades para crecer en esta dirección, las veremos.
Tal vez ocupe algún lugar de
responsabilidad en su iglesia o en una organización ministerial. ¿Qué pasa si
alguno más talentoso llega y le pide (tal vez no con mucha cortesía) que se
haga a un lado en favor de esa persona? ¿Cómo responderá? Esta es su oportunidad
para crecer en la dirección de preocuparse sólo para la gloria de Dios. Si le
va a responder en esto y a humillarse bajo su poderosa mano, experimentará su
gracia permitiéndole ocuparse principalmente -si no totalmente- en su gloria.
Habrá crecido más en su semejanza a Jesús, quien se despojó de su gloria para
morir por usted.
Principalmente debe ver la mano
de Dios en cada evento, sabiendo que El hace las cosas bien, permitiéndolo
únicamente para su bien.
Nada puede ser más consolador
para el hombre de Dios, que la convicción de que el Señor que hizo al mundo, lo
gobierna y que cada evento, grande o pequeño, a favor o adverso, está bajo la
absoluta disposición de quien hace todas las cosas bien y quien las regula para
el bien de su pueblo... El cristiano tendrá confianza y valor en su labor, en
la proporción en que vea a Dios en su providencia como gobernante en medio de
sus enemigos, y obrando siempre para el bien de su pueblo y para su propia
gloria, incluso en la persecución del evangelio.
¿PUEDE CONFIAR EN DIOS?
Hemos visto que Dios es digno de
confianza. El es absolutamente soberano sobre cada suceso en el universo, y
ejecuta esa soberanía en una infinitamente sabia y amorosa manera para nuestro
bien. En este sentido, hemos contestado la pregunta principal originada por este
libro. Puede confiar en Dios, El nunca lo desamparará y nunca lo dejará. Pero
¿qué sucede acerca de la segunda forma en que podemos hacer esta pregunta?
¿Puede confiar en Dios? ¿Es su
relación total con Dios una sobre la cual pueda construir un baluarte de
confianza contra los ataques de la adversidad? No puede confiar en Dios aislándose
de las otras áreas de su vida. Para crecer en la habilidad de confiar en Dios
en momentos de adversidad, primero tiene que establecer un fundamento sólido de
relación personal diaria con El. Sólo en la medida en que le conozca
íntimamente y busque obedecerle completamente, podrá establecer una relación de
confianza con El.
Luego, a ese fundamento de una
vida en comunión con Dios, debemos agregar lo que hemos aprendido de El en este
libro acerca de su soberanía, sabiduría y amor. Debemos aferrarnos a estas
grandes verdades en las pequeñas pruebas lo mismo que en las grandes calamidades
de la vida. Al hacer esto dependiendo siempre del poder capacitador de su Santo
Espíritu, seremos más y más capaces de decir: “Puedo confiar en Dios”.
Otro atributo de Dios que
analizaremos para mayor comprensión y motivación es la fidelidad de Dios.
LA FIDELIDAD DE DIOS
“Conoce, pues,
que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel” (Deut. 7:9). La infidelidad es uno de
los pecados más predominantes de estos días malos. En el mundo de los negocios,
salvo excepciones cada vez más raras, los hombres no se sienten ligados ya a la
palabra empeñada. En la esfera social, la infidelidad conyugal abunda por todos
lados; los sagrados lazos del matrimonio son quebrantados con la misma
facilidad con que se desecha una prenda vieja. En el reino eclesiástico, miles
que prometieron solemnemente predicar la verdad, la atacan y niegan sin
escrúpulo alguno.
Ningún lector
o escritor puede pretender ser inmune a este terrible pecado; ¡de cuántas
maneras diferentes hemos sido infieles a Cristo y a la luz y privilegios que
Dios nos ha confiado! Esta cualidad es esencial a su ser, sin ella no sería
Dios. Para Dios, ser infiel sería obrar en contra de su naturaleza, lo cual es
imposible: “Si fuéremos infieles él permanece fiel: no se puede negar a sí
mismo” (2Tim. 2:13). La fidelidad es una de las gloriosas perfecciones de su
ser.
Es como si
estuviera vestido de ella: “Oh Jehová, Dios de los ejércitos, ¿quién como tú?
Poderoso eres, Jehová, y tu verdad está en torno de ti” (Sal. 89:8). Asimismo,
cuando Dios fue encarnado, fue dicho: “La justicia será el cinturón de sus
lomos, y la fidelidad lo será de su cintura.” (Isa. 11:5).
¡Qué palabra
la del Salmo 36:5: “Jehová, hasta los cielos es tu misericordia; tu verdad
hasta las nubes!” La fidelidad inmutable de Dios está muy por encima de la
comprensión finita. Todo lo concerniente a Dios es vasto, grande, incomparable.
El nunca olvida, ni falta a su Palabra; nunca la pronuncia con vacilación,
nunca renuncia a ella. El Señor se ha comprometido a cumplir cada promesa y
profecía, cada pacto establecido y cada amenaza, porque “Dios no es hombre,
para que mienta; ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, “¿y no lo
hará?; habló ¿y no lo ejecutará?” (Núm. 23:19). Por ello exclama el creyente:
“Nunca decayeron sus misericordias.
Nuevas son
cada mañana; grande es tu fidelidad” (Lam. 3:22,23). Las ilustraciones sobre la
fidelidad de Dios son muy abundantes en las Escrituras. Hace más de cuatro mil
años, El dijo: “Mientras exista la tierra, no cesarán la siembra y la siega, el
frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche” (Gén. 8:22). Cada
año que pasa es una nueva prueba del cumplimiento de esta promesa por parte de
Dios. En Génesis 15 leemos que Jehová declaró a Abraham: “Entonces Dios dijo a
Abram: “Ten por cierto que tus descendientes serán extranjeros en una tierra
que no será suya, y los esclavizarán y los oprimirán 400 años.
Pero yo
también juzgaré a la nación a la cual servirán, y después de esto saldrán con
grandes riquezas. Pero tú irás a tus padres en paz y serás sepultado en buena
vejez. En la cuarta generación volverán acá,” (vs. 13-16). Los siglos siguieron
su curso, y los descendientes de Abraham gemían mientras cocían ladrillos en
Egipto. ¿Había olvidado Dios su promesa? No, por cierto. Leamos (Exo. 12:41):
Pasados los 430 años, en el mismo día salieron de la tierra de Egipto todos los
escuadrones de Jehová. Dios, hablando por el profeta Isaías, declaró: “Por
tanto, el mismo Señor os dará la señal: He aquí que la virgen concebirá y dará
a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel” (Isa. 7:14).
De nuevo
Pasaron los siglos, “pero venido el cumplimiento del tiempo, Dios envió su
Hijo, nacido de mujer” (Gál. 4:4). Dios es veraz. Su palabra de promesa es
segura. En todas sus relaciones con su pueblo Dios es fiel. En El, él hombre
puede confiar. Nadie ha confiado jamás en Dios en vano. Esta verdad preciosa la
encontramos expresada en cualquier lugar de la Escritura, porque su pueblo
necesita saber que la fidelidad es una parte esencial del carácter divino.4
Este es el
fundamento de nuestra confianza. Pero una cosa es aceptar la fidelidad de Dios
como una verdad divina, y otra muy distinta actuar de acuerdo con ella. Dios
nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, pero ¿contamos realmente con su
cumplimiento? ¿Esperamos, en realidad, que haga por nosotros todo lo que ha
dicho? ¿Descansamos con seguridad absoluta en las palabras: “Fiel es el que
prometió”? (Heb. 10:23). Hay épocas en la vida de todos los hombres, incluso en
la de los cristianos, cuando no es fácil creer que Dios es fiel.
Nuestra fe es
penosamente probada, nuestros ojos oscurecidos por las lágrimas, y no podemos
acertar a ver la obra de su amor. Los ruidos del mundo aturden nuestros oídos
perturbados por los susurros ateos de Satanás, que nos impiden oír los acentos
dulces de su tierna y queda voz. Los planes que acariciábamos han sido desbaratados,
algunos amigos en los cuales confiábamos nos han abandonado, alguien que
profesaba ser nuestro hermano en Cristo nos ha traicionado. Nos tambaleamos.
Intentamos ser fieles a Dios, pero una oscura nube le esconde de nosotros.
Encontramos que, para el entendimiento carnal, es difícil, mejor dicho,
imposible armonizar los reveses de la providencia con sus gratas promesas.
“¿Quién hay entre vosotros que teme a Jehová, y oye la voz de su siervo? El que
anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en
su Dios” (Isa. 50:10).
Cuando seamos
tentados a dudar de la fidelidad de Dios gritemos: “¡Vete, Satanás!. Aunque no
podamos armonizar el proceder misterioso de Dios con las declaraciones de su
amor, espera en él, y pídele más luz. El te lo mostrará a su debido tiempo. “Lo
que yo hago, tú no entiendes ahora; mas lo entenderás después” (Juan. 13:79.
Los resultados
mostrarán que Dios no ha olvidado ni defraudado a los suyos. “Empero Jehová
esperará para tener piedad de vosotros, y por tanto será ensalzado teniendo de
nosotros misericordia: porque Jehová es Dios de juicio; bienaventurados todos
los que le esperan” (Isa. 30:18). “Tus testimonios, que has recomendado, son
rectos y muy fieles” (Sal. 129:36). Dios no sólo ha hecho saber lo mejor, sino
que no nos ha escondido lo peor. Nos ha descrito fielmente la ruina que la
caída trajo consigo. Ha diagnosticado fielmente el estado terrible que ha
producido el pecado.
Nos ha hecho
conocer su oído arraigado hacia el mal, y que éste debe ser castigado. Nos ha
prevenido fielmente que El es “fuego consumidor” (Heb. 12:29). Su palabra no
sólo abunda en ilustraciones de su fidelidad en el cumplimiento de sus
promesas, sino que también registra numerosos ejemplos de su fidelidad en el
cumplimiento de sus amenazas. Cada etapa de la historia de Israel ejemplifica
este hecho solemne.
Lo mismo
sucede en lo referente a los individuos: Faraón, Acán y otros muchos son otras
tantas pruebas; a menos que hayamos acudido ya, o que acudamos a Cristo en
busca de refugio, el tormento eterno del lago de fuego será el que nos espere.
Dios es fiel. Dios es fiel al proteger a su pueblo. “Fiel es Dios, por el cual
sois llamados a la participación de su Hijo” (1Cor. 1:9). En el versículo
precedente se promete que Dios confirmará a los suyos hasta el fin. La fe del
apóstol en la absoluta seguridad de la salvación de los creyentes se basaba, no
en el poder de sus resoluciones ni en su capacidad para perseverar, sino en la
veracidad de Aquel que no puede mentir.
Dios no
permitirá que perezca ninguno de los que forman parte de la herencia que ha
dado a su Hijo, sino que ha prometido librarles del pecado y la condenación, y
hacerles participes de la vida eterna en gloria. Dios es fiel al disciplinar a
los suyos. Es tan fiel en lo que retiene como en lo que da. Fiel al enviar
penas, tanto como al dar alegrías. La fidelidad de Dios es una verdad que
debemos reconocer, no sólo cuando estamos en paz, sino también cuando sufrimos
la más severa reprensión.
Este
reconocimiento debe estar en nuestro corazón, no debe ser de labios solamente.
Es la fidelidad de Dios la que maneja la vara con la que nos hiere. Reconocerlo
así equivale a humillarnos delante de El y confesar que merecemos su
corrección, y, en lugar de murmurar, darle gracias. Dios nunca aflige sin
razón: “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros” (1Cor.
11:30), ilustra este principio. Cuando su vara cae sobre nosotros digamos con
Daniel: “Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la confusión de rostro” (Dan.
9:7). “Conozco, oh Jehová, que tus juicios son justicia, y que conforme a tu
fidelidad me afligiste” (Sal. 119:75).
La pena y la
aflicción son no sólo compatibles con el amor prometido en el pacto eterno,
sino partes de la administración del mismo. Dios es fiel, no solamente a pesar
de las aflicciones, sino también al enviarlas. “Entonces visitaré con vara su
rebelión, y con azotes sus iniquidades. Mas no quitaré de él mi misericordia,
ni falsearé mi verdad” (Sal. 89:32,33). El castigo es, no sólo reconciliable
con su misericordia, sino el efecto y la expresión de la misma. ¡Cuánta más paz
de espíritu tendría el pueblo de Dios si cada uno recordara que su pacto de
amor le obliga a enviar corrección cuando es conveniente!
Las
aflicciones nos son necesarias: “En su angustia madrugarán a mí” (Oseas 5:15).
Dios es fiel al glorificar a sus hijos. “Fiel es el que os ha llamado; el cual
también lo hará” (1Tes. 5:24). Aquí se refiere a los santos que son guardados
enteros sin reprensión para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Dios no nos
trata según nuestros méritos (pues no tenemos ninguno), sino según su propio
gran nombre.
Dios es fiel a
sí mismo y a su propio propósito de gracia: “A los que llamó. a estos también
glorificó” (Rom. 5:30). Dios da una demostración plena de la permanencia de su
bondad eterna hacia sus escogidos al llamarlos eficazmente de las tinieblas a
su luz admirable; y esto debería asegurarles plenamente de la certeza de su
perseverancia. “El fundamento de Dios está firme” (2ª Tim. 2:19). Pablo
descansaba en la fidelidad de Dios cuando dijo: “Yo sé a quien he creído, y estoy
cierto que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2ª Tim. 1:12).
La comprensión de esta bendita verdad nos librará de la inquietud.
Cuando estamos
llenos de ansiedad, cuando vemos nuestra situación con temor, cuando miramos al
mañana con pesimismo, estamos rechazando la fidelidad de Dios. El que ha
cuidado de su hijo a través de los años no lo abandonará cuando sea viejo. El
que ha oído tus oraciones en el pasado, no dejará de suplir tus necesidades en
el momento de apuro. Descansa en Job 5:19: “En seis tribulaciones te librará, y
en la séptima no te tocará el mal”. La comprensión de esta bendita verdad
refrenará nuestra murmuración.
El Señor sabe
qué es lo mejor para cada uno de nosotros, y el descansar en esta verdad
acallará nuestras quejas impacientes. Dios será grandemente honrado si, cuando
pasamos por la prueba y la reprensión, tenemos buena memoria de El, vindicamos
su sabiduría y justicia, y reconocemos su amor incluso en la misma reprobación.
La comprensión
de esta bendita verdad aumentará nuestra confianza en Dios. “Por eso los que
son afligidos según la voluntad de Dios, encomiéndenle sus almas, como fiel
Creador, haciendo bien” (1Ped. 4:19). Cuando depositemos confiadamente nuestras
vidas y nuestras cosas en las manos de Dios, plenamente persuadidos de su amor
y fidelidad, pronto nos contentaremos con sus provisiones, y nos daremos cuenta
que “Dios lo hace todo bien”.
SUPLEMENTO:
Si me fuera posible alterar
cualquier parte del plan de Dios para mi vida, lo único que haría sería
arruinarlo.
Debo entender que esa
“Adversidad” es parte del plan perfecto de Dios para nuestra vida.
DECIDO: CONFIAR EN DIOS
Decido creer en la bondad de mi
Padre amoroso y todo poderoso, en su providencia, sabiduría y soberanía y me
niego a aceptar otra cosa sin importarme, lo que alguien diga o como me sienta.
Mateo 6:32 Vuestro Padre sabe que
tenéis necesidad de todas estas cosas. Gracias Señor, eso era todo lo que
necesitaba saber. Confío en tu habilidad para cumplir con mis necesidades y las
de tu Iglesia.
DIOS SOSTIENE LO QUE CREA.
Leer Lucas 22:31 Jesús les
pregunta: ¿Cuándo los envié, les faltó algo? La respuesta es : NADA.
Las adversidades no son
adversidades sino parte del plan perfecto de Dios para llevarnos a cumplir su
voluntad y ser más y más semejantes a El.
2 Corintios 12:7 ..para que no me
enaltezca sobremanera...(era una ayuda para que Pablo no caiga..) Gracias Señor
por eso.
DIOS ES DIGNO DE CONFIANZA
Ver la mano de Dios en cada
acontecimiento, sabiendo que El hace las cosas bien y permitiéndolo únicamente
para nuestro bien. Dios obra, obró y obrará todas las circunstancias y
acontecimientos para nuestro supremo bien eterno.
Podemos escoger como
responderemos a ese “aguijón” :Podemos desgastarnos y sufrir o ACEPTARLO QUE
VINO DE DIOS para nuestro bien.